Capítulo 19
Mikhail
Desde el miércoles que no salgo de casa. Acabé cancelando las citas del jueves y de hoy, excusándome con algo tan simple como una gripe. Me sorprende haberme tomado días libres; sólo cuando de verdad enfermo evito trabajar, ya que no puedo permitirme perder dinero.
No he dejado de coger el teléfono para llamar o mensajear a Adán y decirle que no podré ir al La vie en Rose por la noche, pero me falta valor; quiero verle, quiero disculparme y... Y no sé qué más puedo querer, si ya he cerrado la puerta a la esperanza.
Aun así, pese a que no dejo de repetirme que no caeré en mis estúpidos sentimientos, no puedo evitar pensar en las palabras de Adán una y otra vez: «¿Aunque a ese alguien no le importe a lo que te dediques?».
Dejo escapar una sonrisa llena de pesar, sorna e incredulidad; «¿De verdad puede ser así?» No me creo que exista nadie como él, es imposible; siempre me han prometido aceptarme, quererme, respetarme... y a la vista está que no fue así.
Mientras tengo el teléfono en la mano, y mi mente está en vete a saber dónde, el móvil suena y me asusta.
—Su puta madre —gruño molesto.
Miro la pantalla; al ser el terminal del trabajo, resignado, pienso que es algún cliente nuevo o uno que no se da por enterado de que no trabajo ese día, pero leo en la pantalla su nombre.
—Adán... —musito sin tener coraje para responder, así que cuelga cuando pasa el rato—. ¿Qué hago? —pregunto, mirando al techo, esperando una respuesta divina, del universo o de lo que sea que haya en el infinito.
Dejo el aparato, me levanto, me paseo por la habitación y no dejo de luchar contra mí. ¿Qué debería hacer? Es algo que no se puede responder por más vueltas que se le dé; hay las opciones que hay, y todas llevan a un futuro desconocido.
El tono de llamada suena de nuevo.
—No insistas más —imploro, tapándome los oídos, deseando llorar, deseando que me olvide, pero no cesa, sigue sonando.
Lo cojo y descuelgo, pero callo; no puedo ni respirar, menos puedo pretender hablar.
—«Mi-Mikhail» —dice Adán con un hilo de voz; oír mi nombre salir de sus labios, oírlo con ese timbre de dulzura y tristeza... Siento que me podría hacer desaparecer.
—¿Sí? —musito, luchando por controlar el temblor de todo mi ser.
—«Hoy vendrás al La vie en Rose, ¿verdad?» —pregunta, parece que con temor a que mi respuesta sea negativa.
—No sé... Tengo trabajo y...
—«Dijiste que no tenías citas a esa hora» —apunta, haciéndome recordar la mentira que dije.
«Para lo mucho que miento últimamente, ya se me podría empezar a dar mejor», pienso, sintiéndome inútil.
—Ya...
—«Me... Me gustaría verte hoy».
«No me lo pondrás fácil, ¿verdad?», cavilo, sabiendo que, si me lo dice de ese modo, no podré negarme.
—No sé si es lo mejor; el trabajo es cosa de Mama Rose, y yo...
—«Necesito hablar contigo» —interrumpe, dejando clara su tristeza.
Suspiro; «No debo ceder, no puedo hacerlo», me insisto; «No acabará bien». Quiero desvanecerme, llorar, maldecir mi existencia...
—«Mikhail, por favor» —dice tras un rato de silencio por mi parte—. «No quiero ponerte las cosas difíciles ni hacértelo pasar mal, pero creo que nos debemos una charla algo más sosegada que la última».
—Nos vemos esta noche.
—«Gracias».
Cuelga sin más, y deduzco que es porque no quiere molestarme más de la cuenta.
Por aceptar ir a verle, todo el día ha sido un infierno; no he dejado de sentirme inquieto, decaído, asustado... Por ello, agradezco, en parte, que llegue la hora de ir al La vie en Rose para sacarme de encima el «marrón».
Temo entrar cuando llego; no sé qué cara ponerle a Mama Rose después de hablarle de aquel modo, porque hasta hoy no he hablado con ella.
Me quedo en la calle, parado a un lado de la entrada. «¿De verdad soy tan cobarde? Joder, con todo lo que he tragado y ahora me veo así... Qué pena doy».
—¿No piensas entrar? —me dice una voz conocida, y veo sus pies parándose ante mí, haciéndome levantar la mirada.
—Necesitaba un poco de aire antes —le digo a Adán, que me mira con ternura, ojos cansados y algo tristes; «¿Tan mal lo has pasado por mí? Nunca me perdonaré hacértelo pasar así después de todo lo que ya has sufrido».
Se coloca a mi lado, apoyando, como yo, la espalda en la pared, dejando la bolsa del trabajo en el suelo con cuidado. Mira al infinito, como si me diera espacio, aun así, me brinda su compañía.
—Hablé con Fran de la charla del miércoles —dice, manteniendo la mirada distante.
—¿De... verdad? —pregunto incrédulo y sorprendido.
—Sí; con él lo comparto todo.
—Déjame adivinar; te dijo que te alejaras de mí y...
—Te equivocas de mucho —interrumpe, mirándome al fin, clavándome una mirada seria y segura.
—¿En serio? ¿De verdad esperas que me crea que tu amigo te ha dicho que soy un buen partido? —Mi tono está cargado de sorna, dolor e incredulidad.
—Créete lo que quieras, pero Fran sólo quiere verme feliz.
—No lo serías conmigo —respondo con una chulería cargada de pesar.
—Borja, mi marido, era todo lo que había soñado; era bueno, alegre, algo loco, trabajador... —cuenta, devolviendo la mirada a la nada—. Creí que era el ser más perfecto del mundo, tanto que no podía ni creerme mi suerte al estar con él.
—Siento que lo perdieras.
—Sí, es una pena, pero... de no haberse ido de ese modo... —Me mira con los ojos llorosos, luchando por no dejar que esa tristeza asome—. Me engañó con otro; durante dos años.
Me deja completamente descolocado.
—Lo... Lo siento —logro decir.
Aparta el rosto una vez más.
—Yo lo sabía —prosigue con voz temblorosa—. Soy demasiado perspicaz, ¿verdad? —bromea con dolor.
—¿Seguiste con él pese a saberlo? —pregunto, sintiéndome entrometido, lamentando hurgar en sus pesares.
—Estaba enamorado como sólo un idiota puede estarlo —continúa, llevando la vista al suelo—. No quería creerlo, así que fingí no darme cuenta, engañándome inútilmente. Y cuando creí que tendría el valor para preguntarle, para enfrentar la realidad... —Cierra los ojos; la voz se le atraganta y le cae la primera lágrima—. Cuando oí que se moría...
—Adán, ya —imploro; no puedo verle así.
—No quiero creer más en el amor —dice, mirándome tras retirarse las gotas de pesar del rostro—. Como me dijo Fran; el amor hay que vivirlo y sentirlo.
—Es una carga para mí; no puedo —respondo, odiándome por ello.
—Suponía que no habría ninguna oportunidad —indica, contemplándome con tanto dolor que me rasga el alma.
—Es que... ¿Cómo podría? ¿Cómo podría trabajar y luego volver a tu lado? Si ya me siento sucio, ¿cómo crees que me sentiría si te traicionara con cada cliente?
—Que yo sea consciente, y que sea tu trabajo, no lo convierte en traición.
—Pero me odiaría.
—Quizá acabes odiándote más por alejarme; si algo aprendí estando en los últimos días con Borja, es que la vida no es tan larga como creemos. —Se incorpora y me mira con una sonrisa triste—. A estas alturas, pese al miedo de salir herido, estoy seguro de que vale más la pena disfrutar del ahora que pensar en el mañana, porque tenía mil planes con un marido que ya no existe. —Coge su bolsa, se acerca a la puerta y, antes de entrar, me vuelve a mirar—. Te espero dentro.
Mi corazón no se calma; late con tanta fuerza que parece que desea escapar. No puedo entender cómo alguien, que tenía a su lado un hombre así, pudo engañarle; «Si yo pudiera, no lo dejaría ir nunca», pienso sin darme cuenta; entonces, cuando reacciono, cuando analizo mis palabras, soy consciente de que, si alzo la mano, podría alcanzarlo, de que lo tengo ante mí esperando una respuesta.
Quizá, por más que luche, nunca podré evitar tener esperanzas, y si acepto sus palabras, quizá, al fin, podría vivir mi vida en rosa.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top