Capítulo 16
Adán
Empieza el miércoles y ya me siento sin energías. Tras la conversación de ayer con Mikhail, me siento extraño. Desde el minuto uno, tenía claro que él no me interesaba por su trabajo, y que todo lo que nos unía era mi profesión; aun así, como un idiota, había mantenido una especie de esperanza de poder tener algo más cercano con él; pero se esfumó esa idea tras su comentario: «Sólo somos dos personas que han coincidido por ciertos hechos que, una vez hayan acabado...», recuerdo con pesar.
Desayuno despacio, mirando a la nada mientras me bebo el café y me como un par de tostadas. Pienso que podría hablarlo con Mikhail, que podría formar parte de su vida... Alzo la vista y contemplo las fotos de la pared; «Lo siento», me lamento, agachando el rostro con vergüenza; «Quizá no sea capaz de pensar sólo en una amistad, y lo mejor es que me aleje de él».
Al final, dejo lo que me queda del desayuno y me voy al trabajo. Nada más llegar, Lola me llama a su despacho.
—Buenos días —indico al entrar, pero con pocos ánimos.
—Buenos días —responde, invitándome a sentarme ante su escritorio.
—¿Pasa algo? —pregunto extrañado.
—Esto es el calendario del viaje a París. —Me tiende un papel, arrastrándolo por la mesa.
Lo cojo, lo miro y leo la fecha señalada con bolígrafo rojo: «25 de febrero al 5 de marzo».
—¿Tienes tiempo de prepararte para el viaje? —pregunta seria.
—¿Yo...? ¿Voy a ir a París? —pregunto inquieto.
Después de todo lo que pasé, no he salido ni de la ciudad, así que me abruma la idea de irme lejos unas semanas y no tener a Fran y al resto cerca.
—Bueno, quería plantearte salir antes; el lunes que viene.
—¿El lunes?
—Sí; tengo unos trabajos previos a la Fashion Week, y de los que quiero ocuparme contigo como fotógrafo. ¿Qué me dices?
Miro el calendario. «Es una gran oportunidad. Sería como cumplir un sueño», pienso temeroso; «Lola confía en mí, me está dando la mano...».
—Yo... —musito, callando después.
—Sé que es muy precipitado, pero me han dado el visto bueno hace nada. Nos vamos en cuatro días; siento no dejarte más tiempo para pens...
—I-iré —respondo tan seguro como puedo; «No debo dejar escapar esta oferta», me recuerdo para darme fuerzas.
—Me alegro —dice, dibujando una sonrisa satisfactoria—. ¿Tendrás tiempo de prepararte?
—Sí, no será problema. —Asiento con seguridad.
—Ya puedes ir a trabajar, y si necesitas salir antes o...
—No será necesario, gracias.
Me despido de ella y me voy al estudio; hay un ir y venir constante de modelos y, entre ellos, aparece André.
—¿Qué te dijo Lola? —pregunta sin siquiera saludar; parece ansioso por el tono.
—Que voy a París —indico sin saber aún como sentirme.
—Super! —exclama feliz—. Me alegro tanto... Tengo muchas ganas de enseñarte todo, y de llevarte a cenar a los mejores lugares, y...
—Recuerdas que vamos por trabajo, ¿verdad? —pregunto, viéndolo demasiado entusiasmado.
—Ya, ya... No son unas vacaciones, pero hay que pasarlo bien también, ¿no?
—Supongo... Bueno, me tengo que poner a currar —digo, deseando entretenerme con mis labores.
—Hablamos luego.
—Claro.
Se acerca a mi oído.
—Tú y yo tenemos que pasarlo muy bien en París. —Me besa en la mejilla y se va.
Suspiro con malestar; «¿Lo que yo quiero no cuenta?», pienso, limpiándome la cara con el dorso de la mano; «Aunque no sé lo que quiero... Bueno, sí lo sé; quiero una vida tranquila y dejar de pensar de una vez», me digo antes de ponerme a trabajar.
Al final de la jornada, André se acerca otra vez; me pone de los nervios que me tire los tejos.
—¿Te apetece ir a tomar algo? —pregunta, dibujando una sonrisa traviesa.
—Tengo que prepararme para el viaje, así que...
—Va, no te viene de una copa.
—¿Por qué?
—¿Eh?
—¿Por qué este interés por mí?
No es que me importe que vaya detrás de mí en sí, pero me parece extraño que se haya «animado» tan de repente.
—Ven a tomar una copa y te lo digo —responde con picardía.
Suspiro cansado y niego con la cabeza.
—No me apetece, y menos ganas tengo de jugar a esto.
—Sólo quiero que desconectes un poco —dice más serio—. Hace casi un año que trabajo aquí y apenas te he visto salir con los demás; todos los que te conocen de antes, me han dicho que eras más sociable, que has cambiado.
—¿Y a ti qué más te da?
—No sé —reconoce sonriendo—, supongo que sé lo que es la pérdida y quiero pasar página.
Me deja sin palabras un segundo; «¿Él también ha pasado por algo así?».
—Creo que no estoy preparado para pasar la mía —indico, sintiendo que estoy más seguro de ello de lo que dejo ver—, pero... pero si necesitas apoyo...
—¿Empezamos por una copa? —insiste, dibujando más dulzura en su gesto—. También hay que celebrar el trabajo de París, y quiero invitarte a algo, por lo menos hagamos un brindis.
—Está bien...
André parece feliz, y sonríe con alegría. Me da tiempo para que acabe de recoger mis cosas y me acompaña a la calle, manteniendo una conversación cualquiera, conteniendo la coquetería anterior, dándome un respiro y haciendo que me sienta más cómodo.
Pide un taxi y le da la calle al conductor.
—¿A dónde vamos? —pregunto curioso.
—Hay un sitio que me parece entretenido, y seguro que te gustará.
No insisto, viendo claro que no le apetece aclarar nada, aunque cuando el taxi se detiene, veo el letrero en rosa y me tenso. «No será ahí, ¿verdad? Será otro local», pienso inquieto.
Bajamos del coche, y André me coge del brazo; parece muy animado.
—Espero que te guste el sitio —dice, llevándome justo a donde no quiero ir con él.
No le digo que ya conozco el La vie en Rose, no tengo ganas de que pregunte. Espero que Mikhail no esté. «Ni que fuera asunto suyo si salgo con alguien», me digo, recordándome que él fue el que dejó claro que, una vez acabado el trabajo, ya no nos uniría nada.
Al entrar, se oye la música; hay un espectáculo a la mitad. El local está bastante lleno pese a ser «temprano». Miro a mi alrededor, aliviado de no verlo; espero no tardar en irme pronto, ya que sé que, cada noche, pasa por aquí, y es más que probable que me encuentre con él si me entretengo mucho.
Mi mirada se cruza con la de Mama Rose, que parece extrañarse. Se acerca con elegancia, disimulando las prisas.
—Buenas noches —saluda, escrutándome con una sonrisa que me inquieta. Levanta la mano, la cual coge André y besa en el dorso.
—Buenas noches, madame —le dice galante—. Como siempre, es una alegría para la vista.
—Demasiado zalamero, jovencito —responde educadamente, pero su atención sigue en mí—. Adán...
—Bu-buenas noches —digo incómodo; «¿Por qué me mira así? ¿Será por Mikhail?».
—¿Os conocéis? —pregunta André con interés.
—Algo así —comenta Rose—. Lo he contratado para un trabajo.
—Pues no te arrepentirás —salta André convencido—, Adán es un gran profesional.
—Trabajamos juntos —apunto sin venir a cuento, excusándome, de algún modo, por presentarme con él; «Soy un idiota».
—¿Y qué os trae por aquí? —pregunta, clavándome la mirada con más interés—. ¿Trabajo?
—No —responde André, que se coge de mi brazo otra vez—. He invitado a este hombretón a tomar algo.
—Mm...
—E-es que hoy me han dado un buen trabajo —sigo excusándome; no quiero que piense lo que no es.
—Le he prometido un brindis por su ascenso. —André me mira feliz, guiñándome el ojo.
—Me alegro por ti, querido —apunta Rose, que sigue con gesto fijo en mi persona—. ¿Queréis una mesa o...?
—No —salto antes de que André abra la boca—. Sólo será una copa, así que no es necesario ponerse muy cómodo.
—Ya veo... —musita Mama Rose, que sonríe amable y nos hace ademán con la mano para que la sigamos a la barra.
Nos acomodamos y nos sirve tras decirle lo que queremos. Alguien llama a Mama Rose, que disimula un gesto de desagrado y se disculpa antes de irse. André y yo chocamos el cristal de las copas y brindamos por mi trabajo.
—Fue por Mama Rose que te mandé con... ¿cómo se llama? —pregunta André, haciendo memoria.
—Mikhail.
—Eso... Pues hablando con ella de que soy maquillador y trabajo en un estudio para una revista de moda, me preguntó si conocía a un buen fotógrafo; al principio pensé en mi colega, ya que se dedica a las fotos eróticas, pero al fallarme..., te lo pedí a ti. Y ahora resulta que te dan trabajo aquí...
Me parece extraño que me cuente todo esto sin que le pregunte.
—Mm... —gruño a modo de respuesta.
—¿Estás impaciente por ir a París? ¿Nervioso?
—Un poco. —Miro la copa sin querer mantener contacto visual con él—. Pero me hace ilusión que Lola cuente conmigo para ello.
—Tiene buen ojo, sabe que eres de los mejores. —Me posa la mano en el hombro y aprieta a modo de ánimos, o eso espero—. A mí también me hace ilusión volver a casa unos días, aunque sea para trabajar, y si estás tú...
Me retuerzo y logro que quite la mano de mi hombro.
—No sé qué esperas de mí —digo incómodo—, pero no lo hagas; no esperes nada, porque no lo habrá. —Lo miro serio y esperando que deje de lanzarme la caña, porque no picaré.
—Lo siento. —Sigue sin borrar una sonrisa que no sé descifrar—. No puedo evitarlo; hay algo en ti que me hace insistir.
—Te he dicho que puedo darte apoyo —prosigo, deseando que desista—; pero, por ahora, no quiero nada más.
—¿Nada conmigo o en general?
Pienso en Mikhail; «Con él... ¡No! Es absurdo después de lo que dijo».
—No quiero nada con nadie. —Apuro el líquido que queda en la copa y me pongo en pie.
—Adán, espera...
—Me voy a casa; tengo mucho que hacer aún.
—Te acompa...
—No. —Ni siquiera puedo mirarle, me siento hundido—. Necesito estar solo.
Me voy sin detenerme cuando Mama Rose se acerca.
Siento que el pasado sigue demasiado anclado en mi corazón; hay tanto que curar dentro de mí que es imposible pensar en tener nada con nadie. Puede que Mikhail me haya hecho sentir algo, aunque también podría ser que esté intentando tapar los recuerdos que tenía con otro hombre, ya que no he superado lo que cargo a mis espaldas. No sería justo con él, ni lo sería conmigo. Me siento confuso, triste y con ganas de meterme en la cama y no salir jamás, sobre todo al pensar en que, después del domingo, me iré a París y, cuando vuelva, no volveré a ver a Mikhail nunca más.
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