Capítulo 6
Legolas estaba enfadado. Estaba tan furioso que no podía dejar de maldecirse.
Genial. ¡No puedo creerlo! ¡Se está convirtiendo en una costumbre, idiota! Secuestrado. Otra vez. ¡Y por unos enormes y feos cuervos! Bueno, quería aventuras, ¿no? ¡Pero esto es demasiado, maldita sea!
Tras alzar la cabeza, Legolas miró a las dos grandes aves que lo sostenían con fuerza. Tenía ambos brazos entre las garras de las criaturas, que lo sujetaban con firmeza, sin dejarle opción de soltarse. Legolas había dejado de retorcerse hacía rato, al darse cuenta de que sus intentos eran inútiles. Los cuervos eran más fuertes que él y sus esfuerzos solo le causaban mayor dolor e incomodidad. Además, el suelo estaba a más de mil pies de distancia. No podía sobrevivir a una caída así, así que Legolas se había rendido a regañadientes.
Tampoco podía dejar de pensar en su esposa. Nara debe estar muerta de preocupación, pensó. Espero que llegue a casa a salvo... ¡y que encuentre una forma de sacarme de este lío!
Un escalofrío le recorrió la espalda al ver una vasta superficie de agua en el horizonte y palideció. ¡Valar! ¡Me están llevando al mar!
Legolas comenzó a retorcerse otra vez al ver cómo se acercaba el mar. No les dejaría llevarle hasta allí. ¡De ninguna manera!
Los cuervos miraron a su prisionero y graznaron. Legolas les devolvió la mirada y les gritó, demandando que lo liberaran. Entonces, sin previo aviso, el tercer cuervo que volaba tras ellos le golpeó el cuello desde atrás.
Legolas gritó y se le desenfocó la mirada, quedándose mareado y desorientado. Durante un tiempo perdió la noción del espacio, apenas consciente del viento que soplaba con fuerza contra su rostro. Cuando volvió en sí lentamente, el mar ya estaba bajo ellos. Verdeazulado, misterioso, majestuoso... y atrayente.
Legolas podía sentir las garras del llamado del mar envolviéndose alrededor de su corazón. Hacía tanto tiempo que no lo sentía que creía haberlo superado, pero ahora se daba cuenta de que nunca se había ido. Llevaba oculto en algún rincón de su alma todo ese tiempo, esperando para volver a liberarse.
¡Ahora no, maldición! Exclamó Legolas internamente, rezando con todas sus fuerzas para que el llamado del mar se detuviera. ¡No tengo tiempo para esto! ¡Vuelve cuando esté en tierra firme!
Cerrando los ojos, Legolas se concentró para seguir respirando con calma. Dentro, fuera, dentro, fuera. Era un truco que le había ayudado a salir de los ataques varias veces, y volvía a usarlo ahora.
Pero volvió a abrir los ojos mucho tiempo después cuando los cuervos de repente graznaron de alegría. Alzó la mirada y se quedó boquiabierto.
"Ay Elbereth y todas las estrellas..." –murmuró, asombrado-. Tasqamaran..."
Ahora volaban entre las nubes y pudo ver una isla con forma de media luna bajo ellos, inmersa en una fina capa de niebla. Pero era la alta torre lo que más llamaba la atención. Estaba situada en la cima de la montaña más alta, con una fortaleza de piedra rodeando su base. Una enorme estatua de bronce que representaba un águila coronaba la torre, con las alas desplegadas y el pico abierto como si graznara.
Y hacia esa abertura lo llevaban los cuervos. Legolas se dio cuenta de que esa era la entrada a la torre y solo pudo esperar, nervioso, lo inevitable...
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"¡No dijiste que los cuervos fueran tan grandes!" –estalló Narasene mientras entraba de golpe a la habitación de invitados.
Apoyado en la cama contra una montaña de almohadas, Gallard se sobresaltó al oírla de repente. Parpadeó, confuso, tras la aparición inesperada de Narasene. Su cabello colgaba sobre sus hombros, despeinado, casi llegándole a la cintura. Su vestido, antiguamente de un prístino azul pálido, ahora estaba manchado de polvo aquí y allá. Y aun así estaba hermosa, con el rostro sonrojado por la prisa.
Y también estaba muy enfadada.
"¿M... mi señora?" –Gallard se sentó más derecho, nervioso y curioso al mismo tiempo.
Miró a Béregund, que acababa de entrar tras la señora de Ithilien, en busca de respuestas, pero el elfo se limitó a encogerse de hombros. Él tampoco sabía lo que había ocurrido. El guerrero elfo se había alarmado al ver volver sola a Narasene en el caballo de Legolas y se preocupó aún más cuando ella no le dirigió la palabra a nadie y corrió directamente a la habitación de invitados.
Narasene cerró los ojos y se pellizcó el puente de la nariz para calmarse.
"Lo siento. No quise decirlo así."
"¿Qué ha pasado, mi señora? ¿Dónde está Lord Legolas?" –preguntó Béregund mientras se acercaba.
Narasene lo miró antes de decir:
"La mala suerte de mi esposo ha vuelto –suspirando, se sentó en el borde de la cama y miró el rostro tenso de Gallard-. Unos cuervos, supongo que los shraqs, se lo llevaron" –añadió.
Gallard jadeó y Béregund tardó unos segundos en gritar:
"¡¿Qué?!"
Narasene se sobresaltó con el grito de Béregund. El guerrero elfo comenzó a maldecir, pero se detuvo al ver el rostro pálido de la señora. Sus grandes ojos verdes estaban llorosos, pero tenía los hombros cuadrados y la espalda recta. Era fuerte y estaba decidida, a pesar de que sus preocupaciones por la seguridad de su esposo le daban ganas de gritar.
"Mi señora, ¿qué ocurrió exactamente?" –preguntó Gallard gentilmente.
Con la voz ligeramente temblorosa, Narasene les contó a ambos la historia completa. Mientras lo hacía, no dejaba de mirar por la ventana, como esperando que Legolas llegara volando a casa con alas mágicas.
"Esto no es bueno –dijo Béregund cuando Narasene terminó de explicarse-. Puede que los cuervos se hayan llevado a Legolas por error pensando que era Gallard, por el parecido de ambos."
Narasene se había sonrojado un poco a pesar de no haber contado la parte en la que Legolas la seducía en el lago.
"Me siento tan impotente... -dijo, mirándose los pies y apretando las manos-. ¿Qué vamos a hacer?"
"¡Les atacaremos y recuperaremos a Lord Legolas, claro! –dijo Béregund con entusiasmo, tramando ya algunos planes. Pero entonces sus hombros se desplomaron-. Pero, maldición, ¿a dónde lo llevan?"
"A la Torre de Tasqamaran" –dijo Gallard, finalmente, rompiendo el silencio.
Béregund alzó las cejas.
"Bien. Conoces el lugar. Entonces dinos dónde está e iremos..."
"No. Yo iré –dijo Gallard en voz baja mientras apartaba las sábanas y salía de la cama. Entonces miró a los dos elfos, con los ojos llenos de culpa-. Además, no querrían ir allí."
"¿Qué quieres decir?" –preguntó Narasene. Automáticamente sujetó a Gallard para mantenerlo estable cuando éste se balanceó, todavía débil y dolorido por la herida.
"Tasqamaran está en una isla, en medio del mar –contestó el draq-. Se llega volando o navegando."
Béregund y Narasene se miraron. Comprendían lo que Gallard no había mencionado: el llamado del mar.
"Encontraremos la manera y nos arriesgaremos" –dijo Narasene con determinación, tan cabezota como su marido.
Béregund también asintió, de acuerdo con ella. Pero Gallard sacudió la cabeza.
"Nay, mi señora. Ya les he causado demasiado daño a ti y a Legolas. No debería haber venido con todos estos problemas que me seguían. Así que iré yo y lo salvaré."
Los dos elfos observaron, estupefactos, cómo Gallard se tambaleaba hasta el balcón y se acuclillaba. Entonces, asombrados, vieron cómo un par de alas brotaban lentamente de su espalda.
De repente, Narasene salió de su aturdimiento y cogió una manta rápidamente. Cubrió los hombros de Gallard con ella y eso causó que la transformación cesara. Él la miró, aturdido y un poco enfadado.
"¿Qué estás haciendo, mi señora?"
"No vas a ir a ninguna parte, mi señor, al menos no en ese estado –dijo, ayudándole a ponerse en pie-. Y ahora vuelve a la cama. Todavía tienes que recuperarte."
"Pero..."
"Nada de peros –Narasene era firme-. Solo conseguirás que te maten yendo tú solo. Y eso no le hará ningún bien a Legolas. Es mejor que esperes a que consigamos ayuda de Minas Tirith y Emyn Arnen. Hasta de Eryn Lasgalen si hace falta."
Entonces se giró hacia Béregund.
"Envía mensajes al Rey Elessar y al Príncipe Faramir. Cuéntales este desafortunado incidente, y convócalos a un concilio urgente. Entonces decidiremos qué hacer para recuperar a nuestro señor."
Béregund se inclinó respetuosamente.
"Como ordenes, mi señora. ¿Pero... qué pasa con... err... Lord Thranduil?"
Narasene se encogió ligeramente al pensar en su suegro. El rey elfo era famoso por su temperamento, ese que Legolas había heredado. Thranduil era muy impulsivo cuando algo le ocurría a su hijo y ya podía imaginarse su expresión de furia cuando se enterara de la situación.
"No le digas nada todavía. Debemos evitar la guerra por todos los medios. Conociéndolo, eso será lo primero que haga. Y no es lo que necesitamos."
Su voz se quebró cuando se le hizo un nudo en la garganta.
"Solo quiero a mi marido de vuelta..."
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Legolas gimió cuando aterrizó sobre manos y rodillas en el suelo de mármol del gran salón de Tasqamaran. Los cuervos lo habían soltado sin previo aviso, graznando de emoción mientras cambiaban lentamente a su forma humana.
El elfo se sentó dolorosamente e hizo una mueca al flexionar los brazos, maldiciendo en voz baja. ¡Malditos shraqs! Si solo tuviera un arma...
Gritó cuando de repente le torcieron los brazos a la espalda. Alguien le sujetó la cabeza y le hizo inclinarse hasta apoyar la mejilla contra el suelo, inmovilizándolo.
"¡¿Qué demonios...?! –exclamó Legolas-. ¡Suéltame! ¡Esto es ridículo!"
Los shraqs ignoraron sus quejas y uno de ellos salió del gran salón, diciendo que informaría a Lord Kalden de que habían atrapado al prisionero. Mientras tanto, Legolas estaba furioso. Gruñó, intentando liberarse, pero las manos que lo sostenían eran fuertes y no cedieron ni una pulgada.
Poco después, el sonido de pisadas alcanzó los oídos de Legolas. Intentó girarse para ver, pero no se lo permitieron. Los pasos se acercaron y luego se detuvieron.
"¡¿Quién demonios es éste?!" –rugió una voz.
Las manos que le sostenían la cabeza le soltaron al instante. Legolas se alejó y se giró para ver al recién llegado. Un hombre alto con los ojos negros lo observaba con furia e incredulidad. Legolas supo quién era al instante al ver la autoridad y poder que manaba del hombre sin ningún esfuerzo.
Era Kalden, el tío malvado de Gallard.
Los guerreros shraqs se miraron, confundidos por la pregunta.
"Bueno, es el Príncipe Gallard, mi señor –dijo uno de ellos-. El que nos ordenaste capturar."
Kalden enrojeció de furia.
"¡Conozco perfectamente el aspecto de mi sobrino! ¡Y éste no es él!"
"Pero... es Gallard, mi señor. Q... quiero decir... ¿c... cómo no va a serlo? –tartamudeó el guerrero-. Lo encontramos en Gondor, el lugar en el que lo vimos hace varias noches..."
"¡Miren con cuidado, idiotas! ¡Sí, tiene el pelo rubio y es apuesto, pero no es Gallard! ¡Miren sus orejas puntiagudas! ¡Es un elfo! ¡Un elfo, por todos los cielos! ¡¿Qué voy a hacer con un elfo?!"
Solo el silencio siguió al discurso de Kalden. Los tres guerreros se miraron avergonzados al darse cuenta de que habían capturado a la persona incorrecta. Kalden alzó las manos, exasperado, maldiciendo de tal manera que hasta un orco se hubiera sonrojado.
Legolas no pudo evitar añadir sal a la herida.
"Qué ciudadanos tan 'amables' tienes, mi señor –dijo el elfo con sarcasmo-. Fui secuestrado mientras... uh... tomaba un baño, ocupándome de mis asuntos. ¿Tus 'inteligentes' guerreros cometen este error muy a menudo?"
Kalden se puso rígido y le lanzó una mirada asesina. Se acercó a Legolas y lo sujetó del cabello, haciéndole alzar la barbilla.
"Debo admitir que te pareces a él –afirmó Kalden mientras observaba su magnífico rostro-. Pero claramente no eres quien buscamos. Desafortunadamente, los errores ocurren. Supongo que tendré que arreglar eso."
"Bien –dijo Legolas, encogiéndose de hombros-. Disculpas aceptadas."
Milagrosamente, se las arregló para suprimir el odio creciente que sentía por la persona que le había causado tanto sufrimiento a su amigo. Si fuera una situación diferente, Kalden ya estaría muerto, con una flecha élfica atravesando su negro corazón.
Entonces añadió:
"Y ahora que no me necesitas me mandarás de vuelta a casa, ¿verdad?"
Incorrecto.
Kalden lo soltó y le gritó a los shraqs:
"¡Desháganse de él! ¡Tírenlo al mar! ¡Sigan buscando a Gallard, y no quiero errores esta vez!"
¡Ooooooh! Por dónde va esta historia. ¿Tirarán a Legolas al mar? ¿Se ahogará al rendirse al llamado del mar? ¿O alguien lo rescatará a tiempo?
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