Capítulo 40
Adán
El domingo por fin ha llegado. Me he pasado toda la semana hecho polvo, en más de un sentido. Pese a que los desfiles acabaron el martes, Lola tenía que ocuparse de otros detalles y entrevistas de última hora, así que hemos currado hasta el viernes. El sábado fue un día de relativo descanso, ya que tocó comprobar que todo estaba hecho antes del regreso.
André se esfumó tras lo que me hizo. Puso de excusa que le había salido un trabajo en casa y debía adelantarse. Agradecí mucho no tenerle cerca, y espero que cumpla su palabra y desaparezca de mi penosa vida.
Lola me ha tenido a su lado todo el tiempo, y no ha sacado más el tema, pero sé que quiere, que desea ayudarme, pero no hay nada que nadie pueda hacer.
Cuando el avión toca suelo, empiezo a temer ir a casa, porque no quiero; ese ya no es mi hogar.
—Si necesitas un lugar para dormir...
—No —interrumpo a Lola, intentando sonreír, aunque sea un poco, pero no puedo.
—¿Seguro? Porque...
—Sólo necesito dormir; mañana veré a Fran y ya lo solucionaremos.
Me separo del grupo antes que nadie. Doy las buenas noches y me subo al primer taxi que veo. Cuando llega ante mi casa, me cuesta hasta bajar. Pienso en irme cuando me veo ante la puerta con la llave en la cerradura, incapaz de abrir. Al final, entro, porque no tengo otro sitio; no quiero molestar a mis amigos, mucho aguantaron ya por mí. Ahora mis problemas son sólo míos.
Dejo la maleta en el recibidor. Cierro. Camino hacia el salón sin encender las luces.
Empiezo a llorar al sentir el aroma del mal llamado hogar. Odio todo lo que hay. Todo lo que me rodea son recuerdos dolorosos, sueños perdidos, promesas incumplidas... Fotos que me mantienen ligado a él.
Con rabia, destrozo todo a mi alrededor. No quiero verle más, no quiero recordarle.
—¡¿Por qué?! —exclamo al tirar las instantáneas al suelo o contra la pared.
«¿Por qué?» es la pregunta que no dejo de hacerme, porque no entiendo nada. Borja me engañó con André por el sexo, pero nunca habló conmigo de querer hacer nada distinto, jamás me planteó sus dudas, gustos, sus fantasías... Por lo que sólo puedo pensar en que me engañó porque eso le ponía o porque sentía algo por André.
Me duele todo tanto... Estoy muy cansado, y no tengo ni fuerzas para odiar, así que acabo en el suelo, apoyado contra el sofá mientras lloro encogido, abrazado a mis piernas, y maldigo un amor que sólo me está causando dolor.
Oigo la puerta. Pienso que es Fran, que no ha podido aguantarse; le conté todo porque Lola no me dio más opciones al hablar con él antes. Siento unos brazos rodeándome, y unos labios besan mis cabellos con ternura.
—¿Po-por qué has... ve-venido? —pregunto al sentir un aroma muy familiar, pero que no es el de Fran.
—Me equivoqué —dice Mikhail con la voz rota—. No podía dejar las cosas así, porque te culpé sin darte la oportunidad de nada, ni siquiera de mandarme a la mierda.
—Ve-vete.
—No.
—Po-por favor... yo no... a-ahora... no puedo...
—No te dejaré solo. Puede que sea un capullo, que me equivocara sobremanera, pero no lo volveré a hacer; te mereces mucho más de lo que has recibido.
—¡Calla! —grito, recordando que todos me dan la espalda, que no soy suficiente para nadie.
—No. Le prometí a Fran sacarte de tu infierno, y no pienso dejarte aquí.
—¿Qué...? —digo atónito.
Mikhail se aparta, tira de mi muñeca, haciéndome gruñir por el dolor; las marcas de mi piel aún me molestan.
Él me mira sin entenderlo, ya que no ha apretado tanto como para hacerme daño. Tira de la manga antes de que yo pueda impedirlo y su gesto se vuelve sombrío.
Me aparto, cogiéndome la muñeca, ocultando mi vergüenza más absoluta.
—Vete —suplico con un hilo de voz que se pierde entre los sollozos.
—No. —Mikhail tira de mí cogiéndome por el brazo.
—¿Por qué? ¡Déjame! —grito al zafarme.
Me mira serio, lleno de decisión.
—Porque te hice daño sin motivo y pienso compensarte; voy a sacarte de aquí, porque no quiero, ni voy a permitir, que te pierdas en la oscuridad.
Me deja sin palabras, sin aliento ni fuerzas, así que tira de mí con cuidado cuando me coge de la mano y me lleva a la calle. Abre el coche y la puerta del acompañante, dejando que entre. Cierra y se aleja hacia mi casa; entra, sale con mi maleta y cierra con llave. Tras cargar el equipaje, sube y emprende el camino a su piso.
Todo es silencio hasta entrar.
—¿Quieres ducharte, comer, dormir...? —pregunta, acompañándome al salón, dejando la maleta en el recibidor.
No sé qué responder, porque no sé ni qué sentir por él ahora, ya que estaba enfadado por haberme dejado sin más, pero me ha sacado de mi casa en el momento que más lo necesitaba.
Viendo que no digo nada, Mikhail me invita a seguirle.
—Mejor dúchate, que te ayudará a relajarte. ¿Quieres coger ropa de la maleta?
Niego con la cabeza.
—Está todo por lavar —logro decir.
—Vale, pues te dejo algo mío. Ve al baño.
Asiento y obedezco, pero me quedo parado sin hacer nada. Mikhail entra y deja la ropa sobre la tapa del retrete.
—Adán... —me llama, dejando claro que está angustiado—. Tienes que quitarte la ropa. —Se aparta y enciende el agua. Me mira y suspira—. Vamos.
Despacio y con las manos inquietas, desabotona mi camisa, dejando a la vista las marcas de mi estupidez. Su cara se ensombrece, sus ojos denotan ira y sus labios se tuercen con rabia contenida.
—Me lo busqué —digo sin sentimiento alguno.
—No, ni mucho menos.
—André... Él me dio las opciones; yo acepté, así que, sí, me lo busqué —sentencio llorando.
—No. —Me abraza pese a que me retuerzo, pero no me suelta—. André se excedió, jugó contigo y te hizo sentir tan mal que crees que te lo mereces, pero no es así; tú, de todos nosotros, eres el único que no ha hecho nada mal, sólo has dado y dado, y lo que te hemos devuelto a cambio...
—Ca-calla...
—Quería pedirte perdón, pero ahora... Ya todo me da igual; no me perdones, ódiame, pero no dejes que ese bastardo acabe contigo. Úsame, destrózame, pero no te alejes; haz conmigo lo que quieras si con ello te sientes mejor.
Sin poder evitarlo, alzo los brazos; envuelvo el torso tembloroso de Mikhail entre ellos, escondiéndome, perdiéndome en su calor.
—Él... Él... —balbuceo entre lágrimas y dolor.
—Ya no te hará nada más. No volveré a dejar que use mis miedos para herirte, así me quedaré contigo pase lo que pase.
—Mikhail...
—Estoy aquí. —Me acaricia la espalda y la nuca, me besa los cabellos y me susurra que no se irá de mi lado.
—No quiero... No quiero creer en nadie más —digo cansado, sabiendo que mi corazón ya no puede seguir latiendo por amor.
—No lo hagas, no creas en mí si no puedes, porque lo hagas o no, no pienso moverme de tu lado.
Durante varios minutos, en los que no he podido soltarme de Mikhail, he dejado salir todas las lágrimas que podía, hasta que ya no han quedado, hasta que mi voz ya no ha dado más de sí y mi garganta ha empezado a doler.
Mikhail, con paciencia, me ha calmado. Sólo me ha dejado cuando he sido capaz de meterme en la ducha. Le ha horrorizado verme la espalda.
—¿Quieres algo de cenar? —me pregunta cuando me persono en el salón.
—No.
—¿Necesitas algo?
—La... espalda —digo con voz queda, mostrándole la pomada que he de poner sobre las heridas.
—Ven. —Me acompaña a la habitación; en cuanto enciende la luz, los dos gatos salen corriendo—. Túmbate —me invita amable, deshaciendo la cama.
Me acomodo bocabajo. Mikhail sube la camiseta y, con mucho cuidado y muy despacio, unta la crema.
—¿Te hago daño? —pregunta inquieto.
—No.
—Debí decirte que él...
—No quiero hablar.
—Lo siento. —Sigue y el silencio reina unos minutos—. Ya está. ¿Quieres dormir?
—Sí.
—La cama es tuya, así que descansa. ¿Mañana irás a trabajar?
—No.
—Pues cuando te levantes, si necesitas algo...
—Mm...
—Buenas noches.
Mikhail sale y cierra la puerta. Yo, en la fría soledad y en la implacable oscuridad, ahogo lo llantos con la almohada mientras me doy cuenta de que ya no puedo volver a mi vida, de que he perdido casi todo, simplemente, porque amé al hombre equivocado.
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