Capítulo 10
Adán
Tras un mes de trabajo intenso, por fin, vamos más relajados. Lola me ha felicitado por las fotos, y estoy muy feliz por ello. Tanto curro valió la pena, y, según lo que me ha dicho, de aquí me podría salir algún trabajo más notorio y mejor pagado.
Como todo está más tranquilo, puedo estar en el estudio algo más distraído mientras reviso las últimas fotos que he hecho.
—Adán, ¿tienes un minuto? —me pregunta André con una sonrisa encantadora.
—Claro. Dime —respondo cordial.
—Siento venir en el último momento, pero tengo que pedirte un favor —dice con cara de lamento y súplica.
—¿Qué pasa?
—Es que le conseguí un trabajo a un amigo fotógrafo, pero ha tenido un problema familiar y no puede ir a la sesión que había concertado con el cliente.
—¿Cuándo es la cita?
—Mañana. —Junta las manos a modo de plegaria, pidiendo perdón y esperando a que ceda.
—Jo... Es domingo —suspiro, aunque sé que aceptaré porque no tengo nada mejor que hacer.
—Ya, lo sé. Siento pedírtelo, pero es que di mi palabra de que el fotógrafo iría y... No quiero quedar mal. Soy lo peor, lo sé.
—No, tranquilo. Pásame la hora y la ubicación.
—Muchas gracias. Te debo una enorme —exclama feliz y, creo, que algo coqueto.
—No te preocupes, para eso están los compañeros, ¿no? —indico amable, sin querer caer en su insinuación.
—No todos harían algo así. Cuando quieras, te lo cobras. —Me sonríe con picardía; me está tirando la caña, pero no voy a picar.
—Vale, pues si lo necesito, ya contaré contigo.
Alguien lo llama y André se despide.
Me agota que vaya detrás de mí, porque aún no estoy para estas cosas, o es que no me gusta la manera en la que se me acerca, tan directa pese a que casi no tenemos confianza.
La jornada sigue tranquila, y llego a casa temprano. Cuando ya estoy en la cama, tras una cena ligera y un rato de televisión, me pregunto: «¿Quién coño será el cliente?». Al final, me duermo tras decirme que a buenas horas lo pienso.
Por la mañana, me despierto a la misma hora que para ir a trabajar. Da igual que sea domingo; me gusta aprovechar el día para recoger la casa, poner lavadoras y todo ese tinglado tan aburrido, pero que hay que hacer.
La cita es al final de la tarde, cerca de las ocho, así que puedo hacer mi vida hasta entonces.
Con todo listo, salgo de casa bastante antes de la hora, así puedo dar un paseo, aunque acabo parando a un taxi cuando pasa por al lado; lo bueno de vivir en una ciudad grande y con turismo es que estos están por todas partes. Agradezco el viaje, porque la maleta con el material de trabajo pesa al cabo de un rato.
He de ir a un hotel, algo que me parece extraño; supongo que porque sólo trabajo en el estudio, no sé. Pero el lugar es de cinco estrellas, y me recuerda al de la primera cita con Mikhail. «¿Por qué pienso aún en él?», me reprocho, porque es absurdo tener a alguien como él en la cabeza; nunca se fijaría en un tío como yo, que sólo doy pena.
Subo a la habitación que toca y llamo a la puerta, que se abre poco después.
—¿Qué...? —musito perplejo.
—Adán... —susurra Mikhail tan sorprendido como yo—. No sabía que fueras tú...
«¿Qué relación tiene André con él, que le buscó fotógrafo?», pienso con la respuesta en la cabeza. «Y luego me tira los trastos en el curro; ya le vale».
—¿Pasas? —me invita amable.
—Claro. Gracias.
Entro y cierra tras nosotros.
—Deja que te ayude. —Amablemente, toma mi maleta.
—Gra-gracias —tartamudeo inquieto, y no sé la razón.
Entramos a la enorme y preciosa habitación; se nota que es un profesional de lujo, porque justo de eso estamos rodeados.
—Al final, resulta que necesitaba a un fotógrafo de verdad —bromea con una sonrisa muy dulce.
—¿Y por qué no me lo dijiste antes? —pregunto curioso, sintiendo que habíamos perdido el tiempo.
—En realidad, fue una amiga la que insistió en esto; las fotos de mi web están algo desfasadas. La edad no perdona...
—Pero si estás muy bien —digo, intentando que no suene a proposición.
—Gracias —responde con otro gesto tierno; para nada tiene el tono coqueto que me mostró cuando nos conocimos—. Pero ya han pasado unos años desde que me hicieron las últimas, y se nota.
—Pues monto todo y empezamos.
—¿Seguro? —pregunta, creo que preocupado.
—No eres al primero al que veo desnudo, ¿sabes? —digo divertido.
—Ya, pero... Bueno, las fotos... Algunas deben ser más que sugerentes, y no quiero que te sientas incómodo o...
—Es trabajo, no pasa nada —respondo con una sonrisa; me ha parecido tan lindo que se preocupe así por mí...
—Claro —indica, haciéndome creer que, por un segundo, he visto decepción en su mirada—. La gracia es que esta vez te pago yo por horas, ¿eh? —bromea dulce.
—¿Qué se siente al estar al otro lado? —Le sigo la guasa con una risa sutil mientras que lo voy sacando todo de la bolsa.
—La verdad es que me gusta —indica con cierto cansancio—. Va bien cambiar las cosas de vez en cuando.
—Claro, es que tu trabajo tiene que ser agotador. Debes estar cansado, ¿no? ¡Perdón! —exclamo avergonzado por mi osadía—. No es asunto mío, lo sien...
—No te disculpes, es así; después de tanto tiempo sin poder dejarlo, y a esta edad, el trabajo es puro tedio.
Lo miro con lamento, porque acabo de caer en que quizá no es por gusto que hace ese trabajo; aunque sea un acompañante de lujo, puede no estar así por el simple amor al sexo.
—¿Y no puedes tomarte un descanso? —pregunto algo inquieto.
—Ni la necesidad me deja, ni podría conservar la agenda. —Sonríe lastimero—. Pero bueno, está bien pagado y conoces gente.
—Algo bueno tiene que tener, supongo —digo casi en un susurro, porque no sé ni qué responder ni pensar, aunque se me ha cruzado la idea de que conocer, debe conocer a mucha gente, pero quizá no a la adecuada.
—Bueno, supongo que me irás guiando para esto, ¿no?
—Claro —respondo, recuperando la conciencia—. Primero haremos algunas posando vestido, luego mostrarás más y, bueno, hasta dónde quieras o debas llegar.
Cuando acabo de preparar la cámara, le indico que vaya poniéndose por la habitación, mostrando sus gestos de galán y que sea un seductor. Luego le pido que se quite la chaqueta y la camisa. «¡Madre mía! ¡Cómo está!», pienso al verlo. Seguimos con las fotos, y logro concentrarme.
—Quítate los pantalones —le digo algo cortado.
Da igual que en el trabajo vea a modelos ir y venir en ropa interior, el ambiente del estudio no es el mismo que el de una habitación de hotel a solas con el «modelo».
Mikhail se va desabotonando el pantalón, que le queda ajustado y le marca bien las posaderas. Se quita los zapatos con los pies y baja la prenda. «Joder, qué piernas tiene», me digo nervioso.
—¿Te parece bien esto? —insiste, y supongo que es porque se me nota en la cara que estoy nervioso.
—Sí, de verdad que sí —respondo, mintiendo tan bien como puedo—. Es que no estoy muy acostumbrado a trabajar así; fuera del estudio y sin todo el equipo.
—Si quieres que paremos...
—No, sigamos; si esto es lo de cada día.
Proseguimos con las fotos; cada posición es más sugerente, más atrayente... Realmente es un hombre con un aspecto sensual, que se nota que se cuida para que la edad no le pese. Me entristece pensar en que tenga que preocuparse tanto por estar siempre perfecto, y en la presión que eso debe suponerle; luego pienso que quizá soy yo, que me estoy haciendo una película.
—¿Qué otra clase de fotos necesitas? —pregunto cuando ya hemos acabado con la segunda ronda.
—Hay que mostrar toda la mercancía —indica con mirada inquieta—, pero no tienes que...
—Por mí está bien seguir; no sería profesional si me dejara intimidar por estas situaciones. —Sonrío como si no me importara, pero estoy nervioso por verlo.
—¿Seguro? Porque no tienes que hacer esta clase de trabajo por... mí, supongo, no sé.
—Seguro. Ponte en la cama.
Mikhail se tumba, se pone cómodo, bocarriba, mirándome con una sutil timidez que me descoloca, ya que él es una persona que se dedica, precisamente, a mostrarse tal y como es físicamente. Me aparta la mirada y lleva su mano a su entrepierna.
Yo no aparto mis ojos de la cámara, sólo intento pensar en que es trabajo, en que no es más que un hombre, como otros tantos que he visto en el estudio... Pero se está tocando, está haciendo que el calzoncillo, un bóxer ajustado, marque su miembro, el cual, cada vez más, está poniéndose duro, mostrando su buen tamaño. Intento controlar la respiración y mi cabeza, porque empiezo a sentir la opresión de mis pantalones.
Mikhail se detiene cuando está listo.
—Aprovecha mientras dura —me dice, dejándome claro que está inquieto.
Hago unas pocas fotos y le indico que ya tengo suficientes, por lo que él, lleva las manos a la goma del calzoncillo y tira hacia abajo, dejando libre ese miembro erecto que es pura lujuria a mis ojos.
Trago con fuerza. Sigo con la mirada en la cámara, pero tengo que llevarla por encima y contemplarlo, aunque sea durante unos segundos.
Logro reaccionar y hacer algunas fotos.
Mikhail se mueve, se gira, muestra su trasero, invitando al que lo vea a caer en el dulce pecado de la lujuria. Lleva su mano a la nalga y aprieta, luego, con las dos, separa la hermosa carne que forma un culo tentador.
Sigo con las instantáneas, pero no puedo aguantarlo, y tengo que colocarme la erección porque es incómodo en unos pantalones estrechos.
Tras un par de minutos, que me parecen eternos, Mikhail me dice que ya sería suficiente. Se pone el albornoz y se levanta de la cama. Se encamina al tocador, donde ha dejado la ropa.
Me quedo absorto al ver su reflejo en el espejo y su expresión triste y lejana.
—Quítatelo —pido casi en un susurro, sin siquiera saber qué estoy diciendo.
—¿Qué? —Me mira extrañado, y se quiere dar la vuelta.
—No te muevas, por favor. Sólo... quítatelo.
Desanuda el cinturón y retira lentamente el albornoz, que cae al suelo. Se mantiene con la mirada apartada, y me gustaría saber en qué piensa ahora. Su expresión es tan lejana... Le hago la foto, capturo esa tristeza, esa lejanía, el rostro de un hombre que finge ser lo que no es, porque el reflejo no miente; Mikhail no es un «acompañante», es un hombre que se dedica a ello, pero no quiere, no desea seguir ahí. ¿Cómo lo he logrado ver? Porque su mirada no engaña, porque es triste, es el gesto del cansancio, del hastío, porque parece implorar ser feliz.
Mi corazón se acelera, mi mente me abandona y ya no hay fotos, miro sin poder apartar la vista de él, de su verdadero yo.
—¿Ya está? —me pregunta, sacándome de ese mundo que he creado en mi cabeza.
—S-sí, pe-perdona —digo nervioso, recordando que está desnudo, que está muy bueno y que lo he visto tocarse hace nada delante de mí.
Me pongo malo sólo de pensarlo, así que, en un segundo, me veo en el baño, apoyado en la puerta cerrada con la respiración y el corazón a mil.
—Joder... Joder... —susurro sin poder centrarme; quiero satisfacer un deseo que hacía tiempo que no sentía por otro hombre que no fuera el mío—. Lo siento —digo por lo bajo, implorando perdón a alguien que ya no está—. No puedo... Lo siento.
Tan imposible es controlarme, que acabo apretando la erección entre mis dedos, suplicando que desaparezca.
—Adán, ¿te encuentras bien? —pregunta preocupado Mikhail, que se debe haber quedado a cuadros.
—S-sí. A-ahora salgo. «Vamos... cálmate ya, joder».
Al final, mi cuerpo deja de torturarme. Me empapo el rostro con agua fría y me centro. Cuando salgo, me topo con la mirada inquieta y dulce de Mikhail.
—Lo siento —decimos a la par, sacándonos una sonrisa de idiotas.
—¿Estás bien? —vuelve a preguntar.
—Sí. Perdona; soy un estúpido...
—No digas eso —pide, deseando acercarse, pero sólo hace el amago de dar un paso—. Has estado con alguien mucho tiempo, y no lo dejaste por voluntad propia; tiene que ser incómodo ver a alguien, que no es esa persona, en esta situación.
—Supongo que aún no estoy listo —suspiro resignado, pero me ha encantado ver que Mikhail es tan dulce y comprensivo.
—Bueno, me visto y hablamos del pago, ¿no?
—Claro, yo voy recogiendo todo.
Cuando hemos acabado, nos miramos cómo si no supiéramos qué decirnos, hasta que hablamos a la vez.
—Dime...
—Esto...
Reímos a la par como dos tontos.
—Adelante —dice, invitándome con galantería.
—Quería decirte que, si quieres, podemos hablar del pago otro día —propongo tímido, reprochándome la repentina necesidad que tengo de volver a verle.
—Como quieras; yo haré lo que me digas.
—Es que ya es algo tarde —me excuso, maldiciéndome por buscar motivos para otra cita—, y, bueno, habría que revisar las fotos, elegir las que quieras utilizar, comentar los retoques que se necesiten... Eso llevará un rato.
—Pues por mí bien. ¿Qué te parece el próximo domingo?
—Claro; tengo todo el día libre, así que cuando quieras.
—Esta semana te llamaré. —Me sonríe tierno, y no puedo evitar devolverle el gesto.
—Siento esto, es que estoy algo cansado y...
—No te preocupes, no es molestia.
—Bueno... Mejor me voy yendo. —Cojo la maleta y le miro otra vez, como si buscara algo de él—. Nos vemos.
—Hasta el domingo...
Me voy con algo de prisas antes de decir alguna tontería más. «¿Por qué le he dicho eso? Podría haberle enseñado las fotos y rematarlo todo ya», me digo inquieto.
Llegar a casa después del rato que he pasado mirando a Mikhail es demoledor. Veo las fotos que me rodean y sólo pienso que le he fallado, que le he traicionado.
—De verdad que no sé lo que me ha pasado —le digo a un rostro que parece mirarme, pero que no lo hace, y ya nunca lo hará.
Decido irme a la cama sin cenar.
En la oscuridad y el silencio, veo a Mikhail; en mi cabeza se recrea la imagen de su cuerpo, de su miembro y de su culo. Siento como el calor me invade y la necesidad de tocarme, de dejar salir lo que ese hombre me ha despertado.
Meto mi mano bajo el calzoncillo y me doy placer. Cada caricia es un suspiro. Cada gemido acompaña el movimiento de mi cuerpo como si buscara otro. Acabo por retirar la única prenda que me viste y dejo que el roce de la sábana sea lo que me cubra.
—Mm... Mikhail —suspiro mientras no dejo de verlo en mi mente.
Acelero el ritmo de mi mano y aprieto los dedos, imaginándome que estoy tomando el trasero de ese hombre, soñando que estoy dándole placer y haciéndolo disfrutar como lo estoy haciendo yo.
Saboreo cada minuto, no tengo prisas, me gusta la imagen que tengo en la cabeza, me gusta Mikhail y me encanta imaginarme que estamos haciéndolo.
Poco a poco, sin poder evitarlo, el éxtasis se acerca. El cosquilleo que siento por todo mi ser se concentra en un solo punto. Me tenso al llegar al orgasmo, notando como el semen me empapa la mano y el vientre.
Cuandorecupero la cordura y la respiración, lo único que puedo pensar es: «Lo siento, Borja. Lo siento...».
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