Capítulo 15
Mikhail
Oír a Tía Zafiro es como estar escuchando a un ángel. Siempre acabo dejándome llevar, cerrando los ojos y cantando por lo bajo esa canción que tanto nos gusta en esta familia tan peculiar, donde nadie comparte sangre, pero nos queremos como si nos fuera la vida.
Cuando acaba de cantar, suspiro; es un apena que se haga tan corta la actuación. Abro los ojos y me topo con los de Adán.
Ni los aplausos ni los vítores, que han estallado para felicitar a Zafiro, nos sacan de un mundo que se ha quedado en silencio y quieto a nuestro alrededor.
Tiene una mirada profunda, curiosa y de sorpresa; supongo que me ha escuchado y no se esperaba que me dejara llevar tanto por la melodía. Me siento extraño al pensar en esto, ya que delante de los clientes nunca soy así, pero es que él no es un cliente. Es una pena que no haya mucha luz para poder ver el tono avellana de sus ojos.
—Disculpad la tardanza —dice Tía Amber, interrumpiendo el momento.
Trae una bandeja con un par de copas de cava.
—Creo que ha hecho una buena elección —le digo a Adán, que parpadea rápido, como si acabara de volver al mundo.
—¿Qué es? —pregunta mientras Amber le pone el posavasos y la copa delante.
—Es un cóctel llamado Kir —explico junto con una sonrisa dulce y divertida, porque me encanta la cara de estar perdido que le aflora.
—El tuyo, bombón —le explica Amber tras darme mi bebida—, se hace con vino blanco y crema cassis.
—¿Mm? —musita con la mirada de no entender.
—Es licor de grosella negra —apunto, disfrutando de ese gesto tan lindo.
—El tuyo, Misha —prosigue ella—, seguro que ya sabes lo qué es.
—¿No es lo mismo? —pregunta Adán, mirando las copas, que se parecen, sobre todo con la poca luz del local.
—Es un Kir Royale —indico amable—. Es similar, pero se hace con champán o cava.
—Pruébalo, bombón —le invita Amber sonriente—, a ver si te gusta.
Adán se lleva la copa a los labios. Los contemplo envolver el cristal, humedeciéndose con el líquido, relamiéndose para llevarse las gotas que se escapan; yo sólo puedo pensar en que me dan envidia, en que yo no escaparía. «Deja de pensar en eso. Nunca probarás sus labios. Céntrate».
—¡Mm...! Está estupendo —exclama junto con una sonrisa alegre—. Realmente sabes acertar —le dice a Amber.
—Nunca más lo dudes. —Ríe con una dulce jactancia digna de una diva—. Aunque otro día tienes que probar nuestro cóctel estrella.
—¿Cuál es? —pregunta curioso.
—Se llama como el local —le explico—. La vie en rose. Es algo cursi, pero está bueno.
—Eh, no es cursi —me reprocha Amber con falso enfado.
Me río con pillería, y logro que Adán me mire, de nuevo, con un gesto de sorpresa e interés que me está haciendo replantearme las cosas. «Él ve más allá de mi trabajo. Me encantaría poder estar con alguien así, con él...», pienso al verle un brillo en los ojos que me cautiva. «Olvídalo», me exijo; «No puede ser. Él no es para mí, ni yo soy para nadie».
—¿Todo bien? —me pregunta Adán.
Me he quedado en mis pensamientos y ni me he enterado de que Amber se ha ido.
—Sí, perdona, estaba en mis mundos —respondo algo avergonzado.
—Y... ¿qué mundos son esos? —prosigue curioso—. O sea, perdona... —Me gira el rostro—. Soy idiota —gruñe por lo bajo.
—Pensaba en que es agradable romper la rutina —miento, más o menos, porque lo he pensado en otras ocasiones—. Es bastante extraño estar así, hablando, tomando algo en mi local favorito con alguien que no me pague por ello.
Me contempla con lástima, como no.
—¿Pero es que no tienes a... nadie? —indaga sin valor, dudando de formular la cuestión.
—Tengo a Rose, Amber y Zafiro. Tengo a mi familia, más o menos, porque intento mantenerlos al margen todo lo que puedo. Pero cuesta hacer «amigos».
—¿Y eso?
—La gente suele tener ideas distintas de mí; algunas personas sienten rechazo al conocer mi profesión y se alejan; otras intentan sacar tajada ya sea consiguiendo rebajas o sólo probar con alguien que se dedica a lo que yo; y luego están los que quieren conocer mi agenda para venderla. Mujeres y hombres me tratan distinto una vez conocen lo que hago.
—No lo entiendo... Es decir, que no me entra en la cabeza que la gente cambie al saber a lo que te dedicas. Es absurdo —dice con cierta indignación—. Y si te tratan así, ¿cómo es que no lo ocultas?
—Porque creo que debe haber sinceridad cuando quieres a alguien, sea por amor o amistad —respondo con convicción—. Quedar, salir o hacer cualquier actividad diaria, es complicado para mí, porque tengo una agenda que cambia constantemente. Prefiero decir a lo que me dedico, que mentir y dar la impresión de que una amistad no me importa y poner excusas absurdas. Parece fácil mentir, pero no lo es cuando la otra persona te importa. Supongo que espero más de las personas de lo que al final pueden dar.
No responde, sólo se queda clavándome una mirada que no sé descifrar; es pena, es orgullo... No lo sé, pero me tiene atrapado.
—Siento mucho que no lo valoren; que no te valoren a ti —dice al fin, cogiéndome la mano, dándome su apoyo—. Que no quieras engañar a los que te importan dice mucho de ti.
Aprieto los dedos que envuelven los míos. El calor que me da recorre mi ser por completo; ¿cómo un gesto, tan simple y pequeño, puede reconfortar tanto?
—Ojalá te hubiera conocido antes —susurro con pesar, apartando la mano y la vista, que la llevo a la copa que aún espera a ser bebida.
Nos quedamos en silencio. Otro espectáculo empieza y la música llena ese vacío que hemos dejado al callar.
Mama Rose aparece segundos después. Nos indica que podemos seguirla. Me levanto antes. Le tiendo la mano a Adán, para que se ponga en pie por mi lado e ir directo al pasillo lateral.
Rose nos conduce a su despacho. Le doy paso a Adán, que agradece amable y me sonríe antes de entrar.
—Ponte cómodo —le invita ella, tomando asiento en su sillón, ante el sofá biplaza—. ¿Quieres tomar algo?
—No gracias —niega antes de sentarse.
—Mi Misha, ¿quieres algo? —me dice, sonriéndome con un gesto que sé lo que significa.
—¿Quieres que te sirva? —pregunto con resignación.
—Qué bien me conoces, mi amor. —Ríe sutil.
Me acerco al minibar, donde siempre reposa una botella de su cava predilecto.
—¿Has visto lo lindo que es mi niño? —habla Rose, divertida, jugando a un juego que no me agrada, pero ella es así.
—Imposible no verlo —responde Adán.
—Mierda —gruño cuando casi vierto el cava fuera de la copa.
—¿Va todo bien? —Mama Rose sonríe, sabiendo que me vuelvo torpe cuando me pongo nervioso.
—Sí, tú sigue con lo tuyo —indico, intentando serenarme.
Le llevo la copa y me acomodo al lado de Adán, que me mira curioso.
—Bueno..., hablemos de trabajo. —Rose cruza las piernas y bebe—. Seguro que Misha ya te ha comentado algo, ¿verdad?
—Sí. Sería hacer fotos para publicidad, ¿no?
—Así es, y también un retrato con todos los que trabajan; la familia ha crecido y hay que añadir a los recién llegados.
Hablan un rato sobre cómo hacerlas, el precio, el día... Yo me abstraigo, mirando cada gesto de Adán, cada sonrisa, cada mirada... No puedo evitar preguntarme cosas sobre él, y empiezo a sentir que quiero conocerle; me gusta su compañía.
—Vendrás, ¿verdad?, mi Misha —me dice Mama Rose.
—Perdón, ¿qué...?
—¿Ya has vuelto a irte de viaje? —pregunta Adán, mirándome algo preocupado—. Quizá no debí pedirte que vinieras; si quieres retirarte a descansar...
—Lo siento, no es por eso, tranquilo —indico, dedicándole una sonrisa que muestra lo mucho que me agrada que se preocupe por mí con tanta dulzura.
—¿Mm?
—Misha suele distraerse cuando la conversación no va para él —interviene Rose, que parece divertida—. Desconecta muy fácilmente. Lo que nunca dice en qué piensa, y seguro que es interesante.
—Por favor, Mama Rose —pido con vergüenza—. ¿Podemos retomar el tema?
—Rose te preguntaba si vendrías —dice Adán, que me mira como si esperara una afirmación.
—¿Yo?
—Claro —interviene ella—. Si escucharas, te habrías enterado de que quiero tener alguna foto más para el despacho y para casa; contigo, Amber y Zafiro.
—¿Qué día? A ver si tengo tiempo.
—El viernes.
—Pues tendrá que ser a esta hora —digo con pesadez. Miro a Adán y le pido perdón sin palabras.
—A mí no me molesta —responde amable.
«Es un amor», pienso, lamentando importunarlo con mi horario.
—Espera... —pido, sacando el teléfono del trabajo—. Veré si tengo citas para la noche; con un poco de suerte, no tendré nada y podré tener la noche libre.
—Crucemos los dedos —dice Mama Rose, haciendo el gesto.
—Los cruzamos. —Adán la imita, sonriéndole con complicidad.
—Vaya par —suspiro divertido—. Pues... —Tengo una cita, pero no pienso decirlo al verlos expectantes y con esperanzas—. Vaya, tengo la noche bastante libre.
—¿Sí? —pregunta Adán, que parece contento por la noticia.
—Entonces... —Mama Rose vuelve a poner esa cara de «se me ha ocurrido un plan»—. ¿Por qué no venís y cenáis aquí? Invitará la casa, por descontado. Así Adán puede ir viendo los espectáculos y hacer algunas fotos del escenario durante la función, que también irá bien para la web.
—Parece que lo tienes todo bien pensado, ¿eh? —La fulmino con la mirada, aunque es con amor.
—Sólo aprovecho bien las oportunidades que me brinda el universo —sentencia con chulería.
—Creo que me estoy perdiendo algo —musita Adán, que, obviamente, no tiene la conexión mental que hay entre Mama Rose y yo.
—No te preocupes, querido. —Mama Rose se pone en pie y se acerca a su escritorio—. El pago... ¿Cuánto sería?
—Bu-bueno, ¿mm...?
—No tienes que pensarlo —indica ella, viendo que está calculando para bajar el precio.
—¿Qué tal sesenta la hora? —propone, dejando claro que no quiere dar un precio común.
—No necesito que me salgas barato, hermoso —responde Mama Rose con cariño.
—Está bien así, de verdad. —Adán sonríe con amabilidad—. No necesito el dinero, por lo que cobrar más es innecesario.
—Pero... —Quiero protestar, aunque no me deja.
—De verdad que no pasa nada. Si vengo a cenar invitado y todo, ¿no?
—Eso por descontado, querido —afirma Rose, mirándome, diciéndome: «no le dejes escapar, que es un cielo».
—Pues no puedo pedir más —sentencia él, regalando un gesto dulce y tierno, digno de un ángel—. Cena gratis, buenos espectáculos, una compañía aún mejor... —Me mira y sonríe más—. Creo que ya me llevaré un buen incentivo sólo con eso.
Mama Rose saca un talón del cajón y coge una pluma. Tras escribir, se lo tiende a Adán, que lo acepta, agradeciendo educado.
—Esto es más de lo que he dicho —protesta amable.
—Lo sé —dice Rose con ese carácter suyo tan chulesco y, a la par, elegante. Se acomoda en el sillón—. Ahí entra también el pago de Misha, que ya me ha dicho que habíais quedado en retrasarlo.
—Mama Rose, eso no es... —espeto, pero callo cuando levanta la mano.
—También está la propina de ambos.
—Sigue siendo muy generoso... —dice por lo bajo.
—Bueno, me gusta recompensar la bondad y la generosidad. —Mama Rose remata el contenido de la copa y suspira—. Y, bueno, me gusta cuidar a un futuro amigo de mi Misha.
Adán se sorprende. Seguro que él ni había pensado en ser cercano a mí de ningún modo; sólo hemos coincidido por casualidad, y todo lo que nos une es su trabajo ahora mismo.
Miro mi reloj.
—Creo que se está haciendo algo tarde —interrumpo; quiero sacar a Adán de la telaraña de Mama Rose, porque la veo llevándolo a su terreno.
—Vaya —musita Adán, que alza la vista y mira el reloj de la pared—. La verdad es que sí, que se ha hecho algo tarde.
Mama Rose se levanta. Adán la sigue.
—No nos entretengamos más, que el viernes nos veremos de nuevo. —Rose le tiende la mano y Adán le besa el dorso.
—Ha sido un placer conocerte —dice dulce y amable.
Nos despedimos de Mama Rose.
Me he ofrecido para llevar a Adán a casa. Estoy contento de que haya aceptado. Le abro la puerta del coche y entra; no puedo evitar sacar esa parte de galán, porque me gusta ser amable con él y cuidarle de algún modo. Arranco y, sin prisas, me dirijo a su casa.
—Espero que no te suponga un problema lo del viernes —me dice algo preocupado.
—Para nada —respondo, recordando que he de cancelar la cita de esa noche—. Además, me gusta hacer feliz a Mama Rose. «Aunque sé que tiene un plan, y eso no me hace gracia».
—¿Hace mucho que os conocéis? —indaga curioso.
—Bastante —respondo, llevando mi mente a un recuerdo lejano—. Ha cuidado mucho de mí, así que siempre intento complacerla, aunque es bastante exigente en algunas ocasiones.
—¿A qué te refieres?
—A que suele manipularme. —Río sutil y con cariño—. Siempre quiere lo mejor para mí, pero eso significa que se mete en mi vida todo lo que puede, aunque lo hace con disimulo.
—Suena a lo que hace una madre muy protectora. —Sonríe, parece que contento de conocer un poco más de mí, o eso quiero pensar.
—En cierto modo, lo ha sido, y lo es; cree que aún necesito que me vigile y me cuide.
—Está bien tener a alguien así al lado, ¿no?
Miro a Adán, que sonríe con melancolía.
—¿Tú tienes familia? —pregunto sin poder evitarlo.
—Mis amigos de toda la vida —responde, intentando no mostrar la pena—. Perdí a mis padres hace años. Y luego... —Agacha el rostro y no logra decir nada más.
—Lo siento. No debí preguntar —me reprocho; me entristece hacerle pensar en estas cosas.
—Creo que te estoy volviendo loco, ¿no?
—¿A qué te refieres? —pregunto sorprendido.
—Me da que piensas en mí como un cliente, pero, a la vez, sales de esa idea y me tratas como si no lo fuera.
Sonrío; es muy perspicaz, demasiado para ocultarle esa realidad.
—Sé que no eres un cliente como tal —digo para explicarme—, tengo claro que no te intereso por mi profesión, aun así...
—Aun así, tampoco soy un amigo, ¿verdad?
Detengo el coche cuando llegamos. Miro a Adán sin saber ni cómo hacerlo.
—Sólo somos dos personas que han coincidido por ciertos hechos que, una vez hayan acabado...
—Ya... —Agacha la mirada con pesar.
«No puede haber nada entre nosotros, pero ¿es necesario renunciar a una amistad?», pienso con ganas de retirar mis palabras; «Aunque no dudo que pudiera quedarme en sólo una amistad; si ya parece que me atrae, ¿qué sentiré cuando sepa más de él?».
—Nos veremos el viernes, ¿no? —pregunta, cortando el silencio.
—Claro.
Sonríe triste, sin mirarme.
—Buenas noches —desea antes de bajarse.
—Buenas noches.
Cuando cierra, arranco de nuevo y me voy.
Al llegar a casa, me meto en la cama sin pensar en que no he cenado, pero es que no tengo ni hambre. Adán y yo no podemos ser amigos; da igual lo mucho que lo piense, tengo claro que no podría quedarme ahí; no sería posible, simplemente porque, del mismo modo que él me ve a mí antes que a mi trabajo, yo veo en él todo lo que siempre he deseado tener; es el hombre con el que he soñado muchas veces, pero nunca podré decírselo y jamás podré darle la vida que se merece, así que, cuando acabe esta semana, no volveré a verle más.
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