Capítulo 14.
Se vienee el mejor capítulo hasta ahora.
Adelaida.
Soy de sueño fácil, pero desde que llegué aquí no he pegado ojo una noche. Aunque no lo parezca temo despertar un día y encontrarme contrayendo matrimonio con Arthur o peor aún, encontrar a Elrík asesinado.
Además, estoy amenazada, no solo por los Iluna, sino también por los Pétalos Vengativos, que también se han unido al club de las amenazas. Me han enviado una amenaza de muerte.
Soraya, la mujer que me apoyó con el decreto, encerró a su enviado, algo que los Pétalos Vengativos descubrieron, no sé cómo. Por eso me enviaron una carta que encontré en mi habitación. Esa es otra razón por la cual no puedo dormir, ya que han podido acceder a mi alcoba. Así que tengo una navaja debajo de la almohada. Marcus no quiere devolverme mi preciada daga, que me ha salvado en muchas ocasiones.
El abuelo de Marcus, apodado Harland, me regaló esa daga después de la muerte de mi padre y la huida de mi madre. Él se encargó de mí cuando estaba en Lavinia y me mandó a Solasta sana y salva, en ese entonces Sargria era gobernada por mi abuelo, quien no quería saber nada de mí, ya que era hija de "la manipuladora de Alicent", así la había apodado a mi madre, entre otros muchos apodos horribles.
Aunque si el padre de mi madre estuviera reinando, tampoco hubiese querido saber de mí, en cambio mi abuela me hubiese acogido, al fin y al cabo era solo el rey consorte, mientras que yo soy una joven sin título.
Hay algo que mi madre siempre me decía: Puedes ser una joven sin título, pero tienes sangre real en tus venas.
Sangre que no me dio ningún tipo de beneficios, excepto mantenerme con vida, claro. Me ha atraído solo problemas.
Mis padres fueron una pieza fundamental para mantener la paz entre los reinos, pero también lo fueron para enfrentar a las dos familias.
El pestillo de la puerta comienza a moverse y tomo la navaja. Calculo dónde lanzarla para darme tiempo a agarrar otra arma, pero en ese momento Clarissa interrumpe mis pensamientos y suspiro aliviada.
—Justo te iba a despertar —dice entrando a la habitación. Su cabello rizado está recogido con un cinto. Clarissa me recuerda a alguien, pero no logro recordar quién. Me parece bastante familiar.
—Ya te quité una tarea de encima —digo levantándome para ponerme las pantuflas.
—Bueno, hoy tengo más de lo normal —dice sentándose en la cama.
—¿Y eso? —digo tomando mi toalla para ir a la ducha, pero me quedo quieta observando a Clarissa.
—Baja abajo y lo entenderás. Te están esperando —dice mirándome, refiriéndose a Arthur. No entiendo por qué tiene esa obsesión conmigo si apenas me vio antes de ser entregada. Clarissa se levanta para ir hacia la puerta y luego me mira—. No quiero preocuparte, pero hay un espía entre nosotros.
—Qué directa, Clarissa —digo en tono sarcástico.
—Es una de tus muchas virtudes, además de escupir palabras llenas de veneno, por algo te llaman la Serpiente Roja.
Arqueo las cejas. Vaya apodo más cutre. Ahora que lo pienso, todas mis prendas tienen un bordado de una serpiente roja, pero no entiendo el apodo. Serpiente porque supuestamente mis palabras están llenas de veneno y roja porque me gusta el rojo. Poca creatividad.
Entro a la ducha y comienzo a pensar sobre el espía que se encuentra entre nosotros. ¿Quién podría ser? Quizás uno de los guardias, pero eso sería muy obvio. Estoy reflexionando mientras el agua de la ducha cae sobre mí, hasta que caigo en la realidad. Celis. Recuerdo que cuando compartimos habitación, se le cayeron unas hojas donde ponía mi nombre y otras cosas más. Desde que Lesart me contó lo sucedido, ya no me creo su papel de inocente.
En cambio, no puedo inculparla si no tengo pruebas. Creo que ya sé cómo encontrarlas.
••🥀🗡••
Bajo al salón con el primer vestido negro que encuentro.
Antes de entrar, repaso qué hacer y qué decir. Entro lista para conseguir lo que quiero, pero me sorprende que estén preparando algo. Sargas se da cuenta de mi presencia.
—Adelaida, la primera vez que nos reunimos los tres —Arthur está distraído hablando con un guardia.
Ni siquiera para cenar, ni comer abajo, siempre estoy encerrada en la habitación. Clarissa me trae la cena y la comida a escondidas.
Puedo ver a Sargas analizándome de arriba abajo. Espero que no vea la cicatriz que me hizo, intenté taparla con el pelo, pero es visible. Me es inevitable estremecerme, me incomoda cómo me miran.
En ese momento, Sargas y su hijo se acercan a mí. Miro alrededor.
—Han convocado la celebración de antifaces —dice Sargas.
—¿En todos los reinos? —pregunto mirando alrededor del salón.
—Sí, pero cada uno la hará de manera diferente —explica Arthur.
—¿Estoy obligada a ir? —pregunto. Antes de que Arthur pueda responder, Sargas interviene.
—Claro que sí, por nada del mundo escondería a nuestra preciada joya.
Pongo los ojos en blanco.
—¿Y si no quiero ir? —reprocho desafiante—. Pasaron solo 3 semanas desde la muerte de Lara.
—Debes ir —responde Arthur con firmeza.
—No te preocupes, estarás segura —dice Sargas mientras mira por encima de mi hombro a Ibaiak—. Seguro recuerdas a Gero, ¿verdad?
Le sonrío forzadamente a Gero y él me devuelve la sonrisa. Luego me concentro de nuevo en Sargas.
—Estarás segura esta noche con él —dice Sargas, dándose la vuelta. Es imposible lanzarle una de mis miradas.
—¿Necesitas algo? —pregunta Arthur. Sonrío con malicia en mi interior, justo lo que esperaba.
—No creo que puedas hacerlo —digo, dirigiéndome hacia la salida donde está Gero.
—Adelaida —cruzo los brazos y me vuelvo hacia Arthur.
—¿Qué pasa? —pregunto con mirada amenazante.
—¿Por qué no me dices lo que quieres?
—Quizás si no fueras tan así te lo diría.
Arthur levantó las cejas en señal de interrogación.
—¿Tan así como?
Ya ha caído, solo falta sacar mi otro método.
—Bueno verás... —digo bajando la mirada al suelo.
—Adelaida, habla, confía en mí y sé sincera, no me enfadaré.
Ni muerta confiaría en ti, ¿además crees que me das miedo? Ahora no te digo nada porque quiero seguir con mi plan.
—La verdad es que en este palacio no pareces el Heredero —es que no lo eres. Puedo ver cómo la ira le recorre el cuerpo—. Incluso las doncellas y los guardias lo dicen, y yo también lo pienso.
—¿El que? —dice ya con cierto enfado.
—Que eres solamente un títere que Sargas maneja a su antojo —espero a ver el efecto de mis palabras que le hacen, lo miro directamente a los ojos para hacerle más daño—. Además, piensan de que no eres un buen candidato para el trono y razón no les faltan, un títere no es candidato para tal cosa.
—¿Quién se le ha ocurrido decir eso? —pregunta ya enojado.
—No importa quién lo haya dicho. Lo que importa es que te llaman "El heredero títere" y te consideran un cobarde —siento a Gero moverse, ha escuchado nuestra conversación.
—No puedo cambiar eso —espeta con ira. Me acerco a él.
—¿Quieres cambiarlo? Entonces actúa como un verdadero heredero y enfrenta a tu padre —digo persuasivamente—. Podrías empezar por algo que lo haga enojar.
—¿Qué sugieres? —pregunta levantando las cejas, me río antes de responder.
—Devuelve a Celis a mi habitación.
—Eso no lo haría enojar.
—Claro que sí, tiene miedo de que estreches lazos con otras personas, y es la prometida de Esard, su hijo más preciado.
Arthur aprieta la mandíbula al escuchar mis palabras.
—Podrías hacer algo más que eso para enfadarlo —esta vez no aparto la mirada de él, luego de unos minutos, Arthur me mira con interés—. Deja que Elrik pase dos horas al día conmigo, eso lo haría estallar, pensaría que te puse en su contra o peor aún que preferiste caer en la tentación de una Mynor.
Arthur me mira durante un momento, no sé si escuchó lo que dije, ya que no puede dejar de mirarme.
—Lo haré —dice, puedo verlo salir del salón a punto de estallar. Sonrío satisfecha al verlo marcharse, me doy cuenta de que Gero está todavía allí, pero decido ignorarlo.
Camino por los pasillos con una paz interior inmensa. Acabo de manipular a Arthur, no me lo creo ni yo misma. Hacía mucho tiempo que no lo hacía, hasta tenía miedo de que no cayera, pero veo que Arthur es un estúpido al que con solo dos palabras lo tienes a tus pies, de ahora en adelante todo será más fácil o no...
Veo a Lesart aproximándose hacia a mí como si algo lo persiguiera, parece haber estado fuera, lleva una camiseta de botones negra algo aholgada combinada con su capa de general.
—Tenemos que hablar, ahora —me dice, tomando suavemente mi brazo y llevándome a la zona de entrenamiento del palacio. La sala es enorme, con césped y un techo de cristal muy alto. Entramos a la sala de armas, con las típicas paredes blancas y suelo de mármol. Cierra la puerta con llave, lo que me sorprende.
—¿Tan secreto es, para que me encierres contigo en esta habitación? —susurré, aunque nadie puede escucharnos.
—Pues, Sí, Soraya y los demás Rebeldes quieren reunirse contigo. Es algo muy urgente, por eso quieren que vayas esta noche —me informa Lesart, quitándose la capa.
—¡Esta noche! —digo, desesperada. Arthur y Sargas se darán cuenta de que no estoy, además de que no podré escapar. El palacio estará lleno de guardias por el baile y tendré a Gero pegado a mí toda la noche.
Lesart saca una carta de su bolsillo y me la entrega.
—Tienes que pensar en algo —me dice, antes de que abra la carta y encuentre una dirección escrita en ella—. No podré acompañarte al lugar, pero estaré esperándote allí.
—¿La razón? —pregunto, apartando la vista del papel.
—Emm ¿la razón?.. —cuestiona tenso.
—Sí, la razón, Lesart.
—Me han enviado al hogar del príncipe, tengo unos cuantos asuntos que resolver —responde Lesart, intentando sonar convincente.
—No vas porque te han enviado, sino porque te has enviado a ti mismo para ver a Victoria —digo, descubriendo su verdadera intención.
Lesart abre y cierra la boca, sin poder encontrar las palabras adecuadas. Finalmente, toma su capa y abre la puerta.
—Te veo esta noche —dice, antes de salir.
—Bien, saluda a Victoria de mi parte —le respondo con una sonrisa. Él me mira y se ríe en forma de advertencia.
Vuelvo a mi habitación y me encuentro con la sorpresa, pero no tan sorpresa, de que las cosas de Celis están allí. Doy un paso y me la encuentro a ella tumbada sobre la cama escribiendo algo.
—Has vuelto —menciono sorprendida, y ella cierra rápidamente la libreta.
—Sí, he vuelto. Fue algo repentino, Arthur fue quien dio la orden —me informa. Mientras habla, me siento a su lado en la cama, de inmediato toma la libreta.
—Bueno, ahora estaremos más seguras del espía —le digo, tratando de hacer que mi frase tenga un doble sentido.
—Espía —pregunta Celis, con una expresión de incredulidad en su rostro. Yo, en cambio, asiento con preocupación.
A mi no me engañas princesita, tú y el estúpido de tu hermano ocultáis algo.
—Creo que deberías ir andando con cuidado —apuesto a que mi frase tenga doble sentido.
—Eso deberíamos hacer —dice, antes de que un silencio incómodo se instale entre nosotras. Finalmente, Celis decide romperlo—. Sobre el escritorio está el traje que debes usar.
Me levanto y abro la caja para encontrar un hermoso vestido color vino de escote cruzado en su interior. Decido sacarlo de la caja para ver cómo es. Tiene una especie de perfilado por delante, es decir, que es más corto, mientras que por atrás es largo.
Es precioso, combinado con un cinturón dorado y un antifaz negro.
En esta celebración, principalmente son las mujeres quienes utilizan antifaces. Las solteras suelen usar antifaces dorados, las casadas optan por los blancos y las comprometidas o aquellas que están en una relación amorosa suelen usar antifaces de color negro.
Si te llega a gustar o logras conectar con alguna de estas mujeres, debes pedirle su antifaz. Si te lo da, significa que le gustaría volver a verte y que debes devolvérselo. Si no te lo da, indica que te ha rechazado, en pocas palabras.
Esta es la forma en la que Los Iluna celebran esta festividad, bueno en sí se la copiaron a Lavinia y Galvin, en Sargria es totalmente diferente.
—Veo que te ha gustado bastante el vestido como para estar callada.
Guardo el vestido en la caja y me siento de nuevo en la cama. Observo a Celis verter un vial en su zumo.
—¿Qué tomas? —pregunto acercándome a ella.
—Es un narcótico que traje de Lavinia, me lo dio la farmacéutica. Te relaja, pero tienes que vertir solo dos gotas. Si viertes más, puede tener un efecto mucho más fuerte —me explica. Es decir, actuar como una droga.
Esto me podría servir.
—¿Por casualidad, tendrás uno de sobra? Llevo días algo tensa por el estrés y me gustaría relajarme —mentiras, no he dicho.
—Claro.
Celis se acerca a su cajón, cuidadosamente decorado con flores, reflejando su amor por la naturaleza, el arte y los colores fríos. Con delicadeza, saca tres pequeños viales y me los entrega con una sonrisa—. Ya me darás las gracias— me dice con complicidad en la mirada.
—Veré cómo me sirven —respondo, devolviéndole una sonrisa.
••🥀🗡••
Ya llevo tiempo esperando para que Clarissa me dé el visto bueno para salir. Celis está sentada sobre una silla mientras se aplica algo de maquillaje en los ojos. Lleva un vestido de seda celeste largo, de mangas largas y como no en la parte delantera hay un bordado de hojas doradas en él; este color le queda perfecto, hace que su cabello rubio resalte, el cuál ahora mismo tiene suelto. Al terminar de aplicarse las sombras con una pequeña brocha desvía su mirada hacía a mí.
—Si esta noche no te pones el antifaz, te lloverán los pretendientes
—Emm gracias —digo sin saber qué decir. Celis se echa a reír al ver mi cara de confusión.
—Pero de verdad, estás muy guapa, no sé si es por el maquillaje de los ojos, por el vestido o porque tú ya en sí lo eres —me pinté un poco el final del lágrimal con kohl y lápiz de ojos, algo que al parecer hace que mi mirada resalte, además de eso me puse un labial a juego con el vestido rojo.
Celis toma su capa y noto que no tiene ningún bordado, mientras que la mía tiene una serpiente grande. Como este vestido es nuevo, no pensaron en bordar ningún diseño en él.
Escucho un doble golpe en la puerta, lo que significa que debemos salir. Celis y yo nos acercamos y al abrir la puerta, nos encontramos con Gero en lugar de Clarissa. Trato de no mostrar mi desagrado.
—Adelaida —saluda Gero.
—Gero —respondo saliendo por la puerta.
Sostengo el antifaz con la mano mientras observo el enorme salón desde las escaleras, mientras Celis baja. Veo muchos antifaces dorados, pero también unos cuantos negros.
Antes de bajar, me aseguro de tener todo: los viales están ocultos bajo mi capa y el cuchillo está en la parte trasera del cinturón.
Respiro profundo, me pongo el antifaz y bajo al salón con Gero detrás de mí. Hay mucha gente y me resulta difícil localizar a Sargas y Arthur. Desearía que Lesart estuviera aquí, pero al menos me alegra que vaya a ver a Victoria.
Entro al salón sin que nadie se dé cuenta, aunque ya siento algunas miradas. Pueden haber unas 200 personas o más en este lugar. Antes de entrar, analizo dónde están ubicados los guardias. Gero se queda en la entrada.
Encuentro a Arthur y preparo dos bebidas antes de acercarme a él. Vierto 6 gotas de un vial en cada vaso.
—Justo te estaba buscando —le digo, ofreciéndole una de las bebidas. Ambas son zumo de mosto, pero uno más concentrado que el otro. Él elige el concentrado y comienza a beber.
—¿Cómo te fue con Sargas? —pregunto, sosteniendo mi vaso firmemente.
—Hice lo que me dijiste. Se enfadó, pero no quiso enfrentarme.
Fingiendo interés, antes de que pueda contestar, Sargas aparece.
—Vaya, hoy luces más hermosa de lo que estás —me quita el vaso de la mano.
—Me gustaría decir lo mismo, pero estaría mintiendo.
—Bueno, tu tía era más hermosa, hasta que la mate y los muertos son todo lo contrario —dice riéndose junto a su hijo. Doy media vuelta enojada.
Veo una mesa con bebidas colocadas en forma de pirámide. Con cautela, me deslizo entre las mujeres con antifaces dorados.
Exhausta, llego a la mesa. Me pongo la capucha de la capa y justo cuando voy a abrir el vial, alguien me toca del hombro. Me doy la vuelta repentinamente. No es nadie.
Tomo la botella, la abro y vierto la mitad del narcótico en ella. La cierro y la escondo detrás de mi capa. Veo a Gero y me acerco a él, mostrándole la botella.
—¿Qué ocurre? —pregunta al ver mi comportamiento.
—Nada, solamente te traje esta botella. Podrías compartirla con los demás guardias, tendréis sed de tanto trabajo —digo con tono dulce y comprensivo.
Puedo ver a Gero dudar.
—Es mi forma de disculparme contigo, siento que he sido un poco grosera.
—No puede aceptar nada que no sea seguro —dicun guardia rubio que se nos une.
—¿Qué ocurre? —pregunta otro guardia al ver la botella.
—Dije que quizás tengan sed, pero Gero no confía en mí.
—No he dicho eso...
Lo miro y me río.
—Mira para que confíes en mí —abro la botella, bebo de ella para demostrarles, no pienso tragarlo. De inmediato el guardia rubio sonríe y me quita la botella, retengo el líquido en mi boca.
—Gero vayamos a beberla, solamente un momento y luego volvemos.
—Gracias —dice Gero.
Al irse, escupo el líquido en el suelo.
Ahora solo me queda buscar a Celis. Entro al salón corriendo y llego hasta Celis sin apenas respirar, parecía estar hablando con alguien.
—¿Qué pasa Adelaida? —pregunta preocupada mientras me sujeta los brazos.
—Déjame tu capa, rápido —de inmediato se la quita y yo le entrego la mía, rápidamente me la pongo—. Déjala en nuestra habitación, luego te explico.
Me pongo la capucha y me acerco a la salida. El frío me azota mientras bajo las escaleras. Ninguno de los guardias me para.
Aceleró el paso hasta salir del jardín quitándome el antifaz, pero presiento que alguien me está persiguiendo ando por el sendero, hasta entrar en el pequeño bosque.
—¡Celis! ¿A dónde vas? —dice tirándome del brazo y allí es cuando ve mi rostro—. Adelaida, ¿qué mierda haces sola en el bosque?
Me zafo de su agarre.
—Preguntas como si te importara —puedo ver como no me contesta, es la primera vez que lo veo vestido con una camisa blanca clásica, la combina con un abrigo negro. Su color favorito era el gris lavanda según su hermana—. ¿Acaso te importó?
—Lo que me importa ¿es que haces con la capa de mi hermana?
—No es de tu incumbencia, y si no te importa seguire mi camino —digo dándole la espalda.
Me vuelve a agarra del brazo, pero esta vez me da la vuelta bruscamente.
—No te irás hasta que me expliques todo —dice empujándome contra un árbol. Se acerca cada vez más, pero saco el cuchillo que tengo escondido y lo apunto hacia él.
—Da un paso más y juro que te lo lanzaré—, amenazo.
Marcus se ríe y continúa acercándose.
—Tienes mala puntería, ¿recuerdas?
—Con el arco, pero con este tipo de armas soy impecable. ¿Acaso no recuerdas cuando te la lancé?
Se acerca hasta que la punta del cuchillo casi está clavada en su corazón. Toma el mango del cuchillo.
—Podrías apuñalarme ahora mismo, pero veo que no puedes. ¿Qué es lo que te lo impide? —me río, pero en ese momento de distracción, Marcus golpea mi mano hasta que deja caer el cuchillo. Con ambas manos inmóviles, aprovecha la ocasión para sacar mi daga de su bolsillo.
—Hagamos esto más fácil para ambos.—dice apartando mi cabello de mi cuello por alguna razón. Es entonces cuando ve mi cicatriz y parece sorprenderle su color. Mi cicatriz parece recién hecha, pero el color quedó así por la sustancia que tenía la daga—. Si quieres tu daga, ya sabes qué tienes que hacer.
—No eres bueno chantajeando.
—No, si eso ya lo se.
Intento darle una patada, pero la esquiva. En ese momento, me doy cuenta de mi error: me inmoviliza las piernas con las suyas.
—Bien Adelaida, me vas a responder a todo.
—Oblígame, porque no tengo intención de hacerlo —digo desafiante. Puedo ver cómo estudia mi rostro, se ha percatado del maquillaje. Se fija en mi cinturón dorado y arroja mi daga al suelo
—¿Me das permiso?
—¿Para qué preguntas si al final lo vas a hacer?
—Tienes razón. No sé puede ser cortés contigo ehh —mete la mano bajo la capa, siento el calor de sus dedos recorriendo mi espalda hasta que encuentra los viales y los saca—. ¿Has drogado a tus pretendientes?
Pregunta mirando los botes para después romperlos. Solo me has ayudado ha eliminar pruebas.
Intento liberarme de su agarre pero no puedo.
—¿Qué te hace pensar que tengo pretendientes?
—Bueno, veras es que está noche luces... algo decente—responde.
—¿Sabes algo? Tu opinión y la de nadie me importa —le hago saber.
—Ni un cumplido se te puede hacer. No seas una mal agradecida y dame las gracias diciendo; Si Marcus, se que esta noche luco decente.
—Que poco hombre eres, Majestad —digo con intención de provocar—. No puedes ni siquiera advitir que te parezco atractiva.
—Como te dije; Tu mirada me parece única, nada más.
—No hace falta que me halagues por de lo que soy consciente.
—No te conocía tan engreída.
—Tal vez porque no me conoces.
No quito la vista de mi daga, y escucho pasos acercándose.
—¿Oíste eso?
En lugar de responder, Marcus me empuja al suelo con él. En el proceso, tropezó y caigo sobre él, con las manos en su pecho.
—A mí no me importa, pero creo que esta postura no es la más cómoda para ti.
Me aparto rápidamente.
—Grosero —digo mientras me levanto y agarro mi daga. Le doy la espalda y me marcho.
••🥀🗡••
Llamo a la puerta y Soraya y Lesart rápidamente la abren.
—Al fin llegas —me dice Soraya.
—Sí —respondo apenas susurrando.
Entro en silencio y me siento en el sofá.
—¿Qué te pasa? ¿Por qué tardaste tanto? —pregunta Soraya.
—Soraya, ¿podrías traerme un vaso de agua? Siento un nudo en la garganta y el estómago.
Abre tomado un poco de los viales sin querer.
—Claro —me contesta.
Mientras bebo el agua, Lesart me observa detenidamente.
—¿Por qué siempre que te pasa algo con Marcus estás así de callada? —me pregunta, y al ver mi expresión, agrega—. Hueles a su perfume.
—Porque no merece que hable de él —Lesart asiente con la cabeza.
—¿Marcus? ¿Te lo has encontrado? —pregunta Soraya.
Asiento con la cabeza y dejo el vaso en la mesa.
—Llevaba la capa de Celis y me confundió con ella.
—¿Y qué pasó para que estés tan callada? —pregunta Soraya.
Soraya nota la suciedad en mis tacones y vestido.
—Nada lo normal, es un imbécil sin solución, pero esta noche estaba salido de sus casillas.
—No debería preguntar la razón, ya que está presente —dice Lesart, visiblemente molesto por alguna razón.
Soraya parece estar harta de su mal humor y cambio de tema para calmar el ambiente.
—Dijiste que necesitabas reunirte conmigo por algo urgente.
De repente, escuchamos un ruido en el interior.
—Ese es el problema, el guardia supuestamente quiere hablar contigo sobre un tema importante. Y no solo él, sino todos a mi alrededor tienen algo importante que decirte. Pero eso tendrá que esperar, porque ahora mismo la noticia que estoy a punto de darte te dejará sin aliento. Supuestamente, tienes derecho a reclamar el trono de Solasta, y no solo ese, también el de Sargria.
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