Capítulo 7.
Adelaida.
Anoche, apenas pude conciliar el sueño debido a los pensamientos que me invadieron. Pasé la mayor parte de la noche sola, mientras Celis mantenía una interminable conversación con Marcus en su habitación antes de que él se fuera. Me gustaría saber sobre qué cosas charlan para hablar durante horas, mientras que yo apenas logro entablar una conversación.
Observo el reloj, ya ha llegado el momento de darle mi respuesta a Arthur. He pasado toda la noche reflexionando y ya tengo una opción bastante clara en mente, aunque quizás no sea la más acertada, la elegiré.
—Me enteré de que estabas aquí y vine de inmediato —dice sentándose en su escritorio—. ¿Has considerado mi propuesta?
—Precisamente por eso vine, de lo contrario puedo asegurarte que no habría puesto un pie en este despacho.
Me observa detenidamente durante unos segundos, mirándome de arriba abajo. Solo quiero que esto termine pronto.
—Adelaida, te escucho.
—He estado reflexionando toda la noche y he llegado a una respuesta —Arthur asiente confiado. Aclaro mi garganta y comienzo a recitar—. Yo, Adelaida Mynor, ya tengo una respuesta bastante clara, tal vez no sea la más acertada, pero la elegiré.
—Adelante, puedes comenzar —me acerco a su escritorio.
—No acepto su propuesta.
La expresión de Arthur cambia completamente.
—¿Perdona?
Se levanta con enfado de la silla.
—Lo que has escuchado, no acepto tu propuesta porque prefiero ser la mismísima nada antes de contraer matrimonio contigo.
—¿Realmente estás dispuesta a dejarla pasar?
Respiro profundamente antes de contestar.
—Sí, estoy dispuesta a dejarla pasar. Creo firmemente en honrar mis principios y no puedo poner en riesgo mi autenticidad por beneficiar a unos asesinos.
—Asesinos, ¿eso somos para ti?
Apoyo las manos sobre el escritorio y me acerco.
—Eres tan descarado que me preguntas quién fue responsable de clavar una daga en el abdomen y el corazón de Ayla Vennet, cortarle la garganta a Emer Vennet y asesinar a cuatro niños inocentes? ¿Necesitas más ejemplos? Porque tengo muchos. Fuisteis los responsables de masacrar a una familia.
—Bien, acepto tu respuesta —esto huele a gato encerrado —pero acompáñame.
—¿Para que? —pregunto con desconfianza.
—Tu solo hazlo o ¿prefieres que traiga a los guardias?
Odio, odio que los guardias se acerquen a mí. Odio que me toquen, me produce escalofríos.
Me es inevitable poner la mano en mi corazón mientras salimos del despacho de Arthur.
Algo no está bien, lo presiento en el ambiente cargado de tensión. Mi enojo se convierte en miedo a medida que avanzamos hacia el gran salón. Arthur toma la delantera, dejándome atrás.
—¿Por qué me has traído aquí? — pregunto, tratando de ocultar mi inquietud.
Arthur observa a los guardias y sin previo aviso, me sujeta los brazos con fuerza. Mi corazón se acelera, esto no puede ser nada bueno.
Se planta frente a mí, con una sonrisa malévola en el rostro, dando a entender que disfruta de mi incomodidad. Toma una pausa, suspira varias veces antes de acercarse a mí lentamente, creando una sensación de tensión e incertidumbre en el ambiente.
—Pueden salir —grita, mirando hacia la puerta trasera.
Dos guardias sombríos salen por la puerta trasera, ocultando sus rostros. Y entonces, esposado y temblando de miedo, aparece... Elrík.
Mi repugnancia hacia Arthur alcanzan niveles insospechados al verlo en ese estado.
—¡Adelaida! —exclama con angustia al verme. Mi corazón ruega que no haya sufrido daño alguno.
—Suelta a Elrík —exijo entre dientes, tratando de ocultar el pavor que se apodera de mí.
—Aquí, el que ordena soy yo —responde Arthur, colocándose delante de mí—. Resulta que tu amiga Victoria se negó a revelar su paradero, íbamos a recurrir a medidas drásticas, hasta que Esard se interpuso, escudándose en las leyes.
Estoy absolutamente convencida, sin lugar a dudas, de que Victoria, en ningún momento reveló información acerca de la ubicación actual de Elrik. No hay ni la más mínima posibilidad de que haya cometido semejante acto de traición.
—Dime qué quieras.
—Bueno, verás, Adelaida —observo cómo uno de los guardias desenvaina una daga—. No me agradó tu respuesta.
Por favor, que no hagan lo que estoy pensando. Mientras Arthur habla, posicionan la daga en el cuello de Elrík. Las lágrimas amenazan con brotar de sus ojos, pero se las reprime, sabiendo que necesitaba mantenerse fuert. No puedo soportar presenciar su sufrimiento de esta manera.
Mi corazón late desbocado, mientras que mi mente se llena de pánico y mi instinto protector se despierta con fuerza.
—Te lo preguntaré una vez más, y esta será la última, o mejor dicho, te daré a elegir —amenaza Arthur—. O te casas conmigo o...
—¡ME CASERE CONTIGO! —grito, cerrando los ojos y negándome a escuchar el final de su frase, dominada por el temor.
Arthur sonríe satisfecho ante mi respuesta. Sin perder tiempo, ordena que suelten a Elrík, en cambio a mi no.
—Tengo otra petición —cierro los ojos sabiendo que la tengo que aceptar—. Darás el decreto mañana para que no matemos a tu amado primo ¿verdad?
Inicialmente, estaba llena de temor ante la idea de emitir el decreto debido al riesgo de desatar una revolución. No obstante, en este preciso instante, mi preocupación se ha desvanecido; ya que la vida de Elrik es la que está en peligro. Han descubierto la manera de tenerme completamente bajo su control y sumisa a sus deseos.
—Lo hare —digo sin pensarlo.
—Así me gusta, te aseguro que este matrimonio no sera como el pasado, aunque no llegasteis a casarte.
Desde aquel día, mi vida dio un vuelco inesperado y me sumergí en un sufrimiento que parecía no tener fin. El recuerdo de Sargas y Arthur constantemente me hacen revivir aquella fecha: el 25 de febrero, un día que desencadenó una serie de eventos que han dejado una profunda huella en mi ser, como mi miedo al velo de novia, la desconfianza y mi odio hacia aquel pueblo.
No le he contestado todavía. Incluso yo misma no puedo creerlo, es algo verdaderamente raro. Arthur logra que los guardias me suelten, pero a pesar de ello, sigo sin poder reaccionar. Me encuentro siendo obligada por una fuerza abrumadora a casarme con él, sin ninguna posibilidad de negarme.
En ese momento, detengo mis pensamientos y me acerco decididamente hacia Elrík, quien permanece inmóvil.
—¿Te han hecho daño? —pregunto, agachándome para estar a su altura mientras acaricio su rostro y cabeza con desesperación.
—No... por ahora no —Elrík me mira fijamente a los ojos durante un largo rato y luego toma mis manos en un gesto suplicante—. No te cases con él —susurra.
Es en ese momento que me enfrento a una difícil elección: su vida o casarme con Arthur.
—No puedo, Elrík. Hace apenas un momento estaban a punto de matarte, y si no acepto casarme con él, tal vez lo hagan de todas formas.
—No quiero ser responsable de hacerte sufrir —puedo ver la preocupado dibujada en su rostro.
—Yo soy quien ha tomado esta decisión, así que no tienes por qué sentirte culpable.
—¿Cómo no quieres que me sienta culpable? No tienen derecho a obligarte.
—No tienen derecho, pero ¿quién va a detenerlos? Hasta las fuerzas policiales les tienen miedo —me gustaría saber cómo se las arreglaron para llegar hasta él—. ¿Cómo te encontraron?
—No me encontraron, Lyra me entregó.
Con que la muy desgraciada de Lyra lo entregó. Podría decir que confiaba un poco en ella, pero aquí queda claro que nadie merece nuestra confianza.
—¿Sabes por qué lo hizo? —pregunto a Elrik, esperando alguna explicación.
Elrik se acerca a mi oído para susurrar con cautela.
—Era una espía, enviaba información sobre Gerald Lizali, aunque la mitad de lo que proporcionaba era falsa.
Arthur nos interrumpe, tosiendo falsamente.
—Se me olvidó mencionar que solo podrás verlo durante una hora al día —dice con una sonrisa maliciosa—. Estará en la celda, donde tendrá agua caliente y ropa, bastante para gente como vosotros.
¿Qué es lo que deseas? ¿Quieres que te agradezca? Lamentablemente, no puedo responder a eso.
Hay algo que me ha llamado la atención. Ahora entiendo por qué tienen a Elrik encerrado. Si no fuera por lo que pienso, ya me habrían encerrado a mí. Sin embargo, han descubierto la verdad y es por eso que lo hacen.
—Despídete, tienes que ir a hablar con mi padre.
—Haré todo lo posible para sacarte de aquí —susurro.
—No hagas nada que pueda perjudicarte —pide apretándome las manos.
—Vale, no lo haré.
—No. Prométemelo —exige.
—Te lo prometo.
••🥀••
Hable con Sargas, y me entregó un papel en el que estaban detalladas todas las cosas que debería decir. Sinceramente, debo admitir que me siento completamente aterrada y llena de miedo por lo que se avecina. Mi nerviosismo está en su punto máximo y siento cómo cada latido de mi corazón se acelera.
Me encuentro atrapada en este lugar mientras los Rebeldes desafían las reglas de los Iluna, sin poder hacer nada para ayudar. En este momento, me siento como una cobarde. Se me ocurre un plan para escapar.
Observo el jardín que cuenta con un embalse conectado a él. Podría ser una posible salida. Me dirijo hacia allí, pero me doy cuenta de que todo está inundado y tendría que nadar para llegar a cualquier lugar.
Me aseguro de que nadie me esté observando, me quito los tacones y me lanzo al embalse. Comienzo a nadar, emergiendo de vez en cuando para tomar aire. Recuerdo las veces que Victoria y yo solíamos bañarnos los martes por la noche en el río. Repito las pautas una vez más y finalmente encuentro un trozo de tierra. Al asomar mi cabeza, veo a Lesart arrodillado en el suelo.
—Vaya, pero si es la reina —dice al verme.
«Reina», repito para mis adentros con un nudo en la garganta. Sus palabras me golpean como un viento violento en pleno invierno, dejándome aturdida.
Lo miro con una mezcla de incredulidad y confusión.
—¿De dónde has sacado eso, si ni siquiera tengo título?
—No se necesita título, mientras los Rebeldes te vean como su reina.
¿Cómo es posible que me reconozca como la reina? No lo merezco, no he hecho algo extraordinario como para merecer semejante distinción.
Mis pensamientos se agolpan en mi mente, tratando de comprender lo que acaba de decir. ¿Acaso los Rebeldes de Solasta me ven como su reina, a pesar de no haber hecho nada para merecerlo? ¿Cómo han sabido que estoy viva, cuando creí estar perdida para siempre?
La incertidumbre se apodera de mí, pero también una chispa de esperanza comienza a arder en mi pecho. Tal vez, en medio de mi oscuro pasado, hay algo que desconozco. Algo que ha llevado a mi pueblo a verme como su salvadora, como la reina que tanto necesitan.
—Mira, te conozco solo porque hablé contigo el día que fui entregada, pero necesito tu ayuda.
—No creó poder ayudarte —dice, sentándose.
—No te hagas, compartimos algo en común: nuestro odio hacia ellos.
—No los odio —lo miro fijamente hasta incomodarle—. Los detesto, me gustaría que estuvieran muertos.
Por fin alguien suelta las cosas claras sobre ellos.
—Entonces, ¿por qué vives con ellos?
Lesart suspira y se alista para hablar.
—Mi madre tomó la difícil decisión de escapar de mi padre. Nos maltrataba a ambos, física y emocionalmente.
El acto de sonreír al recordar a su madre refleja el cariño que esta le brindaba. Siempre escuchó que el amor de una madre es incomparable y que madre solo hay una, sin embargo, siento un peso en mi corazón al no haber experimentado personalmente el crecer bajo ése amor.
—Por mala suerte, encontró empleo en la mansión del hermano de Sargas. Hake se obsesionó con ella mientras pasaban los años, hasta el punto de traspasar los límites: sus ojos llenos de deseo y su alma lo llevaron por el mal camino. Una noche, intentó agredirla para que ella cediera al matrimonio. Ella se negó rotundamente.
La voz de Lesar comienza a temblar al llegar a esa parte.
—Sin pensar en las consecuencias, acabó con la vida de mi madre —me resulta completamente imposible abrir los ojos y sentirme bien por él—. Mi alma se quebró en mil pedazos, perdí mi inocencia y aquello se quedó grabado en mi mente —eso significa que presenció cómo la asesinaron—. Sargas hizo que el mundo pensara que mi madre se había quitado la vida, todo para proteger a su hermano. Él, consciente de lo que hizo, juró protegerme. Y tiempo después, el maldito de su hermano desapareció.
—¿Y tú padre se entero de lo sucedido?
—No, ni siquiera sabe que estoy vivo, pero yo sí sé algo de él. Formó un grupo para mantener la paz. Irónico. —Me doy cuenta de lo que acaba de decir.
—¿Cómo se llamaba? —Pregunto tragando saliva.
—Siden.
El impacto es tan fuerte qué ya no oigo nada.
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