Antes | Realidad

Al vivir en la selva, creí que tener una relación romántica jamás sería una opción para mí. Estar con una Hija de Diana no, porque las de mi edad me ignoraban. Pretender a alguien de la tribu menos, porque no me imaginaba quedándome toda la vida allí y siguiendo sus costumbres. Yo sabía que había algo más allá afuera y algún día tendría que ser libre de irme. Quizá cuando fuera mayor de edad.

Sin embargo, estar ahí, abrazando a Joanne, mientras veíamos el sol caer, era real y lo que ocupaba mi mente. Besarla era una sensación fuera de este mundo. Escuchar su risa y que me acariciara el rostro era algo que quisiera poder tener la dicha de experimentar todo el día. Dejaba de sentirme pequeño y me convertía en alguien querido.

—¿Pensaste en lo que te comenté el otro día? De verdad me gustaría ver dónde vives—dijo Joanne dejando de abrazarme para verme a la cara.

Sus ojos eran luz y odiaba tener que nublarlos con molestia. No obstante, era por su bien.

—No es necesario que vayas —respondí—. No hay nada interesante para ver.

—Todo de ti me interesa. ¿Todavía no lo entiendes?

Dejé de estar apoyado de mis codos y me senté para verla desde una altura superior, esperando que eso facilitara el negarme a sus deseos.

—No es seguro. Ellos son... A Darien no le agradará.

Y no solo eso. Una de las condiciones que Anthony me puso para poder seguir viendo a Joanne con su ayuda, era no revelar la ubicación de nuestro hogar. No traicionaría su confianza, ni podría en riesgo mis encuentros con ella. Pero, decirle esa razón solo despertaría más su curiosidad y no sabía si podría combatir una mayor insistencia.

Joanne también se sentó, mas inclinándose hacia adelante y colocando su mano en mi rodilla.

—Te presenté a mi padre. A pesar de que no le dije sobre lo nuestro todavía, lo conociste. Y, aunque vives con los lobos, le caíste bien.

—No es igual. Que no lo entiendas es otro motivo para no hacerlo —repliqué.

Ya quería cambiar el tema y que volviéramos a enfocarnos en cosas simples, no en las complicaciones de pertenecer a dos realidades diferentes. Pero desviar conversaciones no era mi fuerte.

—¿Acaso es que me escondes algo? ¿O a alguien? —Sus interrogantes fueron dichas con tono de enojo, por lo que su siguiente acción resultó incoherente. Se subió a mi regazo, con las piernas abiertas, sin importarle que tenía vestido—. Dime que no es así, Alan.

Sabía que lo correcto era quitarla con sutileza, porque no debía aprovecharme de la situación. Estábamos en un rincón apartado de la playa, ocultos por una formación rocosa. Sin embargo, justo como la primera vez que lo hizo, no pude obedecer a mi moral. No pude ir en contra de lo mucho que me enloquecía tenerla así: rozando y con el rostro a centímetros del mío. Quería sujetarla, pero no para hacerla a un lado. Mis dedos picaban por el deseo de recorrer su piel.

—¿Acaso tienes a alguien más que haga esto contigo? —murmuró en mi oído, provocando que me estremeciera.

Negué, siendo incapaz de respirar. Nadie me había hecho tener esos pensamientos lujuriosos, ni ese deseo instintivo que hizo que mi mente quedara en blanco cuando sus manos se acercaron al cierre de mi pantalón.

—¿Sí entiendes que para recibir hay que dar? Me encantas demasiado y me duele que no quieras compartir esa parte importante de tu vida conmigo, cuando yo comparto todo de mí.

La calidez y estrechez de su interior me abrumó. Me aferré de sus caderas para no caerme hacia atrás, generando que me hundiera más y escapándosele un jadeo. Mordió el lóbulo de mi oreja y en ese punto ya no pude contener ningún ruido.

—No tengas miedo, Alan. ¿No quieres que estemos juntos? Porque yo sí quiero y si el tal Darien se niega, yo igual puedo...

La mención de su nombre fue lo que reactivó por unos segundos mi lado racional. Lo suficiente para detenerla y apartarme. Se quedó de rodillas en la arena, fulminándome con la mirada, mientras me acomodaba los pantalones. Me arrastré hacia atrás y me puse de pie con ayuda de la pared rocosa.

Las piernas me temblaban y mi corazón todavía latía con fuerza. Había faltado poco para llegar al límite y mi organismo se quejaba por haberlo frenado, pero se suponía que unir nuestros cuerpos debía ser algo mágico y hacerlo en medio de un desacuerdo provocaba una mala sensación.

—Te dije que no. Es para cuidarte. Por favor, entiéndelo —expliqué.

Su expresión se tensó, mas no dijo nada antes de levantarse. Se sacudió la arena de sus piernas y arregló su vestido.

Rara vez me negaba a sus peticiones. De hecho, en ese momento no me vino a la mente ninguna otra situación en la que lo hice. Y eso que llevábamos un par de meses siendo más que amigos.

Recogió la toalla sobre la que habíamos estado, sin mirarme. Su silencio comenzaba a doler y me hacía preguntarme si me estaba equivocando.

—Ya me voy. Creo que tenemos que pensar algunas cosas por separado —indicó.

Quise quejarme de la actitud que tomaba, porque me frustraba que no entendiera que lo hacía por su bien. No la quería cerca del Maldito de Aithan, ni de ninguno de los Hijos de Diana. ¿Y si le agradaba a alguno y decidía que era mejor partido que yo?

Sin embargo, callé. Temía que se molestara más conmigo y perderla. Era mejor permitir que se fuera para que se calmara y luego hacer el esfuerzo para que me disculpara. Había notado que le gustaba molestarse para que después yo la sorprendiera de alguna manera y contentarla. 

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