Capítulo 18

Adán


Me he pasado toda la noche sin pegar ojo; estoy molido cuando suena la alarma. Entro en el baño y me miro en el espejo; no hay milagro en este mundo para tapar las ojeras que luzco.

Suspiro resignado.

Me aseo y visto antes de bajar. Miro con dolor la mesa de centro del salón; aún sigue ahí la cerveza sin terminar de Mikhail.

«¿Qué debería hacer?», pienso, alzando la vista a las fotos que decoran gran parte de la casa.

—Lo siento, pero... ya es algo que no puedo negarme. —Me acerco a la foto de la boda; la cojo y la contemplo con ganas de llorar—. Esto es por tu culpa —digo con dolor—. No sólo me dejaste, tú... tú... —Lanzo con ira la instantánea contra la pared, rompiendo el marco y el cristal de éste—. ¡¿Cómo pudiste joderme tanto?!

Me olvido de desayunar y salgo de casa; no aguanto más ahí dentro. Por primera vez, empiezo a sentir que le odio, que quiero romper las cadenas que me atan a su amor y a su recuerdo; después de todo, ¿se merece mi lealtad?

Llego al estudio, viendo que ya hay un trajín importante de estilistas, maquilladores y modelos.

Suspiro agotado, y aún no he empezado.

—Buenos días —dice André cuando se acerca; me invade una pereza enorme sólo de verle la sonrisa—. ¿Va todo bien? Tienes cara de no haber dormido nada —pregunta preocupado.

—Sí, va todo bien. Tengo que ponerme con el curro. —Paso por su lado, y me agarra de la muñeca.

—Si necesitas hablar o...

Me zafo de él con un movimiento brusco de mi brazo y lo miro con malestar.

—No necesito nada de nadie; ¿estamos? Dejadme todos de una vez. No quiero nada contigo, así que olvídate de mí; y me dan igual tus razones. No soy el pasatiempo de nadie.

Me alejo, lamentando pagar mi mal humor con él. Que Mikhail me dijera que no me fiara no significa que deba tratarle como a un miserable, pero es que hoy no puedo ser diplomático.

Tras la sesión de fotos de la mañana, consigo escabullirme e ir a comer con Fran.

—Madre mía —exclama al verme—, ¿y esa cara?

—No preguntes.

Se sienta enfrente de mí; yo lo esperaba en el bar de siempre, con el pedido de siempre.

—Tengo que preguntar; no te veía así desde... Ya sabes.

—Soy un idiota —indico cabizbajo, suspirando con pesar.

—Eso te lo he dicho muchas veces —bromea, mirándome con cariño—, pero tendrás que especificar.

Le cuento todo lo ocurrido; desde lo del museo, pasando por el flechazo al ver y oír a Mikhail canturreando La vie en Rose, acabando en lo de ayer.

Me siento perdido.

—Creo que ya no puedo fingir más —cuento, sintiéndome roto—. Ya no es sólo por Mikhail, es por Borja, por lo que me hizo antes de irse. Yo... ya me he cansado de engañarme; no le he perdonado, y no es que quiera pasar página, es que quiero arrancarla, quemarla, olvidarla...

—Ya era hora —dice con alivio. Lo miro esperando a que prosiga—. Borja era mi amigo también, y le quería mucho, lo sabes, pero no se merece tanto de ti; le diste todo, y para él no fue suficiente. No es que te toque dejarle ir, es que te toca ser libre.

—Pero ¿cómo? Me casé con el que creí que era el amor de mi vida; ¿se puede volver a creer en el amor cuando te han roto hasta el alma?

—En el amor no hay que creer; el amor hay que vivirlo, sentirlo...

—Ya, bueno, pero lo que dijo Mikhail...

—¿Qué? ¿Qué la gente es una metomentodo y te criticará si estás con un hombre de compañía? ¿Desde cuándo te preocupa lo que digan los demás?

—No es por mí, es por él, porque le preocupa eso y... ¡Dios! Ni siquiera sé qué digo; ni lo conozco de verdad. Sólo tengo la cabeza llena de pájaros. A saber qué mierdas ha tenido que tragar para alejarse así.

Fran calla unos segundos. Da un trago a la cerveza. Me mira.

—Fue por ti que abrí mi mente —comenta, contemplándome con tanto cariño que me hace sentir mejor sólo con eso—. Mis padres me criaron con la idea de que dos hombres no deben estar juntos, de que el matrimonio es cosa de hombre con mujer, y ya sabes... todas esas gilipolleces.

—Sí, lo sé —respondo, recordando las peleas que había tenido Fran con sus padres por ir conmigo.

—Cuando me dijiste que te gustaban los chicos... ¡Uf! Creo que el tiempo hasta se paró unos segundos —dice sin saber bien cómo expresar lo abrumado que se sintió—. Todo lo que me habían enseñado, aquel rechazo sin sentido estaba en mi cabeza, pero fue verte casi llorando que se esfumaron todas las dudas; eras mi amigo, ¿qué cojones me importaba si te iban los tíos o las tías?

—Tenía miedo de que me dieras la espalda —digo apenado por la desconfianza.

—Y es normal; éramos unos críos, y yo no fui educado para tolerarlo.

—Me alegro de que cambiaras de idea respecto a la homosexualidad —indico, sonriéndole con cariño.

—Y ha sido una de las mejores decisiones de mi vida; preferí escuchar a mi corazón, y mi corazón me decía que eras mi amigo, que te quería y que eso era lo que importaba.

—¿Me estás diciendo que escuche al mío? Porque no sé... Yo... Sólo hay caos dentro de mí ahora mismo.

—Pues es sencillo; ¿te molesta que Mikhail se dedique a lo que se dedica?

—No —respondo con seguridad.

—¿Has disfrutado de su compañía?

—Sí.

—¿Quieres dejar de verle?

—No —indico, teniendo clara la respuesta y mis deseos.

—¿Crees que nos perderás a Yago, José o a mí si sales con él?

—Nunca.

—¿Pues qué es lo que te frena? Tienes miedo de que te haga daño, pero ¿crees que alguien que lucha por alejarte de ese modo, precisamente, por no hacerte sufrir, hará lo mismo que hizo Borja?

—Pero él no quiere, ¿qué más da?

—Quizá debas hablar con él; que sus experiencias hasta el momento no hayan sido buenas, no significa que contigo vaya a ser igual.

—Ya, pero... ¿y si es despecho? Cada vez me siento más enfadado con Borja, y no quiero que Mikhail sea una excusa para...

—Eh, echa el freno, Macareno —interrumpe, regañándome con la mirada—. Si fuera por despecho, creo que ya habrías caído en la telaraña de André o de algún otro.

—Mm... —Lo miro sin saber qué hacer.

—Tienes que volver a verle, ¿no?

—Ajá.

—Pues habla con él, e intenta que, por lo menos, no se vaya del todo de tu vida; parece que él necesita un cambio tanto como tú.

La hora de comer termina, y tengo que despedirme de Fran; nos abrazamos con cariño, diciéndonos así lo mucho que nos importamos el uno al otro.

Cuando llego al trabajo, me siento más relajado. André, en cuanto me ve, se acerca con cara de no saber si hacerlo o no, así que le sonrió cordial.

—Siento lo de antes —digo arrepentido, mostrándome amable.

—No te preocupes —responde sin mostrar si está molesto o no—. Parece que has tenido una mala noche.

—Sí, ha sido un poco mala.

—¿Y eso? ¿Ha ocurrido algo?

—Nada, sólo un malentendido con un amigo.

—Si necesitas hablar...

—Gracias, pero ya he hablado con mi mejor amigo, así que...

—Aun así, si necesitas algo, puedes acordarte de mí. —Me sonríe coqueto, me acaricia la barbilla y me guiña un ojo antes de irse.

Niego con la cabeza; «A saber de qué palo va este tío», pienso, recordando después lo de que no debo fiarme de él; «Si Mikhail me lo advirtió, será por algo; parecía bastante preocupado por ello».

Me pongo a currar; tengo una lista de fotos que retocar y no puedo perder más el tiempo.

—Adán... —Oigo a mi lado; miro y veo a Olivia sonriendo con su habitual simpatía y alegría—. Te he traído un café de la cafetería de la esquina —dice, dejando el vaso sobre la mesa.

—Oh, gracias —musito sorprendido.

—Pareces cansado, así que...

—No tenías que haberte molestado.

—¿Qué dices? Tú siempre me echas una mano cuando me ves en apuros.

—Ya, bueno, aun así...

—Déjate de tonterías, anda. —Me da una palmada en la espalda y sonríe animada—. Siempre eres tú el que se da a los demás, ¿no te apetece ser el consentido? De vez en cuando, también puedes ser un poquito caprichoso, ¿sabes?

Se aleja, saludándome con la mano y una amplia sonrisa tan cálida como ella. Le devuelvo el gesto agradecido. Luego miro el café, el cual huele a avellana, y al que ha acompañado con un pequeño merengue. Sonrío aún más; «¿Cómo me conoce tan bien?». Le doy un bocado al dulce y no puedo evitar disfrutarlo. «Quizá estaría bien ser un poco más caprichoso», pienso junto con un suspiro; «Ni recuerdo la última vez que pensé en mí. Y si lo fuera... ¿podría serlo respecto a Mikhail? Quizá... Quizá él pueda entender mejor que nadie la soledad».

—Mm... A ver el viernes...

Sin entretenerme más, me tomo mi cappuccino con avellana, me como el merengue y me pongo a trabajar, dejando mis cavilaciones y sueños para cuando tenga tiempo que perder.

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