Capítulo 48

Adán


Hemos llegado a casa de Mikhail tras una buena cena. Por el camino, me ha dicho que José sólo quería hablar con él cara a cara, sin nadie más, pero que todo había ido bien, que ahora se conocían mejor y que se alegra de haberlo hecho.

Estoy feliz de que mis amigos acepten a Mikhail después de todo lo ocurrido, y de que él vea que ninguno lo juzga por su pasado.

Me dejo caer en la cama, sintiéndome ligero al ver que todo se está arreglando.

—¿Estás muy cansado? —me pregunta, apareciendo por la puerta con la gata en brazos y el gato siguiéndolo.

—No mucho. —Miro la hora; la una de la madrugada—. Aunque se ha hecho tarde, y mañana tengo que currar —suspiro lastimero.

Mikhail deja a la gata en el suelo con cuidado y se acerca, sentándose a mi lado. Me mira con mucha ternura; últimamente siento que me mira mucho así, y mi corazón se inquieta, mi estómago se encoje y mi cuerpo se estremece.

Me acaricia la mejilla con el dorso de dos dedos. Acaba posando la palma en mi rostro y acaricia mis labios con el pulgar, a lo que yo respondo con pequeños besos.

La calidez de sus ojos y de sus gestos me envuelve, y sólo quiero que siga, que me haga desaparecer en ese cariño que me está haciendo feliz pese a todo lo que he sufrido en estos últimos días.

—¿Pasa algo? —acabo preguntando, viendo que está reprimiéndose.

—No —susurra; está totalmente perdido en mí.

—Pues no pareces el mismo. ¿De verdad que José no te ha dicho nada?

Se inclina y me besa. Es lento, tierno, pero a la vez es tan lujurioso; su lengua se cuela en mi boca, me tienta, me calienta... Siento que me deshago en su piel en cada beso. Su mano, la que retiene mi rostro, me sostiene con firmeza.

«¿Por qué siento que podría morir aquí y ahora si se detiene? ¿Por qué no puedo desear otra cosa que no sea que siga? Quiero más... Le quiero...», pienso mientras me dejo llevar por cada beso.

Mikhail se separa unos segundos y me mira con tanta dulzura que me hace temblar.

—¿De verdad va todo bien? —insisto, ya que no entiendo a qué se debe tal contención; «Si quiere comerme a besos, joder, me dejo encantado».

—Sí —murmura, acariciándome el pelo como si lo apartara de mi rostro, luego vuelve a acariciar mi mejilla y mis labios.

—¿Qui-quieres decirme... algo? —pregunto, sintiendo un nerviosismo intenso.

Aprieta los labios, dejando claro que sí, pero que no se atreve. Coge mi mano y la besa.

—Te dejo descansar. —Va a ponerse en pie, pero lo agarro con fuerza del brazo.

Niego con la cabeza.

—Si pasa algo, en vez de irte, habla conmigo, ¿no? —espeto inquieto.

—No pasa nada.

—Pues no lo parece —insisto molesto—. ¿Por qué te portas como si quisieras algo de mí y luego te apartas? He notado que me miras diferente, ¿por qué? Creo que quieres decirme algo y no te atreves.

Deja escapar una sonrisa resignada.

—Demasiado perspicaz —musita.

—Así que me estás mintiendo, ¿eh?

—No es lo que pretendo.

—¿Entonces?

—Si te miro diferente, si me callo algo, sólo es porque me he dado cuenta de varias cosas.

—Pues quiero saberlo. —Lo miro serio, inquieto por si algo le preocupa en relación a lo nuestro.

Mikhail me clava una mirada muy intensa y decidida. Traga con fuerza.

—Pese a que es pronto —dice, luchando por mantener un tono firme, aunque la voz le flaquea un poco—, no he podido dejar de pensar en que te... te quiero.

Mis ojos se abren de par en par. Mi corazón da un vuelco. Mi estómago se encoje. Por un segundo he dejado de pensar, de sentir, de respirar...

—No quería decirte nada —prosigue nervioso—, porque es pronto, y no quería atosigarte. Sé que tienes muchas cosas en la cabeza, que quieres ir despacio, por eso...

—¿De verdad me quieres? —pregunto, porque casi ni entiendo una palabra de lo que me dice al haber desconectado por esos segundos.

—Sí, de verdad te quiero —responde convencido e inquieto al ver que no reacciono.

—¿Có-cómo...? ¿Cu-cuándo...? —balbuceo sin sentido.

—Cuando me has despertado antes —dice tímido.

—¿Eh?

—Cuando he abierto los ojos y te he visto... Hacía mucho que no me sentía así de feliz. Al sentirme tan en paz al ver tu rostro nada más despertar, lo he tenido claro; sólo se puede sentir algo así al estar enamorado.

Poco a poco, se me dibuja una sonrisa en los labios, que aflora por la dicha que siento al haber escuchado algo tan bonito del hombre al que deseo y del que, cada vez, estoy más colado, porque, sí, es pronto, pero mi corazón se estremece por él cada vez que pienso en su sonrisa, en sus ojos, en su rostro, en su voz... No sólo me siento atraído sexualmente, cada vez me resulta más difícil no pensar en que me siento, como él bien ha dicho, en paz a su lado.

—Sólo espero que no te sientas presionado a responderme o corresponderme, por...

Le callo con un beso. Sólo quiero devolverle todo lo bien que me hace sentir, lo feliz y tranquilo que estoy desde que estoy con él tras haber arreglado las cosas. Me siento más seguro de mí y de mi decisión de haberle perdonado.

No dejamos de besarnos ni para respirar. Nos perdemos en caricias y besos sin contar el tiempo. No tenemos prisa.

Mientras él acaricia mi rostro, yo me pierdo entre sus cabellos y su espalda. Cada vez siento más la necesidad de sentir su piel sobre la mía, así que acabo llevando mis dedos a los botones de la camisa, la cual le quito sin separar mis labios de los suyos.

Recorro su ancha y fuerte espalda, clavando los dedos con fuerza cuando él me muerde el labio.

El amor se está convirtiendo en pasión.

Se separa. Suspiramos al tomar aire. Se coloca sobre mí, entre mis piernas, y me contempla mientras desabotona mi camisa. Acaricia mi pecho cuando lo ha desnudado. Luego se inclina y lo besa despacio. Sus labios se detienen en el pezón, el cual cae rendido a sus besos, lamidas y suaves mordiscos.

Me retuerzo del placer, acompañando los movimientos con gemidos, interpretando la visión y el cantar de la excitación. Enredo los dedos en sus cabellos y en los míos. Me muerdo el labio. Suspiro. Jadeo. Gimo. Cuando noto como me libera del cinturón y del cierre del pantalón, muevo las caderas, buscando la liberación de mi erección, deseando que me haga suyo.

Mikhail desciende despacio, marcando bien los besos hasta que llega a mi entrepierna. Me besa por encima del calzoncillo antes de retirarlo junto con el pantalón, los cuales acaban en el suelo. Tras acomodarse una vez más entre mis piernas, siento su aliento cálido en mi intimidad, luego sus labios, que me besan lentamente un minuto antes de que envuelvan mi pene. Me devora despacio, dándome tanto placer que creo desvanecerme.

—Ah... Mi-Misha... pa-para —imploro tras un corto rato.

Se incorpora y me mira sonriente.

—¿Cómo me has llamado?

—Lo si-siento, yo...

Sube y quedamos cara a cara.

—Repítelo.

—Mi-Misha —musito tímido, sin entender su reacción.

Su sonrisa es puro fuego, como su mirada. Me besa con fuerza y mucha pasión. Hasta que acaba en mi cuello, y me muerde, haciéndome quejar por el excitante dolor. Lame mi piel dolorida y se para en mi oído.

—Sólo mis allegados me llaman así —susurra animado—. Que tú lo hagas... —Se aparta y me mira—. No sabes lo feliz que me hace.

Mi corazón se acelera aún más tras un parón de un segundo, porque siento como si todo mi ser hubiera desconectado. Entonces me embriaga la felicidad, el deseo, la necesidad de fundirme con él. Lo rodeo con los brazos y lo acerco a mí para decirle:

—Misha, te quiero.

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