Antes | Decisión

—Alan —dijo Anthony junto a mí para captar mi atención.

Mi mano se detuvo en el aire, evitando por unos segundos que agarrara la bolsa de pan que le acababa de señalar a la vendedora.

—¿Sí? —pregunté desviando mi atención a él.

Ansiaba que me dejara haciendo las compras fuera de su supervisión para poder ver a Joanne una vez más. Ella no se acercaba si me veía acompañado para evitarme posibles problemas. No sabía cómo reaccionaría la manada si supiera de mi amistad con alguien del poblado.

—Te estás equivocando de tipo de pan —indicó.

Revisé la lista que tenía en mi otra mano y me percaté de mi error. Me disculpé con la señora y tomé el correcto. Había aceptado un puñado de frutas de aspecto extraño que solo se encontraban en la profundidad de la selva.

—¿Te ocurre algo? Has estado demasiado distraído últimamente —añadió Anthony cuando avanzamos al próximo puesto.

Lo cierto era que estaba cansado de solo poder interactuar con Joanne las veces que se acercaba disimuladamente mientras realizaba las compras. También aprovechaba de adquirir un par de cosas para ella, pero era obvio para mí que era una excusa para intercambiar algunas frases conmigo. Aunque fueran escasas y duraban demasiados días para que volviera a suceder, eran suficientes para que me agradara y me sacara sonrisas con tal solo pensarla. Deseaba poder estar horas conversando con ella, sin sentirme como un criminal, ni teniendo que estar atento a si algún Hijo de Diana se daba cuenta.

—No me pasa nada —dije esforzándome para que sonara como una verdad. Sin embargo, Anthony dejó de caminar.

—¿Ahora vas a mentirme en la cara, niño? —cuestionó, pero el niño ya no se escuchaba como amistoso, sino cargado de un reproche acumulado. Tenía tiempo sin llamarme con esa etiqueta.

Fui incapaz de mirarlo a los ojos.

—No entiendo a qué te refieres. Me preocupa lo de siempre.

—¿Ah, sí? —Terminó de recorrer la distancia entre nosotros y puso su mano en mi hombro. Cuando habló, lo hizo en voz baja para disminuir las probabilidades de que el resto oyera—. Cierto que ahora es frecuente que hables con esa humana.

Apreté la mandíbula. Había sido un tonto en creer que no se daría cuenta.

—Se llama Joanne —murmuré—. Me cae bien y hace que por unos minutos me olvide de mi situación.

—¿De tu situación?

—Sí. Por más que haga un esfuerzo, siempre seré el humano que vive con ustedes, que no es de estas tierras y a quien aceptaron porque Darien le debía un favor a mi padre. Sin importar dónde esté, soy el engendro y el estorbo.

—Tú sabes que eres más que eso. —Retiró su agarre y me pidió que lo mirara. Obedecí—. Y, aunque ahora te parezca bien que... Joanne te haga olvidar tus problemas, lo mejor es que la alejes. Eres consciente de los peligros y le harás un favor si la proteges de ellos antes de que Darien se entere.

A pesar de plantearlo como si pudiera elegir, yo sabía que no era así. Su orden era apartarla y le dio sustento con su argumento. La mención del alfa de la manada hizo que recordara su trágica historia de amor con una humana y que temiera su reacción. Aunque deseara ser egoísta, mi conciencia estaba de acuerdo con que lo mejor era cortar mi amistad con Joanne antes de que fuera más allá y acabara saliendo lastimada.

Asentí ante las palabras de Anthony, transmitiéndole mi decisión. Él suspiró.

—Eres joven y entiendo que puedas sentirte solo, pero eso no significa que en el futuro las cosas no cambien. —Sacó de su bolso unos pliegues de tela tejida por los aborígenes—. Ve por las muñecas, dile a esa muchacha que no quieres ser su amigo, y volvamos a casa.

Asentí otra vez porque no podía hacer otra cosa.

Me dirigí al puesto con muñecas artesanales. Antes de llegar ya había detallado a Joanne en la distancia, intentando, sin éxito, pasar desapercibida. Después de todo, era como yo. También desentonaba con el lugar y quizá por eso se forjó la idea de necesitarla cerca para sentirme bien. No obstante, las circunstancias no lo permitirían. En otra vida, en una donde siguiera con mi madre de crianza y viviendo entre humanos, sí hubiera podido darme el lujo de tenerla como amiga.

Llegué a la estructura improvisada de madera, en la que se exhibían diferentes tipos de juguetes, pero especialmente coloridas muñecas de trapo. Antes de que el vendedor posara su atención en mí, por el rabillo del ojo detecté a Joanne parándose junto a mí. Sin embargo, no giré a mirarla.

—Buenos días, joven —me saludó el señor.

Señalé las muñecas y le di los tejidos. Él los recibió y asintió varias veces mientras los revisaba.

—Tres muñecas de las que arriba —dijo.

—Solo necesito dos.

—Agarra tres —insistió y se fue al otro costado del puesto para atender a una señora con su hija.

Examiné las muñecas y sus grandes ojos pintados me devolvieron la mirada. Algunas tenían gorros y otras peinados variados. Ellas serían testigo de lo que debía decirle a Joanne antes de sentirme la peor persona del mundo.

—Alan —habló cansada de que la ignorara. Para ese entonces yo ya debía haberle por lo menos dedicado una sonrisa—. ¿Estás bien?

—No podemos ser amigos —solté todavía sin mirarla. Lo mejor era ser directo y rápido, aunque doliera—. Por favor, ya no vengas a hablarme.

Se quedó callada.

Escogí las muñecas, deseoso que huir de ahí. Quise salir de corriendo enseguida y dejarla atrás, sin embargo, tuve que ver su rostro una vez más, porque sabía que seguramente sería la mi última oportunidad de hacerlo.

Sus ojos lucían cristalinos y tenía los brazos entrelazados contra su pecho de manera defensiva.

—Entiendo —susurró—. Y, tranquilo, siempre es igual. Nadie quiere ser mi amigo por mi aspecto y por ser la hija del supuesto brujo que los sana. Todos son amables, pero no es igual. Adiós, Alan.

Dejándome mudo con sus palabras, se dio la vuelta y dio zancadas apresuradas lejos de mí. Sabía que debía permitir que ocurriera porque a largo plazo sería lo mejor para ella, sin embargo, eso no evitó la molestia en mi corazón. Ella, como yo, sufría por desencajar y eso era lo que nos había acercado.

—Alan —me llamaron a mis espaldas y reconocí sin problemas la voz de Anthony—. Ven.

Pero no pude moverme. No quería ir y dejar a Joanne marcharse.

—Ven, Alan —repitió, seguro anticipando lo peor.

Ya casi no podía ver a la rubia entre la multitud.

Di un paso, mas no fue hacia Anthony, sino hacia adelante. Luego di otro. Y, de un instante a otro, me encontré corriendo detrás de ella en un intento desesperado por alcanzarla y arreglar las cosas. Anthony seguía gritando mi nombre.

Maniobré entre las personas lo más veloz que pude, temeroso de que mi cuidador estuviera persiguiéndome y me arrastrara de regreso. Joanne volvió a estar clara frente a mí, siendo un alivio que ella haya parado de correr y que yo lo hiciera rápido.

—Joanne —dije con falta de aliento. Ya habíamos dejado la multitud atrás.

Ella se detuvo, pero no volteó de inmediato.

—Dime.

No pude pensar con cuidado lo que diría, porque no sabía cuánto tiempo me quedaba. Así que respiré hondo y comuniqué lo primero que me nació.

—No podemos ser amigos porque es peligroso para ti. No sé qué dicen en el pueblo sobre nosotros, pero no es vida para ti. Ni siquiera sé cómo sigo vivo. —Hice una breve pausa cuando ella por fin giró. Tenía los ojos enrojecidos por haberse quitado las lágrimas—. Aunque quiera ser tu amigo, lo mejor es que no lo seamos. No quiero que te lastimes por mi culpa.

Caminó hacia mí.

—Eres un tonto —dijo—. Yo sabía quién eras desde que te acercaste a ayudarme a cubrir la ventana. De todas formas, te hablé y le dije al sujeto que contrató mi padre para cuidarme que éramos amigos. Yo no tengo miedo de ser tu amiga, ni de lo que implique. Si quieres ser amigo y yo quiero ser tu amiga, entonces seámoslo. No pienses en los demás. Yo estoy harta de hacerlo.

La decisión en su voz y en su mirada despertaron una calidez en mi pecho. Sentí mi boca seca y alegría asomándose. También quería ser mi amiga.

Extendió su mano hacia mí. A pesar de los delicados que lucían sus dedos, agarré las muñecas —que todavía conservaba en mi poder— con una sola mano y estreché la suya. No pude evitar sonreír ante el contacto de nuestras pieles.

—¿Qué tal si nos perdemos un rato? —preguntó.

Su propuesta fue tentadora, a pesar de que significara romper la regla de oro de Anthony sobre no alejarme de ellos. Me intrigaba el porqué todavía no habíamos sido interrumpidos e incluso se me cruzó por la mente que Anthony quizá había cambiado de opinión respecto a mi amistad con Joanne. Aunque intuyera que ellos no se quedarían esperando por mí y que lo más probable era que tendría que caminar de regreso a la cueva, acepté irme con ella.

Sin soltarme la mano, comenzó a correr de nuevo, halándome con ella. Su cabello se sacudía con la brisa y yo iba detrás de ella, sonriendo completamente embobado. 

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