Tierra
"No hay sino una piedra, una sola manera de operar, un solo fuego, una sola manera de cocer, para llegar al blanco y al rojo, y todo se ejecuta en un solo vaso"
La lluvia roja caía sin piedad sobre las gastadas calles de la ciudad. Los agotados viajeros y los extenuados ciudadanos de la ciudad caminaban sin cesar por las intrincadas calles del laberinto como pequeñas ratas atrapadas en el interior buscando una forma de llegar al tan preciado queso. La analogía no se encuentra tan lejos de la realidad, la humanidad hacía siglos que se habían extinguido, ahogados en su propia gula y codicia luchando entre sí por los pocos restos que podían encontrar. La ciudad de Lincia era todo lo que quedo de la trifulca. Una ciudad que aun resiste al pasar de las eras, aunque sus agotadas y resquebrajadas murallas demostraban la edad con una facilidad pasmosa, cualquiera que observara las murallas de la ciudad se daría cuenta. La ciudad se encontraba plagada de semihumanos, animales antropomórficos evolucionados gracias a la libertad obtenida debido a la extinción de los humanos. Las especies evolucionaron y mejoraron hasta alcanzar la misma fase evolutiva que los humanos. Inteligencia, racionalidad, la rectitud típica de los animales bípedos. Aunque aún mantenían sus diferencias raciales, pelaje, garras, pico. La gente no se molestaba en perder su preciado tiempo con sus iguales y solían ignorar las llamadas de auxilio o los sollozos de los niños que, a menudo, resonaban entre las calles de la ciudad. No era para menos, la urbe se encontraba en un estado lamentable, la comida escaseaba y los pobres animales de los bajos fondos debían matarse a sangre fría por un misero currusco de pan. Nada de esto era nuevo o pilla por sorpresa a ninguno de los animales que transitaban la zona pobre de la ciudad. Era normal que en cualquier momento pudieras perder la vida a manos de un igual. Aunque, por suerte, hoy era día de lluvia de sangre. Un día sagrado para aquellos creyentes que, a diferencia de la creencia popular, alababan a la madre tierra creyendo que esa lluvia, podía ser la sangre de los demonios que atormentaban a los viandantes. Durante los días de lluvia roja, los animales rezaban o se mantenían callados en sus hogares, si eras un Chelix no tenías ningún derecho a mantenerte fuera de tu hogar. La ciudad completa se encontraba en silencio a excepción de una fila de animales encapuchados que portaban el símbolo de una gota roja en la espalda. El símbolo de sus espaldas parecía volverse más oscuro a medida que la lluvia empapaba sus atuendos, estos animales eran distintos, sus ojos estaban vendados, lo cual no parecía molestarles, y portaban enormes libros en sus manos. Las ventanas de los hogares se encontraban cerradas y protegidas con las persianas de madera, nadie se atrevía a observar a aquellos animales. La cultura general, famosa tanto por sus cuentos como por sus fantasías, creía que el culto de Razmín eran enviados de los cielos, nada más lejos de la realidad.
Lejos de la fila de animales un pequeño gato se encontraba en uno de los callejones. Su pelaje gris con mechones blancos destacaría entre toda la marabunta de animales que solían caminar por la ciudad, pero no solía ser así debido a la gran capa de mugre y suciedad que suele cubrirle opacando los colores vivos de su pelaje. Un pobre Chelix no tenía los lujos necesarios para permitirse una buena higiene. Los únicos momentos en los que el animal podía permitirse limpiarse un poco eran, precisamente, días de lluvia. Aunque la gente solía tener miedo del agua roja, el minino descubrió hace años que no era dañina ni toxica, únicamente agua sucia. su hermano le había enseñado bien, sabía sobrevivir con los pocos recursos que tenía y no se lamentaba de su situación, al menos eso quería creer. El gato era pequeño en cuanto a estatura y aun sería joven unos dieciséis años para los ojos de cualquiera que lo viera. Debería limpiarme esta roña, no creo sea bueno para mis heridas, podrían infectarse, pensó el joven minino mientras limpiaba su pelaje con el agua que caía. Nunca confíes en nadie Acenix, ni siquiera en mí, las palabras de su hermano rebotaban en su cabeza. Lo que suponía que era una frase para convertirlo en un animal fuerte y derecho. Acabó convirtiéndose en una realidad. Acenix únicamente tenía a su hermano, el que le enseño y cuido desde que tiene capacidad de recordar, queriéndole como si de su padre se tratara, el que no llego a conocer. Le enseño a mantener un perfil bajo y a "conseguir" lo que necesitaba. Era la vida que le había tocado vivir y no estaba desagradecido con ella, al fin y al cabo, tenía a su hermano. Una mañana, a la hora de despertar descubrió atónito como su hermano, la persona que le había cuidado y mantenido desde su niñez había desaparecido sin dejarle ni siquiera una nota. Lo único que le quedaba, era un trozo de tela, una bufanda de tela, que ni siquiera valdría para abrigar pero que le ayudaba a sentirse seguro. Después de su "baño" el felino camino hacia la única posada que podía permitirse con sus casi nulos ingresos, el barco chirriante, era gracioso ya que igual mucha pinta de barco el local no tenía, pero sí que chirriaba sin cesar. Al abrir la puerta lo primero que pudo escuchar fue los gritos del dueño del local, un enorme oso que le faltaba un ojo. Era robusto y grande fácilmente tres veces el tamaño de Acenix. Su pelaje negro y su ojo marrón eran el distintivo de ese lugar, junto a su característica áspera voz, que no dudaba en levantarla para llamar la atención de quien estuviera montando un alboroto.
- ¡Acenix! – gritó exuberantemente – aun me debes el dinero de este mes, como no lo tengas a final de mes te mando a la calle – hizo una pequeña pausa para tomar aliento – Y te quedan tres días.
Acenix estaba acostumbrado a las amenazas y berridos del animal, estaba deseando meterse en su habitación a simplemente esconderse y acurrucarse entre las mantas. Pero como le dijo su hermano La fachada es tan importante como el interior, no te busques enemigos por tener mala cara. Sonrió al oso y le hizo un pequeño gesto de agradecimiento con la cabeza.
- Lo se Grein. Tendrás el dinero a finales como cada mes. Sabes no puedo pagar hasta finales – mantenía la sonrisa más sincera que podía conseguir.
Acenix tenía facilidad para fingir sonrisas, lo llevaba haciendo desde que era un cachorro igual que la "carita dulce" para suplicar comida. El oso bufo con fuerza y le hizo un gesto para que se marchara. El gato volvió a saludar y se dispuso a ir a su habitación. El segundo piso tercera puesta a la derecha. Llevaba siendo su hogar en los últimos cuatro años, podía hacer el recorrido con los ojos cerrados. Las escaleras chirriaban con cada paso que daban como un quejido pidiendo a gritos que alguien las cuidara, aunque ese cuidado jamás llegaba, como todo en esta ciudad. Lentamente procurando hacer el mínimo ruido posible para no molestar al resto de inquilinos se dirigió a su habitación. Estaba agotado de callejear por la ciudad intentando encontrar algo valioso para pagar el alquiler. Cada vez se había vuelto más difícil, la gente cada vez era más pobre y el dinero costaba más sacarlo. Durante un instante se le ocurrió la alocada idea de robar en la zona rica de la ciudad, pero el mero hecho de pensarlo era un suicidio. Los Alquaa no eran demasiado amables y únicamente con ver a un Chelix cerca de sus casas es motivo suficiente para llamar a los soldados Eart. Y nadie en esta ciudad quería tenerlos cerca, su mera presencia indicaba problemas y unos muy serios para cualquier animal Chelix. Finalmente, después de estar sumido en sus propios pensamientos, llego al cuarto, lentamente metió su pata en el bolsillo del pantalón y con delicadeza retiro de este una pequeña llave de hierro. Suspiró pesadamente y tras unos segundos abrió la puerta de la habitación. Pequeño, mal oliente, desaliñado. Cualquier adjetivo negativo que se te viniera a la mente era poco para referirse a este cuarto. Suspiró pesadamente caminando en la pequeña habitación abuhardillada. Una pequeña cama y un escritorio era todo lo que adornaba la oscura instancia. Cada paso en el interior del cuarto era como pisar la cola de una rata, la madera crujía y chirriaba causándole molestia en su agudiza oído. Se lanzó a la cama deseoso de descansar. Los días de lluvia roja eran odiosos, pero lo que más le agotaba era la idea de tener que ir mañana a trabajar con ese idiota de Fren. Cuanto más lo pensaba, más ganas tenía de morirse solo para no ir con ese bastardo.
Fren era jefe de una pequeña banda de los barrios fondos, cuando algo olía mal Fren estaba cerca. Si alguien quería ganarse un nombre o ganar dinero, Fren era su animal. Acenix recordaba al animal, su pelaje gris, ojos marrones casi negros y su ropa desaliñada. Solía vestir intentando aparentar un hombre rico, pero a duras penas conseguía simplemente no parecer un vagabundo. Lo peor era el olor que desprendía. Ese asqueroso olor típico de un alfa, potente y asfixiante. Siempre que se enfadaba su aroma se intensificaba una mezcla de ceniza y carbón que se quedaba incrustado en lo más profundo de su ser. Acenix era un omega, y ni siquiera uno lo bastante importante como para que alguien se molestara en marcarlo. Por suerte aun era joven y su aroma de omega no era tan fuerte como pudiera ser en cualquier otro omega, el siempre pensó que era especial. Volvió a suspirar pesadamente mientras se giraba en la cama acostándose de lado, otro día más en esta ciudad, ¿algún día podre ver el mundo? Pensaba una y otra vez el pequeño minino tratando de conciliar el sueño, pero cuanto más lo intentaba menos lo lograba. Volvió a suspirar y miro la hora en su reloj, un reloj de bolsillo de color plateado. Lo único que aun mantenía de su hermano. Camuflado como un colgante al abrirlo el lado derecho del colgante mostraba el reloj. Con las manecillas moviéndose lentamente, en el lado contrario una fotografía era lo que podías encontrar y lo que más le reconfortaba. Una foto suya y de su hermano. Un recuerdo entre dulce y amargo que lo sentía en lo más profundo de su corazón como una puñalada que le recordaba la lección más importante de esta ciudad, Nunca confíes en nadie Acenix, ni siquiera en mí. Eran las siete y cuarto de la noche, si se dormía ahora se perdería la cena y era algo que Acenix no podía permitirse. Si se iba a reunir con Fren al día siguiente necesitaría fuerzas. Rebuscó entre sus bolsillos encontrando unas cuantas monedas de plata y dos de cobre. Al menos tenía suficiente para la cena. Después del trabajo con Fren esperaba tener al menos para el alquiler. Chasqueo la lengua y se levantó de la cama.
- Que asco... han pasado tres horas y no he podido ni dormir.
Refunfuñaba el felino estirándose. El tiempo solía pasársele volando mientras divagaba entre sus pensamientos. En ocasiones suele ignorar a la gente, no ha propósito, únicamente por pensar en cosas más importantes según su criterio. Nuevamente abajo, espero no haya mucha gente. Acenix bajo al comedor, para su suerte no había mucha gente algo que celebrar en este infierno, las lluvias rojas suelen hacer a la gente cauta y no salen de sus hogares o procuran volver pronto a ellos. Aunque para Acenix no dejaba de ser una sarta de tonterías. Saludo a Grein y tras pedir la cena, que solía consistir en una sopa aguada y alguna carne o verdura insípidas, se sentó en su mesa favorita la única lo suficiente apartada para que ninguno de los otros clientes quisiera acercarse. Mientras cenaba observo que su "suerte" le había abandonado ya que cruzo el umbral de la puerta un animal que no tenía ganas de ver. Una zarigüeya alta con una sonrisa malvada, y aquí llega el rico de Fren... dios que ganas de vomitar, pensó el pequeño felino, deseo que simplemente se fuera con algún animal que no fuera él, pero no había suerte, la zarigüeya se acercó y dándole la vuelta a la silla se sentó a horcajadas manteniendo una sonrisa maliciosa.
- Buenas noches gatita. Espero estes lista para lo de mañana – preguntó manteniendo su sonrisa malvada mientras estiraba suavemente un pequeño hilo de su camiseta.
- Si, claro señor Fren – mantenía su sonrisa pensando nada de líos, si quieres vivir.
El animal sonrió complacido con la respuesta, aunque de un momento a otro su sonrisa desapareció y su mirada se quedo fija en los ojos del felino. Eso solía incomodar a Acenix, no solía mirar a los ojos directamente ya que, como su hermano le enseñó, los animales prefieren a alguien sumiso, no lo seas, pero aparéntalo. Acenix tenía arraigadas en lo más profundo de su ser las lecciones de su hermano y gracias a eso a conseguido mantenerse con vida tantos años. Apartó su mirada mostrándose sumiso y Fren estaba complacido.- Recuerda cual es tu lugar, solo me interesas porque eres bueno convenciendo a la gente, tu don me complace.Mi don, pensó Acenix. Si tan solo supiera lo difícil que es administrarme "el don". Acenix desde que nació era capaz de ver en lo más profundo de su ser un pequeño brillo, lo que la llama "don". Él lo definiría como una pequeña montaña de arena de color verde claro. Es tan pequeño que es muy fácil gastarlo al usarlo con uno o dos animales y tardaría semanas en volver a acumularlo. Por eso no lo malgastaba y jamás lo usaba si no era absolutamente necesario. ¿Qué es mi "don"? se pregunta una y otra vez, pero siempre se quedaba sin respuesta ya que prefiere que nadie sepa de sus habilidades y que sigan sospechando que es solo su labia. Acenix suspiró bajo y asintió a las palabras de aquel animal.- Si esto sale bien, seremos absurdamente ricos. Ya lo veras – sonreía de nuevo levantándose de la silla- y por cierto... - desenfundó su cuchillo clavándolo en la mesa, aunque Acenix estaba acostumbrado y únicamente fingió asustarse – ¡como falles mandare que te violen y te maten!
Y otra amenaza para la colección, pensó para sus adentros. Sabía que si no iba con cuidado este sería su ultimo trabajo, pero, sinceramente, poco le importaba lo que pudiera sucederle, además, aún tenía su don y podría "convencer" a Fren de que le de otra oportunidad en caso de fallar. Terminó de cenar y se quedo un rato observando a la clientela del local la mayoría los reconocía de la cantidad de años que llevaba en el lugar. Algunos lo observaban a él a causa de los gritos y amenazas de Fren, todos lo conocían y sabían que no era buena idea meterse en sus asuntos lo que agradecía Acenix, así podía estar tranquilo. Mientras seguía mirando la posada observo a un animal encapuchado, no reconocía sus ropajes y no recordaba haberlo visto anteriormente. A diferencia de las ropas de la mayoría de los animales de esta zona, aquel animal estaba "limpio" dentro de lo que el barro y la lluvia permitía. Una chaqueta con capucha marrón, camiseta de franela blanca, pantalones de cuero ajustados y botas marrones para asegurar la pisada en este lugar. La curiosidad le estaba matando, pero sabía no es buena idea meterse en los asuntos de los demás. Pudo notar la mirada de aquel animal, unos ojos grises brillantes lo miraban fijamente y supo estaba cruzando la línea. Acenix aparto la mirada observando por la ventana. La curiosidad lo mataba por dentro así que volvió a mirar solo para darse cuenta de que el animal ya no estaba. ¿Quién sería? Se preguntó una y otra vez mientras caminaba hacía su cuarto. ¿Y si viene a por mí, o es alguien relacionado a Fren?. Las preguntas se le acumulaban en la cabeza y con su mala costumbre de sobre analizar las cosas se encontraba dando vueltas una y otra vez sobre el mismo tema.Finalmente se agoto de sus peleas mentales y tras quitarse sus gastadas botas y posar su bufanda y chaqueta en la silla de la habitación se dispuso a conciliar el sueño deseando que al día siguiente todo salga bien.
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