Capítulo 67
Mikhail
Mientras trabajo, me llega el mensaje de Adán. Sonrío feliz. ¡Hago cosas de pareja! Aunque he de contenerme, por lo menos hasta que esté en privado.
Mi turno acaba rozando la madrugada; pero entre que hemos recogido lo más gordo, nos hemos entretenido charlando y he llegado a casa, no sé si escribirle a Adán, porque imagino que debe estar durmiendo. Aunque acabo haciéndolo, ya que se lo había prometido.
Después de despedirnos, el que se va a la ducha soy yo. Cuando salgo, pico algo en la cocina; he cenado en La vie en Rose, pero me ha vuelto a dar algo de hambre después de tanto ir y venir. Lo último que hago es recoger y limpiar lo ensuciado.
Me meto en la cama, la cual me parece enorme. Por suerte, tengo a sus majestades dispuestos a ocupar el espacio de Adán. Me quedé definitivamente con los gatos cuando mi madre decidió que estarían mejor conmigo, sobre todo porque le dije que están enamorados de Adán y viceversa, y, aunque aún no lo conoce, parece que quiere consentir al hombre que hace feliz a su hijo. También imagino que quiere salvar a los gatos de los gremlins; los niños no les hacen daño, pero quizá los estresan un poquito.
Doy vueltas y más vueltas. No pego ojo. Me falta Adán. La verdad es que me he acostumbrado a tener a mi hombre al lado, sintiendo su calor, su aliento..., hasta esos ronquidos, que a veces me despiertan, aunque me gustan. Quizá de aquí a un tiempo me desquicien, a saber, pero ahora...
—¡Esto es un infierno! —gruño molesto.
Entiendo que Adán necesita su tiempo, que tiene que vivir solo para reencontrarse con él mismo, y eso lo respetaré hasta que me diga que está preparado para dar un paso más, aunque eso me vuelva loco de la impaciencia, ya que llevo años soñando con tener pareja, y estoy en ese momento de «luna de miel» en el que estaría pegado a él las veinticuatro horas del día; suerte que luego eso se pasa, porque pobre Adán si tuviera que aguantarme tan empalagoso siempre.
Después de un buen rato contando ovejitas, me quedo dormido, ente ronroneos de gato y sus patitas amasando. Gracias que tengo a mis zares para relajarme.
Me despierto a las diez y media más o menos. Me muero por llamar a Adán, pero imagino que estará trabajando, así que opto por escribirle.
Miro el mensaje y me da hasta vergüenza; de verdad que me estoy volviendo muy cursi.
—Bueno, pero es lo que hay —me digo antes de darle a enviar.
Y, justoya en la puerta, cogiendo las llaves para salir, me llega la respuesta.
—Mm... ¿Buenorro? Me da que me voy a tener que mantener en forma para él, ¿a qué sí? —le digo al zar, que está subido en el mueble del recibidor—. Bueno, bichito, me voy. Pórtate bien, ¿eh? —Le acaricio la cabeza, sacándole un maullido muy lindo—. Hasta ahora.
Recorro mi ruta habitual, pero con mucha más energía. Adán me alegra el día con sólo un mensaje diciéndome que me quiere; pero, sí, lo del dinero también ayuda.
Llego a casa cansado pero relajado, y más en paz me siento después de una buena ducha. Eso sí, sigo con una vocecita dentro que me dice que Masha me la puede volver a liar. No quiero caer en la negatividad, pero, cuando creí que todo iría mejor, no fue así. Para olvidarme de esos pensamientos, pienso en llamar a Adán, aunque el sonido del timbre me interrumpe antes. Cruzo el pasillo hasta el recibidor. Respondo al telefonillo:
—¿Sí?
—Abre —ordena Julio, dejándome congelado un segundo antes de obedecer.
«¿Qué hace aquí? ¿Habrá pasado algo más?», pienso inquieto, ya que siempre le he hecho los pagos en su despacho.
—¿Qué haces aquí? —preguntó nada más verlo.
—Dentro.
Pasa como si estuviera en su casa. Se acomoda en el sillón, esperando a que me siente en el sofá.
—¿Ha pasado algo más? —indago con temor.
—Quiero el dinero. ¿Lo tienes? Me corre algo de prisa.
—No. Bueno, sí, pero no aquí.
—Pues ve a buscarlo o que te lo traigan ya.
—Claro. Dame un minuto.
Cojo el móvil y le mando un mensaje a Adán diciéndole que voy a por lo mío, que lo tenga preparado porque estaré allí en nada.
—Me voy —le informo a Julio—. Estás en tu casa. Sírvete algo; no sé si me queda vino.
—Okey. Aquí te espero.
Salgo con prisas. Cojo el coche y me planto en casa de Adán, que abre nada más oye el telefonillo sin preguntar siquiera. Cuando llego ante su puerta, me lo encuentro saliendo.
—Hola, amor —saluda sonriendo.
—Hola, cielo —logro decir, porque me cuesta hasta respirar de los nervios—. ¿Vas a algún lado? —pregunto al verlo cerrar la puerta con llave.
—Mm... Sí, bueno, justo es algo que quería hablar contigo. —Se lleva la mariconera a la espalda.
—¿Qué pasa?
—Te daré el dinero, pero con una condición.
—¿Qué dices? ¿Qué condición? —Mis nervios me hacen responder algo molesto.
—He de ir contigo a dárselo a ese tipo.
—Eso no... Olvídalo.
—Escucha, por favor. Es que tengo algo que pedirle.
—¿Es que te has vuelto loco? A Julio no le pides nada; a él se le pa...-ga. E-espera...
—Sí, el dinero de más.
—No es buena idea.
—Confías en mí, ¿no?
—Claro, pero no en él.
—Bueno, pues si confías en mí, por favor, deja que vaya, porque iré de todos modos. —Me contempla convencido, casi desafiante—. Esperaré a que salga de tu casa para hablarle.
Lo miro de malas. No me hace ninguna gracia, pero no pienso tratarlo como a un ser indefenso. Mi lugar es estar a su lado, respetar sus decisiones y confiar en él.
—Vale. Vamos, va, que está esperando.
Me coge de la mano, sonriendo satisfecho. Sólo me suelta para meterse en el coche, donde me mantengo en silencio, intentando controlar mis nervios para no tener un accidente, que ya es lo que me faltaba.
Cuando subimos, antes de entrar, Adán tira de mi manga, haciendo que lo mire.
—No tengas miedo, que no estás solo.
Con tan poco, ese hombre, de mirada dulce y bondadosa, consigue calmar mi corazón. No tengo ni idea de lo que pretende, pero sé que no será nada malo, que no se meterá en un lío. Si él está a mi lado, sé que, de un modo u otro, todo acabará yendo bien, porque, como ha dicho, ya no estamos solos.
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