Capítulo 68

Adán


Mikhail está de los nervios, y lo noto por cómo le tiembla la mano que sujeto, la forma en que suspira o porque no deja de morderse el labio inferior.

Cruzamos el pasillo hasta el salón, donde espera Julio, que está acariciando a la gata.

—Ya estamos aquí —dice Mikhail a modo de saludo.

—¿Estamos? —Julio me observa con mala cara—. Creí que serías más discreto, Misha.

—Perdone —interrumpo a Mikhail antes de que hable—, pero no sé nada de usted más allá del nombre, ni tengo interés, la verdad, por lo que se podría decir que, sí, ha sido discreto.

—Mm... —bufa con expresión indescifrable—. Adán, ¿verdad?

—Así es. Y tengo algo que...

Mikhail me coge la mano y aprieta para que lo mire, para negar con la cabeza, diciéndome así que no lo haga.

—¿Ocurre algo? —se impacienta Julio.

—Quiero pedirle algo; pagando, obviamente.

—Bueno, adelante. Nunca me niego a hablar de dinero, sobre todo, si es para recibirlo. —Con un gesto de mano, me invita a sentarme.

Mikhail, a modo de escudo, se pone entre los dos cuando nos sentamos en el sofá. Suspira y se mueve nervioso, pero calla, aunque sé que se muere por meterse en la conversación para sacarme de aquí.

—Quiero comprar... No sé cómo llamarlo... Mm... La inmunidad de Mikhail y su familia, diría.

—¿La... inmunidad?

—Sí. Bueno, lo que quiero es que, si la hermana de Mikhail vuelve a pedirle algo, la ignore. Ella podría volver a meter en líos a su familia, y no creo que le salga a usted muy rentable a corto plazo que le vuelva a hacer una mala jugada que exija tanto dinero en tan poco tiempo, teniendo en cuenta que Mikhail, su familia y yo ya no tenemos nada más. —Saco un par de sobres marrones y los pongo sobre la mesa—. Ese dinero es lo último que nos queda.

—¿Cuánto pretendías pagar por esta petición?

—Diez mil.

—Mm...

—Tenga en cuenta que, hasta ahora, Mariya sólo le ha dado problemas también a usted. No sé si le sale a cuenta o no seguir haciendo los negocios que sea que haga con ella, pero... —Miro a Mikhail, deseando liberarlo de un futuro incierto—. Pero Misha ha estado veinte años trabajando, ¿de verdad quiere volver a tenerlo pagando con cuentagotas otra vez?

—Eres un gran observador, sin duda..., pero no es suficiente.

Siento como mi alma se cae. Era mi última esperanza, y no ha servido de nada. Ni siquiera me siento con fuerzas para mirar a Mikhail, porque siento que le he fallado.

—Pu-pues... ¿qué más querría?

—Adán, por favor —interviene Mikhail—. No te metas en esto. Lo último que te faltaba es...

—Espera que responda —interrumpo ansioso—. No haré ninguna estupidez, de verdad, pero quiero intentarlo. —Miro a Julio—. Por favor, dígame qué faltaría para que acepte mi petición.

—La dirección de Mariya —dice serio, mirando fijamente a Mikhail, imaginándose que se negará.

Contemplo a mi amor con el corazón roto.

—Lo he intentado —musito con pesar—. Pero no puedo pedirte que...

Mikhail se levanta. Coge papel y boli y escribe. Le da la nota a Julio.

—Está en esta dirección.

—Misha... —susurro asustado.

—¿Es en serio? —pregunta Julio sorprendido, mirando lo escrito.

—Muy en serio —sentencia Mikhail, volviendo a mi lado; entre su «invitado» y yo—. No puedo más, ya lo sabes. Ya no tengo edad para machacarme, para seguir haciendo lo que hacía. Tampoco pienso meterme en uno de tus trabajos para pagar otra deuda; eso también lo sabes. Si los diez mil de Adán y ese papel, es todo lo que quieres por mi libertad y la de mis allegados, pues ahí lo tienes.

Julio echa a reír animado.

—Eres tan mezquino cuando quieres... —Lo mira intensamente, como si estuviera orgulloso o algo así—. Casi me da pena no volver a verte el pelo.

—Sólo quiero saber una cosa —dice impasible.

—Tranquilo, que sólo hablaré con ella.

—Ya... —gruñe con desconfianza.

Julio se aguanta la risa.

—¿Qué? ¿Tienes algo qué decir?

—Sé cuándo he de callar.

—Eres mi favorito, así que... Adelante, por favor. Como despedida.

—¿Será hablar de verdad o como la conversación con André?

Me estremezco casi encogiéndome.

Julio sonríe con malicia; parece que se reprocha no haberse callado.

—¿Te lo dijo ella? —indaga con una sonrisa oscura.

—Insinuó; no me dio detalles. De todos modos, eso me da igual, es más, lo agradezco.

Mikhail me deja en pausa; su mirada es muy fría, tanto que me daría hasta miedo de no ser él.

Julio se relaja.

—Mm... Viniendo de ti, me lo creo. Bueno, por ser tú, como siempre, hablaré un poco más de la cuenta, pero... —Me mira.

—Él es el más beneficiado de todo esto, así que no te preocupes. Es tan de fiar como yo. La verdad es que es más de fiar que yo.

—Eso seguro; a ti no te daría nunca la espalda, «amigo». Pero, bueno, a lo que íbamos... Digamos que, durante una buena fiesta, se tomó varias copas de más, sumado a otras... cosillas insalubres.

—He visto las noticias —informa Mikhail—. Según la autopsia, se ha decretado que fue un «accidente» en el baño, ¿verdad?

—Si es lo que dice la autopsia... —Levanta las manos como diciendo que es inocente y no supiera nada—. La cuestión es... André se llevó información a mis espaldas, y ya sabes que soy un hombre de negocios.

—La información debe pagarse.

Julio asiente, sonriéndole de nuevo como si sintiera orgullo.

—Siempre, y yo no obtuve nada cuando él consiguió lo que quería saber, por lo que... Bueno, mandé a un amigo a cobrar.

—Pero no quiso pagar.

—No, no quiso. Además, Mariya me pidió su pequeño favor, así que otro par de amigos se unieron a la conversación y... Digamos que las fiestas de ese nivel se pueden ir de las manos; beber y drogarse es mala idea.

—Ya...

—Aunque... quiero saber algo.

—Di.

—¿Qué tenía ese franchute con vosotros?

Hasta ahora he escuchado, callando y procurando que Julio ni se acuerde de mí, pero mis recuerdos recientes, el dolor y el miedo ganan; no puedo luchar contra ello.

—Adán, amor... —me susurra Mikhail al verme respirar con inquietud, apretando mis propias manos con muchísima fuerza, arañando incluso las cicatrices—. Dame las manos. Cariño, por favor.

—Mm... Veo que ese tipo era más «interesante» de lo que pensé —comenta Julio casi para sí.

—Deberíamos dejarlo aquí.

—Oh, no —sentencia algo molesto—. He aceptado su petición por un precio ridículo, y casi te he asegurado que no me excederé con tu hermana. ¿No crees que es justo que sepa la jodida razón por la cual, un puto franchute, se metió en mis negocios?

—Vale, pero antes... —Mikhail se acerca más a mí—. Amor, yo me ocupo. Ve a la habitación.

Me ayuda a levantarme. Julio no parece poner pegas a que me vaya, así que Mikhail me acompaña al dormitorio. Cuando llego al lado de la cama me siento; él se arrodilla y me descalza, subiendo después mis piernas para que me tumbe.

—Quédate aquí hasta que se vaya. —Me da un beso en los labios con mucha ternura—. Si me necesitas antes, me llamas.

Asiento, porque ni me sale la voz. Cuando él se va, me abrazo a la almohada para acallar mis llantos. Odio pensar en lo ocurrido, porque aún lo vivo como si estuviera allí. Oigo a... José... ¡Dios! ¡Duele demasiado!

Ahora mismo, saber que Julio no volverá a la vida de Mikhail es lo único que llega a consolarme un poco. Que él pueda vivir una vida normal es la mejor noticia que podía tener después de todo. Quiero aferrarme a eso para no estar triste, pero, de momento, lo que me apetece es llorar y sacar esos recuerdos que me desgarran el alma.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top