Lo que todos buscamos

Como había supuesto Gregor, la familia Marsh ya no estaba. Según le contó la vecina que tenía bastante cercanía con Joseph, él la había perdido durante la noche de las sombras. También le remarcó que no hubo nada extraño en él durante los últimos días, es más, ayer creyó verlo más animado que de costumbre.

En su apartamento no halló nada más que un par de cajas polvorientas llenas de sus pertenencias; al parecer nunca las toco más de lo necesario desde que se mudó. Además, el suelo estaba lleno de pelos, seguramente de una mascota, pero ¿dónde se encontraba?

Por otro lado, y tal vez lo más importante hasta ahora, Gregor encontró una imagen de lo que parecía ser una iglesia, pero la fotografía estaba demasiado consumida por el fuego como para identificar cual era. Sin embargo, sobre el lugar en donde la encontró se hallaba lo que él creía era un mapa de pistas armado en la pared de la habitación de hotel, aunque todo estaba reducido a cenizas. El incendio había sido controlado específicamente para quemar sea lo que sea que había investigado Joseph.

Lamentablemente, y como ocurría cada noche, Gregor necesitaba descansar. Para eso tenía un banquillo en el antiguo bosque de la ciudad al que le hubiera encantado ponerle su nombre. Éste para nada se veía cómodo, pero las vistas al pequeño lago eran lo suficientemente maravillosas como para que Gregor se olvidara de que tenía un departamento. Además, al recostarse allí sentía las risas y las conversaciones de la gente que hace tan solo dos años se comulgaban en estos sitios para conocerse o divertirse.

Al amanecer, cuando la luz del sol iluminó su rostro, Gregor por fin despertó. Para haber dormido en un banquillo parecía haber dormido bien, aunque eso no era lo que decía su espalda y cuello. Pero no era algo físico lo que lo hizo dormir a gusto, fue un sueño.

Con la luz del sol a su favor, creía poder tener el coraje de entrar en su departamento y recoger algunas cosas, sin embargo, esa no fue su única razón. Tal vez nunca lo admitiría, pero él quería volver a ver el resplandor de aquel eco en su balcón. Una ilusión masoquista que lo llevaría de nuevo a un estado de depresión.

Sobre los ecos realmente se sabía muy poco: estaban los que creían que eran los espíritus de los desaparecidos atrapados en un bucle de sus últimos momentos en la tierra, sin embargo, otros aseguraban que eran un simple residuo que había dejado sea lo que sea que se los haya llevado. De ahí llamarlos ecos. Pero para Gregor ni siquiera existían; nos ignoraba completamente.

Durante el día era normal que la gente de la ciudad saliera, aunque no eran muy sociables. Cada persona que te cruzaras por la calle se vería idéntica a la que la siguiese 3 cuadras después, porque todas ellas tenían la misma mirada en su rostro: indiferente, pérdida y sin vida. Aquello que había sucedido realmente parecía un experimento social a gran escala que logró culminar las esperanzas de toda una ciudad. Sin embargo, no lo era, y eso lo hacía aún peor.

Cuando Gregor llegó a su departamento creyó ver a alguien en el balcón sobre él, pero simplemente había sido un recuerdo. Habían sido pocas las veces que se atrevió a entrar y, cuando lo hacía, procuraba que sea siempre de día y de no cruzarse con nadie. Corazón que no ve, corazón que no siente, recitaba. Pero no era a los demás a los que protegía, era a sí mismo.

Por dentro, las plantas y el moho iban ganando lugar en aquel departamento. Si fuese otra persona en vez de Gregor tal vez lo hubiera considerado más un jardín, pero él tenía muy bien grabado el lugar en su mente.

En la sala de estar colgaban unas enredaderas que se colaban directamente por el balcón. Las plantas que antes adornaban la casa desde sus macetas, ahora crecían peligrosamente ocupando parte de las paredes. Y el suelo, al menos en donde no había moho, apenas era distinguible con el del exterior.

Entre las cosas que buscaba Gregor no se hallaba ningún objeto, sin embargo, todas podían tomarse menos una. La primera no la vio, pero si la olio. Su olor impregnaba por completo la sala a pesar de estar en un simple frasco: el olor pertenecía a su hermana. El segundo era silencioso, aunque su mirada gritaba de alegría: la imagen de él junto a su hermana no tenía dueño, pero si lo tuviera sería el tiempo. El tercero y el único que se llevaría volaba libre sin idea de que estaba encerrado: la polilla morada junto con las flores que crecían en el departamento había entrado en el frasco de Gregor.

Si en aquel momento no se hubiera quedado fascinado con la nada tal vez podría haber evitado a su vecina cuando esta entró, pero si así fuera nunca habría sido testigo de la excepcionalidad de un nuevo evento: Bajo los rayos del sol de la mañana y a través de las enredaderas, un rostro familiar asomaba desde el balcón. Aquello no era como lo recordaba, es más, ni un eco podría verte directo a los ojos. Pero allí estaba su hermana, viéndolo a través del sucio cristal como si aún viviera. Como si aún existiera.

Cuando el momento de shock se le pasó, Gregor intentó buscar la lógica en aquella inusual situación, pero fue en vano. Incluso se examinó a sí mismo, comprobando que si seguía cuerdo. Entonces, aquello no había sido una ilusión, sino algo más. ¿Pero qué?

El feroz interrogatorio de Gregor asustó a su vecina. Tan solo preguntó si ella lo había visto, si aquello había sido real. Sin embargo, la desesperación en los ojos de Gregor eran notables, casi furiosos. La Sra. Hudson, su vecina desde que tenía memoria, por primera vez sintió miedo, pero no por ella, sino por Gregor.

El joven se ausentaba durante meses, casi lo consideraba desaparecido. Seguramente durmiera en la calle. Y ahora qué, ¿se drogaba? Aquella había sido una deducción aceptable por la Sra. Hudson, pero no del todo correcta. Por suerte, no creyó oportuno revelar esos pensamientos delante de Gregor.

Cuando por fin se dio cuenta de que la Sra. Hudson no había visto nada, los ojos de Gregor volvieron a apagarse, perdidos en el suelo mientras ella lo abrazaba y guiaba hasta el departamento vecino donde lo retendrían hasta que se calmase.

Por otro lado, Gregor ya tenía lo que necesitaba, incluso más. Sin embargo, pasaría las siguientes horas reviviendo un momento; una mirada.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top