Capítulo 7
—¡Vamos, continúa así! ¡En el campo de batalla tu tiempo de reacción deberá reducirse o morirás el primero! —gritó un rubio de rojos ojos feroces que observaban el cuerpo de un pelinegro delante suyo entrenando lo más intensamente posible bajo sus órdenes, expresadas únicamente con un propósito: mejorar su fuerza e inteligencia.
La tarea que se le había sido encomendada no era muy sencilla: entrenar día y noche hasta conseguir técnicas de combate infalibles. Quizá no serían tan difíciles de lograr si no estuviera bajo la dura luz del Sol y sintiendo su garganta arder por la falta de agua, pero no podía hacer nada más que obedecer a Katsuki.
—¡Lo sé! —respondió, intentando regular su respiración agitada por haber estado entrenando sin descanso alguno.
Llevaba solamente un par de días siguiendo ese intensivo entrenamiento y rutina, pero ya sentía como si estuviera a punto de caer muerto en cualquier momento por el cansancio. Nada de eso se comparaba al esfuerzo que había hecho en los cultivos, y por eso su cuerpo no estaba acostumbrado, logrando solamente entorpecer sus movimientos a la hora de pelear.
—¡Entonces, continúa moviéndote, joder! ¡No llevamos ni media hora y ya estás a punto de caer desmayado! —le reclamó el príncipe, atinando un fuerte golpe de látigo al suelo—. Yo no estaré siempre a tu lado para protegerte, debes saber cómo defenderte de los guardias Reales.
—Y para eso debo ponerme a su nivel —completó el pelinegro, viendo con ojos nublados cómo su pecho se alzaba y bajaba al ritmo de su respiración—. ¿Pero es necesario que seas tan estricto?
El rubio tomó con firmeza su látigo, el cual solamente servía para amenazar, y se dirigió con paso lento y seguro hacia el pelinegro. Sus ojos centelleaban de manera misteriosa, casi sospechosa, y Eijirou notó un escalofrío recorrer su espalda. Tal vez ya estaba acostumbrado a los tratos de Katsuki hacia su persona, pero todavía sentía ese mínimo miedo cuando lo veía actuar de esa manera. Y eso quizás nunca cambiaría, pero ahora no podía saberlo con exactitud.
—Claro que necesito serlo, idiota. ¿Qué haré si mueres por no haber querido seguir mis instrucciones?
—Pues... ¿Conseguirte a otro sirviente personal? —Eijirou sonrió con nerviosismo, rascando su codo y sobresaltándose al escuchar el látigo volver a golpear el pavimento—. Vale, lo siento. Te obedeceré.
—El objetivo no es matarte de cansancio, eso lo sabes muy bien. Pero necesito que mejores más rápido que cualquier otro soldado, o sino, estarás en verdadero peligro.
—¿Verdadero peligro? ¿A qué te refieres, Katsuki? —preguntó, harto de que el príncipe le hablara de esa manera tan misteriosa.
Si él quería ocultar información confidencial de él, pues que no le dejara con la duda, pero estaba realmente cansado de tener que tragarse las palabras para no hacerlo enfadar. Katsuki, por más que fuera el príncipe de Alejandría, no tenía derecho a enfadarse con él por haberle dejado con la duda de lo que le había dicho, y eso ya había sucedido varias veces desde que estaba a su servicio.
—A mis padres. Ya has visto como te han mirado: te odian. En verdad, odian a todo ser que mantenga una relación amistosa conmigo, dicen que afectará en mi rendimiento como faraón —explicó el príncipe alzando la cabeza con una mirada de fastidio—. Por eso, si algún día intentan matarte, prométeme que te defenderás.
—Pero si ellos desean matarme, no puedo hacer nada para contradecir sus palabras, Katsuki —murmuró confuso, entrecerrando los ojos.
La conversación comenzaba a tomar un rumbo que no agradaba a ninguno de los dos, aun así, la curiosidad carcomía el pecho de Eijirou, y las ganas de poder ver los ojos de Eijirou algo más tranquilos había dominado el corazón de Katsuki, y por ello, ninguno podía parar esa charla.
—Claro que puedes, cuentas con mi permiso. Si yo digo que fui yo quien te concedió el derecho a defenderte, no creo que te suceda nada. O al menos, yo evitaré que te suceda algo.
—Tengo otra pregunta, Katsuki. —Eijirou se levantó del suelo donde había estado descansando, dirigiéndose hacia el príncipe, aprovechando que la diferencia de alturas entre ellos dos no era muy elevada—. ¿Por qué te preocupas tanto por mí? El primer día parecías estar dispuesto a arruinar mi vida de todas las maneras posibles, y ahora...
—Idiota, eso no es una pregunta. Si fueses algo más avispado, ya habrías descubierto el por qué te quiero proteger —reclamó Katsuki, apretando las mejillas de Eijirou con fuerza, alejándolo de su espacio personal—. Además, me recuerdas a alguien que fue realmente importante para mí.
—¿Solo por eso? Eso es muy cruel, creí que yo de verdad te importaba.
—¡Claro que me importas, joder! ¡Ya te he dicho que aparte de por recordarme a alguien hay otro motivo, escucha bien cuando yo hablo! —gritó, dando un empujón brusco a Eijirou—. ¡Basta de cháchara, hay que continuar con el entrenamiento!
Eijirou no tardó en obedecer a Katsuki, retomando los ejercicios con toda la determinación que pudiese haber en su mente. No era muy difícil el llevar a cabo tales ejercicios, sino que lo realmente complicado era llevarlos a cabo a la hora de luchar, pues, ¿de qué le servían las flexiones a la hora de luchar? ¿Acaso se pondría hacer una flexión en mitad del combate y le daría una patada en la cara a cualquiera que se intentara pasar de listo con él?
Realmente no tenía mucha lógica, pero si Katsuki se lo ordenaba, él no tenía más remedio que continuar haciendo caso, pues quien tenía la razón era el príncipe, no él. Además, temía arruinar todo con algún comentario inapropiado acerca del entrenamiento que el rubio había planeado expresamente para él.
—Iré a por agua, no tardo —intervino al cabo de un par de minutos el príncipe, observando el rostro sudoroso de su sirviente—. Espero que cuando regrese continúes haciendo tus ejercicios o me veré obligado a hacerte entrenar incluso durante la noche.
—¡No, no, haré ejercicio, lo prometo! —exclamó algo exaltado, esforzándose el doble para no tener que perder sus preciadas horas de sueño, las únicas donde podía realmente descansar, por no hacerle caso.
Cuando Katsuki desapareció de su campo de visión, el chico dejó de hacer las flexiones, intentando recuperar el aliento y algo de fuerza en su musculatura. No sabía si tomarse en serio las amenazas del príncipe por el hecho de que siempre solía exagerar las cosas, pero a la vez temía tener que hacer ejercicio hasta el día siguiente. Aun así, con miedo de que Katsuki llegara en cualquier momento, no dudó en comenzar a caminar hacia la fuente del jardín.
La paz siempre se encontraba presente en ese lugar, y poco importaba la actividad que estuviesen realizando ambos chicos cuando iban allí, ya que siempre compartían la misma sensación de armonía y tranquilidad. Era un lugar mágico, repleto de plantas que proveían el palacio de un fresco y agradable oxígeno, y el sonido del agua solo lograba ayudar a mejorar la atmósfera del sitio. Tal vez era por el jardín que Eijirou aun no se había quejado por deber hacer tanto rato ejercicio, pues los ornamentos florales lograban colmar su corazón de quietud.
De ser por él, pasaría el resto de su vida en ese jardín, pero por desgracia (o por suerte, continuaba bastante indeciso acerca de su estancia en el palacio) no podría quedarse allí toda la vida.
Con una sonrisa en su rostro, acercó su mano al agua, dejando que esta se escurriera entre sus dedos, cayendo nuevamente a la superficie del líquido y formando un sonido igual de agradable que el que producía cuando caía del centro. La verdad es que nunca antes había visto una fuente, e incluso dudaba que existieran a parte de en los relatos de la gente, y era por eso que se sorprendió la primera vez que la vio allí en el centro del agradable jardín.
Se cuestionó cómo Katsuki podría haber planificado todo aquel lugar de pequeño, si es que él había sido quien había llevado a cabo las organizaciones de cada una de las plantas y decoraciones, pero también debía tener en cuenta la inteligencia pródiga que poseía. Era como un ser sobrenatural que no debería pertenecer en un lugar así, junto a tontos humanos inferiores a él, pero a la vez, era la maldad encarnada en cada una de sus afiladas palabras.
Y si Eijirou debiera describir a Katsuki en una sola palabra, no dudaría en decir único, pues ese era el adjetivo más adecuado para el príncipe, y nadie le podría hacer cambiar de opinión.
Mientras disfrutaba del tacto del agua en sus manos, sus ojos divisaron un objeto grisáceo que aun no había visto en el jardín, y nada más giró su rostro con sorpresa, su boca se abrió en un gesto de confusión. Allí, entre uno de los arbustos del jardín, se podía entrever una piedra gigante con un nombre escrito, pero mientras intentaba descifrarlo, se dio cuenta de que era imposible: la mayoría de las letras se habían borrado, producto del paso de los años.
Con la nariz arrugada, aun confuso, comenzó a caminar hacia la piedra, agachándose a su altura para apartar lo que parecía ser un ramo de papiros podridos, intentando descifrar el nombre grabado allí. Pero, si ya era complicado para leer comprender letras comunes, lo era aun más si estaban desgastadas e irreconocibles.
—M...M... —comenzó a decir, fijándose con toda la concentración posible en las letras borrosas—. Mi...
—¿Qué mierda estás haciendo, Eijirou?
El nombrado sintió un dolor en su pecho ante el repentino sobresalto y por saber que acababa de ser descubierto en su intento de escabullirse de sus obligaciones. Fue ahí cuando notó una presencia amenazante a su lado, y al girar lentamente su rostro, se fijó en la mata de cabellos rubios del príncipe, quien no dudó en levantarlo y alejarlo de esa piedra lo más rápido posible, como si aquella piedra se tratara de algo sagrado para él.
—Dije que continuaras haciendo ejercicio, no que te pusieras a investigar por mi jardín —murmuró con ira resaltando el mi, como si quisiera hacerle saber que ese lugar no le pertenecía y que no debía meterse en sus asuntos—. ¿Por qué has metido tus narices en mis asuntos?
—No es lo que crees, simplemente me llamó la atención esta piedra. ¿Qué es? —preguntó intentando aligerar el ambiente, pero eso solo logró hacer que Katsuki le dirigiera una mirada asesina.
—No te importa en lo más mínimo, vuelve a tu lugar —exigió—. No quiero que vuelvas a indagar por aquí a menos que quieras que te prohíba venir al jardín.
—¿Ah? ¿Prohibirme venir aquí? —dijo sorprendido, confuso y sin saber si tomar en serio sus palabras—. Pero no puedes hacer eso, Katsuki. Sino, ¿dónde entrenaré?
—Muy sencillo: en el desierto, junto a los escorpiones y demás insectos que desearían clavar sus aguijones en ti.
—¡Ahora mismo vuelvo a mi posición! —respondió casi al instante, aterrado ante la idea de achicharrarse en el Sol junto a todos los insectos venenosos que habitaban las doradas arenas del desierto.
—Y no creas que te perdonaré esta falta de respeto tan fácilmente —añadió el príncipe, volviendo a dejar los papiros en su lugar anterior, acariciando sus tallos con una mirada sombría.
Eijirou se limitó a quedar en silencio. Sabía que sería un malgasto de saliva intentar explicar sus verdaderas intenciones al príncipe, por lo que simplemente continuó con su rutina de ejercicio sin poner ninguna pega, adolorido por la mirada indiferente que le dirigía Katsuki. Parecía como si, de golpe, se hubiese aburrido de su presencia y ese entrenamiento no tuviera sentido alguno.
Muchas veces estuvo a punto de preguntarle más sobre esa roca y lo que simbolizaba el nombre escrito sobre ella, pero tuvo que guardarse cada una de las preguntas al percatarse de que el príncipe no parecía estar de humor para aguantar sus tonterías. Guardar silencio parecía ser la opción más sabia para esa situación.
—Oi, ¿sabes por qué ningún guarda ni mis padres entran en el jardín? —Para su sorpresa, el primero en romper el incómodo silencio, fue el mismísimo Katsuki, quien conservaba la mirada sombría.
—¿Por qué? —susurró, deseando que no se hubiera tratado de una pregunta retórica.
—Les prohibí el siquiera mirar dentro. Este lugar es mi refugio, donde vacío mi mente y me olvido de todas mis preocupaciones. Es por eso que me he enfadado tanto cuando he visto que has intentado buscar más cosas de las que deberías saber.
—No te preocu-
—Claro que me preocupo, Eijirou. Sé sincero, siempre me dejo llevar por mis arrebatos de ira. Es por eso que soy una decepción para mis padres y todo mi pueblo me odia —comenzó a decir el príncipe, iniciando un monólogo—. Si no fuera así, probablemente el pueblo me aclamaría, mis padres no me obligarían a hacerles caso y tú ya habrías sido liberado sin necesidad de cumplir con un tonto requisito.
—¡No digas eso! —reprochó el pelinegro mientras se acercaba al príncipe con mirada preocupada—. Cada persona es como es, no tienes por qué cambiar solo porque a tus padres no les gusta cómo eres.
—Ese no es el problema, Eijirou. El problema es lo que opina el pueblo de mí —masculló con molestia—. Si no fuera por el jodido inútil de Izuku, ahora mismo ellos no tendrían ningún problema con mi personalidad. Es más, probablemente me alabarían. Así funcionan sus pequeñas e idiotas mentes.
—Pero una vez tengas las riendas del reino, nada te retendrá para implantar tu voluntad. Deja de preocuparte en exceso por lo que unos pueblerinos puedan creer de ti.
Katsuki refunfuñó por lo bajo, dejando caer el látigo que sujetaba en sus manos, soltando un profundo bufido de molestia. Sus ojos se habían suavizado un poco, pero continuaban con cierto punto de enfado, y para Eijirou era comprensible. El príncipe no se merecía ese odio desmesurado solo porque a otro príncipe le había dado la gana el arruinar su reputación, y si por él fuera, haría todo lo posible para lograr hacer desaparecer esos rumores de la mente de todos los ciudadanos de Alejandría.
—Ellos pueden rebelarse contra mí, Eijirou. Y si se rebelan contra mí, también lo harán contra ti, así que estás en constante peligro de muerte —bufó Katsuki, observando de reojo el rostro de su sirviente—. Es por eso que quiero que te aprendas a defender, y si algún día sucede lo que te acabo de decir, quiero que me dejes a mi suerte. Tú no mereces morir.
—¡No! ¡No te abandonaré! ¡Eres el príncipe, no te puedo dejar a tu suerte! Mi misión es protegerte, ¿verdad? —Eijirou sonrió con suavidad—. Así que, si algún día la gente se rebela, quiero que sepas que cuentas conmigo en todo momento.
—Joder, ¿por qué eres tan estúpidamente bueno? —refunfuñó el príncipe, colocando la palma de su mano contra su rostro—. No morirás por mi culpa, entiéndelo. Prefiero perder la vida yo solo a morir con la consciencia de que una persona inocente ha muerto por mi culpa.
—No moriré. Si te protejo, es para que ambos vivamos, Katsuki, no para sacrificarme en tu lugar. Ambos tenemos derecho a vivir, y yo lucharé por ese derecho. —Eijirou alzó su puño de forma triunfante—. ¡Te lo prometo, seré el mejor sirviente que nunca antes hayas tenido!
—Eijirou. Eres mi primer sirviente.
—¡No era literal, era solo una manera de hablar! —exclamó avergonzado Eijirou, observando fijamente la mirada de Katsuki. Este había suavizado por completo sus ojos, e incluso parecía como si estuviera divertido.
—Lo sé, no soy tonto —murmuró algo desganado—. Ahora, volvamos a entrenar. Si me quieres proteger, entonces deberás esforzarte el doble, comprendes eso, ¿verdad?
—Por supuesto que lo entiendo, Bakugou —contestó Eijirou mientras se agachaba en el suelo, continuando con unas cuantas flexiones que lograba completar sin mucho esfuerzo. Por fortuna, contaba con su cuerpo ya algo musculado, por lo que ejercicios de fuerza no se le dificultaban en lo absoluto, y al parecer, Katsuki también se había percatado de eso, pues le observaba con ojos repletos de orgullo, como si supiera que estaba dando lo mejor de él mismo.
—Lo importante es que me demuestres lo mucho que lo entiendes, idiota. No me sirven de nada las palabras si luego te vas a quedar quieto sin hacer nada —dijo, probablemente justificando la mirada fija que le estaba dirigiendo a Eijirou—. Pero al parecer eres un hombre de palabra, ¿eh?
—¿Por quién me has tomado? —bromeó Eijirou, continuando con los ejercicios—. De alguna manera, me he encariñado contigo.
—¿Ah? ¿En qué sentido? —preguntó confuso Katsuki, poco acostumbrado a que la gente le dijera eso, por no decir que solamente una persona a lo largo de su vida le dijera aquello, sin contar a Momo y a Ochaco.
—Bueno, eres una persona carismática. Si fueras un ciudadano común, probablemente no habríamos tenido ningún problema en ser mejores amigos.
—¿Y quién dijo que no lo podíamos ser? —murmuró con burla el rubio, observando una reacción confusa por parte del pelinegro—. Nadie te impide intentar volverte mi amigo.
—¡Tú mismo dijiste que no lo podría ser! —se quejó Eijirou, frunciendo levemente el ceño, pero en el fondo de su corazón, comenzó a sentir una creciente emoción por saber que ahora ser el mejor amigo de Katsuki no sería tan difícil.
—Bien, eso fue hace tiempo, así que olvídalo —le contestó Katsuki alzándose de hombros, esbozando una sonrisa de costado—. No creas todo lo que yo digo cuando estoy enfadado, la mayoría de veces miento cuando no estoy de buen humor.
—¿De verdad? Gracias por el consejo, Katsuki —exclamó en gratitud, notando su pecho inflarse de alegría al corroborar que aun existían posibilidades de volverse un buen amigo del príncipe—. Pero incluso aunque no me lo hubieses dado, yo sabía que la mitad de tus palabras eran falsas.
—¿Ah sí? ¿Y cómo lo sabías? —dijo con burla el príncipe, acercándose a Eijirou. Parecía algo más relajado que antes, como si ya hubiese olvidado el asunto de la tumba, cosa que relajó bastante al pelinegro.
—Se notaba en tu forma de decir las cosas y reaccionar después —explicó con una pequeña sonrisa.
Si era honesto, poco a poco se iba sintiendo increíblemente cómodo al lado de Katsuki, y el pensamiento de que era un sirviente se había ido de su mente por la familiaridad con la que se trataban, como si fueran conocidos de toda la vida. Pero, en verdad, se habían conocido hacía poco más de una semana, aun así, se sentían cómodos y tranquilos cuando estaban el uno junto al otro. Aunque también existían las discusiones, por supuesto. Pero, simples discusiones no podían romper el lazo de amistad que estaban desarrollando poco a poco.
—Vaya, no sabía que en tu tiempo libre te dedicabas a estudiar el comportamiento de las personas, idiota —dijo con tono divertido el rubio—. Deberías enseñarme, creo que es una de las pocas cosas que no sé hacer.
—Cuando quieras te enseño —respondió Eijirou, apoyando su mano contra su mejilla—. Aunque dudo mucho que no sepas hacer algo tan sencillo, ¿me estás mintiendo?
Katsuki alzó una ceja mientras mantenía su sonrisa. —¿Me ves con cara de saber lo que sienten las personas?
—¿Te digo la verdad? —Lo observó un par de segundos antes de responder—. Sí, te ves capaz de hacer muchas cosas, así que, ¿por qué no deberías saber hacer eso?
—Lamento informarte de que no, el ámbito social no es lo mío. La única emoción que puedo distinguir es la ira, así que no, no sé estudiar el comportamiento de las personas. Ahora, continuemos con tus ejercicios. No hemos venido aquí para estar de charla, sino para entrenarte.
—Vale, vale, continuemos. —Eijirou volvió a tumbarse en el suelo, sintiendo sus piernas temblar como gelatina por el esfuerzo—. Y si alguna vez llego a defenderte y salimos victoriosos, ¿qué me darás como recompensa?
—Uhm, no lo sé, ¿qué es lo que te gustaría tener? —preguntó curioso Katsuki, intentando no pensar en un futuro escenario donde ambos pudieran ser atacados por el pueblo, pero estaba claro que tarde o temprano aquello llegaría a suceder.
—Diría mi libertad, pero eso sería muy egoísta de mi parte —murmuró el pelinegro, pensativo, continuando con el ejercicio a pesar de estar intentando encontrar una respuesta para la pregunta del príncipe.
—¿Ah? ¿Acaso no quieres tener tu libertad? —Katsuki parecía confuso, desconcertado. Estaba claro que si alguna vez Eijirou le salvara la vida, este reclamaría su libertad de una vez por otras, pero él mismo acababa de negar eso—. Entonces, ¿qué es lo que quieres?
Eijirou sonrió de lado, relamiéndose los labios para poder hidratarlos un poco, y entonces habló, haciendo sentir al príncipe un dolor en su pecho causado por lo que creía que era la felicidad:
—Lo que en verdad quiero —dijo, haciendo una pequeña pausa—, es que ambos nos marchemos a recorrer el mundo.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top