La taquilla 117

Como de costumbre, Clara se dirigía a la piscina del colegio luego de clases para las prácticas con Las olas, el equipo de natación. Ahí se sentía importante. Por fin formaba parte de algo. Fuera de la piscina, era una más con la que chocaban para tumbarle los libros; dentro, era una de las más rápidas en las carreras. Dentro de la competencia, tenía compañeras y casi amistades, fuera, no hablaba con nadie. Las olas se habían convertido en su familia. Sus ratos en la piscina eran lo mejor de todo el colegio. Aunque la reciente muerte de una de sus compañeras había enlutado el ambiente.

Dazai Monterde llevaba en el equipo de natación desde su primer año. No era de las mejores pero todos la adoraban. No se perdía una fiesta o una competición. Aunque no participara, siempre estaba apoyando a Las olas desde las gradas. Era la primera haciendo pancartas y carteles avisando de las competencias. Quería ser bióloga marina. El mundo acuático tiene todas las respuestas, todo lo que necesitamos está en el mar, solía decir. Cuando a Clara le toco competir por primera vez, le dio un ataque de pánico y no pudo entrar a la piscina. Se quedó quieta en el podio, Dazai la empujó por la espalda, luego entró con ella y la obligó a nadar. Quedaron últimas pero la anécdota se conoce por toda la escuela. Dazai tenía un futuro muy prometedor. Nadie se imaginó que pudiera suicidarse.

En sus últimas semanas había mejorado mucho, muchísimo, llegó a ser la mejor del equipo. Abandonó la socialización y se centró en su trabajo dentro del agua. Todas las compañeras se dieron cuenta pero nadie le dijo nada. Era su último año, quizás quería optar por una beca. Se la veía estresada todo el tiempo y los últimos días estuvo muy nerviosa. Nuevamente nadie dijo nada, lo achacaron a los exámenes y a las próximas competiciones. Si esas fueron las señales, nadie lo imaginó.

Había pasado poco tiempo desde el suicidio de Dazai y ya se escuchaban unas siete historias diferentes sobre el tema. La dejó un novio que nadie sabía que existía, quedo embarazada en alguna fiesta y no sabía quién era el padre, por mejorar en natación suspendió todo y ya no podría ser bióloga marina, era lesbiana de closet: típicos cotilleos de desgracias ajenas que algunos jóvenes disfrutan entre clases cual buitre disfruta de la carroña. Otras teorías conspirativas iban desde que había sido un asesinato y que los padres no querían formar revuelo, a que ella había hecho un trato con algún demonio para ser la mejor en Las olas y cuando lo logró tuvo que dar su vida a cambio.

Donde más se escuchaban esas historias era en el avispero que conformaban las duchas junto a la piscina. Después de tanto tiempo, a Clara le seguía incomodando cambiarse en público así que solía esperar a que estuviesen vacías. Por eso llegaba algo más temprano y se iba un poco más tarde que las demás. Ella no prestaba atención a los rumores sobre Dazai, pero no podía evitar escuchar, y aunque le parecía de mal gusto al tratarse de una compañera, también tenía sus teorías. Nadie podía saber a ciencia cierta el por qué pasó, -hasta donde sabían, Dazai no había dejado ninguna nota- pero Clara estaba segura que ella no se hubiese suicidado por algo tan simple como un novio o unas notas. Una cosa curiosa que notó es que aunque hubiese varios rumores sobre lo que pasó y era un tema bastante común, nadie nunca mencionaba la palabra suicidio. Siempre se referían a "lo que le pasó a Dazai" o similares. Como si pronunciar esa palabra lo hiciera más real de lo que ya era, como si con esa palabra convirtieran los cotilleos en faltas de respeto, como si algo conocido por todos se volviese de repente un tema tabú. Luego de ponerse el traje de baño se quedó un momento mirando la taquilla de Dazai, la 117.

Esa taquilla también estaba rodeada de rumores y leyendas, como todo en ese colegio. Y como todo en ese colegio, no se sabía hasta qué punto era cierto o falso. Cuando Clara entró al equipo, Las olas le contaron que una de las propietarias pasadas de la taquilla 117 murió en un accidente de coche, y que otras dos se esfumaron sin dejar rastro alguno. Una novatada, pensó en el momento. Pero ahora, petrificada ante la taquilla, no pudo evitar rememorar los rumores y que un escalofrío le recorriera toda la espina dorsal. El suicidio de Dazai alimentó el poder de la 117. Se dice que al morir siendo la mejor del equipo, regresará del más allá para llevarse a cualquiera que intente romper su marca, que lo que retiene a su espíritu en ese mundo es su taquilla y desde ahí tiene acceso a la vida de Las olas. El baño se oscureció ante los ojos de Clara, el resto de taquillas se difuminó y su vista solo enfocaba la 117. Algo la empujaba, como si la llamara desde el interior. Tenía más que curiosidad, era un deseo latente e incontrolable por abrirla. Un deseo morboso que no había percibido anteriormente, que solo sentía ahora, sola en la humedad del baño.

̶—Clara, estás helada, ¿te encuentras bien? —la voz de una compañera la despertó de su ensoñación.

̶—Estoy bien —respondió luego de parpadear par de veces y percatarse de la llegada del resto del equipo.

̶—Esa taquilla hipnotiza, también me pasa, pero no deberías mirarla tan cerca.

—No seas supersticiosa.

—Lo que tú digas. Yo no encuentro normal lo que le pasó a Dazai, y esa taquilla puede tener respuestas dentro, pero también ser responsable.

—Una taquilla no puede matar a una persona —dijo Clara apartando la vista de Llum, que cambiaba su ropa de clases por el traje de baño.

—Eso se dice la primera vez. A demasiadas personas les han pasado cosas extrañas y el denominador común es la 117. Cuando se repite tanto, deja de ser casualidad.

—Quizás para saber lo que le pasó solo debemos echar un vistazo dentro y lo más probable es que no tenga nada que ver con lo que dices.

—Valoro mucho mi vida para tocar esa cosa. Y me caes bien así que preferiría que tú tampoco lo hicieras. Ni sus padres han recogido sus cosas. Deja que otro lo haga y si hay algo interesante, nos enteraremos de igual manera. —Llum terminó de cambiarse y se marchó. Clara le echó una última mirada a la taquilla antes de salir. Su compañera tenía razón. No era tan importante. Pero por alguna inexplicable razón, quería abrirla.

Clara se sentía más segura en la piscina que en cualquier otro sitio. Ahí dentro nada podía hacerle daño y sobrevivir dependía solo de ella. Disfrutaba de las prácticas con el resto de Las olas pero prefería cuando se encontraba sola. Al no tener la presión del entrenamiento podía observar detenidamente las burbujas huir de su cuerpo para morir en la superficie, deslumbrarse con la vista desde el fondo, darse una palmada en la espalda si aguantaba la respiración un segundo más que el día anterior, o simplemente flotar con tranquilidad. Esos eran sus momentos más preciados, donde tenía la mente despejada, lejos del ruido de las numerosas voces en la escuela o los gritos en su casa. Ella, el agua, y esos minutos en los que se rezagaba esperando que los baños quedaran libres de ojos prejuiciosos.

Las duchas luego de las prácticas siempre le parecieron escalofriantes. La humedad dominaba las paredes despojándolas de alguna que otra capa de pintura. Una taquilla abandonada por falta de cerradura chirreaba al mínimo contacto con una ráfaga de aire. Había un par de grifos que no cerraban completamente por mucho empeño que se pusiese. El repiqueteo constante de una gota cada tres o cuatro segundos taladraba oídos atentos, más aún cuando el lugar estaba dominado por el silencio. A esa hora de la tarde quedaba poca gente en el colegio, y nadie en derredor de la piscina. Era un punto extra para el nerviosismo de Clara, que se cambiaba tan rápido como podía. Aunque formara parte de su rutina, y de cierta manera disfrutaba la soledad, no se acostumbraba a ese espacio en particular. Si pasaba mucho tiempo ahí, veía sombras en cualquier rincón, escuchaba sonidos imperceptibles y su mente recreaba escenas de cientos de películas que se negaba a ver sin compañía.

Pero esa tarde en particular se demoró más de lo esperado pues al terminar volvió a hipnotizarse con la taquilla 117: la taquilla de las leyendas, la taquilla de Dazai, la compañera que se suicidó.

Valoro mucho mi vida para tocar esa cosa. Y me caes bien asi que preferiría que tu tampoco lo hicieras. Recordó a Llum.

No seas supersticiosa. Una taquilla no puede matar a una persona. Se escuchó a sí misma.

No podría describir su impulso como simple curiosidad, pero era demasiado tentador. Juraría que la 117 suplicaba ser abierta, que incluso podía oír su voz diciendo Ábreme. Estaban solas: ella y la 117. Nadie se enteraría. Las leyendas son solo leyendas, se dijo antes de forzar la cerradura. Realmente el candado no estaba cerrado, solo superpuesto, pero sintió como si, en efecto, lo hubiera forzado. Se estaba saltando todos los rumores e historias, las advertencias de Las olas, los deseos de los padres de Dazai que no recogieron sus cosas, los deseos de la propia Dazai que quizás no necesitaba que nadie anduviese entre sus pertenencias. Se saltaba hasta sus propias señales de advertencia cuando un minuto antes pretendía irse luego de que la combinación de sonidos y sombras le provocara un susto.

En cambio, ahí estaba: con la nariz metida dentro de la legendaria taquilla, entre las cosas sin recoger de su compañera muerta.

El interior de la 117 era como el de cualquier otra taquilla de un miembro de Las olas, excepto por las condolencias que algunas compañeras metieron para los padres de Dazai. No sabría decir cuán usual es encontrar un condón usado ahí. Por la apariencia de su contenido, se usó hace poco. Clara torció la cara con repugnancia. Era una total falta de respeto deshacerse de eso en una taquilla "en luto". No había nada de ropa. Quizás la escuela retiró el traje de baño del equipo. En la parte interior de la puerta se encontraba un calendario con los días de las competencias señalados. Parece que Dazai es... era... bastante ordenada, se dijo Clara. Una agenda marcaba los días de entrenamiento. Al ojearla un poco se percató de que en sus últimas semanas había entrenado el doble. Sí que había mejorado, pero al ver su plan diario y sus notas, parece un esfuerzo sobrehumano. Clara se percata de un libro demasiado grande para estar en esta taquilla. Si es de clases correspondería a la del primer piso.

—Qué tierna —dice para sí al descubrir el álbum de recortes de Dazai. Se sentía culpable por no respetar la intimidad de su compañera, pero no podía parar. Había olvidado las leyendas sobre la taquilla. El cosquilleo en sus piernas era producto de esa sensación de "algo incorrecto" que hacía en ese entonces.

El álbum de recortes contenía folletos de información, llamados a competencias, algún que otro reconocimiento personal y al equipo, varias rosas disecadas por la costumbre del entrenador de regalarle una al finalizar el entrenamiento a la que mejor lo hiciese, y estaba lleno de fotos de Las olas, sin excepción: algunas posando, otras imprevistas, otras en el agua o preparadas para entrar y así gran variedad. Clara se descubrió a sí misma en una junto a Dazai y Llum y rememoró la ocasión. Estaba hablando con Llum sobre cualquier cosa junto a la piscina y de repente Dazai se les enganchó al cuello rodeándolas a cada una con un brazo, quedando en medio. ̶ ¿Pueden creer que no tengo ninguna foto con ustedes? No me parece bien así que sonrían a la cámara ̶ les había dicho y señaló al frente. Las chicas quedaron un poco estupefactas por la intromisión pero Dazai sonreía y Dana, otra compañera, capturó el momento. A la derecha se encontraba Llum, la más bajita, sonriendo con naturalidad a pesar de la sorpresa y haciendo el símbolo de la paz; a la izquierda estaba Clara, con los ojos desorbitados y una sonrisa forzada a la cámara pero no del todo fingida, y en el centro Dazai mostraba todos los dientes que podía con su sonrisa amplia y ojos achinados. Las 3 llevaban el traje de baño del equipo y solo en este momento, observando con detenida nostalgia la foto, Clara se percató que ambos índices de su compañera entusiasta señalaban el letrero Las olas impreso en la parte superior del uniforme.

Hasta ese entonces Clara no se había parado a pensar en verdad en que nunca volvería a ver a Dazai, hasta ese entonces no había caído en cuenta de cuánto la llegaría a echar de menos, hasta ese entonces no había llorado por ella, hasta ese entonces no pensó en que las hojas en blanco del álbum de recortes no se llenarían, hasta ese entonces no se percató de que solo tendrían esa única foto juntas y hasta ese entonces no se planteó en serio descubrir más sobre el por qué Dazai se suicidó. Pero aun no encontraba nada concluyente.

Cuando se recompuso del momento emotivo advirtió la presencia de una nota. Parecía escrita por Dazai, por lo que podía comprobar del resto de papeles que había dentro de la 117. Sentía que sus piernas nerviosas ya no sujetaban bien el peso de su cuerpo. Aún así se negó a alejarse de esa taquilla aunque fuese para sentarse en el banco de enfrente. No se le había pasado del todo el remordimiento por hurgar dentro de propiedad ajena pero no reparó en él cuando lo último que le quedaba por ver era esa nota. Comenzó a leer:

"Me llamo Dazai Monterde, miembro del equipo Las olas y esta es la leyenda completa de mi taquilla, la 117, la historia más conocida en derredor de la piscina de este instituto.

Su primera propietaria dentro de la leyenda fue Ady Carbonell. Nadar era su vida pero llevaba dos años en el equipo sin haber avanzado lo suficiente para que le ofrecieran una beca así que en su último año optó por medidas drásticas. Se dice que hizo un pacto con un demonio para llegar a ser la mejor. Lo consiguió. No pudo disfrutar de su triunfo pues al poco tiempo murió en un accidente de coche. Esto ocurrió antes de que yo llegara a este colegio, así que para asegurarme de la veracidad de la historia investigué sobre ella. Después de mucha insistencia, su mejor amiga me lo confirmó. ̶ Antes estaba algo monotemática con todo el asunto de la natación, pero luego de hablarme de ese supuesto pacto que encontró en internet, realmente se obsesionó con ganar, con entrenar todo el tiempo, con ser la mejor ̶ me dijo ̶ . Nunca la tomé en serio con lo del pacto pero al ver que ya no era ella misma la enfrenté y lo volvió a mencionar. "Un pacto, un pacto con un demonio y conseguirás la fuerza para alcanzar todas tus metas", repetía.

La amiga de Ady confirmó mis sospechas al decirme el lugar donde se había llevado a cabo ese pacto: la taquilla 117 en los baños de la piscina, la taquilla de otras desgraciadas, mi taquilla.

Efectivamente los símbolos habían sido cubiertos con pintura pero ahí seguían, formados con sangre, la sangre de una de Las olas que haría lo que fuera por ser la mejor.

Evelyn Arlt, la segunda en ocupar la 117, la primera en sucumbir en una desgracia ajena, no estaba interesada especialmente en la natación, sino que la utilizaba para corregir su escoliosis, hasta que la fuerza de esta taquilla socavó su espíritu. Otra que llegó a ser la mejor del equipo por un periodo corto de tiempo. A ella sí la conocí. Yo aún no estaba en el equipo cuando tuvo una especie de ataque de pánico en estos baños y dejó el instituto. Cuando comencé esta investigación intenté seguirle la pista pero al parecer no quiere ser encontrada, si es que sigue viva.

Luego tenemos a Melina Pessoa. Su madre la obligaba a competir. Era la mejor en su antigua escuela hasta que un muchacho se interpuso en los grandes planes que tenía su familia para ella y la trasladaron aquí. Ocupó la 117 por un par de meses. En una práctica dejó de nadar en medio de la piscina y el entrenador tuvo que socorrerla ya que parecía decidida a ahogarse. Esa fue la última vez que nadó. Al día siguiente se quedó paralizada antes de entrar al agua y no se recompuso, incluso cuando llamaron a su madre y ésta la abofeteó para que entrara en razón. Actualmente se encuentra encerrada en una clínica mental, con pánico al agua y sin haber vuelto a pronunciar palabra. Yo ya formaba parte de Las olas y cuando se fue me designaron su taquilla: la 117.

La leyenda ya estaba formada, pero con cada nueva tragedia pillaba más fuerza, hasta el punto de normalizarse el contárselo a las nuevas integrantes.

No puedo asegurar cuando empezó, pero esa voz llevaba mucho tiempo llamándome. La escuchaba primero solo al abrir la taquilla, después amplió el radio de poder a los baños y por último en toda la piscina hasta que en algún momento la dejé entrar en mí, y comenzó a acompañarme a todas partes. Solo me libraba de ella cuando entrenaba, cuando me felicitaban por ser la mejor, cuando competía. No prestaba atención a esos momentos de gloria por disfrutar de la paz mental que me producía el silencio. Hasta que no se conformó y me exigía cada vez más. Actualmente soy la mejor y la sigo escuchando. Me obligó a abandonar todo lo que me apasionaba hacer además de nadar, me ha quitado todos mis sueños, mis esperanzas, mis aspiraciones. Tanto ha calado en mí que me obliga a meterme en esa piscina cuando ha conseguido que me repugne la natación. Siendo la mejor me siento derrotada pues perdí contra mí misma, contra mi mente, contra mis ganas de superarme, contra esa voz.

Investigaba mientras podía, con la esperanza de encontrar algo para detenerlo, pero aún no tengo nada. Ni siquiera sé si esa voz es el demonio con el que Ady hizo el pacto, o su espíritu llevándonos a todas por su camino. Solo estoy segura de que algo en esta taquilla nos presiona al punto de enloquecer. Ya no aguanto más. Si no acabo con ésto pronto, terminará con lo poco que queda de mí. Ya no existe la Dazai persona, solo la nadadora. No quiero convertirme en un cascarón vacío, en un maniquí con traje de baño y medallas por las que no siente nada de orgullo.

Espero frenarlo pero si no lo consigo alguien encontrará esta nota con todo lo que descubrí de la taquilla 117 y espero que le sirva.

Quien quiera que lea esto: sigues tú."

Clara colocó con torpe rapidez la nota dentro de la taquilla y la cerró, no sin antes escuchar el primer susurro de la 117, acompañado del chirrido de la puertecilla sin cerradura y la caída de un par de gotas de agua salientes de los grifos siempre semicerrados.

Fin

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