Muerte
Pero cuando no asistió a clase de literatura por tercera vez, la busque ferozmente.
En el gimnasio, en la cafetería, en el teatro e incluso en la cancha de futbol.
Sentada en lo más alto de las gradas, con agua cayendo del cielo y la poca luz del día.
Ella ni siquiera me miro cuando me senté a su lado. Sin importarme que el agua me estuviese mojando el cabello.
Penélope ya estaba empapada.
—No voy a preguntarte si estás bien.
—No lo hagas —sus labios temblaron.
—Te perdiste la clase de literatura.
No respondió.
—Otra vez.
No respondió.
Y yo quise llorar.
—Mi abuela murió esta madrugada —habló, susurró.
No sabía mucho sobre la muerte.
Sabía que el dolor que deja a los vivos es terrible.
Pero Penélope no lloraba.
Estaba ida, sumergida en su dolor.
—Mi abuela decía que si lloras, tu corazón se deshidrata —tomé sus dedos con miedo—. Pero creo que tu corazón se está ahogando.
Ese día fue la primera vez que Penélope me abrazo tan fuerte que creí que me había roto.
Mas no me molestaba la idea de compartir mis pedazos con ella.
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