Adele
El ardor que el alcohol ocasiona al pasar por mi garganta ya no surte efecto sobre la expresión de mi rostro. Hoy precisamente hace dos años, mi esposa nos abandonó a mí y a nuestra hija para huir lo suficientemente lejos hasta otra galaxia, en busca de "La Tierra Prometida".
Mi reticencia ante la labor de búsqueda e investigación nos separó. Yo era el líder de nuestra familia, yo era quien tenía el afán de encontrar ese lugar en el cual los pocos humanos que sobrevivimos a mil años de soledad y exposición a enfermedades desconocidas, pudiéramos subsistir y empezar de nuevo. Pero hasta ahora no se encontró nada, solo una recopilación de intentos fallidos, naves exploratorias perdidas, así como amigos perdidos. Tantas fallas me hicieron ver la importancia de lo poco que tenía, mi familia, las perdía a ella y a mi hija y decidí renunciar. Pero la felicidad duró poco, pues el trabajo investigativo de Adele empezó a dar resultados y entonces se convirtió en alguien tan obsesivo como lo fui yo.
Yo era el Comandante Grung, uno de los mejores líderes que ha guiado la nave Bonerg, en la que reside más del setenta por ciento de los humanos que quedamos con vida, y en la que moriremos todos, porque no hay forma de evitar las muertes tempranas y por ende la extinción. Ahora soy solo, David Grung, un simple obrero de datos del sistema de Bonerg. Y por ahora solo me interesa mi hija, tiene seis años y quiero hacer de su vida la mejor posible.
Me despido de los hilarantes y esperanzados compañeros de la taberna y me retiro.
Los pasillos oscuros del ala sur de la nave se me hacen largos. La vista al espacio bañado de cuerpos planetarios que orbitan inservibles y hechos pedazos, es majestuosa. Me giro para inspeccionar atrás pues siento que no soy el único admirando la visión que me ilumina pero solo recibo un fuerte golpe en la cabeza que me hace ver el rostro hermoso de Adele antes de ya no sentir nada.
Despierto sujeto a un asiento; un traje de explorador físico cubre mi cuerpo, el casco apenas me deja ver. Presiono inmediatamente el aclarador del cristal del casco. Sé dónde estoy, en el compartimiento de salida de una nave exploratoria. No entiendo por qué estoy aquí ni cómo llegué. Siete personas más me acompañan, no los conozco, pero todos parecen asustados.
Un salvaguarda instala los cascos en el resto de los tripulantes, quienes creo estamos todos contra nuestra voluntad.
—¿Qué estamos haciendo aquí? —Le pregunto. Me ignora; mi nivel de inquietud empieza a aumentar. Le insisto en que me responda. De pronto recuerdo a mi hija.
—¡¿Dónde está Idris, mi hija?! —Reclamo al desconocido—. Por favor, ella me estaría esperando ¡Oiga! —Le grito desesperado, necesito saber si ella está bien—. ¡Responda!
Un estremecimiento en la nave indica que se ha detenido.
—Bienvenidos.
Las compuertas se levantan y creyendo que estaríamos en alguna de las pequeñas naves en la que habita el resto de los humanos, me sorprendo al ver la textura del suelo mientras la puerta se abre paso para dejarnos ver el exterior.
Un calor se adentra a la nave, un calor que no concuerda con la arena blanca, parecida a la nieve que bien estudié en mis días como comandante; nunca encontramos nada parecido. Mi preocupación se transforma en absoluta curiosidad e incluso mi hija pasa a un segundo plano —aunque me avergüence admitirlo—, al ver el paisaje que se impone frente a nosotros.
Un cielo azul cubre el tope del lugar, a nuestra izquierda algún planeta inexplorado se deja ver en todo su esplendor, sus colores violeta y rojo indican la existencia de minerales tóxicos en él, por lo que aquí debe haber lo mismo. Sin embargo, una especie de bosque, con plantas de tamaños y colores desproporcionados comparados con los que estudié de la tierra, nos rodea y en definitiva tiene vida. Así que debe haber otras sustancias que permitan la vida.
El encendido de la nave nos saca del hipnotismo que nos tenía el lugar y nos apresuramos a subirnos de nuevo, ni siquiera noté que estábamos fuera de ella. El Salvaguarda nos detiene.
—Ustedes se quedan, representan la esperanza de la humanidad. El comandante Carvell los ha traído aquí como voluntarios para probar las condiciones de este planeta.
—¡¿Voluntarios?! Yo renuncié a esto, y en tantos años como Comandante jamás se obligó a un explorador a hacer nada de lo que no estuviese consciente. Además, tengo una hija ¡Por Dios! Ella me necesita —termino mi suplica, mientras el resto se muestra asustado y él solo ríe.
—Pues debe interesarte más el quedarte aquí —me dice—, tu pequeña Idris está por allí en algún lugar, esperando que su papi vaya en su rescate.
—¿Qué? No es posible —contesto con el corazón demasiado acelerado. ¿Debo creerle?
Mientras se cierra la compuerta escuchamos por el audio interno del traje: «Desconectando el oxígeno artificial en 3... 2... 1... —Van a matarnos aquí, verán en directo los efectos que ocasiona el ambiente de este ¡maldito planeta!—. Diez por ciento liberado...»
—¡No hagan esto! ¡Moriremos todos! —Le suplico.
Él solo se ríe, y dice por el audio interno antes de cerrarse por completo la compuerta:
—Bienvenidos al planeta Adele.
¿Qué? ¿Adele?
«... Sesenta por ciento de oxígeno liberado. Alerta...»
Los rostros confusos; la nave ya diminuta de lo que se ha alejado ¿Por qué se alejan? Y el planeta... El planeta Adele. ¿Qué diablos está pasando?
«... Oxígeno cien por ciento liberado.»
El vacío en el traje me ahoga, y sin importar lo que pase, mi instinto de sobrevivencia me insta a deshacerme del casco, lo cual hago, liberando mi cabeza. Una bocanada de aire entra hasta mis pulmones. Cayendo de rodillas sobre el suelo blanco, siento alivio. Miro mi alrededor y mi respiración ahora calmada me devuelve esperanzas que no sabía que tenía.
El planeta... es habitable.
***
Desafío n°1: En búsqueda de la Tierra Prometida
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