Capítulo 5. Drama coreano

El 31 de marzo por la tarde, Frey llama a nuestra puerta. Aunque me encuentro cerca de la entrada, le hago esperar un rato antes de atender a su llamado. Cuando por fin abro, él está de pie con una sonrisa en el pasillo. Lo primero que pienso es que me gusta su atuendo, el azul de la sobrecamisa que lleva puesta le sienta realmente bien a su tono de piel. Rodeando el cuello lleva un tirante del cual cuelga una cámara, y su cadena plateada. Parece listo para marcharse, sin embargo, se ve obligado a esperar casi diez minutos en la sala a que Clary termine de hacerse el maquillaje. 

Ella aseguró que no participaría en la salida y mantuvo su posición hasta el último momento. Digo, me alegra que cambiara de opinión, pero siempre es la última en estar lista… ¡y mi paciencia va en decadencia!

—Lindo vestido —señala Frey, de pronto. 

Por supuesto que es un lindo vestido. Es divino, de estampado floral, hecho a la medida por las manos milagrosas de Olivia. No lo digo a menudo, pero me queda estupendo, el corte favorece a mi silueta y las copas fruncidas ofrecen una buena sujeción, así que agradezco el cumplido. 

Una vez Clarisa está lista, nos encontramos con los amigos de Frey y bajamos todos juntos al estacionamiento. 

—¿Me dejas manejar el Jeep? —dice Asher en dirección al dueño del vehículo.

—Ni hablar —se niega Parker—. Ahora no tengo presupuesto para reparaciones.

El rubio le mira con gran indignación, para después proceder a defender sus habilidades de manejo. 

Puesto que el Jeep de cuatro puertas color granito de Frey no cuenta con seis asientos y no quiere arriesgarse a ganarse una infracción por falta de cinturones de seguridad para todos, manda a Asher a hacerle compañía al muchacho del rostro estoico con el que choqué en la calle, cuyo nombre finalmente descubro —se llama Levon— y al que no parecemos agradarle mucho. Ambos se montan en un auto azul cobalto estacionado al lado.

A pesar de la mirada burlona de Olivia, no puedo negarme a subir cuando Frey abre la puerta del asiento del copiloto para mí porque sería una auténtica borderia hacerlo. Me pongo el cinturón mientras mi vecino va hacia el lado del conductor. Él abre la puerta, entra sin mucha prisa y se quita el tirante de la cámara del cuello.

—¿Me la cuidas? —pregunta en mi dirección. Asiento, recibiendo el dispositivo con cuidado.

Un momento después escucho el motor rugir al encenderse, el Jeep se pone en marcha. Frey conduce fuera del estacionamiento, con el auto azul siguiéndonos de cerca. A continuación, nos pregunta si nos importa que ponga música. Le incitamos a hacerlo, nada más para llevarnos una sorpresa al identificar la canción que comienza a sonar como Anti-Hero de Taylor Swift. 

—¿Te gusta Taylor? —le miro con entusiasmo incontenible. 

Sin una pizca de vergüenza, Frey dice: —Por supuesto, tiene una canción para todo, ¿no? Es icónica. —Asiente y procede a tararear la letra.

Qué maravilla. No a muchos chicos heterosexuales les gusta la música de Taylor, y a los que sí, no lo dicen en voz alta con tal seguridad.





Cuando pisamos el muelle de Santa Mónica, la madera bañada por el sol cruje bajo nuestros pies. El aire salado llena mis pulmones, mezclándose con el abrumador aroma de todas las opciones de comida poco saludable. Las gaviotas revolotean por encima de nuestras cabezas y sus estridentes gritos acentúan el murmullo de las animadas charlas de la gente y el traqueteo constante de los juegos.

Puesto que tengo la manía de imaginar escenarios catastróficos, poco probables, cien por ciento dignos de película de acción, no puedo evitar preguntarme qué pasaría si el muelle colapsa de pronto. Mientras evalúo quién sobreviviría al desastre y quien no, las chicas discuten, pues una quiere subirse a los carros chocones y otra a la montaña rusa en el Pacific Park. Como si no pudieran subir a ambos. Así es, dije pudieran. Verás, yo estoy dispuesta a divertirme en cualquier atracción del parque de diversiones… menos la montaña rusa que tanto llama la atención de Olivia.

Los carritos eléctricos parecen ser los más solicitados el día de hoy, tanto niños en vehículos pequeños como adultos en vehículos más grandes se divierten en la zona.

Olivia se apresura a apoderarse de un coche azul de respaldo alto, Clary se monta en uno verde, Asher en uno púrpura, Levon en uno naranja, a Frey le toca uno color rojo y yo tengo la suerte de montarme en uno rosa. 

Veo que Asher se frota las manos con una sonrisa maliciosa y, como soy la que está más cerca de él, no puedo evitar temer por mi vida. En realidad, dada mi posición poco ventajosa, voy a recibir la mayoría de los golpes en los primeros segundos. Estoy rodeada. 

Por supuesto, tengo razón. Asher acelera en mi dirección, chocamos de frente y los autos rebotan. Intento retroceder, pero alguien me choca por detrás y el rubio vuelve a cargar contra mí, le veo reír con ganas. Me doy cuenta de que no me lo voy a quitar fácilmente de encima cuando me persigue por la pista como Michael Myers a Laurie Strode en las películas de Halloween. Por suerte, Frey se apiada de mi alma y me quita a su amigo de encima. Ahora es Asher quien lucha por escapar de él. 

Después de los carritos, Olivia ruega que subamos a la montaña rusa, me gano varias miradas incrédulas al revelar mis nulas intenciones de subir a dicho juego mecánico. No voy a pagar quince dólares por una experiencia como esa. 

Como era de esperarse, más de uno intenta convencerme de subir. Me mantengo firme hasta que Frey se entromete, asegurando que será divertido y mencionando la impresionante vista de la playa que voy a perderme si no subo con ellos. 

—Los espero aquí —asiento tranquilamente—. ¿Te cuido la cámara?

Menea la cabeza y se quita los lentes, nada más para limpiarlos con el borde de su camisa. 

—No me digas que le temes a las alturas —dice Asher en tono burlón. 

No se trata de eso, estoy dispuesta a subir a la rueda de la fortuna, simplemente no me gustan las montañas rusas. Se lo explico, pero me lanza una mirada sospechosa. 

—Pero ¿qué le ha pasado a tu coraje de Gryffindor? —pregunta Frey, con una chispa de humor en los ojos. 

Mira, soy valiente en ciertos aspectos, por ejemplo: me encantan las películas de terror porque en realidad no me dan miedo y simplemente disfruto la historia. No me aterra mucho la oscuridad, podría incluso dormir en un cementerio, pero no tengo estómago para soportar ir a toda velocidad en un tren que no parece muy sólido en vías que suben y bajan, sobre un muelle que bien puede colapsar. 

Está bien, ya basta con eso. 

—¿Pueden darse prisa? —murmura Levon de mala gana—. La fila está creciendo. 

—No seas cobarde, Avy —me señala Olivia. 

—Sólo cierra los ojos y estarás bien —la sigue Clary. 

Me muerdo el labio, luchando contra una ola de pánico. Maldita sea, los odio a todos. Finalmente me rindo ante la presión. La anticipación empieza a crecer mientras pagamos y esperamos nuestro turno. Mi cuerpo se paraliza a la hora de entrar al tren, de pronto me descubro reconsiderando mi decisión. 

Veo que Levon y Asher se sientan juntos en los asientos delanteros de un vagón, y Olivia, con una sonrisa maliciosa, tira de Clary para que se siente a su lado justo detrás de ellos. 

Frey advierte mi estado y me ofrece una mano. Dudo por un momento antes de tomarla, sus dedos cálidos envuelven los míos con delicadeza. 

Maldito seas, larguirucho Parker.

Suelto su mano cuando nos sentamos en los últimos dos asientos del vagón y un miembro del personal se asegura de que estamos a salvo, después de eso, no transcurre mucho tiempo para que el tren comience a ascender. A quince metros sobre el muelle, las vistas panorámicas de la bahía de Los Ángeles me roban el aliento antes de caer en picada alrededor de la primera hélice. No cierro los ojos, y no parece importarme nada más al momento de buscar de nuevo la mano de mi vecino. Recorremos dos colinas que me revuelven el estómago antes de caer en la segunda hélice cerca de la rueda de la fortuna. Finalmente descendemos hasta la cubierta del muelle y regresamos a la estación. 

Vaya, lo hice. Y no fue tan malo como esperaba.

Me toma unos segundos darme cuenta de que sigo sujetando a Frey, pero cuando lo hago, suelto su mano de inmediato, para después abandonar el vagón e ir tras mis amigas, que tienen un nuevo objetivo en la mira: conseguir pastel de embudo. Sin embargo, los chicos, principalmente Asher, las convencen de subir a la noria antes de emprender la búsqueda del postre de masa frita. 

Justo cuando subimos a una de las góndolas de la rueda de la fortuna recuerdo que una vez vi una película en la que la noria se desprende y va por el muelle en dirección al océano. 

Qué bonito pensamiento.

Levon, Clary y yo nos sentamos juntos en el lado derecho del carruaje, Olivia, Asher y Frey toman el lado izquierdo. 

Me distraigo mirando las luces mientras la atracción va alcanzando poco a poco su límite de capacidad. Luego de un corto tiempo de espera, la rueda comienza a girar verticalmente. A medida que llegamos a la cima, la vista se torna cada más impresionante, pues el sol casi ha desaparecido dejando tras de sí un cielo entintado de tonos rosas y naranjas. 

De no ser por las quejas de Levon, nunca me habría dado cuenta de que Frey nos está haciendo fotos indiscretas. En el momento en que giro la cabeza para mirarle veo que el lente de la cámara está enfocado en mi. 

—Al menos, avisa —le digo nerviosamente, jamás me ha gustado que los demás me hagan fotos, especialmente sin advertencia previa. 

—Eso te daría tiempo de posar —dice como si nada, bajando la cámara—. Prefiero las fotografías espontáneas en momentos como este. 

A su lado, Olivia bufa: —¿Te refieres a esas fotos en las que la gente sale con los ojos cerrados, la boca abierta y la doble papada al descubierto?

Frey suelta una carcajada, su vista en la pantalla de la cámara, probablemente mirando su toma más reciente.

—Mira, Frey, que sí me has sacado una mala foto… —le advierto, achicando los ojos. 

—No te preocupes, Avril, te ves tan bonita como eres naturalmente —asegura, volviendo a mirarme.

¿Está siendo sarcástico o realmente cree que soy bonita? Bueno, si en algún punto de la vida le gusté, es porque físicamente soy atractiva para él. ¿O no?

—Entonces me veo terrible —bromeo, meneando la cabeza. 

—Ni que fueras Asher. Él es la persona menos fotogénica que he conocido en toda mi vida —afirma Parker, ganándose una mirada indignada del rubio, que se estira para darle un golpe en la cabeza.

Frey se queja, Asher infla el pecho, satisfecho consigo mismo, y dice: —No me importa, soy increíblemente atractivo en persona y eso es lo que cuenta.

—Qué modesto —comenta Levon, rodando los ojos. 

Asher no es feo, pero definitivamente Frey es más apuesto. 

—Ni que fueras Brad Pitt —lo reta Clary, el viento le alborota el cabello en el punto más alto de la atracción.

Asher sonríe, divertido. 

—No, me parezco más a Chris Hemsworth —asegura presumiendo su cabellera. 

—Chico… —le dice Olivia, a su lado—, tienes la realidad alterada. 





Como fue prometido, nada más bajamos de la rueda de la fortuna, la búsqueda por el pastel de embudo comienza. Lo cierto es que no nos toma mucho tiempo, pues varias tiendas venden el famoso postre. Nos detenemos en una heladería de fachada roja que definitivamente tengo que puntuar con cinco estrellas por su personal amable, servicio rápido y productos frescos. 

Andamos por el muelle mientras las chicas disfrutan el ansiado pastel y los demás engullimos los helados de piña con coco que nos recomendó el chico de la heladería. 

Por fin cómoda y relajada, recuerdo de repente para qué estoy aquí. Dije que iba a disculparme, pero ¿será este un buen momento para hacerlo? Echo un vistazo a Frey. Parece estar disfrutando escuchar a su amigo narrar los eventos de la última fiesta a la que asistieron, que él mismo organizó y de la cuál salió casi arrastrándose. Resulta que la culpable de la intrusión en mi apartamento es la ex-novia de Asher, ella rompió con él esa misma noche, luego de confesar que se había enamorado de alguien más. 

Diría que me siento mal por Asher, pero este jura que después de casi sufrir una intoxicación, ha reflexionado y llegado a la conclusión de que es más feliz estando soltero. Procede a burlarse de mí, diciendo que los amenacé con un cepillo de bambú cuando entraron por equivocación a mi sala. 

Todos, incluso el serio Levon, se ríen. 

Vaya, no quiero arruinarles el buen humor. Tal vez debería esperar y disculparme con Frey cuando estemos completamente solos. Sí, eso haré, de modo que ahora me limito a disfrutar mi helado. 

Olivia mantiene la conversación fluyendo al preguntar a los chicos a qué se dedican. Asher es el primero en tomar la palabra.

—Era el bajista de una banda en Sídney, pero me despidieron —relata, por el tono de su voz me doy cuenta que aún le entristece el hecho—. Luego intenté unirme a otra aquí en Los Ángeles, su bajista los dejó y estaban buscando uno desesperadamente, pero al final volvió, así que no conseguí el trabajo. Ahora doy clases de surf. —Da una mordida a su cono de helado, aparentando despreocupación.

El siguiente en hablar es Levon, quien comparte no sólo información sobre sí mismo, sino sobre Frey, asegurando que trabajan juntos. 

—Ah, ¿de verdad? ¿En dónde? —pregunto, pues me gana la curiosidad. 

Levon y Frey comparten una mirada. Tal vez estoy imaginando cosas, pero me parece que Parker le da a su amigo una advertencia silenciosa.

—En un club… —responde el moreno, mientras le observo elegir con cuidado su respuesta—, atendemos la barra.

—También trabajo en un estudio de baile —apunta Frey, noto un atisbo de orgullo en el tono de su voz. 

—¿Aún bailas? —digo, gratamente sorprendida. 

Si hay algo que le guste más a Frey que tocar la guitarra o hacer sus famosas fotos cándidas, es bailar. Hubo una época en la que sufrió acoso escolar por ello, y supongo que esa fue la principal razón por la que se unió al equipo de baloncesto. Sin duda alguna, me alegro de que nunca perdiera esa parte de sí mismo que prefería aprender una coreografía complicada antes que mantener la cabeza en el partido.

—¿Y tú? —Espero un momento a ver si bromea, pero al parecer se trata de una pregunta genuina. Lo dice en serio. 

—Yo no bailo —espeto, y las cejas de mi vecino se arquean con incredulidad. 

—¡Claro que sí! —Me desafía, una sonrisa traviesa adorna su rostro—. Éramos niños de teatro. Actuábamos, bailábamos y cantábamos, todo al mismo tiempo. 

Mentiras no ha dicho. Sí, participamos en varios musicales cuando estábamos en la escuela. 

—Pero jamás me gustó bailar, nunca fui buena —respondo a su desafío con nada más que la verdad—. Yo solo estaba ahí porque me gustaba actuar. 

—No mientas, Avril. 

—¡No estoy mintiendo! —exclamo, replicando a su petición de sinceridad. Si fuese buena bailarina, no me lo guardaría para mí misma como un talento secreto—. Yo soy actriz, no bailarina. El único que aparentemente es bueno en todo eres tú.

Él refuta mi acusación, asegurando que de ninguna manera es bueno en todo. Pero lo es, realmente lo es. 

—A ver, eres bailarín, cantas, tocas varios instrumentos… —uso los dedos para enlistar sus cualidades—, te gusta la fotografía y sé que eres bueno en ello, también eres bueno en deportes. 

Evitando mi mirada, menea la cabeza. No parece estar de acuerdo con lo que he dicho. 

—Por favor, eras capitán del equipo de baloncesto —le digo recelosa. Me parece inapropiada la humildad ahora—. Después de ver High School Musical, el espíritu de Troy Bolton te poseyó y jamás te soltó. 

—Qué graciosa —dice Frey con ironía, pero sé que quiere reírse porque tengo razón. 

—Si Frey era Troy, ¿tú eras Gabriella? —cuestiona Olivia, divertida. 

—Ah, no. No te confundas, yo era Sharpay.

—Claro que no —se ríe Clary. 

—Sí, lo era —asiente Frey, finalmente de acuerdo conmigo en algo—. Era muy mala.

¿Disculpa? Sharpay no era malvada. Era icónica, tenía dinero, belleza y estilo. De niña quería ser como ella. De hecho… aún me gustaría ser como ella en todos los sentidos, tal vez así podría triunfar. Es una lástima que no tenga un perro prodigio ni un interés amoroso guapo que sea aspirante a director de cine.

—Oigan, ¿quieren ir a una fiesta? —Cuestiona Asher, obteniendo una mirada reprobatoria de Levon. 

Las chicas y yo intercambiamos miradas escépticas, pero a Liv le ha picado la curiosidad, así que pregunta: 

—¿Qué tipo de fiesta?

—Del tipo con piscina gigante, DJ y un montón de gente desconocida —suspira Levon, sin una pizca de entusiasmo. 

Miro a Liv, ella se encoge de hombros, después miro a Clary, que hace lo mismo. Vaya, me han otorgado voluntariamente el privilegio de decidir. Eso no sucede muy a menudo. Usualmente, tomo decisiones sin consultar. 

¿Estamos de humor para asistir a una fiesta? Por sorprendente que parezca, yo lo estoy. Liv parece estarlo también, no puedo decir lo mismo de Clary, ella odia los lugares excesivamente ruidosos. 

Supongo que tendrá que soportar.





La casa es enorme, con una piscina que parece no tener fin. El sonido de la música y la cháchara de la gente cuyo propósito es ahogarse en alcohol y posar para fotos que probablemente se arrepientan de subir a redes nos envuelve mientras nos abrimos paso hacia…, en realidad no tengo idea de a dónde vamos. Sigo a los chicos entre la multitud.

Desde su cómoda posición en una tumbona cerca del jacuzzi, una mujer de rasgos llamativos en bañador púrpura advierte nuestra presencia. Agitando un brazo en el aire, grita el nombre de Levon, y después se levanta entusiasmada, viniendo a encontrarnos con una sonrisa. Saluda a los chicos con abrazos y besos al aire.

—Chicas, esta es Nia —dice Frey con tono agradable.

—Mi prima —murmura Levon, la mueca en su rostro no pasa desapercibida, al menos para mí. ¿Será que tienen una mala relación o él siempre tiene cara de disgusto? Tal vez ambas.

Tampoco pasa desapercibido para mis ojos curiosos que la mirada de Nia se detiene en Clary por más tiempo del necesario, ni como en sus ojos brilla el interés, o su sonrisa al estrechar la mano de mi amiga luego de saludarnos a Olivia y a mí. 

—Avril, he oído hablar mucho de ti. —Las palabras de Nia me hacen fruncir el ceño. Ha oído hablar de mí. Es curioso que ella sepa quién soy, pero hasta esta noche yo no sabía de su existencia.

—¿Cosas buenas o cosas malas? —Me aseguro de añadir un ligero tono desenfadado a mi voz para disfrazar la verdadera exigencia que constituye mi pregunta. Me gustaría mucho saber qué se ha dicho de mí.

Nia vacila un momento y echa una ojeada rápida a Frey. 

—Un poco de ambas. —Tuerzo el gesto ante la declaración. Vale, alguien ha estado hablando mal de mí. 

No tengo idea de qué responder a eso, así que me limito a sonreír.

La prima de Levon es rápida en ofrecernos cócteles y echar a un par de muchachos recostados en la hilera de tumbonas cerca de la piscina para que podamos sentarnos. Aunque digo que no varias veces, termino con una colorida bebida en la mano. No le doy ni un trago antes de ofrecérsela a Liv, quien acepta la copa de buena gana. 

—Avy, esto tiene vodka —comenta Olivia, gritando por encima de la música, luego de probar la bebida que le he cedido—. ¿Estás segura de que no quieres?

—¡Disfrútalo! 

Yo no bebo, por dos razones específicas: la mayoría de las bebidas alcohólicas tienen un sabor lo suficientemente desagradable como para hacerme vomitar, y tengo poca tolerancia. Estoy segura que dos cócteles bastarían para nublar mi juicio.

—¡Eh, Avril! ¿Quieres bailar? —No puedo decir que no estoy sorprendida porque lo estoy. 

Frey Parker me invita a bailar. Se ha puesto de pie, ha dejado a Levon al cuidado de su cámara, y me ofrece una mano. ¿Y quieres saber qué es muchísimo más sorprendente? Que la idea no me parece desagradable.

—Confía en mí, no quieres bailar conmigo —le advierto, conteniendo la risa nerviosa que amenaza con escapar de mi garganta. Evito a toda costa cruzar miradas con Olivia—. Te pisaré los pies. 

Frey se encoge de hombros, haciendo caso omiso a la advertencia que acabo de darle. 

—Puedo lidiar con un par de dedos magullados. —Esboza una sonrisa ladina, por lo tanto, dejo mi teléfono en la tumbona sobre mi bolso, y mi brazo se extiende en su dirección. Por segunda vez en el día, su cálida mano envuelve la mía mientras me arrastra hasta la pista de baile improvisada. 

Sobre aviso no hay engaño. Si mi falta de coordinación nos juega una mala pasada, no me hago responsable por daños al prójimo. 

Frey me hace girar y siento su mano en mi cintura. La respuesta de mi cuerpo al contacto es bastante extraña, primero experimento una oleada de sorpresa, después se me acelera el corazón y percibo un hormigueo en la piel. Pero, por alguna razón, no me aparto. 

Nuestros cuerpos se balancean al ritmo palpitante de la canción, como dos llamas brillantes en perfecta sincronía. 

Me siento aturdida y acalorada, el aire que ambos respiramos crepita con electricidad y chisporrotea como un cable en tensión cuando nos miramos. Las luces se reflejan en los ojos de Frey, haciéndolos brillar como estrellas oscuras. Estrellas que arden con una intensidad que me asusta. Sus manos se deslizan por mis brazos, dedos rozando mi piel como plumas. Un escalofrío me recorre de pies a cabeza al sentir la frialdad de sus anillos contra mí piel, la música parece vibrar en cada célula de mi cuerpo. Cierro los ojos, permitiéndole guiar mis movimientos como más le plazca. Me hace girar varias veces antes de quedarse quieto y sujetarme el mentón. Mis ojos se abren justo a tiempo para ver cómo su rostro rompe en una sonrisa.  

Inconscientemente —tal vez debería decir impulsivamente— le apartó un mechón de pelo oscuro de la frente y decido ignorar el hecho de que él baja la mirada a mis labios y sube lentamente por mi nariz antes de encontrarse con mis ojos nuevamente. 

Frey tiene un lunar cerca del ángulo de la mandíbula y otro debajo de la comisura derecha de sus labios. No sé por qué, pero miro fijamente ambos lunares, conteniendo a duras penas el impulso de tocarlos.

—Eres una mentirosa. —Me confunde el tono jovial con el que lanza la acusación y el hecho de que su pulgar acaricia mi barbilla con gentileza al mismo tiempo—. Tú sí bailas, Avril.

Ah, vaya. Pensé que se refería a otra cosa. Ya sabes, al hecho de que soy una maldita, perra traicionera. 

—Eres tú el que miente, yo soy un tronco. —Me sorprende tanto el tono juguetón con el que respondo como el hecho de que aún no le he dado un manotazo ni apartado su mano de mi rostro. 

Frey me mira como si estuviera loca. Para ser justos, probablemente lo estoy, pero nadie conoce mis carencias mejor que yo misma. Cualquiera puede bailar,  saltar y moverse desenfadadamente en una fiesta. Sin embargo, no todos pueden montarse a un escenario y presentar una coreografía ante un montón de desconocidos. A eso me refería yo cuando dije que no soy buena bailarina. Me hace falta coordinación.

—Me muero de sed —digo, de pronto siendo consciente de lo seca que tengo la garganta.

Él libera mi rostro de su agarre y se apresura a decir: —Deja que te traiga algo de beber. Ya vuelvo. 

Mi vecino desaparece entre la multitud, y me pierdo en un torbellino de pensamientos. ¿Por qué diablos acepté bailar con él y permití que dominara todos mis movimientos en la pista? ¿Por qué no lo aparté cuando me sujetó por el mentón o acarició mi barbilla? ¿Por qué me pulsan partes del cuerpo que no deberían estar pulsando? ¿Será que me drogaron y no me di cuenta? ¡Por supuesto que no! No he comido ni bebido nada desde que llegamos a la fiesta. 

Maldita sea, realmente no entiendo qué pasa conmigo.

Quizá debería sentarme.

Me retiro de la pista de baile, con la intención de volver a la tumbona y no moverme de ahí toda la noche, pero un muchacho castaño de sonrisa críptica me intercepta a mitad del camino. 

—Oye, ¿tienes calor? 

—¿Qué? 

—Te pregunté si tienes calor. 

Lo miro desconcertada, y cometo el error de asentir. 

—Eh, ¿sí? 

Su sonrisa se ensancha. 

—¡Ya la oyeron, chicos! ¡Al agua!

Lo siguiente que sé es que alguien —a quien ni siquiera percibí acercarse por detrás— me sujeta por las axilas, otro levanta mis pies, y juntos balancean mi cuerpo en dirección a la piscina.

La música ahoga el vergonzoso, sorprendentemente agudo grito que se me escapa al ser arrojada al agua. El pánico se apodera de mí mientras agito las extremidades sin control ni técnica. El agua se cierra sobre mi cabeza, siento que me hundo. 

Lleva las rodillas al pecho y levántate, dice una voz en mi cabeza, rodillas al pecho. Levántate. Pero me es imposible pararme porque mis pies no tocan el fondo. Joder, ¿qué tan profunda puede ser esta cosa? 

Como si no estuviera en serio peligro de ahogarme, mi cuerpo decide probar mi resistencia con un mareo. Maldita deficiencia de hierro, esta vez sí vas a matarme. 

¿No es este el momento donde un buen prospecto masculino salta al agua para salvarme, me da primeros auxilios y nos enamoramos épicamente? 

Lo es. 

Con un brazo debajo de mis piernas y el otro sosteniendo mi espalda, alguien me saca del agua. A mis ojos les cuesta enfocar el rostro de mi salvador. 

—Está bien, te tengo. —Frey me tranquiliza. Jadeando, me aferro a él con brazos temblorosos—. Está bien, tranquila.

Conmigo en brazos, Frey camina hacia las gradas. Clary y Olivia nos esperan de pie en el borde —donde descansan los lentes de Frey— con expresión angustiada. Veo que una no tiene los zapatos puestos y otra se ha quitado la chaqueta, como si hubieran estado a punto de lanzarse al agua a por mí. También noto que mucha gente nos está mirando, algunos incluso han sacado sus teléfonos para grabar el espectáculo.

—¿Qué coño pasa contigo, Ryan? —Oigo la voz de Asher, me toma un momento darme cuenta de que le habla al castaño de la sonrisa inquietante.

—Eh, que era una broma. Ella dijo que tenía calor —se defiende Ryan, alzando las manos en son de paz. 

La expresión de Frey se ensombrece, me deja sobre una tumbona y, con los ojos encendidos de ira, se vuelve en redondo. 

—Podría haberse ahogado, imbécil —alza la voz. 

La estúpida sonrisa de Ryan se evapora al darse cuenta de que Parker está verdaderamente enfadado.

—Lo lamento, hermano —se disculpa esta vez de verdad—. En serio. 

—Igual yo, hermano. —Con una sola mano, Frey lo empuja a la piscina. 

No puedo evitar reírme cuando Ryan maldice a mi vecino. Aparentemente, su teléfono se ha ido al agua con él y ahora descansa al fondo de la piscina. 

—¿Qué? —cuestiona Frey, esta vez es él quien alza las manos en son de paz—. Es una broma. Pensé que te gustaban. —Y recoge sus lentes del borde de la piscina.

El karma es mi novio, diría Taylor Swift.

Mi espíritu de venganza está más que satisfecho, aunque me gustaría haber sido yo quien lo empujara. 

—Nena, estás temblando —dice Nia en tono maternal. 

—Estoy bien —le aseguro, siendo testigo de cómo Ryan abandona la fiesta, echando humo por la nariz y maldiciones por la boca.

—Deja que te traiga ropa seca. ¿O prefieres un traje de baño? Tengo uno completamente nuevo…

—De verdad, no es necesario. 

Aunque me vendría bien un cambio de ropa porque la sensación de la tela mojada contra mí piel es bastante molesta.

—Pero claro que lo es… Venga, sígueme. 





Envuelta en una toalla, observo a Nia revolver en su armario por lo que parece una eternidad. Se empeña en prestarme un traje de baño mientras mi vestido pasa por la secadora, y como no estoy en posición de ponerme exigente, lo acepto. Pero le pido un par de pantalones cortos para cubrir toda la piel que pueda. 

Antes de abandonar su habitación, me detengo a mirar mi reflejo frente al espejo de cuerpo completo que descansa cerca de la puerta e inmediatamente me arrepiento de hacerlo. El top me queda ridículamente grande, parezco una niña pequeña usando el bañador de su madre. Debería haberle pedido a Nia una camiseta.

De vuelta a la fiesta, Frey —que también se ha cambiado de ropa y ahora lleva una musculosa negra y bermudas— es el primero en darse cuenta de la incomodidad que domina mis movimientos, quizá ve cómo uso los brazos para cubrirme el abdomen. O tal vez se fija en la manera en que me siento, inquieta, sobre la tumbona, limitando el contacto visual con todos a mi alrededor. 

—¿Estás bien? ¿Quieres irte? 

—No, estoy bien —respondo distraídamente. Él me mira con sospecha y no pasa un minuto antes de que se incliné hacia Asher, susurrando algo en su oído. El rubio se quita la chaqueta y Parker se encarga de cubrir mis hombros con ella. 

Esta es la parte en la que le doy las gracias a Shannon por criarlo como lo hizo. Aunque ahora mismo no aprecio lo que su caballerosidad evoca en mí. Definitivamente algo anda mal conmigo.

Para mi sorpresa, no es Clary quien nos insta a marcharnos, sino Levon. Casi tres horas después de vivir mi propio drama coreano, estamos de vuelta al complejo. Aún llevo puesto el bañador de Nia y la chaqueta de Asher. Mi vestido, ahora seco y con aroma floral, cuelga de mi brazo. Frey también carga la ropa que originalmente llevaba puesta y que la anfitriona de la fiesta tuvo la cortesía de lavar. 

—¿Sabían que la reina Isabel II nunca debió ser reina? —pregunta Olivia, medio borracha, usando a Asher como soporte para andar recto por el pasillo—. Su padre no era heredero al trono porque no era el hijo mayor de su familia. Pero acabó siendo la monarca británica que más tiempo ha gobernado.

Algunas personas son felices cuando se embriagan, otras lloran, pierden la vergüenza y el pudor, otros se ponen filosóficos…, Olivia, en su momento álgido, habla sobre Historia. Una vez tuvo una gran pelea con sus padres, se emborrachó, me llamó a las tres de la mañana, y la escuché hablar sobre el auge y la caída del imperio otomano hasta el amanecer.

—Uy, pero qué interesante —responde Asher, irónicamente, adentrándose al apartamento nada más Clary abre la puerta—. ¡Ay! Me has pisado, ¡cuidado con la silla! 

Frey y yo permanecemos en el corredor, observando cómo Asher, con Clary como guía, lleva a Olivia a su habitación.

—Dame la llave, Frey —masculla Levon. El de la cámara me avisa antes de rebuscar en los bolsillos de la chaqueta que llevo puesta por la llave de su apartamento. Permanezco completamente quieta hasta que la encuentra y se la entrega a su amigo. 

Levon se da media vuelta sin dedicarme más que una mirada.

—La gente normal se despide, Lev —observa Parker, algo molesto por la actitud de su compañero de piso. 

El primo de Nia no responde, desaparece en el interior del apartamento 309 y deja la puerta abierta para los otros. 

—Creo que no le caemos muy bien. —Por fin me atrevo a decirlo. 

—No te lo tomes a pecho. A Levon no le gusta ni su propia existencia.

Se me escapa una carcajada, después un largo bostezo. Estoy que me muero de sueño, no quiero ni pensar en mi rutina de noche. 

—¡Avril Lavigne! —Doy un respingo cuando Asher me planta un beso en la mejilla—. Tu querida amiga se encuentra sana y salva en su habitación, así que paso a retirarme. Buenas noches, buen sueño, buenas vibraciones, y cuídate del fantasma que hay en tu sala.

El rubio se marcha tarareando una melodía desconocida. Vaya, solía creer que las chicas y yo éramos extrañas, pero los amigos de Frey manejan otro nivel de rareza. 

—Buenas noches, Stitch. 

Sufro una parálisis momentánea. 

Stitch.

Solía llamarme así cuando aún éramos amigos, ¡y lo odiaba como no tienes idea! No me malinterpretes, me gusta el personaje, pero hazme el favor. Como quiera, esta vez sonrío al oírselo decir.

—Buenas noches, Frey. 

Entro al apartamento y estoy a punto de cerrar la puerta cuando me detiene con urgencia. 

—¡Espera, espera, espera!

—¿Qué? 

Frey levanta un puño cerrado, alargando el brazo en mi dirección. 

—Nudillos. 

Un choque de nudillos. Así nos saludábamos y despedíamos antes.

En el momento en que nuestras miradas se encuentran, no veo al hombre que está de pie frente a mí con el puño extendido, sino al niño con el que crecí: un niño tierno, de mejillas regordetas, al que le faltaban dientes y le sobraba energía. Ese niño me sonríe ampliamente. Entenderás que estoy obligada a responder. 

Al rostro de Frey aflora una mueca de satisfacción, y finalmente se marcha. 

Tras asegurarme de cerrar bien la puerta, voy directa al baño. No puedo irme a la cama sin tomar una ducha luego de exponerme al agua de una piscina ajena. El agua tibia me relaja los músculos mientras lavo bien mi cuero cabelludo. Terminado el baño rápido, me envuelvo en mi bata favorita, busco la pijama más cómoda de mi armario y peino mi cabello antes de proceder al secado. Después me cepillo los dientes perezosamente e hidrato mi piel. Sinceramente, no tengo la energía ni las ganas de hacer nada más, así que me voy a la cama. Acabo de cerrar los ojos cuando me suena el teléfono. Ignoro la llamada, por supuesto, pero sigue sonando insistente.

Veo que se trata de un número desconocido.

—¿Hola? —Me acerco el teléfono a la oreja. 

Nadie responde al otro lado de la línea, así que estoy a punto de colgar, pero de pronto una voz familiar pronuncia mi nombre.

—Avril, hola. Soy Xavier. —Su voz es como un puñetazo en el estómago—. Sé que si no respondiste mis mensajes es porque no quieres hablar… Escucha, sé que no debería llamarte, pero de verdad necesito verte… 

Hoy no, Voldemort. A pesar de que me han tirado a una piscina, hoy he tenido un día estupendo. Cuelgo la llamada sin pronunciar una sola palabra. 

¡Gracias por leer! 
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