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Hace dos inviernos que no llovía tanto, dos inviernos que habían hecho a la gente rezar a los dioses por un poco de agua. Durante ese tiempo los sembríos marchitaron, otros ni siquiera lograron germinar; los animales pasaban recostados en la sombra casi sin moverse y las personas racionaban estrictamente el poco líquido que proveían los cielos. Pero ahora las plegarias fueron escuchadas, los dioses abren el cielo.
Empezó con una llovizna leve, ¡qué alegría para todo el pueblo! Miren, los niños salen a sentir el agua en su cara, y los jóvenes, y luego siguen todos los demás, incluso los más viejos. ¡Al fin los dioses han contestado! Con esta lluvia las siembras brotarán, los campos se teñirán de verde, los animales pastarán nuevamente.
Ha llovido toda la noche, el polvo que cubría todo ha desaparecido, la vida a vuelto al pueblo. Los adultos aprovechan regando los huertos, sembrando nuevas flores en sus jardines, se dan el lujo de beber un vaso de agua tan sólo por las ganas. Y qué decir de los niños, chapotean en los charcos, juegan con barquitos en el canal, se revuelcan en el lodo. Quién creería lo que puede hacer un poco de agua, o quizá mucha.
Los más precavidos están llenando tanques como reserva, otros disfrutan de lo que hay, han padecido tanto que no pueden preocuparse en ese momento por el futuro, el cielo aún no se cierra y están agradecidos por ello.
Es el segundo día de lluvia y ya no hay un pedazo de tierra seca. La capa de polvo se ha convertido en lodo, las aves han vuelto a vivir en los tejados, todo vuelve a ser como antes, como hace tres inviernos. El alivio es palpable en el aire.
A partir del tercer día la fuerza de la lluvia ha aumentado, las gotas golpean los techos sonoras, inquietando a quienes se refugian bajo ellos. Y así fue que empezó.
El agua a cubierto los campos. La tormenta a llegado implacable, devastadora. Los fuertes vientos han levantado los techos de las viviendas, el agua a arrancado los árboles de raíz. Las cosechas se han perdido.
Ríos de lodo bajan con furia por los caminos del pueblo, se ven animales atrapados en la corriente, ramas, muebles, carretas e incluso el cuerpo de algún incauto que no logró ponerse a buen resguardo.
Hace mucho tiempo que no llovía de esa forma. Siglos desde la ultima vez, o tal vez nunca. Las plegarias levantadas nuevamente para pedir un cese al cielo, la misericordia de los dioses. El júbilo ha desaparecido del pueblo, ahora reemplazado por la angustia; risas convertidas en sollozos mudos.
Y desde una ventana alguien miraba.
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