Sobrenombres
—Eres fan de Bukowski —me senté con ella a la hora del almuerzo, lo cual era como si estuviese al borde del suicidio.
—Soy fan de todo aquello que me haga sentir —ni siquiera me miró, tampoco comió la comida de su bandeja. Se dedicó a leer ese libro gigantesco sobre la segunda guerra mundial y esas cosas que se supone debíamos estudiar.
—Nadie sino tú.
Ahí fue, ahí si me miró.
—¿Cuál es tu teoría sobre mí, Pat? —se fue por la tangente, por supuesto.
—Amas la lectura de poemas —comencé.
—Claro está.
—Y...odias las mañanas.
—¿Eso es todo?
—También, uh... —tragué saliva cuando la observe. Jamás había apreciado sus ojos color miel, el cómo te pueden hacer sentir pequeño y vacío—...me llamo Patricio.
Ella medio sonrió y apartó la mirada.
—Es...es un nombre espantoso, lo sé.
—No lo es —habló tan pronto como termine de decir la oración.
—No me gusta, de todos modos. Por eso es que todo mundo me llama Pat. Como, Pat, un diminutivo de Patricio.
—Interesante, Pat.
—Si —me apresuré a terminar mi discurso cuando comenzó a recoger sus cosas, dispuesta a irse en cualquier minuto—. La mayoría de las personas tienen un sobrenombre ¿sabes? Como Ryan, a veces lo llamo solo Ry. O mi madre, se llama Leticia y sus amigas la llaman Leti. Loco ¿No es así?
Asintió y se levantó.
—Como tú, Penny. Te haces llamar así pero tu nombre completo es...
—Buen intento, Pat —pero después de recoger su libro y antes de marcharse, finalizó —. Y por cierto, amo las mañanas. Te equivocaste, otra vez.
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