Capítulo 56

Adán


La tarde ha sido una montaña rusa de emociones, pero hemos podido encontrar el sosiego después del desahogo. Hemos vuelto dentro de la casa y Samanta nos ha contado que querían dar la noticia pronto; pero las cosas no salieron como esperaban.

No me siento mucho mejor, sigo culpándome, pero esa noticia me ha dado un toque de atención; he de ayudar a Samanta en todo lo que pueda y más, así que no puedo dejarme vencer por la vida.

Al menos, he dejado de pensar en el tipo que estaba con Mikhail, hasta que nos hemos despedido de Samanta y hemos vuelto al piso.

Al no ver a Mikhail, me preocupo más.

—La hora que es, estará en La vie en Rose —piensa Fran.

Lo llamo por teléfono y no contesta. Insisto un par de veces sin conseguir respuesta.

—Quizá debería ir a ver si está allí —digo inquieto; siento que algo no va bien.

—Bueno, puedo llevarte.

En ese momento, me llegan unos mensajes de Mikhail.

—Esto es raro —mascullo para mí después de responder.

Fran me quita el teléfono y lee el texto.

—¿Por qué es raro?

—No lo sé, pero siento que algo va mal. Él no me dejaría solo la última noche que paso aquí.

—Seguro que viene luego. Vamos a ver una peli mientras esperamos, ¿te apetece?

—Está bien.

Pero se nos hacen las doce y aún sigo esperando.

—Vete a casa —le propongo a Fran—. Se está haciendo tarde.

—No me importa quedarme un rato más.

—Estaré bien. Seguro que volverá para dormir.

—Sé que estás preocupado...

—Bueno, pero no tienes que cuidar de mí; no soy un niño pequeño. Si necesito algo, te llamaré.

—¿Seguro?

—Sí. Venga, que te toca descansar.

—Eso también va por ti, ¿eh? Intenta dormir.

Nos despedimos con un abrazo y un: buenas noches. Después de me voy a la habitación. Me quedo sentado en la cama un par de minutos, pensando en mil cosas sin poder centrarme en nada, sólo en una cosa: «¿Misha estará bien?».

Al final, me quito la ropa y me meto en la cama. Doy mil vueltas antes de poder dormirme, pero a las siete, la pesadilla de siempre me saca de golpe de mi sueño.

Tengo el corazón a mil y no puedo ni respirar. Toco al lado, esperando encontrar el cuerpo cálido que siempre me da paz, pero... ¡No está!

Me cuesta volver a respirar tranquilo. Sin Mikhail me siento solo en estos momentos.

—No debí haberme acostumbrado tanto a él —me digo levantándome de la cama.

Estoy enfadado. Sé que algo ha pasado, que Mikhail me ha mentido con lo de estar bebido en casa de su madre; no le gusta beber mucho, porque odia perder la compostura y teme contar cosas indebidas relacionadas con sus clientes y el trabajo.

Recojo mis cosas. Meto todo lo que tengo en casa de Mikhail en la maleta y la llevo al recibidor, ahí busco las llaves de mi nuevo hogar.

—¿Dónde coño están las de la casa?

Están las del piso, pero las otras han desaparecido. Pienso que Mikhail las habrá movido o se las habrá llevado sin querer; tampoco me preocupa mucho ahora mismo.

Después de comprobar que no me dejo nada, me voy. Tengo mucho curro por delante y no puedo dejarlo a un lado porque Mikhail esté en vete a saber dónde.

Mientras voy en el bus, llamo a Mikhail. No responde. Insisto un par de veces más.

—Vale, pasa de mí —gruño por lo bajo.

Llego al piso, abro la puerta y...

—¿Qué cojones...? —mascullo al ver el panorama.

Está todo colocado; mis libros, mis fotos, mis cámaras... No hay ni una caja por el medio. Luego veo que hay complementos que yo ni compré, como las cortinas, los cojines del sofá y el sillón, la alfombra...

Supongo que ha sido cosa de Fran, Yago y sus respectivas parejas, así que no le doy más vueltas, porque todo está perfecto, por lo que también deduzco que han sido ellas las que han dado en el clavo, porque ellos no suelen preocuparse tanto de los detalles.

Mi idea era centrarme en la mudanza, pero ahora no tengo nada qué hacer.

El teléfono suena. Miro la pantalla y no sale nombre, ni reconozco el número. Descuelgo.

—¿Diga?

—«Bonjour, cher».

Siento el miedo recorrer todo mi cuerpo. Me quedo helado, sin poder respirar. Viendo que no respondo, sigue:

—«Sólo quería decirte que voy a salir hoy mismo. Quería darte la noticia antes de que te notifiquen mi libertad bajo fianza».

—¿Qué qui-quieres? —pregunto con miedo.

—«No quiero nada, sólo darte la buena noticia. ¿No te alegras?».

—Dé-déjame. —Sollozo de los nervios.

—«Tranquilo... Nuestros asuntos los dejo para otro día. Hoy voy a celebrar mi libertad por todo lo alto o... no. No sé. Quizá vaya a hacerte una visita. Bueno, te dejo, que tengo cosas que hacer aún. Adieu!».

Cuelga.

El móvil se me cae de las manos. Ha crujido, así que se habrá roto algo, pero me da igual.

Totalmente acojonado, bajo las persianas y cierro las cortinas. Cojo el abrecartas que hay en el buró de la esquina. Me acurruco al lado del mueble, temblando, asustado, llorando... Me siento indefenso, perdido, solo... El recuerdo del ataque se me hace demasiado presente y todo se me cae encima.

No sé las horas que me paso ahí escondido, hasta que oigo la puerta abrirse. «Ha venido», pienso al borde de un ataque.

Las luces se encienden y...

—¿Qué hace esto aquí?

«¿Fran? ¡Fran!». Me siento más ligero. Intento llamarlo, pero la voz no me sale.

—¿Es de Adán? —Le oigo decir a Amelia.

—¡¿Adán?!

«Aquí. Estoy aquí», quiero decir.

Entran, encienden las luces. Yago, Susana, Samanta van con ellos, además de Tía Zafiro y Tía Amber. Es sorprendente, pero me da igual ahora mismo.

—¡Madre de Dios! —exclama Fran al verme, corriendo a mi lado junto a Yago.

—¿Qué haces ahí? ¿Qué ha pasado?

Me agarro a Fran, escondiéndome en su pecho para llorar. Siento que me ha salvado la vida.

Poco a poco, y con mucho rato de paciencia convertida en cariño, logran que deje de llorar y temblar. También consiguen que me ponga en pie y que me siente en el sofá.

Samanta me trae una infusión, dejándola en la mesa de centro.

—¿Qué ha pasado? —pregunta Fran una vez más.

—Me... Me ha... lla-llamado... A-André.

—¡¿Qué?! ¿Cómo es posible? ¿Cuándo?

Les cuento que ha sido por la mañana y que me ha amenazado. Fran se pone histérico y dice de llamar a la policía, pero no le dejo, temo que André quiera vengarse.

—¿Más represalias? —exclama cabreado—. ¡Ese hijo de puta te ha amenazado!

—Cariño, dale un minuto —pide Amelia—. Está asustado.

—Lo siento, tío...

Asiento a modo de respuesta.

—A todo esto... —piensa Yago—, ¿dónde está Mikhail? ¿Por qué estás aquí solo?

—¿No volvió anoche? —Fran me mira cada vez más enfadado.

Niego con la cabeza.

—Está con Mama Rose —indica Amber.

—¿Qué haces? —pregunta Zafiro por lo bajo.

—¿Cómo? —gruñe Fran—. Ayer le dijo que estaba en casa de su madre. ¿Qué cojones está pasando?

—No pasa na...

—¡Basta de mentiras, joder!

Fran deja a todos mudos. Muy pocas veces en mi vida lo he visto así, y llevo a su lado casi toda la vida.

Zafiro le niega a Amber con la cabeza.

—Oh, a la mierda.

—No podemos.

—Claro que sí. Este chico se merece la verdad, y Misha lo necesita a él.

—Está bien... —responde Zafiro con resignación—, pero las explicaciones a Rose se las das tú.

Después de esa pequeña charla, Amber me pone al día. Mis primeras palabras, después de tanto rato de silencio, son:

—Quiero ver a Misha.

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