Capítulo II

28 de marzo de 1536, Palacio de Topkapi

La comitiva de la princesa de Artois fue sorprendentemente pequeña y discreta, al menos para los estándares europeos. Desafortunadamente el uso del carruaje, elemento tan raro en las calles de Estambul, atrajo la atención innecesaria de muchos curiosos que veían aquel aparato sobrio pero complejo, del tamaño de una calabaza gigante y conducido por seis caballos. El secretario de la princesa solo pudo suspirar resignado y rezando a Dios para que el tratado se firmase rápidamente y así poder irse de esa tierra de infieles.

 En contraste con el estado de nervios de los artesianos, la princesa Anne Louise estaba ansiosa por llegar al palacio de Topkapi y deseaba poder conocer los pasillos del mitico harem.

Dijeron que mil y un mujeres viven en el harem, pero solo unas pocas logran llamar la atención del sultán. Pensó Anne Louise apretando fuertemente la mandíbula. Pero yo soy una princesa de sangre y no pasaré por ese camino. Yo entraré a ese harem casada con un príncipe, que con la gracia de Dios será el futuro sultán.

A Anne Louise se le permitió elegir a su futuro esposo de entre los hijos del sultan Suleiman, una lbertad inusual y hasta inpensada para una mujer de su rango, que debía servir a los intereses nacionales y el deseo de su señor feudal (su madre, en este caso) antes que a su corazón. Sin embargo, tal vez ella podría unir ambos objetivos, el de traer honor y gloria al ducado de Artois y a la casa Lusignan, ademas de seguir los deseos de su corazón de casarse con un hombre al que amara honesta y maravillosamente.

¿Cómo serán los principes? ¿Altos, bellos y caballerosos como mi padrastro el rey François? ¿O tendran alguna deformidad como el emperador Carlos y su mandíbula?

Llegaron al palacio de Topkapi, donde fueron recibidos por el Gran Visir Obrahim Pasha, un hombre de mirada perspicaz y astuta, como la de un halcón, circulos negros rodeando sus ojos y un aura de peligrosidad rodeandolo como un manto.

"Sean bienvenidos al palacio de nuestro padisah, el sultán Suleiman el Magnífico." anunció inclinandose ante ella y su hermano. El cuerpo de funcionarios que lo acompañaban hicieron lo mismo.

"Estamos honrados de estar ante su presencia. Gran Visir." habló su hermano, pareciendo más cómodo en los caftanes otomanos que en la moda francesa de su ciudad natal. "Espero que pronto podamos conocer a su Majestad." dijo mirandolo fijamente, con una sornisa amplia adornando sus rasgos.

"Pronto el sultán dará una cena en honor suyo y de su hermana. Esperamos que asista." respondió el gran visir.

La comitiva artesiana siguió a Ibrahim Pasha por los corredores de palacio. Muchos se santiguaban y miraban con recelo las estructuras creadas por los llamados 'infieles', temiendo que aparecieran demonios por sus espaldas y se los tragaran. Los príncipes de Artois, por el contrario, observaban la arquitectura con admiración, jamás los palacios que visitaron tenían tanto esplendor y delicadeza en sus paredes. Su padrastro, el rey Francisco, y su madre la duquesa Melisenda estaban construyendo y reconstruyendo palacios siguiendo el modelo renacentista, sin embargo, aún persistían las bases medievales como el gótico, que palidecía en gracia y belleza ante los grabados y arabescos del palacio musulmán.

Finalmente llegaron a unas grandes puertas de madera con bisagras, que se abrieron cuando una anciana de porte regio y vestido negro lo ordenó. Se presentó como Afife Hatun, la daye encargada del harem.

Dado que el harem era el santuario del sultán, ningún hombre fuera de la familia real o sirvientes del palacio podían entrar ahí. Juliano debía "entregar" a su hermana en el harem y junto a su séquito alojarse en unos aposentos que les asignaron en otra parte del edificio. Aún quedaba ver si las negociaciones concluían en un matrimonio, pero Juliano creía que el destino de su hermana estaba tras esas puertas, en ese espacio rodeado de mujeres que los observaban con interés y curiosidad.

Sin poder evitarlo, rodeó a su hermana en un abrazo. "Te amo hermana." dijo tratando de contener las lagrimas y el exceso de emoción de su voz. Anne Louise puso sus labios en su mejilla y le dio un beso de despedida.

"Jamás olvides quien eres. Fuera de ser la hija de Melisenda y una princesa de Artois, eres una mujer fuerte, inteligente y de espíritu fuerte. Habrán muchos que trataran de encumbrarte, ya sea por ambicion o por estima, y habran otros que tratan de derribarte y enterrarte bajo estos pisos. Debes discernir entre la mentira y la verdad, entre la bondad y la dureza." le susurró antes de que su hermana cruzara las puertas y cerraran las puertas. Mientras eran guiados a sus aposentos, Juliano no podía presentir lo que venía.

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Anne Louise no trajo a sus damas consigo, su madre había pensado que los padres de las chicas se sentirian insultados por el envío de las mujeres a tierras no cristianas y debían mantener el secretismo de la operación. Todos creían que ella y Juliano estaban en un retiro en uno de los conventos ursulinos que su hermana Lucía Alejandra estaba patrocinando. En lugar de sus damas de compañía, la princesa recibió a dos muchachas recien llegadas al harem. Una de ellas se llamaba Helena y venía de Salamina, Grecia, tenía entre 16-18 años y era portadora de unos ojos azul lapislázuli y un cuerpo curvilineo decorado con una cabellera rubia; su unica pega era una cojera que aunque leve no dejaba de ser notable para un ojo medianamente observador. La otra era Isabella y venía de Siracusa, Nápoles, y era aun mas pequeña pero con un temperamentos fuerte e imperioso que el harem no había apagado del todo, algo que compensaba su aspecto medianamente normal, que impedía cualquiera posibilidad de ser elegida para ir por el Camino Dorado.

No es que alguna Hatun (aún debía aprender los titulos y atribuciones, no vaya a ser que cometiera algun error explotable) tuviera ahora oportunidad de ser la concubina del sultán desde que la Sultana Hurrem tomó el poder. Ya desde antes corrían historias de la "serpiente rusa" que manejaba a su antojo al todopoderoso Suleiman, que había reducido a la nada a Hungría y era el azote de la cristiandad hasta el momento, solo comparado con Martín Lutero y los protestantes, pero su madre los había calificado de estafalarios. No fue hasta que fue enviado mensajeros e informantes que fueron recibiendo más y más cotilleros sobre el poder de Alexandra, ahora Hürrem Sultan, que destruyó y desafió el sistema del harem para tomarlo en sus manos y encumbrarse donde ninguna mujer antes lo había logrado, excepto tal vez Mara Hatun. Pero con la gloria también vino la crueldad, abundando historias de terror donde se hablaba del demonio rojo que quemó la cara de una princesa, que mandó envenenar a la madre de un príncipe para dejarla estéril o que hechizaba al sultán con afrodisíacos que lo volvían impotente cuando yacía con otra mujer que no fuera Hurrem.

Su madre le dijo que algunas historias había que tomarlas con pinzas, pero desdeñar una cosa: Hurrem había logrado granjearse el odio y la enemistad de muchas personas y si aun no había muerto entonces no era un ser intrascendente. Hasta no saber más de ella debía mantener la guardia alta y ser educada con ella.

No era ajena al hecho de que su caso como princesa prometida era único. La ultima princesa que entró al harem era Mara Hatun, 'esposa' de Murad II y madrastra de Mehmet el Conquistador y eso era antes de que el sistema cambiara. Las mujeres de la familia real ahora podían ostentar mayor poder e influencia, aunque siguiesen atadas a los deseos y designios del Sultán, quien se arengaba el derecho de con quien debían casarse. Su caso sería que al casarse tendría todos los honores de una sultana de sangre, pero no sería como ella completamente: estaría atada al harem de un príncipe y no había garantías de fidelidad por parte de este. Su rango y prestigio serán objeto de codicia por parte de los príncipes y debía descifrar quien era más apto para ser su esposo y quien era más movido por la ambición que por un interés genuino por ella, no vaya a ser que termine como Juana de Castilla, la reina que terminó siendo encerrada después de ser declarada incapaz.

Se sentía observada dentro del harem y eso la agobiaba. En Artois, su rango le permitía apartarse un poco de los demás tener una apariencia de seguridad y distancia, ahora eso no estaba garantizado y se sentía como un ratón delicioso frente a unos felinos hambrientos.

"¿Desea algún dulce su Alteza?" preguntó Helena. Tan bella, tan hermosa y tan servicial; no podía ser tan idílica como parecía. ¿Tramaba algo?

"No gracias querida, no tengo hambre." rechazó con educación aunque su estómago pedía comida desesperadamente.

"¿Necesita aire? Podemos ir a los jardines." propuso la joven con optimismo.

"No tenemos la autorización de Afife Hatun. Y quisiera evitar ser azotada de nuevo." masculló Isabella con acritud antes de ponerse a lanzar mirada feas a las demás criadas y esclavas.

"¿Te azotan?" no pudo evitar preguntar, aunque se sintió estúpida por haberlo dicho.

"Somos esclavas, su Alteza." respondió Isabella con amarga resignación. "Y Afife Hatun es conocida por ser muy dura y estricta. No tolera el descarrilamiento de las reglas."

Por primera vez en mucho tiempo, Anne Louise sintió vergüenza. Se sentía tan sola y desprotegida frente a este mundo salvaje y hermoso, como la Venus de Sandro Botticelli.

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Juliano se sentía aprensivo por su hermana, pero también por su entrevista con el sultán.

Su padrastro, el rey Francisco, creía en la necesidad de una alianza otomana para derrotar a Carlos V y su imperio Habsburgo. Su madre Melisenda, temerosa de la sobrevivencia del ducado y deseosa de recuperar la tierra de su padre, también se embarcó en la empresa. Frente al entusiasmo de los franceses, Juliano y buena parte del Consejo artesiano se mostraba mas aprensivo. Una alianza con los otomanos favorecía más a loa franceses que a los artesianos, comercialmente ellos dependían más del comercio ingles y flamenco, y estratégicamente hablando se hallaban rodeados de enemigos y un ejercito de turcos no iba a detener el avance alemán o ingles. Además, aunque él no era un fanático religioso, un matrimonio interreligioso era pedirle al Papa que los excomulgara y declarara guerra santa contra Artois, la perfecta excusa para que Carlos V reúna un ejercito y tome Artois sin casi oposición. Era mejor un Habsburgo en el trono que un hereje.

Sin embargo, podía ver el atractivo de una alianza con los otomanos. Si el sultán sitiaba Viena o amenazaba las posesiones imperiales en Italia, los franceses podrían tomar Milán o incluso Nápoles, reclamando al fin la herencia de los Visconti y los Anjou. Además, la flota otomana sería de inmensa ayuda para recuperar Chipre de las manos de los venecianos y que su madre recuperase la tierra que reclamaba por derecho propio, como heredera legítima de los reyes Lusignan que gobernaban Chipre y no los venecianos, que se aprovecharon del matrimonio de una de sus damas con el pretendiente bastardo de su casa.

Eso no quitaba la aprensión que sentía por entregar a su hermana en matrimonio con un hijo del sultán. Las reglas sucesorias no eran estrictamente hereditarias como en Europa, y la practica del fratricidio volvía la lucha por el trono aun mas brutal de lo que ya era normalmente. Las luchas en el harem eran implacables y el sistema de esclavitud implementado volvía a las futuras madres de príncipes aun más desesperadas por conseguir poder en el sistema que las apresaba. Su hermana podía ser victima de envenenamiento, secuestro o incluso de asesinato, todo encubierto como 'un terrible accidente'.

Pese a sus protestas, su madre era implacable en que esta empresa era necesaria, y era preferible que los nobles no pensasen que había una disensión en la familia o estallarían conspiraciones en su contra. En estos momentos, donde el poder español estaba en auge y él seguía sin heredero, era vital que la familia estuviese unida.

"¡Atención, el sultán Suleiman!" anunció un sirviente antes de que se abriera la puerta, terminando con sus reflexiones. El Sultán era un hombre imponente, ojos azules eléctricos, mirada seria y fija como una flecha envenenada, la calvicie empezaba a presentarse mientras la barba tupida añadía un aire de severidad en su rostro. Era increíblemente alto y corpulento, aunque no macizo.

"Su Majestad." saludó el sultán inclinándose ante él, siendo copiado a regañadientes por parte de su séquito. "Estamos honrados de ser recibidos en su palacio."

"El placer es mío por recibir la visita del príncipe heredero de Artois." dijo el sultán con educación y amabilidad. "Por favor, acompáñeme a mí y a la sultana Hurrem a una cena en mis aposentos."

"Su gran visir ya me contó sobre eso. Estaría encantado de cenar con usted y su esposa. Mucho se habla de la gran belleza de la sultana Hurrem y del gran genio del sultán Solimán que casi parece irreal estar en su presencia." halagó con una sonrisa plácida en su rostro.

"Muy bien." dijo el sultán complacido. "Lo dejaré para que se arregle." y dicho esto se fue y cerraron las puertas.

Una vez que se escuchó el sonido de las puertas cerrándose, Juliano borró la sonrisa de su cara, y tras revisar que no hubieran criados o espías cerca de la puerta se dirigió a los embajadores.

"Empiecen a armar los términos del tratado y preparen planes alternativos frente a posibles argumentos del sultán. Contacten con nuestras hormigas en Estambul y averigüen todo lo que puedan sobre el sultán como política y la arena política de su consejo de visires." susurró. Los embajadores y secretarios asintieron y dejaron sus aposentos. Una vez que se fueron, Juliano aprovechó para cambiarse él mismo, porque no podían traer criados y aún no enviaban sirvientes a su servicio, lo que no le molestaba porque no quería tener potenciales espías en su espalda. 



N/A: He vuelto. Me ha tomado mucho tiempo recuperar el hilo para escribir, pero estoy con muchas ganas y energía para continuar con esta historia. ¿Qué les gustaría que viéramos en los siguientes capítulos? ¿Qué ideas tienen?

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