Millonario

—Tienes miedo —esa palabra estuvo rondando mucho en mi cabeza esa noche.

Fui a su casa, conocí a su madre y preparamos un picnic en su jardín.

Y a ella le gustaba mirar hacia el cielo, ahora que estaba despejado.

—¿Miedo? —cuestionó con extrañeza.

—De mí.

—Estás loco —se burló.

—¡No! Te estas volviendo como una de esas personas. Eres como una de esas personas, Penny.

Entonces me miro asustada. No sé si fue por el tono de mi voz o porque por primera vez desde hace ya un rato, la había llamado Penny.

—¿Qué personas? —se defendió.

—De las que hablaba Bukowski. Actúas como ellos, como si no te importara. Cuando en realidad sientes miedo. Miedo de mi ¿verdad?

No dijo nada.

No la miré.

Esa noche fui yo el que se mantuvo lejano a sus ojos.

El silencio nos cubrió por largo rato.

—No soy un poeta, lo he dicho antes. No me es fácil expresar mis sentimientos, tampoco a ti. Penny...Penny es una moneda. Un centavo, algo que...

—Algo que vale poco —susurró.

—Un centavo tiene diecinueve punto cero cinco milímetros de diámetro.

Agache la cabeza, arrancando un pedazo de césped.

—Se necesitan cien centavos para completar un dólar. Mil para diez dólares, o diez mil para cien dólares.

—Cien mil para mil dólares, eres un genio —Penny rió.

—Yo solo necesito uno.

Hubo un espacio de cinco segundos antes de que me atreviese a terminar la oración.

—Yo solo necesito a una Penny para sentirme millonario. 

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