Capítulo 78

Adán


Mikhail me ha llevado a casa. Se ha ido a por el café y el desayuno. No me apetece nada, pero hace lo que quiere. Mientras vuelve, me pongo a trabajar.

Realmente me sentí muy mal en el estudio. Me duele muchísimo que André me haya jodido tanto. Amo mi profesión y amo al equipo con el que trabajo, aun así, parece que no es suficiente.

—Amor —me llama Mikhail cuando entra—, ¿dejas eso o desayunas trabajando?

—Prefiero trabajar —respondo seco.

Deja los cafés y un par de bolsas de papel sobre la mesa. Se acuclilla a mi lado, apoyando la barbilla en mi pierna.

—Perdóname —musita con pesar—. Me he entrometido en tu trabajo, y se podría decir que te he obligado a coger vacaciones.

—Da igual.

—Sé que estás molesto. —Me mira con pesar, algo que también me duele—. Lola y yo estamos preocupados. No te gusta, pero te queremos y no podemos mirar a otro lado.

—Lo sé.

—Si estás enfadado, dímelo. No tienes que guardártelo.

—La verdad es que sí, que estoy muy cabreado, pero no es con vosotros.

—¿Entonces?

—Me he enfadado conmigo. No consigo controlarme, y es desesperante pensar que André sigue jodiéndome la vida.

—Cambiaremos eso.

—¿Crees que dos estúpidas semanas de vacaciones van a servir de algo?

—Sí, lo creo. Primero: tendrás más tiempo para buscar ayuda profesional. Segundo: vas a desconectar; nos iremos a algún sitio tranquilo, haremos turismo, visitaremos museos..., lo que sea, todo para centrarnos en el ahora. Y, tercero: te dará tiempo para que ordenes mejor tus pensamientos.

—Ojalá sea así. Yo sólo siento que no controlo nada, que mi vida está dejando de ser mía.

—Pues vamos a coger de nuevo las riendas. Te aseguro que esa sensación la conozco bien.

—¿Y se va?

—Sí, se fue cuando hice un cambio; dejé un trabajo que no deseaba y empecé una relación con un hombre que me tiene locamente enamorado.

—Entonces..., ¿dejo el trabajo?

—No, amor; lo que me funcionó a mí no tiene que servirte a ti. Lo que quiero decir es que, cambiando lo que nos afecta, podemos volver a reconectar con nosotros mismos.

—Pensé que, si volvía a trabajar, a vivir solo y a retomar la rutina, todo iría mejor.

—No era mala idea, pero creo que necesitabas descansar antes. Y es lo que vamos a probar.

—¿Y si no funciona?

—Pues buscaremos otra solución. No nos rendiremos.

—Te estoy dando muchos dolores de cabeza.

—Ni mucho menos. A mí lo que me das es todo lo que quiero. Si me amas, apoyas, escuchas, estás a mi lado..., yo no necesito nada más.

—Comerte todos mis marrones, dudo que fuera algo que esperaras o quisieras.

—¿Recuerdas cuantas veces he dudado de que no te importe mi pasado?

—Sí.

—Tú no has dejado de decir que sólo te importo yo. Pues digo exactamente lo mismo. Si te encuentras mal, si estás triste o lo que sea, no me molestará. Te voy a querer igual.

Suspiro. Quiero creer en él. No puedo dejar que todo esto me supere, porque no quiero perder a Mikhail; él me hace muy feliz, y yo quiero hacerle feliz a él.

—Ven —pido, dándome un par de palmadas en la pierna.

Mikhail sonríe con amor, se levanta y se sienta sobre mí. Nos damos todos los besos que queremos, porque no nos ponemos límite a la hora de querernos.

Pero, como si el teléfono odiara vernos así, suena una llamada, rompiendo el momento.

—Empiezo a odiar a estos cacharros —bufa, poniendo morritos como un niño a punto de hacer una maldad.

—Te entiendo.

Sin dejar que Mikhail se quite de encima, respondo.

—«Hola, Adán» —saluda Amancio—. «¿Te vendría bien pasarte por aquí para firmar lo de la casa?».

—¿Hoy?

—«Sí. Vente a comer si quieres, así podemos comentar los papeles con calma».

—Es que...

—«Si estás con tu pareja, ven con él. Eloísa no estará, así que estaremos menos tensos».

—Le pregunto. Un momento, por favor. —Aparto el teléfono y me dirijo a Mikhail—. Es Amancio, para que vaya a firmar lo de la casa. ¿Quieres venir? Nos invita a comer.

—Claro.

Vuelvo a la llamada.

—Está bien, iremos.

—«Pues nos vemos a las dos».

Nos despedimos y cuelgo.

—Qué pereza me da esto —gruño cansado.

—Bueno, piensa que, una vez esté hecho, ya nunca más te va a molestar.

—Eso sí. Y Eloísa no estará, así que no habrá malas energías.

—Me alegro. Menuda mujer...

—Creo que nos toca desayunar, ¿no? El café se está enfriando.

—Sí, porque, a este paso, no avanzarás nada con el trabajo, y en vacaciones va a estar prohibido tocar el ordenador.

Mikhail se acomoda a mi lado y nos ponemos a desayunar con calma. Hablamos de los planes para esas dos semanas. Como yo prefiero dejarme llevar, le doy vía libre para que piense en el destino y lo que quiere hacer.

Después de la charla, vuelvo al trabajo y él se va. Quiere volver a casa, hacer su rutina de ejercicios, ducharse y volver para ir a comer. Así que no lo veo hasta el mediodía.

Llegamos puntuales a casa de Amancio. Primero comemos, charlando un poco de todo y nada, luego nos vamos al salón. Nos sirven el café mientras esperamos al notario, que no tarda mucho en venir. Lee los papeles. No es que le esté poniendo mucha atención, pero hay algo que me hace reaccionar.

—E-espera, eso no está bien.

—¿El qué? —pregunta el hombre.

—El precio.

—Sí lo está —confirma Amancio—. Sé que querías sólo el dinero que necesitabas, pero no me parece justo.

—No quiero lo que vale.

—Lo quieras o no, voy a darte su valor. Durante años, has cargado con lo que te hizo Borja, carga que podríamos haberte evitado.

—Va-vale. Mira, entiendo que te sientas culpable, pero no...

—Adán, por favor. —Me mira muy serio, y veo que no dará su brazo a torcer—. Yo entiendo que ese dinero no te devolverá lo perdido, pero ¿sabes qué hará?

—No.

—Asegurarte el futuro. Si un día decides casarte, tener familia, mudarte... Que duela lo que este dinero representa, no significa que no pueda darte un día la felicidad que te mereces.

Bajo la mirada. ¿Casarme? Ni lo había pensado. Después del chasco con Borja, tengo pocas ganas de repetir, pero, cuando Mikhail coge mi mano, caigo en que no puedo darles la espalda a todas las opciones, porque él también tiene sus sueños, y no puedo decidir unilateralmente.

—Creo que la idea no es mala —indica Mikhail, lo que me tensa al pensar que quiere casarse—. Pero nosotros no necesitamos el dinero, así que podemos pensar en otra cosa.

—¿En qué? —pregunto, mirándolo extrañado.

—Bueno, lo de usar ese dinero para el futuro es justo lo que puedes hacer, pero para el de José.

Me da en todo el corazón.

—¿José tiene un hijo? —pregunta Amancio.

—Todavía no —responde Mikhail, porque ve que yo me he quedado mudo—, pero sí en unos meses.

—Es una noticia estupenda, aunque...

—Sí, el momento es feliz y triste a partes iguales. Y ya que Samanta va a tener que hacer frente a ese futuro sin el padre, creo que ese dinero le vendrá bien. Y así, volverás todo ese dolor en algo bueno y útil.

Asiento a favor de ello. Samanta tiene mucho apoyo, pero va a depender mucho de la familia, tanto de la suya como de la de José, es decir, Fran, Yago y yo. Con esto, podría tener un desahogo económico que, aunque no va a solucionar todo, por lo menos, le hará más ligero el camino.

—Entonces, ¿aceptas el pago íntegro? —pregunta Amancio.

—Sí —acepto, dispuesto a que lo que me queda de mi pasado con Borja se vuelva algo bonito, relegando el dolor y el odio a un segundo plano.

—Sigamos pues —le indica al notario, que sigue leyendo los documentos.

Me cuesta firmar, porque estoy cerrando otro capítulo más de mi vida, uno muy oscuro y triste. Deshacerme de esa casa es renunciar a mis sueños pasados y alejarme del lugar donde José se fue.

—¿Estás bien? —me pregunta Mikhail cuando firmo y dejo la pluma en la mesa con la mano temblando.

—No lo sé —indico, deseando llorar.

—Perdona, es una pregunta absurda. Más bien debería preguntarte: ¿qué sientes ahora? Si necesitas desahogarte, sabes que aquí estoy.

Me abrazo a él, escondiéndome en su pecho.

—Lo sé... Gracias...

Tengo muchísima suerte al poder contar con Mikhail. De no estar él, sé que tendría a Fran y a Yago, pero no sería exactamente lo mismo. Ellos tienen su vida, en cambio, Mikhail es la persona que está compartiendo la suya con la mía, algo que me recuerda que, después del desengaño, aún queda esperanza.

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