05

El departamento de Jeongyeon podría haber sido considerado amplio si el salón no hubiese estado repleto de cuadros, lienzos, caballetes y pinturas. También podría haber sido llamado elegante de no haber tenido manchas de todo tipo de pinturas en las paredes.

—Por si no lo notaste antes, mi departamento es también mi estudio —Resaltó fríamente mientras lanzaba las llaves de su auto a un lado, como si no le interesaran, y comenzaba a bajar la cremallera de su hermoso vestido, exponiendo segundo por segundo un poco más de piel de su tersa espalda.
               
¿Realmente iba ella a desnudarse frente a Nayeon?
                     
—Está algo... desordenado —Observó. No quería ser descortés, pero tampoco una mentirosa.
                   
—Lo sé, y realmente no lo lamento.
                   
—Me gusta que no lo hagas—Y era cierto. Jeongyeon era Jeongyeon, y le gustaba siendo Jeongyeon. No quería que lo lamentara.
                     
Y fue en ese preciso momento en el que Jeongyeon dejó caer la tela azul del vestido de su cuerpo.
                   
« Mierda » Fue lo único que logró pensar.
                   
Estaba muy asombrada, pues ahora la pintora estaba completamente desnuda frente a ella y, para empeorar la situación, no había llevado sujetador o bragas durante toda la noche.
                 
De repente hacía mucho calor, y el corazón de Nayeon palpitaba tan fuertemente contra su pecho que podría haberse salido de allí.
                     
No sabía si era la armoniosa forma de su cuerpo, la forma en que sus múltiples curvas la llamaban o el simple hecho de que ella no pareciese tener pudor alguno, pero en ese momento sentía tantas ganas de dejarse llevar por la lujuria que pensó que algún espíritu sediento de placer se había apoderado de su cuerpo.
                     
Jeongyeon tenía unos pechos firmes y de buen tamaño, una piel que se veía tan delicada como una pluma, y sus largas piernas la conducían directamente a su mayor deseo...                    

—¿Tienes hambre o solo quieres ir a dormir?                    

Nayeon no respondió. Había olvidado como pensar con solo mirarla.
                     
—Bien, como pareces bastante entretenida mirando mis pechos, comeremos algo. Tengo hambre.

 La pintora seguía desnuda cuando ambas fueron a la cocina.
                   
Nayeon permanecía sentada en una de las sillas de la moderna y manchada encimera, admirando fijamente el trasero de la artista, el cual se movía junto a ella mientras preparaba la cena.

Yoo Jeongyeon era, sin duda, una obra de arte capaz de robarle el aliento.
                   
Cuando la mujer se sentó frente a ella con los pechos al descubierto no pudo contener el gruñido de frustración que escapó por sus labios, y era tanta la distracción que la otra representaba que no se dio cuenta de que ahora había un plato repleto de deliciosa comida frente a su cuerpo hasta que la pintora empujó su mandíbula delicadamente para que cerrara la boca
                   
—¿Quieres que me cubra?
                     
Por supuesto que no lo quería, pero decirle esto habría sido indecoroso.                   
—Supongo que si —Contestó sonrojada luego de unos segundos mientras mantenía la vista en sus ojos, lo cual fue un reto, pues su mirada amenazaba con desviarse—... Es decir, eres hermosa y amaría poder verte toda la noche, pero no quiero quedar como una pervertida.
                   
—No te preocupes, Nay. Sé muy bien quien es la pervertida entre nosotras.
                 
Nayeon suspiró.
                                                               
—Jeongyeon, por favor... Me estás prestando tu departamento y realmente no quiero aprovecharme de la situación.

—Aprovéchate. No me importa.

—Jeongyeon, por favor. Hace frio. Además, quiero ser capaz de pensar mientras hablo contigo.

La pintora rodó los ojos con una sonrisa. Era imposible no ceder ante ella.

—¿Puedes prestarme tu abrigo?

Se lo dio de inmediato, cansada de la tortura que por tan pocos minutos había vivido. Jeongyeon se cubrió el cuerpo lentamente con aquella tela, tratándola con tanta delicadeza como una madre a su bebé.

Era como si el abrigo, al ser de la rubia, fuese mucho más importante para ella.

—... ¿Mejor? —Preguntó a la tatuadora con una ceja elevada.

—Solo un poco —Respondió con una nerviosa sonrisa.

No había pensado que cubrir su cuerpo no borraría la imagen que se había plasmado firmemente en su mente.

Desnudarse frente a ella no parecía haber sido suficiente. Ahora, además, estaba provocándola.

Luego de que Jeongyeon y Nayeon terminaran de cenar la joven del flequillo le había ofrecido una probada del mismísimo cielo. Im no sabía a qué se refería con estas palabras, pero terminó aceptando.

De este modo la Nutella llegó a la mesa.

Nayeon no era una gran amante de su sabor, pero sí de las caras de placer que Jeongyeon proyectaba cada vez que se llevaba una cucharada a la boca, la cual devoraba con lentitud y sensualidad.

A veces la joven se ensuciaba los dedos y terminaba llevándoselos a la boca para limpiarlos. Era así como el mismísimo infierno estallaba entre sus piernas.

Yoo Jeongyeon le hacía sentir excitación incluso en partes de su cuerpo que no sabía que tenía.

—Te dije que era como probar el cielo.

Pero Nayeon estaba demasiado ocupada deleitándose con las miles de fantasías que cruzaban su cabeza como para agregar algo coherente.

—La primera vez que besé a una chica fue en una situación parecida —Relató, y no parecía importarle si Nayeon estaba escuchándola—... Ella era mi mejor amiga, y ese día me quedé en su casa. No recuerdo por qué, pero la besé y ella me besó. Y sabíamos a Nutella... He buscado un beso igual por años, Nay, pero no he logrado encontrarlo —Se escuchaba ilusionada, tal y como una adolescente.

La tatuadora no dijo nada. Ella no tenía besos mágicos con sabor a Nutella para superar.

—Tal vez quieras saber quién fue la dueña de ese beso, y si no quieres saberlo te lo diré de igual forma: Fue la perra de SeulGi —Lo decía con naturalidad, como si llamar perra a la dueña de tu mejor beso fuese algo típico.

—¿Por qué la llamas "perra"?

—Porque lo es.

—¿Y por qué lo es?

—Yo tenía catorce años, Nay —Comenzó a relatar, y había un toque melancólico en sus palabras—. No sabía nada del amor ni de la vida. Era una completa ignorante... Tenía dinero porque mi familia lo tenía. Tenía novio porque mis amigas también lo tenían. Tenía popularidad porque mi apellido lo tenía —Suspiró, y la tatuadora notaba vergüenza cuando la escuchaba hablar sobre quien había sido en el pasado—. Pero yo me sentía muy vacía, y fue entonces cuando besé a SeulGi y descubrí que tenía algo más que todo eso, algo tan valioso que solo yo misma era capaz de quitarme...
                                        
—¿Qué era? —Preguntó intrigada.

—Me tenía a mí misma.

La pintora cerró los ojos, tal vez intentando retener un par de lágrimas, que Nayeon habría estado dispuesta a limpiar.

—Admito que eso me aterraba... Me aterraba saber quién era, lo que realmente me gustaba y lo que en verdad quería hacer —Hizo silencio, reflexionando así sobre sus propias palabras—. En realidad, creo que eran los otros quienes me aterraban. Porque ellos no eran yo, y ellos no sabían quién era yo, y me juzgarían porque no era como ellos, porque nadie es como nadie.

Ahora sus ojos se habían abierto, y la mirada que le dirigió a la tatuadora, fue tan profunda que sintió que le quemaba el alma.

—Fue por eso que le pedí a SeulGi que mantuviera nuestro beso en secreto, pero ella no lo hizo. Se burlaron en mi escuela y mi familia dejó de hablarme, pero extrañamente no me importó... Me di cuenta de que no estaba sola, de que yo seguía teniéndome, y sabía que mi novio, mi dinero y mi popularidad no eran nada comparado con eso.

Sus ojos se llenaron de alegría, y Nayeon intuyó que era esa la fase donde había ganado toda la confianza en sí misma. En esa etapa la pintora comenzaba a ser ella misma.

—Mis compañeros pronto dejaron de burlarse y mis padres terminaron tolerando lo que ellos creían intolerable. Y yo me acepté, y dejé de tenerme miedo... Juro que jamás me había sentido tan bien.

Im sonrió cuando la castaña, inconscientemente, lo hizo. Se preguntaba si alguna vez llegaría a amarse a sí misma de una forma tan pura.

—Meses después le agradecí a la perra de SeulGi. Gracias a ella soy quien soy ahora. De no haberla besado, y de no haber sido por su gran bocota, yo aún me tendría miedo.

Fueron estas últimas frases las que le confundieron un poco.

—No lo comprendo... ¿Crees que es una perra porque te ayudó a no temerte a ti misma?

La pintora se rio en su cara.

—¡Oh, no! ¡Por supuesto que no! En realidad, descubrí que era una perra unos días después de haberle agradecido —Le contó entre susurros, aunque Nayeon no sabía quién podría escucharlas en ese momento— El punto es que SeulGi estaba enamorada de mi novio, así que me besó porque tenía el ligero presentimiento de que yo podía ser lesbiana. Le contó a todos sobre nuestro beso solo para quedarse con él.

—Oh, creo que ya lo comprendo...

—¡Él era asqueroso, Nay! ¡Se lo habría entregado en bandeja de plata si tan solo me lo hubiera pedido!

Puede que, realmente, no la comprendiera tanto.

—¿Por qué lo haces? —Ahora Jeongyeon se había rendido con la Nutella y había pasado a mirar sus labios sin descaro, lo cual era excitantemente incómodo para la pobre tatuadora.

De haber sabido que aquella noche sería tan incómoda se habría ido junto a Kai y su nueva conquista desde el principio.

—¿Hacer qué?

—Provocarme.

La pintora sonrió y un brillo perverso se apoderó de su mirada.

—Quiero averiguar algo.

—¿Qué cosa?

Pero Jeongyeon no respondió.

Nayeon y Jeongyeon decidieron no dormir esa noche.

Nayeon estaba demasiado agitada.

Jeongyeon se sentía extraña.

Se sentaron en la terraza, la cual tenía una preciosa vista al resto de la ciudad: Departamentos, casas, parques, autos moviéndose de acá para allá...

No era una vista maravillosa como la que sus escritores favoritos describían en las más románticas historias de amor que había leído, pero allí, al lado de Yoo Jeongyeon, la chica pensaba que era incluso mucho mejor.

—¿Quieres que hablemos de algo? —Preguntó la pintora con una inocencia poco típica de ella.

Aun llevaba el abrigo de Nayeon, el cual la cubría hasta la mitad de sus muslos, dejando sus pálidas piernas y pies descalzos a la intemperie.

Se veía realmente hermosa, como un ángel que ha caído del cielo y aún conserva el último brillo de la gloria.

—Claro. ¿De qué quieres hablar?

—Contigo hablaría de lo que sea.

Y así fue como comenzaron a conocerse.

Eran iguales y distintas a la vez.

Adoraban la música, pero no coincidían con ningún artista o banda. Amaban la comida, pero diferentes tipos de ellas. Leían libros, pero en las bibliotecas tomaban rumbos diferentes. Creaban arte, pero no compartían el mismo lienzo.

Tal vez por eso se llevaban tan bien. Podían hablar, debatir, reírse... No había forma de que se aburrieran al estar juntas.

En lo único que coincidían al cien por ciento en ese momento era que ambas habían comenzado a enamorarse la una de la otra.

La mañana siguiente Momo fue a buscarla, y Nayeon se despidió de Jeongyeon con un fuerte abrazo y un beso en la mejilla.

La dejó conservar el abrigo. Era lo menos que podía darle por todo lo que había hecho.

—Gracias, Jeong.

No se refería simplemente al hecho de haberle permitido quedarse en su departamento, sino a la cena y la compañía, y al hecho de que no le contaría a nadie sobre su falta de tatuajes. Se refería a las sonrisas que le había regalado durante la noche. Hablaba de las miles de anécdotas que habían compartido, y de aquella vista en su terraza que no era como de típica de novela juvenil. Incluso también se refería a la provocación y la maravillosa vista de su cuerpo desnudo.

Se refería a todo.

—Llámame —De no conocerla casi habría jurado que se lo estaba suplicando—... Quiero pedirte algo.

—Lo haré —Afirmó, y lo que pareció ser un suspiro escapó por los labios de la pintora.

—Quiero creerlo. —Y, por segunda vez desde que había pisado aquel departamento, Im la notó ilusionada.

La tatuadora besó su mejilla nuevamente antes de sentir como Jeongyeon se alejaba lentamente de su cuerpo, pero no lo suficiente como para que aquello dejara de ser un acercamiento. Sentía sus manos sujetando su cintura, y sus ojos clavados en los suyos. Sentía su respiración cerca del rostro, y escuchaba su pie golpeteando nerviosamente el suelo.

Lo que no sentía era el ligero temblor en las pálidas manos de la pintora, ni escuchaba los acelerados latidos de su corazón, ni percibía sus revoltosos pensamientos.

—Tengo... tengo que irme ya —Balbuceó antes de separarse por completo de ella, y como no había sentido el temblor, los latidos ni los revoltijos, tampoco sintió el vacío en el corazón de Jeongyeon al ya no tenerla entre sus brazos—. Aún tengo que vestirme e ir a trabajar. No quiero llegar tarde.

Y, de no haber estado tan preocupada por su trabajo, la rubia se habría dado cuenta de que Jeongyeon quería besarla.

Feliz y asustada, chao.

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