Capítulo 74
Adán
La situación se ha puesto tensa en un momento, y, sin más, todo se ha vuelto ligero. El ambiente amoroso se respira alrededor de ellos. Mikhail es así de increíble porque su familia también lo es. Lo quieren mucho, y estoy seguro de que es gracias a su apoyo que él ha llegado a soportar tanto durante tanto tiempo.
—Es un placer conocerte al fin, hijo —dice la madre de Mikhail, se acerca y me da dos besos—. Me dijo que eras encantador y muy guapo, pero creo que se quedó corto.
—Gra-gracias, doña Concepción.
—Concha, por favor, y tutéame.
—Con él no te enfadas, ¿eh, madre? —comenta Mikhail con pillería.
—Porque él está siendo educado, pero tú eres un grano en el culo. Tira a poner la mesa con tu hermano.
Se me escapa una risa, lo que hace que Mikhail me mire fijamente, con intensidad y fuego. Me estremezco, y es que me acelera el pulso imaginar en lo que está pensando.
—Él nunca es así —digo para mí, encantado de ver al verdadero Mikhail, al familiar, al hijo y hermano.
—La verdad es que él es justo así —corrige Concha, sonriéndome cariñosa—. Ven, siéntate a mi lado. —Nos acomodamos a la mesa, ella en cabeza, y yo a su izquierda—. Desde hace mucho, Misha tuvo que aprender a ser elegante, sofisticado, caballeroso... Y no digo que fuera un bruto o...
—Lo entiendo —interrumpo amable—. Mantenía una fachada, y, después de tanto tiempo, le cuesta quitarla. Pero es lógico que en casa sea... él.
—Parece que eso te preocupa. —Me observa atenta, intentando descifrar mi cara larga.
—Bueno, no es que me preocupe exactamente, sólo me apena un poco pensar que conmigo no es el Mikhail real. Pero sé que, si aún quedan partes de él que no he visto, es porque nos estamos conociendo.
—Yo diría que no esconde partes de él, simplemente está descubriéndose al completo gracias a ti.
—¿Eh?
—Mi niño lleva mucho tiempo fingiendo, demasiado, y eso no es fácil de cambiar, pero lo de tener pareja es prácticamente nuevo.
—Pero ya tuvo parejas, así que...
—Sí, aunque siempre estaba el trabajo presente. Ahora...
—Claro... Ahora es libre.
—Exacto. Y es ahora, con ya en los cuarenta, que ha empezado a descubrir la magia de una relación sin preocupaciones, tensiones, reproches... —Me coge la mano, apretando con cariño, mientras me sonríe amable—. Misha está amando sin limitaciones por primera vez, así que, en mi opinión, lo que le pasa contigo es que se está conociendo en esa faceta de hombre enamorado. Con Sergey y conmigo es de un modo, pero me apuesto la vida a que contigo lo es de otro.
—Mm... No lo había pensado —reconozco, sintiéndome idiota por no haber caído en ello—. Supongo que he perdido practica en esto de tener una relación.
—No te preocupes, chiquillo, que esto es muy normal. Bastante tienes con tus cosas.
—Ya, pero él... ¿Él no forma parte de mi vida? Siento que no le pongo atención a detalles importantes. Quizá no llego a conocer a Mikhail por... —Niego con la cabeza, agachando el rostro avergonzado y retirando la mano que Concha me agarraba—. Lo siento, estoy diciendo tonterías.
Antes de que pueda decir nada, oímos a Sergey desde la cocina.
—Mama, ¿dónde está el abrebotellas?
—En el segundo cajón.
—No está.
—¿Has mirado bien?
—Es un cajón, no el Amazonas.
—Como vaya yo y lo encuentre...
—Déjalo, ya lo tengo.
—Hijos... —suspira paciente.
—Me ha recordado a mi madre —comento sin pensar.
—Bueno, creo que estas conversaciones de besugos con los hijos son de manual.
Ambos reímos.
—Y yo creo que las cosas desaparecidas aparecen de golpe porque temen a las madres. Ni los objetos se atreven a llevaros la contraria.
—También puede ser. Y los niños siempre serán niños por años que pasen. Esto... quería preguntarte algo más... personal.
—Cla-claro. Adelante.
—Misha me dijo que nunca te supuso un problema lo de su trabajo, pero...
—No me importa a lo que se dedicara —sentencio firme y convencido, deseando que lo crea y se quede tranquila—. Lo único que me importó siempre fue como le afectaba, ya que vi que no era... muy feliz.
—Entenderás que me preocupe.
—Claro. Y también entiendo que a todos les cueste creerse que no pienso en ello, pero la verdad es esa. Misha es todo lo que nunca hubiera imaginado. Ha sido siempre sincero, me ha cuidado mucho y siempre está a mi lado, cosa que otros con trabajos más «comunes» no pudieron hacer.
—Ya me contó lo de tu matrimonio y lo de tu amigo. Lamento mucho todo lo ocurrido.
—Muchas gracias. Misha me ha estado cuidando mucho desde hace semanas. Tengo la impresión de que le he estado dando muchos dolores de cabeza. Ha tenido que soportar mucho por mi culpa.
—Nada de eso, chiquillo. Cada uno que apechugue con lo que le toca, no con lo que los demás nos endosan. Te sientes culpable, eso es que tienes buen corazón, pero no deberías añadir más lamentos a tu mochila.
Sergey aparece con una cazuela de barro con el conejo, seguido por Mikhail, que trae una bandeja repleta de patatas.
—No se supone que la cocinera eres tú, ¿eh? —bufa Sergey.
—Sí, pero tú vas a comer de gorra, así que no te quejes por traer a la mesa lo que YO he cocinado.
—Vamos, hermanito, no te quejes —interviene Mikhail—, deja que nuestra madre descanse, que ya está mayor y...
—Y me cago en toas tus muelas, mamarracho. ¿Vas a dejar de llamarme vieja ya, carajo?
—Creí que disimularías ese carácter delante del invitado —prosiguió él, mirándome travieso.
—Yo sí que creí que te comportarías como un hijo encantador, pero sigues tocándome lo que no me suena. Suerte que Adán no parece de los que se espantan.
Mikhail se calla, frunciendo el ceño y poniendo morritos. ¡Es adorable!
—Ahí te ha dado de lleno —le suelta Sergey, que se ríe a carcajadas—. Míralo, si no puede decir ni mu.
—E-esto... —digo tímido—. ¿Pu-puedo ayudar en algo?
Mikhail reacciona. Se acerca sonriente, agachándose para darme un beso en la frente.
—A ti te toca estar con la anfitriona, así que disfruta y descansa.
Lo miro contento, porque se le ve tan radiante que deslumbra. Creo que hasta lo veo más guapo.
Concepción, mientras sus hijos acaban de traer lo que falta y sirven la comida, me va dando conversación. Es una mujer muy agradable, amable y cariñosa, pero con genio, así que pienso en lo mucho que Mikhail se parece a ella.
Comemos con tranquilidad, pero hablando animados. Después de que Mikhail haya provocado a su madre con más bromas, Concha ha decidido vengarse, contándome anécdotas vergonzosas sobre él.
Me he reído mucho, la verdad. Aunque me daba penita él, todo avergonzado, con su preciosa cara roja... Así que, cuando Concha ha dicho de recoger y preparar café, y le ha pedido a Mikhail que se quede haciéndome compañía, he aprovechado para decirle de corazón:
—Perdona.
—¿Por qué?
—Por haber disfrutado tanto con esas historias.
—Ya, bueno... —Aparta el rostro, y yo, poniendo la mano en su barbilla, lo devuelvo a mí.
—Creo que ahora me gustas más.
—¿En serio? Porque que mi madre te haya contado que...
—Amor, lo digo en serio. —Lo miro de ese modo, convencido—. Te he conocido en un momento delicado, y aún siento que, pese a la confianza que vamos cogiendo, todavía no te conozco del todo, así que esto ha sido muy revelador.
—¿Revelador?
—Sí. He visto tu faceta familiar, y casi podría decir que he visto al verdadero Misha. Ahora sé que te pareces mucho a tu madre y he visto como Sergey te adora, lo que me dice que has sido un gran hermano mayor.
—Va-vale, po-por favor... —pide, girando el rostro con las mejillas coloradas.
Es tan encantador que me vuelve loco.
—Misha... —susurro, acercándome a sus labios para darle un beso que sea capaz de decirle todo lo que siento, aunque siento tantas cosas que dudo que eso sea posible.
—Yo también —musita cuando me separo.
Después de eso, vuelven Concha y Sergey. Nos comemos los pastelillos, acompañándolos con el café y más charla familiar.
—Qué palo... —gruñe Sergey—. Tengo que irme a currar.
—¿Vendrás el domingo con Belén y los críos? —pregunta Concha.
—Sí. Todos tienen muchas ganas de verte y de...
—Comer paella, ¿verdad?
—¡Gallifante para la señora!
—Qué previsibles sois... —suspira resignada—. Esto... Misha, Adán, ¿os vendréis?
Mikhail me mira, creo que le preocupa que me estrese o me ponga nervioso, pero yo respondo alegre.
—A mí me encantaría. ¿Te parece bien?
—S-sí, claro. Si te apetece...
—Bueno, gente —exclama Sergey, poniéndose en pie—, me voy. —Se acerca a mí después de darle dos besos a Concha y Mikhail—. Ha sido un placer, cuñado. —Dibuja una sonrisa encantadora, aunque creo que esconde una pizca de «maldad», porque mira a Mikhail, y deduzco que lo quiere avergonzar.
—Igualmente —respondo de corazón.
Se va después de las despedidas. Y Mikhail y yo no tardamos mucho en hacer lo mismo, ya que necesito ponerme a trabajar antes de que se me acumulen más proyectos.
Me despido de Concha con mucho afecto, y ella igual. Creo que, ver a su hijo feliz a mi lado, ha hecho que me coja cariño sin siquiera conocerme. Y yo, que he visto a Mikhail en sus ojos, me siento igual; adoro a esa mujer, a la cual le tengo que agradecer que trajera al mundo al hombre de mis sueños.
—¿Te vas a ir a casa o subes? —le pregunto a Mikhail cuando aparca frente a mi bloque.
—Me gustaría subir, pero creo que te molestaré.
—No vas a... —Al ver su mirada, caigo—. Oh... Vale... —Sonrío como un tonto—. Ahora no sé qué decir.
—Tranquilo, que ya lo digo yo: me voy a casa y así trabajas. Si luego te apetece, puedes pasarte por La vie en Rose, ya sabes que siempre eres bienvenido; las tres damas te adoran.
—¿Y tú?
Mikhail se acerca, serio, perdido en mí.
—Yo teamo.
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