Capítulo 9

Eijirou miró la tumba una vez más. Si recordaba bien, ya era la tercera vez en la semana que la idea de intentar descifrar el nombre grabado en la piedra había cruzado su mente, pero por respeto a Katsuki, siempre se quedaba a una distancia prudente, evitando la tentación de descubrir por su cuenta el secreto que ocultaba la piedra. Pero si el príncipe aun no deseaba revelarlo, entonces él esperaría pacientemente hasta que llegara la hora de saberlo.

Ya habían pasado dos semanas desde que había descubierto que había comenzado a desarrollar sentimientos hacia Katsuki, y si hablaba de forma honesta, esas habían sido las dos peores semanas de su vida. Era horroroso saber sobre su creciente amor por Katsuki y este lo trataba como un amigo de toda la vida, continuando con sus entrenamientos intentando por todos los medios no titubear frente al príncipe y no preocuparle por mostrarse algo más cohibido frente a él, cosa que hasta ahora solo había sucedido los primeros días en los que se conocieron. Era como, si de alguna manera, la confianza se hubiese disipado, y afortunadamente Katsuki no se había percatado de eso.

Si llegaba a hacerlo, Eijirou estaba perdido. No podría explicarle de ninguna manera el por qué de su nueva conducta, y su escasa capacidad para expresar lo que sentía en lo profundo de su corazón no ayudaba en absolutamente nada. Además, si el príncipe llegaba a saber sobre sus sentimientos hacia él, todo lo que había logrado con él se desbordaría. No hacía falta ser adivino para saberlo, era simple lógica que hasta un sirviente como él podía comprender.

Ni siquiera él mismo sabía si se encontraba de verdad enamorado de Katsuki. Nunca antes había experimentado ese sentimiento, por lo que ahora estaba confundido, intentando descifrar sus pensamientos más ocultos, sus emociones más inexploradas y que más temor le estaban provocando. Era terrorífico saber que quizás estaba cometiendo un acto imperdonable, pero a la vez su corazón se sentía tan bien que no deseaba deshacerse de ese sentir jamás. Ni tan solo era capaz de comprender por qué su latido acelerado era tan adictivo o el por qué observar fijamente con anhelo el rostro del príncipe era tan agradable.

Y eran esas emociones desconocidas lo que le hacían desear más de estas, tentando al peligro por el gusto de observar los labios pálidos y deseables de Katsuki. ¿Qué más daba ser demasiado obvio o llegar a confundir a su propio cuerpo al contemplar la belleza del rubio cenizo? Nada de eso era de verdadera importancia, lo que debía tomar en cuenta era que su destino estaba marcado por la fatalidad. Habían dos posibilidades de lo que pudiera suceder en el futuro: una, marcharse una vez venciera al príncipe en un duelo, y la segunda, quedarse en el palacio hasta su último día de vida, torturándose por saber que el príncipe jamás le pertenecería.

Y aun siendo la primera opción más sencilla para poderse deshacer del posible sufrimiento, eso conllevaría a no volver a ver a su enamorado, y eso quizás seria más doloroso que el tener que ver cómo este crecía, se apoderaba del poder y gobernaba con mano firme toda Alejandría. Por lo que, si le hicieran escoger entre ambas, no podría decidirse: torturarse al no poder volver a verlo o torturarse por ver cómo crecía mientras que él se quedaba estancado en un amor sin pies ni cabeza que solo le traería complicaciones a su vida.

Como resultado final, lo único que le serviría para poder continuar su vida normal, sería intentar alejar esos sentimientos de su corazón y encontrar el amor en alguna joven que le correspondiera, pero entonces, si sabía eso, ¿por qué no se ponía manos a la obra? ¿Por qué no se aseguraba de intentar alejar esos pensamientos dañinos de su mente? Bien, la cuestión era simple, no quería. Y eso sonaría masoquista, como si disfrutara de llorar en la oscuridad de su alcoba durante las pocas horas en las que se encontraba separado del príncipe, pero si no quería era porque tenía la pequeña esperanza de que podría disfrutar de tener una oportunidad a su lado, por más fantasioso que sonara.

—Eijirou, ¿qué estás mirando? No estarás planeando nada, ¿verdad? —Katsuki finalmente llegó a su lado, sentándose junto a él mientras le observaba de reojo. Parecía concentrado, como si buscara cualquier indicio de comportamiento extraño en él, cosa que por más que intentó, no logró hallar.

—Claro que no, Katsuki. Solamente... me preguntaba lo que pone en la lápida. Por más que llegara a intentar descifrar las letras, no podría hacerlo. —Eijirou giró su cabeza, algo avergonzado. Era normal que los campesinos de la época no supieran leer ni escribir, pero de igual manera, al encontrarse rodeado de tantos lujos, se sentía mal al ser prácticamente analfabeto.

—Tampoco sabes escribir, ¿verdad? —preguntó de manera obvia, entrecerrando los ojos. Parecía estar pensando en algo, pero Eijirou no se atrevió en preguntar el qué, creyendo que podría llegar a enfadarlo si lo hacía—. ¿Te gustaría aprender?

—¿Eh? —Kirishima parpadeó en confusión, ladeando la cabeza levemente haciendo que sus mechones oscuros oscilaran al compás de su movimiento. El príncipe observó el movimiento y contuvo la tentación de tocar el cabello de Eijirou—. ¿Aprender a escribir? ¿Por qué? O mejor dicho, ¿para qué? Soy un sirviente, no me servirá de nada aprender.

—Creo que moriré joven —se limitó a contestar Katsuki, caminando hacia él mientras comenzaba a caminar alrededor del jardín, golpeando con fuerza moderada las piedras que habían junto a sus pies, mandándolas a la otra punta del lugar. Sus ojos parecían llenos de honestidad, como si realmente estuviese seguro de lo que estaba diciendo, y aquello no le dio buena espina. Nadie debería hablar con tanta seguridad de su propia muerte.

—¿Morir joven? ¿Por qué? —cuestionó con voz llena de preocupación, contemplando la cara relajada y pacífica de su príncipe—. ¿Estás enfermo, Katsuki? ¿Necesitas ayuda con algo? Sabes que siempre puedes contar conmigo, ¿cierto? No hay necesidad de que digas cosas como esta... —continuó hablando, tal como si estuviese intentando de convencer a sí mismo de que si algo pasaba, sería capaz de proteger al príncipe.

—No, no estoy enfermo, Eijirou —respondió con una pequeña sonrisa melancólica, apretando sus puños con tanta fuerza que sus nudillos se tornaron blancos completamente—. Solo estoy siendo realista. Han habido muchos faraones que han muerto por culpa de su pueblo. ¿Quién dice que a mí no me pasará lo mismo?

—¡Claro que no morirás por eso, Katsuki! —reclamó Eijirou mientras caminaba hacia él. Sus ojos relucían en un repentino enfado, probablemente iracundo por el poco optimismo que poseía Katsuki a la hora de hablar de su futuro. Él no era adivino, no tenía derecho a hablar de esa forma, no podía decir que iba a morir tan joven—. Además, si algo te llegara a pasar, estaré a tu lado protegiéndote, así que no te preocupes, ¿de acuerdo?

—Las rebeliones son inevitables, Eijirou. Por más soldados que consiga ganarme a mi favor, el pueblo es mucho más numeroso —murmuró en tono neutro el príncipe, evitando que el pelinegro se acercara aun más a él agarrándolo de su brazo, apretando suavemente como advertencia—. Si hago las cosas de forma correcta, evitaré mi muerte, ¿pero de qué sirve si yo no seré feliz gobernando? A este paso, lo más sencillo será morir.

Eijirou se sobresaltó y se abalanzó hacia Katsuki, deshaciéndose del agarre en su brazo para acorralar al príncipe contra una de las paredes del jardín, agradeciendo su poca diferencia de alturas. No permitiría que Katsuki volviera a decir aquello sobre su propia vida, mucho menos ahora que había descubierto lo que sentía por él. Quien moriría para proteger la vida del futuro faraón sería Eijirou Kirishima, eso era algo que el mismo pelinegro había decidido. Si moría o era herido gravemente para poder mantener vivo a Katsuki, no le importaba, ahora mismo, lo que realmente deseaba era poder verlo, escucharlo, sentirlo.

—¿Eijirou? ¿Qué estás haciendo? —preguntó, burlón, sonriendo de lado mientras se cruzaba de brazos, divertido por el intento de parecer intimidatorio del pelinegro—. ¿Querías practicar un ataque sorpresa?

—¡Nunca...! —exclamó exaltado Eijirou, sin dejar que Katsuki volviera a hablar, y por los nervios a duras penas podía completar lo que quería decir—. ¡Nunca vuelvas a decir que sería más sencillo morir!

—Pero...

—¡No hay ningún pero, Katsuki! —gritó Eijirou, zarandeando al rubio por los hombros con insistencia—. ¡Sí, gobernar será difícil, lo sé! ¡Pero, si vas al ritmo adecuado, lograrás ganarte la aprobación del pueblo! ¡Solo debes ser paciente, por ti y por la gente que te ama! ¡Hazlo, por favor! —rogó con desesperación, reprimiendo un par de lágrimas que comenzaban a bajar por sus ojos rubíes por la desesperación de saber el futuro que ya había dictaminado su príncipe.

Pero ese era un futuro que nunca sucedería, pues él no permitiría que nadie dañara a la persona que se había robado cada uno de sus pensamientos en las últimas semanas. Por más que Katsuki estuviera diciendo aquello acerca de lo que podría acabar pasando si no mejoraba como faraón, él sabía que no sería así. Para una revolución, era necesaria mucha gente, y mucha gente conllevaba a muchos años de organización, años que él podría aprovechar perfectamente para poder mejorar sus habilidades como soldado. Porque él sería lo suficientemente poderoso como para poderlo proteger, ¿cierto? Podría mantener a su querido faraón a salvo, ¿verdad?

No, la verdad es que tenía muchas dudas acerca de cómo podría ser un buen soldado para Katsuki Bakugou. Sí, quizás era bueno peleando uno contra uno en peleas cuerpo a cuerpo, ¿pero qué haría si los rebeldes llegaran a emplear armas en su intento de rebelión? No tendría problema en sacrificarse una y otra vez, recibir cada uno de los golpes si eso conllevaba a poder mantener al príncipe a salvo, pero, si moría, ¿quién le diría si volvería a suceder algo tan terrible como aquello? ¿Quién le aseguraría que estaban fuera de todo peligro? Nadie.

Estaban condenados a la perdición si no encontraban más soldados leales o conseguían que los faraones actuales se pusieran de acuerdo para proteger al príncipe, cosa que probablemente no llegaría a suceder jamás. Y realmente se sentía mal por saber que no podía asegurar a Katsuki protección, le deprimía saber que no podía mantener a salvo a la persona que amaba o al menos darle mayores expectativas sobre su futuro como faraón. Pero no podía, porque jamás había conectado tanto con alguna persona.

Ni siquiera con Kaminari Denki.

—Eijirou, cálmate, cálmate por favor —pidió Katsuki, siendo esta vez él quien giró la situación, tomando al pelinegro por los hombros y acercándolo suavemente hacia su cuerpo al notar sus lágrimas cayendo por su rostro, afligiendo bruscamente su corazón—. Venga, Eijirou, estaba bromeando, no dejaré que nadie me mate, no hace falta que llores, por favor, deja de llorar. Me estás haciendo daño.

—No quiero que mueras —sollozó contra el cuerpo del príncipe, abrazándolo suavemente, tomando esta vez él la iniciativa de aquel tierno y dulce contacto físico—. No dejaré que mueras, no puedes irte de mi lado, Katsuki. Si lo haces yo... moriré también. Nadie puede arrebatarte de mi lado —habló con expresión rota, quebrada, parpadeando decenas de veces para deshacerse de las lágrimas que se habían amontonado en sus oscuras pestañas.

—Eijirou... —el príncipe bajó la voz, y tras observar un par de veces a su alrededor para comprobar que no hubiese nadie por los alrededores, rodeó de igual manera el cuerpo del pelinegro, estremecido ante la dolencia que había instalada en su voz. Una voz honesta, una voz que nadie jamás había utilizado con él, una promesa que él parecía estar dispuesto a cumplir—. No digas cosas como estas, no va a pasar nada, nadie me matará, y si lo intentan, yo les mataré primero. ¿Confías en mí? Dime, ¿confías en mí?

—Sí, confío en ti —lloró mientras alzaba la cabeza para mirar a los ojos al príncipe, notando otro escalofrío recorrer su espalda. Probablemente él solamente le veía como un mejor amigo en quien confiar, mientras que él se carcomía la mente con sentimientos que ni siquiera debería estar experimentando.

—Entonces, créeme: no voy a dejar que nadie nos haga daño. Ni a ti, ni a mí, no te preocupes por ello. —Katsuki proporcionó una suave caricia en la espalda de Eijirou, sonriendo al saber que sus heridas finalmente habían cicatrizado, siendo que la mayoría no habían dejado ni un mínimo rastro de su existencia—. El motivo por el cual deseaba que aprendieras a escribir era para... que pudieras escribir nuestros recuerdos más preciados.

—¿Nuestros recuerdos más preciados? —cuestionó confuso, sin entender muy bien a lo que se refería con aquello. Pero si era petición del príncipe, él no tendría ningún problema en aprender a escribir—. ¿A qué te refieres con escribir nuestros recuerdos más preciados?

—Los faraones se suelen hacer conocer por sus riquezas, por sus maneras de gobernar o por el territorio conquistado, pero yo, a parte de riquezas, no lograré nada más. Es por eso que, creo que si pudieses escribir nuestros mejores momentos juntos, tal vez al morir, la gente siga recordándonos. —Lo observó con dulzura, despeinando suavemente su cabello mientras notaba cómo el chico aferrado a él relajaba su cuerpo—. ¿Crees que podrías hacerlo? ¿Puedes hacerlo por mí, Eiji?

—¿Ei...ji? —preguntó para sí mismo el pelinegro, tragando saliva mientras su corazón se aceleraba de forma casi dolorosa por el ritmo al que iba—. Puedo hacerlo. Claro que puedo hacerlo, Katsuki —respondió casi al instante, la emoción bañando su voz gracias a aquel extraño diminutivo que le había dado el príncipe de un momento para otro—. Pero, ¿quién me enseñará a escribir? ¿Tú?

—Lo haría yo, pero hay un pequeño problema —respondió con algo de orgullo el príncipe, feliz de ver la participación en Eijirou, alegre a la par por ver que su idea le había causado tanta emoción al pelinegro—. Mis padres se darían cuenta, y lo que menos quiero es que te prohíban escribir solamente por no pertenecer a la realeza. Por eso, quiero que conozcas a una persona que te ayudará a aprender tanto a leer correctamente como escribir, aunque tendrás que estar bastante tiempo practicando. ¿Crees que podrás aguantar?

—Por supuesto que podré aguantar, mi príncipe —respondió, manteniendo una pequeña e inocente sonrisa en sus labios, para darse cuenta de su error nada más vio la confusión plasmada en el hermoso rostro del príncipe—. Digo, Katsuki. Claro que podré aguantar, Katsuki. Lo siento, no sé en qué estaba pensando —se disculpó apretando sus labios en una fina línea recta al darse cuenta de su error al referirse a Katsuki como príncipe. Por fortuna, el rubio cenizo no parecía enfadado con él, sino divertido por la situación en la que se había metido el propio Eijirou.

—Hacía tiempo que no me llamabas de esa manera, sirviente —murmuró burlón, sonriendo de forma altiva, pero a diferencia de los primeros días en los que se conocieron, aquella sonrisa parecía más bien dulce y agradable, además de atractiva ante los ojos de Eijirou, quien rogó por todos los dioses que su rostro no se hubiese sonrojado por culpa de la gran cantidad de pensamientos indebidos que estaba teniendo en esos momentos, pero por fortuna su tez bronceada logró tapar cualquier rastro de vergüenza de sus mejillas.

—Lo siento, Katsuki, no hace falta que te burles de mí por ese error. —Torció los labios, algo molesto por la burla del príncipe, pero entonces decidió bromear y observó de forma orgullosa al rubio—. Parece que mi príncipe necesita respeto, ¿eh? —preguntó, alzando suavemente su cuello para observar directamente a los ojos a Katsuki, quien soltó una risa y lo tomó de la muñeca, deshaciendo finalmente el abrazo.

—Creo que por ti, este tonto príncipe podría hacer una excepción en cuanto etiqueta real —susurró con la voz ronca, arrinconando a Eijirou contra la pared del jardín mientras acariciaba su mejilla—. ¿No crees?

Eijirou volvió a tensarse, cerrando los ojos por el par de segundos en los cuales Katsuki se mantuvo acariciando su mejilla con suavidad, notando su corazón latir velozmente mientras golpeaba su pecho sin piedad, haciéndole sentir un ligero y agradable calor invadir su cuerpo por completo, y por unos instantes, deseó poder unir sus labios con los de Katsuki, pero no podía hacerlo. Aquello solo lograría hacer que el príncipe le observara de mala forma y que todo lo que había logrado hasta ahora se arruinara. Debía resguardar sus sentimientos en lo más profundo de su corazón hasta el día de su muerte o hasta el momento en el que estos se desvanecieran para siempre.

Y dolía, porque cada vez sentía que sus emociones se desbordaban más cada vez que observaba el rostro de Katsuki Bakugou, cada vez que escuchaba su voz o veía sus labios curvarse en una hermosa sonrisa gracias a él, porque sabía que su amor jamás llegaría a volverse correspondido. Era un amor que no debería existir, tanto porque ambos eran hombres y nadie sabía exactamente si aquello estaba bien o si era porque él era un simple campesino y Katsuki era el futuro faraón, alguien inalcanzable con el que debería conformarse con una buena amistad. Pues, por lo menos, tenía el privilegio de escucharlo, de poderlo abrazar y de poderlo sentir cerca suyo, algo de lo que nadie más poseía el derecho. Debía conformarse con ser alguien importante en la vida de Katsuki, pero no lo suficientemente importante como para ganarse por completo su corazón.

—¿Eiji? —Ahí estaba, ese maldito diminutivo que estaba logrando que su corazón latiera de forma insana, consiguiendo que su cuerpo comenzara a temblar a la par que pequeñas lágrimas llenas de desgarradora tristeza comenzaran a desbordarse por sus grandes orbes escarlatas, sobresaltando repentinamente al príncipe—. ¿Qué sucede, Eijirou? ¿Te he hecho daño? —preguntó, alzando con suavidad el brazo del pelinegro, el cual había estado sujetando todo aquel rato, para comprobar si le había dañado sin querer.

—No, Katsuki, no es nada. Solamente estaba recordando el día en el que nos conocimos. En ese entonces, me dabas algo de miedo —se sinceró, sonriendo amargamente mientras Katsuki limpiaba las lágrimas de sus mejillas húmedas—. Siempre me estabas amenazando, ¿eres así con todas las personas que conoces?

—Supongo que sí, pero lo que importa ahora es que ya no te amenazo, ¿verdad? —Katsuki contempló los ojos cristalizados de su amigo, deseando poder silenciar los sollozos que continuaban saliendo de los labios del pelinegro—. A menos que quieras que continúe tratando de esa manera —bromeó, intentando aligerar el ambiente, consiguiendo solamente una mirada melancólica por su parte—. Tranquilo, no lo haré. No podría amenazar a alguien que me importa tanto como tú, solo lograría hacerme daño a mí mismo.

—¿De verdad te importo tanto, Katsuki? Solamente soy un simple sirviente que pronto se irá de aquí, no entiendo qué es lo que ves de especial en mí como para apreciarme tanto.

Katsuki arrugó la nariz mientras intentaba comprobar si las palabras que acababa de decir su amigo eran ciertas o una simple farsa para provocarlo y así pelear, pero entonces, al ver un brillo de tristeza y desesperación en los ojos de Eijirou, supo que era hora de consolarlo, de hacerle ver que todo estaba bien y que debía dejar de preocuparse por sus posiciones en la sociedad, pues eso, para él, no tenía importancia alguna. Lo único que realmente le importaba era el poder mantener a su lado a ese increíble y bondadoso pelinegro que tantos buenos recuerdos le estaba haciendo almacenar tanto en su corazón como en su mente. Una persona tan hermosa como Eijirou no merecía despreciarse de esa manera.

—¿Qué importa si eres un sirviente? Para mí no eres simple, y mucho menos me importa si pronto te marcharás de aquí, porque sé que eso te permitirá ser feliz. —Lo tomó de los hombros, obligando a mirarle a la cara—. ¿Y sabes qué? Mi verdadera prioridad ahora mismo es que seas feliz. Por lo que, si ahora mismo me pides regresar a tu pueblo, concederé al instante tu petición. Dime, Eijirou, ¿quieres volver a tu casa? Sé sincero, por favor...

—No, no quiero regresar a mi hogar. Necesito cumplir con mi parte del trato —murmuró, notando cómo Katsuki deseaba decir algo, pero rápidamente tapó su boca con sus dedos para así evitar que dijera algo—, y necesito aprender a escribir, ¿cierto? Así que no, todavía no quiero volver a mi hogar, quiero continuar contigo, quiero estar a tu lado todo el tiempo que haga falta.

—¿De verdad? —El rubio cenizo abrió la boca, confundido, sacando los dedos de Eijirou fuera de sus labios con su propia mano—. Entonces te permitiré estar a mi lado hasta que consigas vencerme en batalla, pero recuerda. —Acercó su boca al oído de Eijirou, susurrando con voz suave y grave que hizo estremecer al pelinegro—. No dejaré que ganes tan fácilmente, así que espero que te esfuerces y utilices a tu favor todos los entrenamientos que te he facilitado.

—Lo haré, Katsuki —susurró algo más calmado, separándose lentamente del cuerpo del rubio cenizo mientras sus labios se curvaban en una sonrisa mucho más relajada que hizo sonreír también al príncipe—. Lo haré —repitió, alegre de haber podido hacer que Katsuki sonriera.

—Muy bien —acabó por decir antes de alejarse de Eijirou, yendo a sentarse junto a la fuente con la sonrisa aun implantada en su rostro, dirigiendo una mirada furtiva al pelinegro—. Y por favor, no recuerdes el cómo era antes, me arrepiento de haberte tratado tan mal al principio.

Eijirou se dirigió también hacia la fuente mientras soltaba una pequeña risa, limpiando los restos de lágrimas que se habían quedado impregnadas en su piel, sonriendo mientras mostraba sus dientes afilados, logrando que el corazón de Katsuki se derritiera. Siempre que el pelinegro dejaba ver su felicidad de aquella manera, el príncipe y futuro faraón sabía que estaba haciendo lo correcto, que no había nadie más a quien deseara a su lado a parte de Eijirou, y le dolía pensar en un posible futuro en el cual este se fuera de su lado y le arrebatara la parte de su corazón en la cual se había quedado grabado.

—¿Por qué ríes, Eijirou? —preguntó, riendo también mientras dejaba espacio al chico para que se sentara a su lado. Junto al pelinegro, podía sentirse como una persona normal, y quizás eso era lo que más amaba de la compañía de su supuesto sirviente: poder mostrarse tal y como era, dejando de lado sus ataques de ira y molestia que solía dejar ver al resto de personas.

—Simplemente me es gracioso el cómo las cosas han cambiado tanto entre nosotros —explicó mientras sus ojos comenzaban a brillar de la emoción—. Tú mismo rompiste una de tus reglas, ¿lo sabías?

—¿Una de mis reglas? —dijo confuso, ladeando la cabeza mientras observaba la mirada optimista y brillante del pelinegro, deseando observar ese hermoso brillo por el resto de su vida—. ¿Cuál de todas?

—«Y otra cosa más, no pienses que voy a ser tu amigo o algo así, nuestra relación será puramente de sirviente a faraón». Es lo que me dijiste después de que lucháramos, ¿lo recuerdas? —musitó de memoria, como si hubiese estado memorizando con exactitud las palabras que había dicho Katsuki aquel día—. Y míranos ahora, dándonos apoyo mutuo, protegiéndonos. ¿Quién iba a decir que salvar la vida de Denki iba a traerme una amistad tan hermosa?

—Eiji... Mierda, eres demasiado dulce, ¿lo sabías? —gruñó Katsuki, desviando la mirada ante la hermosa sonrisa que había esbozado su amigo—. ¿Y de verdad te memorizaste mis palabras? ¿Sabías que esto iba a suceder o qué? —preguntó mientras se cruzaba de brazos, entretenido—. De todas maneras, agradezco a quien sea que sea aquel tal Denki por permitirme la oportunidad de conocerte. A saber qué estaría haciendo estos momentos si no te hubiese conocido.

—No lo sé, pero lo importante ahora es que estamos aquí, juntos. Nos hemos conocido y nos hemos dado la oportunidad de podernos entender casi a la perfección, así que no vale la pena pensar en un "¿qué pasaría si...?", porque eso solamente nos hará perder el tiempo que podríamos estar aprovechando para continuar hablando, para continuar disfrutando de nuestros momentos juntos.

—Tienes razón —concordó Katsuki—. Pensar en el pasado o en el futuro solo nos hará desaprovechar el presente. —Con una gran sonrisa, tomó la mano de Eijirou, obligando al pelinegro a levantarse de la fuente—. Vamos, hoy comenzaremos con tus lecciones de escritura y lectura. Pero debes prometerme algo, por favor. Esto es algo que solamente tres personas sabemos: Momo, Ochaco y yo. Es por eso que debes mantener silencio.

—Por supuesto, confía en mí, Katsuki. ¿Qué es lo que debo prometer? —asintió pausadamente ante la petición del príncipe, contemplando su rostro preocupado y angustiándose él también. ¿Qué era aquello tan importante que debía mantener en silencio?

—Pase lo que pase, nunca debes revelar la identidad de la persona que te enseñará a escribir y leer a nadie. A absolutamente nadie. Sino, tanto esa persona, tanto yo como tú correremos grandes riesgos, y eso es lo que menos quiero que suceda —rogó Katsuki, apretando con algo de fuerza la mano de Eijirou, demostrando su nerviosismo ante el simple pensamiento de que el pelinegro pudiese romper su palabra.

—No lo haré, no hace falta que te preocupes. No quiero que te suceda nada malo por mi culpa, así que mantendré mi boca completamente sellada —prometió, aguantando el fuerte agarre de Katsuki sobre su mano, agarre cuya fuerza se aflojó ante aquel juramento—. Entonces, ¿iremos ahora? ¿No crees que sería mejor esperar un día?

—Ir ahora mismo no es necesario, pero tengo cosas de las que hablar con aquella persona. Por eso, quiero aprovechar tanto para discutir esas cosas como para que tú comiences a aprender lo básico de la escritura y la lectura. ¿O hay algo que debas hacer? Si tienes algo importante en mente, no tengo problema en esperar hasta mañana para ir —dijo comprensivo, notando que Eijirou negaba con la cabeza casi al instante.

—Vayamos ahora. Lo que me preocupaba era el qué podrían decir los faraones, pero confío en ti. —Le dedicó una pequeña sonrisa, amable y gentil, para indicar que se encomendaba a él—. Y espero que tú también confíes en mí para mantenerte a salvo de lo que puedan llegar a intentar hacerte tus padres.

—Por supuesto que confío en ti, Eijirou. Vamos —indicó sin soltar su mano, caminando junto a él hasta el inicio del pasillo, donde finalmente deshizo tal agarre para hacer un ademán con la mano—. Si algún soldado nos pregunta a dónde vamos, debemos responder que vamos a comprar, ¿de acuerdo? Y si no nos creen, que se jodan, no voy a estar dando explicaciones a nadie sobre a dónde voy o cuándo voy a regresar al palacio.

Tras esas órdenes, Katsuki y Eijirou comenzaron a caminar por los grandes y dorados pasillos del palacio, observando sigilosamente los lugares libres de soldados para no tener que responder a preguntas innecesarias, a la par que conversaban acerca de varios temas aleatorios, la mayoría relacionados con los primeros días en los que se conocieron y cómo su amistad fue avanzando hasta llegar al punto en el que se encontraban ahora, inundando sus corazones de gran alegría por saber que finalmente habían podido deshacerse de sus diferencias sociales como personales y poderse llevar tan bien hasta poder confiar sus vidas en el contrario sin temer un simple segundo, pero Eijirou era consciente de que Katsuki le ocultaba bastantes cosas.

Todo el mundo tenía derecho a tener secretos o a no decir cosas más personales a los demás, lo sabía, pero había algo inquietante en los que ocultaba Katsuki, como si fueran más profundos que simples secretos. Y deseaba saber qué era lo inquietante de aquel asunto, por más tiempo que le costara. Y si debía sacrificar toda su vida para saberlos, entonces lo haría. Porque sabía que esos secretos debían estar torturando su mente, y se daba cuenta por la tristeza que plagaba los preciosos ojos de Katsuki cada vez que mencionaba alguno de aquellos temas innombrables ante el resto de personas.

—Así que, ¿quién es la persona que debes presentarme? —cuestionó cambiando de golpe el tema de conversación, ganándose una mirada atónita de parte del príncipe, pero este no tuvo más remedio que responder alguna cosa para poder saciar la curiosidad infantil del pelinegro, finalmente llegando a las calles de Alejandría sin haber tenido intervención alguna por parte de los soldados.

—Es alguien bastante... especial. Ya lo verás, simplemente espera hasta que lleguemos a su casa, ¿de acuerdo? No seas impaciente —rió mientras despeinaba con diversión el cabello de Eijirou—. Pero no es nadie malo, así que no temas por tu vida cuando lo veas. Sería incapaz de hacerte daño, pero tal vez te sorprenda.

—¿Sorprenderme? ¿Por qué? —confuso, Eijirou aceleró el paso al ritmo de Katsuki, parpadeando varias veces y observando cómo el príncipe fijaba su mirada sobre una pequeña y desgastada casa en la lejanía, mucho más pequeña que la de Momo y la cual parecía que en cualquier momento iba a caer al suelo por lo estropeada que se veía, una casa que había visto varias veces cuando había salido del palacio junto a Katsuki pero que jamás llegó a tomar en cuenta, creyendo que estaba abandonada.

—Ahora lo sabrás —respondió con un aura misteriosa Katsuki mientras llegaba finalmente frente a la puerta de la casa.

El rubio golpeó con bastante suavidad después de haber comprobado que en los alrededores no había nadie, y finalmente, tras un par de minutos aproximadamente en los que Katsuki perdió la paciencia, maldiciendo y desgañitándose en voz baja, probablemente harto de esperar sin obtener respuesta alguna, alguien abrió la puerta de forma lenta, comenzando a dejar ver un rostro joven y algo sucio que Eijirou reconoció casi al instante, un rostro que hizo abrir la boca a Eijirou en total confusión mientras giraba la cabeza para poder buscar respuestas en el rostro de Katsuki, pero este no hizo caso de la confusión del pelinegro y habló lentamente mientras chasqueaba la lengua:

—Joder, Deku, podrías haberte dado más prisa, casi morimos esperando a que abrieras.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top