09


 Las cosas en casa no fueron mejores.
                   
Nayeon llegó completamente destrozada. Intentó llorar en silencio de camino a su habitación para que nadie la escuchara, y durante quince minutos lo único que pudo hacer fue sollozar contra su almohada.
                   
Lloraba por su corazón roto, por ella, por Juhno, porque tenía un montón de cosas en la cabeza. Lloraba porque quería llamar a alguien, pero al mismo tiempo sabía que Jeongyeon se lo había prohibido por una razón.
                     
Lloraba porque le dolía, pero sabía que no podía comparar nada de eso con la forma en la que Jeongyeon se sentía.
                   
No sabía cómo ella se sentía.
                   
Se preguntó cuántas veces una situación como esa había afectado la vida de la castaña. Se preguntó si alguien lo sabía. Se preguntó cuántas cosas escondía.                   
—¿También has tenido un mal día?
                     
Habría reconocido la voz de Jihyo en cualquier lugar o situación, pero debía admitir que el tono triste acompañando sus palabras no era algo típico en ella.          
A veces Nayeon olvidaba que las otras personas también podían tener días malos.
                     
—¿Quieres un abrazo? Yo necesito uno también —Ofreció la mayor, quien lloraba bajo las mantas de la otra litera inferior.
                   
La rubia corrió hacia ella. Sabía cuánto podía ayudar a un abrazo, y en esos momentos ambas parecían necesitar mucha ayuda.
                   
—¿Por qué lloras, Jihyo-yah?

                   
Preguntar también ayuda. Lo sabía.

                   
—Si tú me dices tus razones yo te diré las mías.                     

Nayeon suspiró y se limpió las lágrimas. Era un buen trato para ella, y no podía negarse ante uno en esa situación en la que se sentía tan culpable y destrozada.
                   
Si tan solo no hubiese ido ese día.
                   
Si tan solo no hubiese aceptado ese jugo de cajita.
                     
Si tan solo no hubiese tirado de la chaqueta de aquel hombre.
                   
Todo era su culpa. Lo sentía. Aun así, Jeongyeon había estado dispuesta a protegerla de Juhno.
                   
Era su culpa. Lo sentía. Aun así, quien sufría no era ella.
                   
—Es Jeongyeon.
                   
Aun no quería hablar del resto. No estaba lista para ello.
 
                 
—¿Y tú por qué lloras?

                     
La pelirroja la miró, y había un corazón roto en sus ojos.
                   
—Daniel y yo terminamos.

Recibió un mensaje de texto esa noche. Podía escuchar los sollozos de Jihyo, quien estaba siendo consolada por Momo, a solo unos pasos, pero en ese momento otra persona también estaba rota.
                   
Y no era precisamente la tatuadora.
                   
"Estoy bien" Fue lo primero que le escribió la pintora, pero realmente no lo parecía. Quien está completamente bien no lo dice, sabía Nayeon. Quien está completamente bien solo lo está.
                   
"¿Qué te hizo, Jeong?"
                   
"Estoy bien, Yeonnie" Incluso por mensajes sus preguntas eran ignoradas.
                   
"Tienes que denunciar algo así. Lo que sucedió no es legal, Jeongyeon, y tampoco es bueno para ti"
                   
"No te preocupes por nada de esto. Por favor"
                                                         
Pero lo hacía.

"¿Cuántos clientes como él tienes? ¿Cuantas veces han sucedido cosas así, Jeongyeon?" Estaba desesperada por saber.

"No sucederá más"

"¡No debió suceder nunca!"

"Tal vez sí"

"Por Dios, Jeong. Necesitas ayuda. ¿Dónde estás?"

"Eso no importa. Estoy bien, Yeonnie"

"¿Puedes dejar de ser tan idiota?"

"Buenas noches"

Jeongyeon no escribió luego de eso.

Intentó llamarla. Una, dos, tres veces...

Nada.

Nayeon arrojó su móvil al suelo con frustración, casi rompiéndolo. ¿Cómo podía escribir con tanta calma luego de lo sucedido? ¿Cómo podía estar tranquila cuando la tatuadora sentía que no podría cerrar los ojos esa noche sin pensar en Juhno?

—¿Sucede algo, Nay? —Preguntó Chaeyoung, quien no podía dormir. Los sollozos de Jihyo también la mantenían despierta.

—Nada. No me hagas caso. Hyo acaba de terminar con su novio y la razón por la que lloro no me afecta directamente. Me duele, sí, pero no debería estar llorando. Me duele, pero mis motivos no son lo suficientemente grandes...

Momo la miró entre la oscuridad y suspiró mientras Jihyo buscaba consuelo en sus abrazos.

—Nayeon-ssi, no puedes comparar ningún dolor con otro. Cada quien sufre de forma distinta. Tienes derecho a sentirte mal incluso si es solo por una uña rota —Susurró—... No subestimes tus sentimientos.

Aun así, aunque sus hermanas la habrían escuchado pacientemente, prefirió darse media vuelta y fingir que dormía.

El dolor podía ser mudo también.

El martes Im Nayeon llegó diez minutos antes al trabajo. El día anterior Daniel no asistió, dijo que había tenido una mala noche. Esa mañana, sin embargo, él estaba allí.

Aun así, la mala noche parecía haberse prolongado.

—Supongo que ya lo sabes —Murmuró al ver a Nayeon atravesar las puertas de Moonlight Tattoos con cierta torpeza. El chico estaba encogido en hombros sobre el mostrador, y no parecía querer mirarla a los ojos.

—¿Estás bien?

—Tan bien como puedo.

La rubia suspiró. No sabía que decir.

—¿Puedes explicarme algo? —Preguntó con cautela.

Él no la miró, pero asintió lentamente. Tal vez ya sabía lo que Nayeon diría.

—¿Por qué todo se terminó?

Daniel suspiró.

—Simplemente hablamos. Ya no podíamos hacernos felices, Nay, así que decidimos dejarlo—Le contó suavemente—. Tenemos muchos sueños, Nay, pero todos ellos son distintos. No tenía sentido que siguiéramos juntos si teníamos que sacrificar nuestra felicidad por el otro.

—Pero...

—No, Nay. En esto no hay peros —Se sentía triste, pero no se arrepentía de su decisión. Tal vez Hyo se sentía igual. Tal vez había sido lo mejor para los dos—... Terminar con ella fue como retirar las balas de un arma antes de tirar del gatillo. No sé si lo entiendas.
                                       
Claro que entendía su metáfora, pero no entendía de donde venía el arma.

—¿Qué harás con tu tatuaje? —Preguntó Nayeon mientras señala al ángel en su brazo.

Kang Daniel se volteó a mirarlo con la sombra de una sonrisa.

—No creo que lo entiendas, Nay, pero no me hice este tatuaje pensando que seriamos eternos. Lo hice sabiendo que mi amor por ella si lo sería.

—¿Entonces aun la amas?

—No creo que pueda dejar de hacerlo.

—¿Y realmente piensas que vale la pena esto de terminar con ella?

—Por supuesto que sí. Es mejor alejarse a tiempo y sufrir un poco antes que esperar y hacerle, hacernos, demasiado daño.

En ese momento le pareció un gran discurso. Dentro de un tiempo, sin embargo, lo odiaría.

Cuando su turno empezó el local no comenzó a llenarse de gente que se peleaba por un turno ni de pandillas que querían un logo en sus traseros. En realidad, las tiendas de tatuajes no suelen barrotarse de tal forma.

Soyeon y Yuqi llegaron dos minutos tarde, lo cual era una atrocidad para Nayeon, pero nadie las reprendió por esto. A nadie más parecían importarle esos estúpidos dos minutos perdidos.

—Estábamos ocupadas haciendo... cosas —Explicó Soyeon a la rubia al llegar, aunque no necesitaba hacerlo.

Ellas eran polos opuestos. Cabello negro, alta, extrovertida y completamente tatuada, Soyeon era todo lo que Nayeon no.

—Cosas muy importantes —Resaltó Yuqi.

Soyeon y Yuqi eran pareja, pero no una exclusiva. Nayeon no podía imaginarse una relación así, pero ellas eran felices de ese modo.

Realmente muy felices.

—¿Puedo deducir que estaban teniendo sexo? —Se burló. Las mejillas aun sonrojadas de Jill la delataban.

—Eres lista, Nayeon-unnie.

Las tatuadoras rieron juntas. Aunque eran diferentes, el arte las unía.

—¿Puedes hacerme un favor? —Preguntó Robin luego de unos segundos con una sonrisa para nada inocente.

—Ya les dije que los tríos no son lo mío.

—El sexo tampoco parece ser lo tuyo. Eres virgen ¿no? —La molestó Yuqi. Podía ser algo pesada, pero la quería.

—Cierra la boca.

—Nayeon, ignora a esta idiota. Necesito un nuevo tatuaje.

Nayeon miró a su alrededor. Aún no había ni un solo cliente, Soyeon estaba dispuesta a pagar y, sinceramente, quería saber qué clase de locura querría ahora.

Sus tatuajes no solían significar nada, así que eran maravillosamente impredecibles.

—¿Qué quieres y dónde?

—Necesito que me tatúes la palabra "sexo" en alguna parte del brazo. Ya sabes, cualquier lugar libre.

Fue difícil para Nayeon encontrar un lugar para tatuar en medio de su piel completamente tatuada, pero finalmente lo consiguió.

—¿Tienes algún motivo para querer tatuarte?

—¿Por qué siempre debe haber un motivo?

La rubia consideraba ideas para su primer tatuaje todos los días. A veces pensaba en su familia, otras en animales y otras en frases como aquella de Harper Lee decorando su pared.

Aun así, aunque consideraba ideas todos los días, nunca había logrado decidirse por uno.

Tal vez, pensaba ella, estaba destinada a ser una tatuadora sin tatuajes toda su vida. Tal vez iba a vivir hasta que uno de sus suéteres de cuello alto la ahogara en medio de tantas mentiras.

No quería tatuajes como los de Soyeon. No quería decorar su piel con arte vacía.

Tampoco quería un tatuaje como el ángel de Daniel. No quería algo hecho para terminar.

Quería un tatuaje con historia, que al mirarlo la hiciera sonreír. Quería un tatuaje que significara algo, que le hiciera erizar la piel.

Quería un tatuaje tan profundo como para marcar su alma también.

Ese día Nayeon tatuó también una cruz en la muñeca de una anciana y un pez dorado en la pantorrilla de un adolescente. No eran tatuajes grandes, ni revolucionarios, ni llenos de color o detalle, pero para la tatuadora eran maravillosos, pues cada uno lo había hecho con la pasión que solo podía sentir cuando la máquina cosquilleaba bajo sus dedos.

Y fue entonces cuando, a menos de cinco minutos para que su turno terminara, Yoo Jeongyeon entró a la tienda de tatuajes.

Ese día llevaba pantalones negros ajustados, una chaqueta del mismo color y botas altas. Los lentes del sol y el beanie habían desaparecido.

Se dirigió de inmediato al puesto de Nayeon con pasos elegantes y seguros. Daniel no le impidió pasar.

—¡Yeonnie! —Saludó con una animada sonrisa.

Tal y como en los mensajes, se escuchaba bien. Muy bien.

Se preguntó cuánto de eso era real.

—Jeong, yo... Mi turno ya casi termina.

—Lo sé. No te preocupes, no venía a hacerme un tatuaje. Aun no pierdo a nadie más.

Su última sentencia estaba tan llena de felicidad que casi, por muy contradictorio que sea, daba ganas de llorar.

—¿Entonces por qué has venido?

—Han pasado dos días, Yeonnie —Le notificó con una sonrisa—. Te esperaré afuera. Iremos a mi departamento.

Solo para seguir viéndola sonreír habría ido con ella hasta el fin del mundo.

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