Capítulo 6
Adán
Tras quedar ayer con Mikhail, tengo la cabeza en otro lado. No sé si hice bien; sólo es quedar con alguien sin compromiso alguno, ¿no? No estoy engañando a... ¿A quién? Si ya no hay nadie al que pueda traicionar si hago algo.
La reunión está yendo bien, creo, porque el jefe de mi jefa no deja de asentir a las ideas de Lola. Yo, como me dijo ella, callo y escucho, más o menos, porque sigo en mi mundo.
En algún momento, hemos acabado. Mis jefes se levantan, se dan la mano y yo me pongo en pie, mirándolos como si me hubiera enterado de todo, pero ya digo que no es así.
—Parece que tienes suerte —me dice Lola cuando el jefazo se ha ido.
—Supongo... —mascullo sin ánimos.
—No te has enterado de nada, ¿verdad? —Me mira con reproche.
—Lo siento —respondo con sinceridad; no debo perderme en mis ideas estando en el trabajo, pero...
—Dime, ¿por qué estás distraído?
—Porque se acerca nuestro aniversario de novios. —Sonrío con dolor.
—Entiendo... Está bien, lo entiendo de veras, pero necesito que intentes centrarte en momentos como este.
—Lo sé. No volverá a ocurrir.
—Te pasaré todos los puntos importantes de la reunión. Tenemos un gran reportaje que hacer, y necesito que mi fotógrafo esté centrado.
—Estaré al cien por cien.
—Gracias. Puedes tomarte el día libre. Mañana empezaremos con esto, así que descansa. —Sale del despacho.
Suspiro más tranquilo. No me he llevado una bronca, y es raro en Lola, que no duda nunca en meter a todos en su sitio si no hacemos lo que debemos.
Aunque odio poner de excusa mi dolor, hay momentos, sobre todo cercanos a ciertas fechas, que se me hace muy difícil controlar las emociones o centrar mis pensamientos.
Como me ha dado el día libre, no me queda más remedio que irme. Odio estar desocupado, aún tengo más ratos para pensar y no me gustan.
Llamo a Fran, que, como trabaja por libre, sé que me cogerá el teléfono.
—«¿Qué pasa, tío?» —dice nada más descolgar.
—Me han dado el día libre.
—«Ya has hecho algo, y se han querido librar de ti» —se burla sin compasión.
—No... Bueno, sólo he estado distraído, y Lola me ha mandado a descansar.
—«¿Distraído? ¿Tú? ¿A qué se debe?» —pregunta extrañado, ya que sabe que siempre soy muy responsable.
—No he dormido bien. Oye, ¿estás muy liado?
—«No, hoy me tocaba librar. ¿Nos vemos dónde siempre?».
—Claro.
Sin más, me voy al bar donde quedamos desde hace años. Hacen unas tapas increíbles, y se acerca la hora de comer; no hay nada mejor que la buena comida y la compañía de un amigo que jamás me falla cuando lo necesito.
Veo a Fran en la mesa de siempre; sentado ante varios platos de nuestra comanda habitual y dos cañas de cerveza. Me acomodo frente a él junto con un saludo, intentando parecer alegre.
—¿Qué te pasa? —pregunta directamente.
—Nada.
—No cuela... —canturrea paciente.
—Sólo es cansancio. He dormido mal estos días. —No es mentira, realmente estoy agotado porque, cuando se acercan días tan señalados, me cuesta pegar ojo.
—Hay algo más, pero si no quieres decírmelo... —Su tono parece de indiferencia, pero sé que le molesta que no le cuente las cosas.
Bajo la cabeza; me siento avergonzado. Al final, le digo lo que he intentado callar.
—He llamado a Mikhail.
—Vaya... —Me mira con sorpresa—. ¿Ya habéis quedado o...?
—No. Nos veremos el domingo.
—¿Y qué plan tienes?
—No voy a acostarme con él —sentencio, sabiendo lo que se le ha pasado por la cabeza.
—Vale, vale, pero ¿por qué le has llamado entonces?
—Porque necesitaba a alguien para este domingo.
—Ya, gracias por la aclaración. ¿Me vas a decir qué leches significa eso?
Guardo silencio unos segundos. Me cuesta mantener las formas, así que necesito ordenar mis palabras y respirar hondo.
—E-este domingo... —suspiro, sonriendo con melancolía y pesar—. Este domingo será un aniversario sin celebración.
—Oh, joder... —exclama con lamento—. ¿Por qué no me dijiste nada? No tenías que llamar a nadie. Nos tienes a nosotros, podríamos haber...
—Echa el freno, por favor. —Lo miro con reproche—. Sé que puedo contar con vosotros, pero no voy a permitir que dejéis vuestras vidas de lado por mí.
—Pero somos amigos y...
—Lo sé, de verdad —interrumpo de nuevo, deseando que no se sienta mal por mí y mis decisiones—. Piensa un segundo; este domingo tienes una cita con una mujer que podría ser la definitiva; Yago acaba de ser padre y tiene que estar pendiente de sus chicas; José se iba el fin de semana con Samanta, así que el domingo volverá tarde, y yo lo último que iba a hacer era llamarle después del viaje para que me aguante.
—Deberías dejar de cuidarnos tanto. —Sonríe con lástima.
—Eso nunca. —Le doy un sorbo a la cerveza.
—¿Por qué a Mikhail? —curiosea, supongo que pensando en que podría haber llamado a alguien del curro.
—No sé, creo que tenías razón —respondo sin tener clara la verdadera respuesta—; no sentí que fuera con pies de plomo al hablar conmigo, estuvo bien relacionarme con un extraño... Bueno, y que no quería quedarme en casa. También estaba descartado por completo cenar en el restaurante de siempre.
—No puedes ir solo, ¿verdad?
—La simple idea de estar solo en la mesa sin él es...
—¿Abrumadora?
—He pensado que, si me hace compañía un desconocido, será más fácil la situación. No iré a cenar allí, pero saldré de casa por lo menos.
—No es mal plan. Pero me siento fatal por dejarte en la estacada.
—No me dejas de lado; yo decido que quiero ir por mi cuenta.
—Pero ésta me la pagarás, ¿vale? —Sonríe con pillería, deseando animar la conversación—. Ah, por cierto, no cobra barato; pero me da que te hará descuento. —Ríe divertido, logrando descolocarme.
—¿Por qué piensas eso? —pregunto, recordando que tengo un descuento asegurado.
—El domingo libra; lo ponía en la web. Si ha decidido trabajar, seguro que también le caes lo suficientemente bien como para que te baje el precio.
—La verdad es que... —Lo miro sin saber ni qué expresión poner.
—¿He acertado? —Se echa a reír—. Vaya, debería dedicarme a echar las cartas.
—Bueno, creo que ha aceptado por pena, y por eso me ha hecho rebaja —suspiro resignado, acostumbrado a la compasión de los demás.
—Ya, puede que sí o puede que no. Eres un amor de hombre; no te lo crees, pero puedes encandilar a cualquiera. —Sonríe pillo y echa un trago a su cerveza antes de llevarse un trozo de tortilla a la boca.
Lo miro con reproche por burlarse de mí.
—Sabes a lo que se dedica; un hombre así dudo mucho que piense en el amor.
—¿Perdón? Yo no he hablado de amor —apunta risueño y con un gesto travieso; me la ha vuelto a jugar.
—Te odio —gruño molesto.
Estalla en carcajadas.
—Qué va; me quieres un huevo.
Cuando deja de jugar conmigo, nos dedicamos a hablar de otros asuntos y a comer. Fran logra hacerme desconectar.
Agradezco que no se ofenda o enfade por darle de lado. Sabe que, si los aparto, es porque lo necesito; me siento mejor si sé que están divirtiéndose o viviendo sus vidas con sus parejas y familias, no lamentándose a mi lado mientras yo sólo hago que recordar; además, quizá, lo que quiero es dejar de hacerlo, y ellos, de algún modo, me hacen pensar en él. Puede que sí, que un extraño sea lo que necesito para desconectar de verdad, pero, como no me gusta socializar mucho últimamente, me tocará pagar por tener a alguien a mi lado.
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