Capítulo 28

Adán


Mikhail se ha quedado dormido; en cuanto el medicamento le ha calmado el dolor, y con lo cansado que estaba, ha sido rápido. Y está realmente guapo con esa cara de paz; ojalá no le hubieran hecho daño, así podría disfrutar de esa imagen sin sentir tanta rabia y pesar a la vez.

El tiempo pasa y, por desgracia, tengo que irme. Así que, poco a poco, y con muchísimo cuidado, me levanto.

Voy al salón con mi teléfono en la mano. Llamo a Mama Rose.

—«¿Sí?» —dice al descolgar.

—Soy Adán.

—«Oh, perdona, bombón; se me complicó el día».

—Tranquila, que no me ha molestado para nada quedarme.

—«Mm... ¿Y eso?».

—Un caballero no debe hablar de sus conquistas —bromeo contento de poder irme tras tener las cosas claras con Mikhail.

—«Uh... Creo que tendré que charlar largo y tendido con Misha». —Suena alegre, feliz por él.

—Oye, tengo que irme ya.

—«Qué lástima... ¿Cómo está mi niño? Si tengo que ir ya...».

—Está durmiendo; supongo que tardará en despertarse.

—«Vale, pues iré en cuanto termine aquí».

—Gracias por avisarme. Sé que a Mikhail no le ha hecho puta gracia, pero...

—«Bueno, aunque él no quiera reconocerlo, siempre logro hacerle feliz» —sentencia orgullosa.

—Cuidas bien de él. Gracias. Te dejo. Llamaré cuando pueda, que entre que llegamos y todo...

—«Tranquilo, yo le digo. Buen viaje, mi amor. Disfruta, aunque sea por trabajo, pero no demasiado, que aquí te esperará un hombretón».

Río sutil, no quiero despertar a Mikhail.

—Ya, bueno, me está costando no pensar en quedarme, la verdad. Nos vemos a la vuelta. Cuidaos. Besos a las tres.

Nos despedimos y cuelgo.

Como no quiero irme sin decirle nada, pero tampoco quiero despertarle con lo bien que duerme estando tan hecho polvo, decido escribirle una nota, pero antes, saco una chequera del bolsillo interior de la americana; «Si no va a utilizar las fotos, le tendré que devolver el dinero», pienso mientras relleno el cheque. Después, miro a mi alrededor; hay un bloc de notas en un pequeño escritorio a la esquina del salón. Arranco una hoja y escribo:

«Siento haberme ido sin decirte nada, pero estabas descansando demasiado bien y no quería molestarte.

Te dejo un cheque con el dinero de las fotos; seguro que me dirías que no es necesario, pero entre que no las vas a usar y que no voy a cobrarle a mi novio, creo que es lo correcto.

No sé cuándo podré llamar, porque mi jefa me tendrá hasta las cejas de curro, pero hablamos pronto.

Descansa.

Besos.

Adán».

Dejo la nota, el cheque y el bolígrafo en la mesa de centro; espero que Mama Rose la vea cuando llegue y se la dé, o que él la vea si se levanta.

No me apetece irme, pero he de cumplir con mis obligaciones. Así que salgo del apartamento cerrando con cuidado para que Mikhail no se entere.

Pido un taxi mientras bajo en el ascensor. Le doy la dirección de casa, le pido que se espere en la puerta cuando llegamos, cojo la maleta y le indico que he de ir al aeropuerto.

Sólo puedo pensar en Mikhail. Odio pensar en que tengo que irme tres o cuatro semanas justo decimos de empezar a salir; quiero estar con él, sobre todo porque me gustaría ayudarle mientras se está recuperando.

Un extraño pensamiento me cruza la mente: «¿Por qué ha vuelto a insistir en que tenga cuidado con André? ¿Habrá sido él el que...? Pero de haber sido él, Mikhail me lo habría dicho, ¿no? Me gustaría saber qué ha pasado; sobre todo después de que me haya dicho que quiere dejar el trabajo; parecía que lo necesitaba de verdad. ¿Qué ha cambiado en tan poco tiempo?».

—Ya podrías haberme contado algo —musito para mí mientras miro por la ventana.

Cuando llego al aeropuerto, me encuentro con Lola, André y unos pocos compañeros más. Todos hemos llegado temprano, así que facturamos el equipaje y nos dirigimos a nuestra puerta de embarque; da gusto viajar a horas tardías, porque casi no hay nadie.

—¿Qué tal todo? —me pregunta André mientras esperamos.

—Bien. —Sonrío alegre, recordando que tendré a Mikhail para mí en una cita cuando vuelva.

—Se te ve muy feliz... —Me escruta con la mirada—. Algo ha pasado, ¿a qué sí?

—Pues sí.

—¿Puedo saber qué ha sido? —indaga muy curioso.

—Me ha surgido un buen plan para cuando vuelva.

—¿En serio? ¿Uno romántico? —Parece más interesado, casi extrañado.

—No, hombre no. —Prefiero mentir y ser precavido, porque está insistiendo mucho en saber.

—¿Entonces?

—Estás tú muy preguntón, ¿eh? —exclamo a modo de broma, pero en realidad me gustaría saber qué pasa; «¿Será por Mikhail?».

—Me preocupo por ti. —Sonríe casi con frialdad.

«¿Se habrá dado cuenta de que miento?».

—No es nada muy extraordinario —explico para no levantar sospechas—; mis amigos me han invitado a un fin de semana con ellos por ahí.

—Ah, ya veo.

—Hace tiempo que no quedamos todos juntos, así que me hace ilusión.

—Me alegro. Ya temía haber perdido la oportunidad y que otro se me adelantara.

—Ya te dije que no hay oportunidad que valga —insisto paciente.

—Aún tengo fe en que la ciudad del amor haga su magia. —Se aleja, dejándome inquieto.

Sus gestos cada vez me parecen más sombríos; «Quizá sí fue él el que jodió a Mikhail», pienso preocupado; «Si fue así, ¿qué es lo que quiere de mí?».

Entre el tiempo de embarque, el de llegada a París y luego al hotel, ya es hora de plantearse ir a dormir, pero no puedo dejar de dar vueltas en la cama. Pienso sobre lo de André un poco, pero acabo por centrarme en Mikhail y lo que hemos hecho unas horas atrás.

Es imposible controlarse al pensar en él; sus labios carnosos y cálidos recorriendo mi piel; su cuerpo desnudo sobre el mío; su erección dentro de mí...

—Mm... —gruño al colar mi mano bajo el calzoncillo, al coger mi erección y masajearla despacio, como Mikhail me tocaba.

Me encantaría estar con él, poder saborear una vez más su miembro erecto o sentirlo dentro. Sí, ha sido una gozada notarlo rozándome entre las nalgas y luego en el ano, entrando lento.

Es molesto tener ropa puesta; me quito el calzoncillo y me pongo bocabajo, arrodillado e inclinado, llegando mejor a mi otro punto caliente; me humedezco los dedos con saliva y me penetro con ellos mientras sigo masturbándome por delante, manteniendo la imagen de Mikhail y su voz erótica en la cabeza.

—Mi-Mikhail... —susurro entre sutiles gemidos; desearía tanto estar con él.

Ni siquiera entiendo cómo es posible que, habiendo tenido sexo unas horas antes, y muy placentero, pueda estar a punto del orgasmo; no me recordaba tan activo. También puede ser que Mikhail haya logrado excitarme como hacía años que nadie lo hacía.

Recordando su manera de tomarme, muevo mis manos. Hasta puedo sentir su aliento en mi nuca.

—Ah... Ah... Mikhail...

Empiezo a sentirme tan bien... Me doy la vuelta, liberando mi retaguardia, colocándome bocarriba. Mi cuerpo se tensa, mi miembro tiembla al descargar; siento el espesor y calidez de mi esperma por el vientre. Dejo escapar un gemido de éxtasis mientras me relajo y siento el último cosquilleo del orgasmo.

—¿Qué... me has... hecho? —susurro entre jadeos.

Me había acostumbrado al sexo conmigo mismo, pero Mikhail me ha hecho desear de nuevo a otro cuerpo, a otro ser humano entre mis brazos y piernas. Ojalá pudiera estar con él... Definitivamente, cuando vuelva, quiero hacerlo mío y ser suyo.

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