Capítulo 17


Pasó un tiempo antes de que me atreviera a pisar la casa de Samuel otra vez. 
Él estuvo una semana entera sin ir a clases así que tampoco nos cruzábamos en el instituto. Todos nuestros compañeros me preguntaban por él casi a diario, yo no sabía qué decirles. 
Cuando llegué a casa la noche de la fiesta, mis padres me dieron la reprimenda de mi vida. Ni siquiera pude explicarles nada, ni a ellos ni a la señora Colman. 
Probablemente los padres de Samuel también estaban decepcionados de mí. Lo dejaron ir porque iba conmigo, supongo que pensaron que yo iba a cuidar bien de él, y casi acaba ahogándose en una piscina. Lo peor del caso es que ni siquiera fui capaz de reaccionar a tiempo para sacarlo. ¿Qué hubiese pasado si nuestros compañeros no hubiesen estado allí? Sí, Samuel estaría muerto ahora mismo. 
Todos los días pensaba en eso y la culpa apenas me dejaba dormir. Criticaba tanto a los adolescentes estúpidos y yo había actuado como uno. No cuidé de mi mejor amigo, no fui responsable en absoluto, y ni siquiera tenía la cara de plantarme en su casa para preguntarle cómo estaba. 
Ese día, mis padres subieron a mi habitación. Imaginé que se habían preocupado cuando notaron que iba de la escuela al cuarto y del cuarto a la escuela. O tal vez solo venían a darme otro sermón. Ya tenía suficiente con mi propia mente machacándome una y otra vez; definitivamente esperaba que no fuera otro sermón.

—Queremos hablar contigo.

La voz de mi padre retumbó en mis oídos como si estuviese metido dentro de mi cabeza. 

Me senté en la cama y me pasé la mano por la cara. 

—No has salido de tu cuarto más que para ir a estudiar. Queremos saber qué fue lo que pasó exactamente.

—"Lo que pasó", fue que casi dejo morir ahogado a mi mejor amigo por una estupidez, y no conforme con eso también los decepcioné a ustedes. 

Ellos se miraron unos instantes antes de volver a hablarme.

—Elías, cálmate un momento y cuéntanos cómo fue que Samuel acabo cayéndose a la piscina. 

Suspiré. 
De verdad apreciaba que mis padres se preocuparan tanto por mí, pero no tenía ganas de volver a recordar nada de aquella noche. 

—Discutí con Samuel porque empezó a tomar más de la cuenta. Supongo que estaba emocionado porque por fin estaba haciendo cosas de adolescentes. Obviamente nunca había tomado cerveza en su vida, así que le sentó fatal. Intenté frenarlo, me mandó al diablo y yo me fui. Solo me distraje un momento... —Me pasé la mano por la cara y tragué saliva, intentando no llorar—. Necesitaba respirar un poco, ya saben... Calmarme. Volvería por él en cuanto se tranquilizara un poco. Y entonces escuché los gritos de todo el mundo. Mis compañeros me dijeron que él caminó al patio. No llevó su bastón porque iba conmigo, pero yo no estaba con él, maldita sea, debí haber estado ahí. 

Mi madre abrió la boca para regañarme por maldecir, pero mi padre la detuvo. supongo que ambos entendieron lo angustiado que estaba, y a decir verdad, si recibía otro regaño por parte de ellos, acabaría largándome a llorar allí mismo. 

—Pero no fue tu culpa nada de lo que pasó, Eli.

—Claro que sí, mamá. Fuimos juntos. ¿Qué clase de amigo de porquería deja a su amigo ciego en una fiesta? Debí llevármelo, debí llamar a papá para que fuera a recogernos en cuanto vi que ya estaba fuera de control. Preferiría mil veces que solo nos hubieran regañado por tomar un par de tragos de cerveza. Dios... la señora Colman debe odiarme. Ellos también confiaron en mí y yo lo arruiné todo. 

—Elizabeth me pregunta todos los días por ti. 

Levanté la vista, sorprendido. Ciertamente no me esperaba que ella no quisiera matarme. 

—Samuel le dijo que tú no tuviste la culpa de nada de lo que pasó. Él te echa de menos y quiere saber de ti.

—¿Con qué cara me planto en la puerta de su casa después de todo esto? 

Papá se puso de pie para sentarse junto a mí en la cama. 

—¿Recuerdas la charla que tuvimos la otra vez? Hablamos sobre lo complicado que es ser adolescente. Tú me preguntaste qué se sentía tener un mejor amigo y bueno, aquí tienes tu respuesta. Lamentablemente, algo que tenía que ser una buena experiencia se convirtió en algo muy malo, pero tú no puedes pasarte la vida entera lamentándote y culpándote por algo que ya pasó. Afortunadamente, Samuel está bien, y sí, quizá cometiste un error, pero hay errores que pueden enmendarse. 

—Y no, no nos decepcionaste —continuó mi madre—. ¿Crees que nosotros nunca fuimos adolescentes? como padres es nuestro deber decirte que no tomes, pero sabíamos que ibas a hacerlo de todas maneras. Pero tienes quince años, ni tú ni ningún otro chico de tu edad debería tomar alcohol, pero lo hacen porque es parte de ser adolescente y rebelde. Lo que a nosotros nos importa es que tú demostraste ser un buen amigo. Estás angustiado, pasándolo fatal por Samuel, y sientes vergüenza porque crees que nos decepcionaste a todos, pero eso no es cierto. Lo cierto es que no podemos sentirnos más orgullosos de tener un hijo como tú. 

A esas alturas me importaba muy poco que mis padres me vieran llorar. Le había estado dando tantas vueltas al asunto que al final acabé creyéndome que todo el mundo me odiaba. Y sí, al final de cuentas yo era un adolescente un poco rebelde, pero mis padres lo eran todo para mí, y una de las cosas que más quería era hacerlos sentirse orgullosos. 

Al final, terminaron convenciéndome de que fuera a ver a Samuel. Aunque mi madre me repitió una y otra vez que la señora Colman no estaba enojada conmigo, no pude evitar sentirme ansioso. Tal vez no le había dicho nada a mi madre porque, obviamente, era mi madre; ¿qué iba a decirle? ellas eran amigas después de todo. 

Golpeé la puerta y ella me recibió con una sonrisa. Ni siquiera me había salido saludarla. 

—Vine a ver cómo está Samuel —dije a secas, sin mirarla. 

—Él me lo contó todo. Dijo que se comportó muy mal contigo y que tú intentaste ayudarlo. Le pregunté por qué no paraba de repetir "lo siento", y me dijo que te estaba pidiendo perdón a ti. 

Sentí su mano sobre mi hombro, y nuevamente tuve ganas de llorar.

—Lo siento mucho. Lamento si la defraudé a usted y al señor Colman, yo debí cuidar de Samuel, debí estar ahí para...

—No, Eli, no —dijo ella, interrumpiendo mi discurso—. No vale la pena que sigas mortificándote por lo que pudiste o no pudiste haber hecho. Yo conozco muy bien a mi hijo; sé que es muy obstinado y que se enoja mucho cuando intentamos sobreprotegerlo. No puedo imaginar cómo debe ser cuando está borracho. 

Su risa cálida me recordó a la de Samuel.

—Él... ¿está bien? No ha ido a clases... 

—Está con gripe. Estuvo mucho rato con la ropa mojada. Tuvo mucha fiebre por varios días, pero ya está mejorando. Sube a verlo. No ha parado de preguntar por ti, se va a poner muy feliz cuando sepa que viniste. 

Las escaleras se me hicieron mucho más largas esta vez. Cuando estuve frente a la habitación de Samuel, sentí el estómago apretado. 
La puerta de la habitación estaba semi abierta, así que simplemente me deslicé dentro. Lo encontré  sentado en la cama. 
Me quedé parado frente a él durante unos momentos, hasta que su voz átona me sorprendió.

—Sé que estás ahí, Eli. Te siguen tronando los tobillos cuando te mueves. 

Sonreí, aunque a decir verdad, tenía muchísimas ganas de llorar. 

Me senté a los pies de la cama y seguí mirándolo durante unos momentos. Estaba ojeroso, pálido. Lucía enfermo. 

—Tu mamá me dijo que estabas engripado, ¿cómo estás? 

—Todavía me duelen todos los huesos, pero estoy bien. Extraño sentarme en la banca. También extrañaba hablar contigo. No venías porque estabas enojado conmigo, ¿verdad?

—No. No venía porque me sentía fatal por no haber estado ahí para ayudarte. Me siento un pésimo amigo. 

—¿Tú? Pero si tú estuviste tratando de ayudarme todo el tiempo. Yo debería sentirme horrible por todas las idioteces que te dije. Me comporté como un verdadero cretino. Lo lamento muchísimo, y entiendo si ya no quieres ser mi amigo. 

Me deslicé para acercarme un poco más a él. Quería abrazarlo, decirle que todo estaba bien, y que no había nada que me hiciera más feliz que tenerlo como amigo. Sentía que los dos teníamos muchísimas cosas para decirnos, solo teníamos que permitir que las palabras simplemente salieran. 

—Lo que más quiero en el mundo es que tú y yo seamos amigos. Esa noche creí que habías muerto, y no tienes idea de lo horrible que fue toda la situación para mí. Me dio mucha rabia todo lo que me dijiste, porque sí, ya sé que tienes quince, ya sé que no necesitas que nadie cuide de ti, pero ¿qué pasa si yo quiero cuidarte?, ¿por qué eso tiene que ser un problema para ti? Creo que tienes demasiados complejos. 

Él sonrió. No puedo explicar lo mucho que extrañaba su dulce sonrisa. Se inclinó hacia adelante y tomó mi rostro con ambas manos. Pasó las yemas de sus dedos por mis cejas, por mis ojos y por mis mejillas.

—Quería saber si estabas enojado o no. Tienes el entrecejo fruncido. 

—¿Y eso qué tiene que ver? No estoy enojado, solo estoy serio. 

—Puedes cuidar de mí. Prometo que no voy a reprocharte por eso nunca más. Ni a ti, ni a mis padres. Esa noche demostré que no tengo la madurez suficiente como para cuidarme solo todavía. de hecho, tú fuiste mucho más maduro que yo. Pudiste irte y dejarme allí, pero te quedaste. 

—¿Qué esperabas? No iba a dejarte solo. Te perdí de vista durante cinco minutos y acabaste dentro de la piscina. ¿En qué diablos estabas pensando de todas maneras? No puedes andar por ahí caminando, ni siquiera tenías tu bastón.

—Descubrí que no sé nadar. —Se rio—. No recuerdo muy bien en qué estaba pensando en ese momento, la verdad. Solo quise salir a tomar aire y luego sentí como si hubiese caído dentro de un enorme vaso de gelatina. Luego sentí mucho frío, el griterío de todos y luego... estaba en casa, en mi cama. Fue como un mal sueño. 

—No, te aseguro que no fue un sueño. Más bien fue como una pesadilla, pero sucedió de verdad. En fin... Por lo menos estás bien.

—Nathaly me besó —dijo de repente.

No entendí por qué me cayó tan mal saber eso. Yo mismo lo había llevado con ella, pero supongo que esperaba que solo charlaran un rato. 

—¿En qué momento? 

—Antes de que discutiéramos. Ella me pidió que la acompañara hasta la cocina porque quería un vaso limpio. Fuimos y... nos besamos. 

Seguía agradeciendo que no pudiera ver mis expresiones. No sabría qué decirle cuando me preguntara por qué me veía tan enojado.

—¿Y qué tal? 

—No me gustó. No sé si la del problema fue ella o yo. Pero lo sentí... vacío, insulso. 

—¿Insulso? 

Solté una carcajada. Esa era una palabra que solo podría utilizar mi madre... Y Samuel. 

—Sí, no sé cómo explicarlo. Cuando yo me imaginaba dando mi primer beso imaginaba algo más... no sé, cálido. Creo que fue demasiado repentino para mí y no tuve tiempo de procesar lo que estaba pasando. Como sea, no me gustó. 

Tampoco pude explicarme por qué me sentía tan feliz al saber eso. 

—Hiciste demasiadas cosas locas en cinco minutos, amigo. Tuviste tu primer beso, bebiste demasiada cerveza, te caíste a la piscina. Al final parece que la fiesta no estuvo tan mal. 

—También descubrí que no me gusta la cerveza. Es amarga. 

Ambos nos reímos. 

Sentí el siseo de las sábanas y otra vez, las manos cálidas de Samuel sobre mi rostro. Esta vez no estaba intentando descifrar mi expresión, solo acarició mis mejillas con los pulgares y contorneó mi maníbula y mi mentón con los índices. 

—Me dio mucho alivio saber que no estabas enojado conmigo y que todavía somos amigos. 

Sus manos seguían sosteniendo mi rostro.
No sabía lo que estaba haciendo en ese momento. Tampoco me detuve a pensarlo demasiado. Me acerqué a él y acuné su rostro pequeño entre mis manos. Él solo sonreía de esa forma tan linda. Acerqué mi rostro hacia él, hasta quedar a un suspiro de distancia. Él entreabrió la boca y yo sentí su aliento cálido acariciándome los labios. 
Estuve a punto de hacerlo, juro que estaba más que dispuesto, pero me acobardé a último momento. Simplemente me dejé llevar por esa vocesita en mi cabeza que me repetía una y otra vez que no lo hiciera. 


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