Capítulo 9

Mikhail


—¡Oh, joder! ¡Sí, Mikhail, dame más duro! —exige Rodrigo mientras lo penetro con energía y él se va masturbando.

Le encanta estar bocarriba, al borde de la cama y conmigo en pie dándole con fuerza mientras sostengo sus piernas elevadas y separadas.

Ha tardado un mes en cobrarse el favor del museo, lo que me recuerda que hace un mes que me despedí de Adán y no lo he vuelto a ver.

Idiota de mí; no debería pensar en él, y menos trabajando, aunque, después de tantos años, echar un polvo es tan mecánico que puedo estar haciendo la lista de la compra mentalmente y no bajar el ritmo, sin contar que también hay alguna que otra ayuda química a ciertas horas y ciertos días, que soy humano y ya no tengo veinte años.

—¡Más rápido! —exclama, acelerando el vaivén de la mano con la que envuelve su erección—. Joder... ¡Más fuerte!

Me saca de mis pensamientos; cada vez me cansa más la realidad.

—¿Así? —le pregunto al incrementar el ritmo de las embestidas.

—Sí... sí...

—¿Te gusta?

—¡Sí! ¡Oh, sí!

—Pues córrete —pido, y no porque me ponga, es porque así acabará, podré acabar yo, y ambos nos iremos a casa—. Vamos, quiero ver cómo te corres.

—Oh, Mikhail... Mm... Tú... también... Acaba...

Su cuerpo se tensa. Entre los dedos se le escurre el esperma como se le escapa un gruñido entre los labios.

Sigo moviéndome, saliendo y entrando con prisas hasta que siento que llego al clímax; embisto con fuerza y me detengo, hasta que acabo.

Saco el miembro y dejo las piernas de Rodrigo con cuidado. Él se mueve, acomodándose en la cama con la respiración alterada. Yo, sin mucha demora, me meto en el baño.

—¿Por qué me da la impresión de que vas con prisas? —pregunta desde la cama cuando recupera el aliento.

—No lo sé —respondo con bastante indiferencia—. Precisamente, en esta profesión lo último que se tienen son prisas.

Tras quitarme el preservativo y tirarlo a la papelera, me meto en la ducha. Salgo rápido; no tengo más citas, así que tengo ganas de llegar a casa, donde me daré un baño relajante de verdad.

Rodrigo me mira con interés cuando salgo.

—¿Qué? —pregunto extrañado por su mirar.

—¿Has vuelto a quedar con aquel «conocido tan especial»? —indaga con tono prepotente.

—Lo siento, pero eso no es asunto de nadie —respondo con una sonrisa encantadora, luchando por no mostrar lo mucho que me irrita que se meta en mi vida.

—Y... ¿se puede saber qué hay que hacer para que te tomes tantas molestias por un cliente? Porque seguro que eso es lo que era —prosigue con ese tono que me está crispando—. Por mí nunca has tenido que pedir favores.

—Porque, que yo sepa, para follar sólo necesitamos una habitación —sentencio con tono serio, dejando ver que la conversación no me está gustando.

—¿Así que a ese no te lo follas? Vaya...

—Repito: no es asunto tuyo —digo mientras me visto—. Y no hay nada que haga a un cliente especial —mentí, porque, obviamente, Adán lo era por el hecho de no buscar lo que todos buscan.

—Pues, si eso es así, pide algún favor por mí.

Sonrío con escarnio.

—No me hagas repetir más las cosas.

—Ya, para follar sólo necesitamos una habitación, ¿no?

—El pago, por favor —pido con intención de zanjar la conversación.

—Tenía razón; vas con prisas. —Se levanta de la cama, coge su americana y saca el dinero, que me tiende junto con una sonrisa chulesca.

—Gracias —digo al aceptarlo.

—Nos veremos pronto —indica con tono coqueto, acercándose para llevar sus manos a mis posaderas—. Aunque... podría pagarte un poco más si te quedas.

—Lo siento, pero tengo una agenda que respetar.

—Qué lástima... Pues hasta pronto. —Hace el intento de besarme, pero me aparto.

—Nada de eso, ya lo sabes —digo más molesto de lo que suelo mostrar ante un cliente.

—Odio esa norma que tienes de no besar —protesta, apartándose para sentarse en la cama.

—Buenas noches. —No espero a su respuesta; me voy cansado de él.

«Capullo», me digo con enfado. Me molesta mucho que los clientes se comporten como si fuera de su propiedad; me pagan por echar un polvo, pero sigo siendo una persona y no le pertenezco a nadie.

También me ha molestado que me haya hecho ver la diferencia tan abismal que hay entre un cliente como él y otro como Adán.

«La estás cagando», me reprocho; «Déjate de tonterías. El trabajo es lo que importa», pienso con pesar, porque yo mismo me estoy diciendo que no hay nada más, pero ¿es que no tengo derecho a una vida de pareja? Que la vida me haya llevado a este destino no significa que vaya a morir solo, ¿no? Cada día me siento más cansado, y demasiado mayor para seguir así. Quiero sentar la cabeza, estar con un buen hombre y dedicarme a él para hacerle feliz.

Llego a casa, lleno la bañera e intento relajarme, pero no lo consigo. Tras estar en remojo un rato, decido ir a mi segundo hogar, porque necesito desahogarme con la única persona que me entiende y me escucha.

A estas horas, La vie en Rose está bastante lleno; hay una actuación de cabaré digna de los mejores teatros, y las mesas están todas ocupadas, como la barra, así que Mama Rose me lleva a su despacho para que estemos tranquilos.

Todo está forrado de rosa y dorado, así que siempre me siento como si estuviera dentro de una casa de muñecas un tanto cursi.

—¿Qué te pasa ahora? —pregunta, sabiendo que algo no anda bien.

Sirve dos copas de champán, y me tiende la mía antes de que me acomode en el sofá biplaza; ella se sienta en el butacón de enfrente.

—Empieza a darme pereza trabajar —suspiro con cansancio.

—Ay, cielo, pues tómate un descanso. Creo que no te he visto de vacaciones en la vida.

—¿Será porque nunca he cogido vacaciones? —bromeo sin ganas.

—Pues ya sería hora, ¿no crees?

—Claro, y perder a más clientes... No, gracias, la edad ya me está encogiendo bastante la agenda.

—Últimamente me preocupas mucho.

—¿Por?

—Pareces apagado; mi Misha siempre ha resplandecido, pero ahora... —Me escruta con la mirada, y yo sólo puedo bajar la mía, porque no sé qué decirle—. Necesitas un descanso; si la cabeza te pide detenerte, hazle caso, porque ignorar al cuerpo acarrea problemas de salud.

—Aún no puedo.

—Pero ¿cómo es posible? Llevas años ahorrando.

—Porque cuando he logrado pagar una deuda, ha salido otra —suspiró con resignación y lamento.

—Es tremendo que sigas así después de tantos años. Deja que te ayude de una vez.

—De eso nada; lo que me faltaba era deberte dinero a ti.

—Tómalo como un regalo.

—Gracias, pero no puedo; ya me has dado mucho.

Mama Rose me mira con preocupación, aunque no quiere insistir por no hurgar más en mis pesares; lo sé bien, porque son muchos años de charlas.

—Y... ¿qué harás? —pregunta tras el corto silencio.

—Seguiré trabajando un tiempo más.

—No me quiero meter, pero ¿este cambio es por ese hombre?

Dejo escapar una risa de escarnio; quiero negarle lo que no puedo ocultar.

—Adán no tiene nada que ver; si llevo un mes sin saber de él.

—No digo que sea por él en concreto.

—¿Entonces?

—Creo que es lo que él ha despertado en ti; quieres tener una vida de pareja normal y sentar la cabeza.

—Ya, bueno, pero ¿qué puedo hacer? A mi edad, sin currículo, sin una carrera acabada... No sé hacer nada más.

—Aquí siempre tendrás un hueco, ya lo sabes.

—Lo sé, lo sé —respondo agradecido, pero desesperado—. Y sabes que te adoro, y que me encantaría trabajar aquí, pero lo que me puedes pagar por hora no tiene nada que ver con lo que me saco en estos momentos, y lo necesito.

—Por lo menos, tómalo con más calma, por favor. No quiero verte enfermar.

—Te lo prometo —digo con cariño, dedicándole una sonrisa tierna.

—Por cierto... Creo que te he encontrado un cliente nuevo.

—¿A sí?

—Le enseñé tu perfil, aunque...

—¿Qué? No me digas que este cuerpazo no lo ha enamorado —bromeo risueño, intentando mostrarme más animado.

—No, él parecía encantado, pero yo... Esas fotos tienen ya unos cuantos años, cielo, deberías actualizarlas; eres un maduro muy atractivo.

—Dios, eres peor que mi madre. —Río divertido—. Como normalmente tengo ya los clientes bastante fijos, ni había pensado en ello.

—Pues deberías, que estás cada día más guapo.

—Vale... Ya lo haré.

—No, lo dejarás pasar, así que me he encargado de buscar a alguien que te haga fotos nuevas.

—Oh, no... —protesto con pereza.

—Oh, sí. No me seas quejica, que no te sienta bien el ceño fruncido. Por aquí pasa un hombre muy majo que me ha recomendado a alguien con mucho talento.

Suspiro resignado.

—Y... ¿si no voy...?

—Te niego la entrada al local durante un mes —sentencia con esa fuerza que sólo una madre ejerce con pocas palabras.

—Pues nada, iré a la cita.

—Claro que lo harás. —Sonríe satisfecha—. Te mando luego la ubicación y la hora.

—Será el domingo, espero.

—Obviamente. Y ahora... ¿por qué no vas a tomar algo mientras ves el espectáculo? Así desconectas un rato.

—Me temo que hoy tengo más ganas de descansar.

Me bebo el culo de champán que me queda en la copa y la dejo en la mesa de centro. Me pongo en pie y ella me sigue.

—Pues otra vez será.

—Como siempre. —Sonrío con cariño.

Nos abrazamos antes de despedirnos.

Salgo sintiéndome más ligero; hablar con Mama Rose es un desahogo. Sus consejos siempre son lo que necesito, aunque me cuesta hacerle caso si se trata del trabajo; tengo demasiado miedo de verme sin ingresos.

Cuando llego a casa, miro el teléfono personal. Mama Rose ya me ha mandado toda la información. Voy a perder un domingo por renovar unas malditas fotos, pero no puedo negarme; le debo tanto...

Tampoco puedo evitar pensar en Adán una vez más cuando ya estoy en la cama. Me gustaría verlo. Todo mi mundo ha sido el trabajo. Todas mis relaciones sociales han sido clientes, quitando a Mama Rose. Y, sí, soy consciente de que Adán es un cliente, pero nunca lo fue por voluntad propia, ni siquiera cuando me llamó; la tristeza y la soledad nos empujan a hacer cosas que no haríamos de no estar desesperados.

—Algún día encontraré a alguien que vea más allá de mi trabajo, ¿no? —suspiro antes de abrazarme a la almohada—. Pero ¿quién querría estar con un hombre como yo?

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top