Antes | Hijo de la Luna
Me costaba entender su forma de vivir. Ellos no eran como los Cephei. No vivían en una construcción ordinaria y que sería considerada como civilizada, sino que lo hacían en una cueva natural, cuya entrada estaba cubierta por la cascada. La leyenda era que el primer alfa —un ancestro de Darien— la había hecho con sus propias manos; cosa que yo dudaba.
Sin embargo, pese a su elección de hogar, no se libraban de hacer uso de objetos humanos. Eran Hijos de Diana después de todo; no exclusivamente lobos. Por eso, unos pocos de ellos, como Anthony, eran los encargados de ir al poblado civilizado de humanos más cercano de vez en cuando en busca de provisiones. Y algo me decía que yo sería parte de ese grupo reducido, por haberme puesto a su cargo y por, obviamente, pertenecer a ellos.
Miré la bolsa vacía de caramelos de miel y esperaba que fuera pronto. También que pudieran conseguirse en dicho lugar y que pudieran comprarlo para mí. No importaba si me quedaba comiendo solo frutas de sabores extraños el resto del tiempo.
—Ey, ya deberías deshacerte de eso. —Anthony se asomó en la carpa que yo compartía con otros dos niños, con quienes no podía comunicarme y, por ende, optaban por ignorarme o hacerme malas caras. Ellos se habían ido hacía rato—. Acompáñame a un lugar y puedes dejarlo allí para que se le de uso.
Asentí. Para Anthony fue suficiente, pues en esos días que llevaba con ellos ya se había acostumbrado.
Pocos miembros de la manada hablaban mi idioma, pero eso no me animaba a intercambiar más de las palabras necesarias con Anthony. El no hacerlo no importaba, porque yo no tenía control sobre mí y mis opiniones dejaron de ser necesarias con la muerte de mi prima y con la ausencia de Vanessa. Sin hablar, era menos probable hacer enfadar a alguien.
Agarré mis zapatos de un rincón y me arrastré hasta la entrada de la carpa para ponérmelos afuera. También llevaba mi ropa puesta, no como ellos, quienes preferían estar mostrando sus cuerpos. Entendía que era parte de sus costumbres, de vivir en la naturaleza y de ser Hijos de Diana, pero dudaba llegar a algún día imitarlos. Por eso tampoco salía mucho de mi carpa, porque no me acostumbraba a ello. Esperaba que el sitio a donde iría con Anthony fuera distinto.
Lo encontré terminándose de colocar una franela. Estaba de pie junto a su carpa, ubicada al lado de la mía. Había otro muchacho con él, de menor estatura, pero también vestido.
Anthony avanzó y ambos fuimos tras él. Nos desplazamos a través de la cueva iluminada en ese momento por la luz natural que se filtraba por agujeros naturales del techo y por la misma entrada.
Había una cantidad considerable de carpas. Darien tenía a su cargo unos cincuenta Hijos de Diana. Sabía que la mayoría se había ido ya a cumplir con sus labores diarias. Por lo que había observado, algunos se encargaban de buscar los alimentos, mientras otros educan a los niños o patrullaban los alrededores. Los que se habían quedado en la cueva, estaban frente a sus carpas realizando cualquier actividad, como tallando algo en un trozo de madera, o incluso jugando cartas, posiblemente disfrutando de un día libre.
Entre la cascada y la cueva había un angosto tramo que facilitaba el acceso al exterior. La sensación en el interior de la cueva era más agradable que la de allí fuera. Era sofocante y esperaba poder acostumbrarme pronto. A los cuantos minutos de la caminata, ya tenía el rostro lleno de sudor y la camisa adhiriéndose a mi cuerpo.
Siguiendo otra fracción del río, llegamos a un espacio de terreno limpio. Ese rincón estaba acondicionado para que se alzaran sobre él viviendas de paredes hechas con madera y techos de paja. Había varias de ellas, así como señales de habitantes. Se veían un par de fogatas encendidas, ropas dejadas al sol para secarse, animales en corrales.
Conforme nos continuábamos acercando, pude observar a los primeros lugareños. Eran de piel oscura, con vestimentas coloridas, y marcas rojas y negras decorando su rostro. Detuvieron lo que estuvieran haciendo al vernos y se aproximaron.
Dejé de moverme. Anthony y el otro chico continuaron avanzando, pero yo me sentí abrumado por las personas de aspecto distinto que acortaban cada vez más la distancia.
Por sus aspectos y por la zona en la que nos encontrábamos, no me costó deducir que eran indígenas; los conservadores de las culturas originarias. Sin embargo, algunos de los documentales que llegué a ver también hablaron de canibalismo y agresión ante lo diferente. Y yo era un niño blanco que provenía de tierras extranjeras.
Retrocedí unos pasos cuando las personas ignoraron a Anthony y lo rodearon para continuar hacia mí. Me observaban con los ojos bien abiertos y con las manos tocándose el rostro. Eran hombres y mujeres, con joyería en sus cuellos y brazos, y aros dorados en sus narices.
—Ni. Ni. Ni —decían.
Mis piernas dejaron de responder y ellos se detuvieron para examinarme por unos instantes. Vi a Anthony acercándose y le rogué en silencio que le sacara de allí.
Una mujer de avanzada edad, que estaba frente a mí, extendió sus manos, como buscando tocarme, pero sin atreverse a establecer el primer contacto. Los demás hicieron lo mismo.
—Ni. Ni. Ni —repitieron.
—¿Qué dicen? —le pregunté Anthony al borde de sonar exasperado.
—Luna —respondió, todavía del otro lado del círculo creado por la multitud—. No te harán daño. Toca sus manos.
Sin tener verdaderas ganas de hacerlo, mas siendo consciente de mi posición y testigo de la aparente emoción que ahora percibía en ellos, extendí mis manos con miedo. Ellos no las sujetaron, sino que les bastó el roce. Una vez hecho contacto conmigo, se retiraban de regreso a sus labores.
Cuando no quedó ninguno, Anthony se aceró para sacudir mi cabello.
—¿Por qué me decían así? —quise saber.
—Porque, para ellos, las personas que se ven como tú, son Hijos de la Luna, los encargados de protegerla. Cada cierto tiempo les nace un hijo así y es el más cuidado por la tribu.
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Recuerden que los fragmentos no suelen ser tan largos n.n
Gracias por leerlos :'3
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