Cómo desaparecer
Cuando las mentiras del Círculo sobre las muertes en Soledad llegaron a las demás ciudades, la farsa se convirtió en verdad. Según contaban en uno de sus comunicados oficiales, la conmoción vivida hace más de dos años que se llevó a media población habría vuelvo para hacer acto terror una vez más; pero ahora únicamente en Soledad.
Con un movimiento frío y calculador, pero fuera de toda base moral, el Círculo había podido encubrir aquello que tal vez lo destruiría. La masacre que habían causado, directa o indirectamente, de seguro los volvería a poner en el ojo del mundo. Por eso, aprovechándose de la desinformación exterior sobre la ciudad y la situación lograron ingeniar lo que sería su única salida.
Como si fuera arte del mismísimo destino, el hecho de que los fallecidos hayan sido corrompidos por almas errantes los dejaba como la excusa perfecta. Con los cadáveres casi irreconocibles por las marcas y el deterioro que les causo la corrupción, absolutamente nadie podría ratificar la causa de sus muertes, dejando abiertas todas las posibilidades para deshacerse de ellos y, si eran los suficientemente listo, posicionarse como los auténticos héroes.
El mismo día del atentado y sin la necesidad de pensarlo demasiado por parte de los altos mandos, el Círculo ya había logrado elaborar su plan: en primer lugar, estaban los cuerpos, pero como todo sucedió dentro de la fortaleza, el asunto estaba casi arreglado. En segundo lugar, estaba el impacto que tendría sobre la ciudad de Soledad. Sin embargo, los ciudadanos no se volverían un problema mientras el puente esté sellado; es más, esto les demostraría una valiosa lección. En el último lugar y en el que más tiempo tardaron en idear quedaba el asunto político en relación a las demás ciudades. A pesar de ser la única ciudad con autoridad militar, aún había fuerzas no reconocidas o secretas que operaban en varias ciudades. Por esa razón, descartaron la posibilidad de ocultarlo, ya que tarde o temprano se enterarían y era mejor adelantarse. Luego, se percataron de lo que habían estado ignorando frente a sus ojos: ellos no los mataron, fue la corrupción; las sombras.
Así, la idea sobre culpar a lo desconocido, a pesar de que no eran las intenciones, volvería a aterrar al mundo, dejando a las personas fuera de Soledad con el miedo de quién sería la siguiente.
Al momento de enterarse, muchas de las ciudades se apagaron, creyendo haber perdido una pelea que nunca pudieron combatir. Sin embargo, algo que nadie habría adivinado era que otras se levantarían aún con la esperanza de poder seguir buscando. En las calles de Fereld no fue diferente, mientras algunas personas se encerraban en sus casas y desaparecían para el mundo exterior, otras preparaban las calles para un desfile que se organizaría en los días siguientes con honor a los desaparecidos.
Observando el entusiasmo de las personas en las calles como a una viva aparición de un ángel, Morrigan se emocionaba desde los tejados. Ver aquello le recordaba la familiaridad de su hogar y la lealtad que compartía su comunidad; pero todo eso había terminado hace mucho. Cuando la ciudad comenzó a dividirse, su lealtad también y, aunque Morrigan no pertenecía a ningún bando, su deber con el Círculo la inclinaba hacia uno. Sin embargo, si en aquel momento hubiera conocido la verdad, era un hecho que su objetivo cambiaría.
Debajo de ella y entre las pequeñas multitudes en las calles, Gregor se escabullía torpemente. Ensordecido y abrumado por la cantidad de personas con historias ocultas tras una máscara de superación, no lograba ver ni percibir nada, dejándose llevar completamente por un instinto superior a él.
Mientras tanto, la sede de los Buscadores estaba más abarrotada que nunca. Desde su entrada hasta el último de sus cubículos en la 3er planta estaban colmados por entusiastas con deseos de contribuir en las absurdas búsquedas. Y a pesar de ser un avance gigantesco en la moral social, todo estaba basado en una mentira.
Cuando Gregor llegó a la puerta de los Buscadores guiado por su instinto, las voces en su cabeza habían callado. Sin embargo, otro problema surgía: entre los avisos de desaparecidos y las ayudas comunitarias pegadas en la pared se encontraba una horrorosa ilustración. Al inicio creyó ver un monstruo, pero luego se dio cuenta que se trataba de él. Su rostro, deformado por las marcas de la corrupción como si fuera una enorme mancha negra que pretendía consumirlo, lo transformaba en un ser de pesadillas, exteriorizando el último de sus temores. Pero a pesar de sentirse identificado con aquel monstruo, Gregor no se vio así al observarse en un reflejo, lo que suponía que aún le quedaba tiempo antes de convertirse en lo que más temía.
En la última planta del ayuntamiento, mientras el nuevo jefe de los Buscadores daba las nuevas directrices a los reclutados, los más veteranos repartían el periódico local a todo aquel que no lo haya visto para asegurarse de que observen la primera plana. Reaccionando con cara de espanto o enojo, los Buscadores desarrollaron un nuevo miedo ante un rostro humano, uno que se convertiría en un objetivo.
Sintiéndose un poco traicionado por su propio equipo, Gregor al final los comprendió. Ni siquiera Morrigan, una Anclada experimentada, pudo volver a confiar en él; mucho menos deberían hacerlo ellos. Y por más que esto lo dejara solo, a la deriva, por un sinuoso camino repleto de enemigos, está había sido su elección. No debía olvidar su meta.
Por otro lado, no tenía un lugar a donde ir, ni tan siquiera dormir sin que no lo conociera la ratonera. Necesitaba algo apartado, silencioso, con poco tránsito y donde nadie hiciera preguntas. Tras un momento, creyó tener el lugar ideal, pero, como todo, también era lo más peligroso.
No quedaba tiempo; pronto, las calles se convertirían en un río de lágrimas que desembocarían en Soledad, volviendo sus nuevas habilidades un pasaje hacia la locura. Si quería encontrar a Joseph y a las respuestas que se llevó, debía hacerlo rápido, o, en cambio, lo encontrarían a él.
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