Capítulo 6
El día anterior, cuando regresaron a la sencilla casa de Yaoyorozu, esta fue prácticamente obligada a tratar las heridas de Eijirou con un par de plantas medicinales que conservaba en una pequeña alacena, y mientras que trataba tales lesiones, tanto ella como el príncipe comenzaron a quejarse de los actos primitivos y despiadados que cometían los guardias Reales, creyéndose con el poder suficiente para poder herir a las personas por no pertenecer al mismo rasgo social que ellos, y Eijirou tuvo que aguantar tanto el dolor como el tener que escuchar todas sus quejas sobre la crueldad humana.
Una vez sus heridas fueron tratadas y la hemorragia detenida por completo, Yaoyorozu le brindó a Kirishima unas cuantas prendas masculinas, cuya procedencia no se le fue revelada, para que así se cambiara de ropa de forma más seguida y no tuviese que ir con el torso al descubierto como todos los demás sirvientes del palacio.
Eijirou no tuvo más remedio que agradecer a la muchacha pelinegra por su amabilidad, y fue entonces cuando Katsuki se dirigió a la cocina sin decir una sola palabra más, tomando un par de bolsas de alimentos y dejando a solas a la chica y al joven pelinegro por un pequeño período de tiempo. Pero, cuando pasaron unos diez minutos (no estaba muy seguro, pues no era especialmente bueno para poder guiarse con el tiempo), Katsuki apareció por el umbral de la zona de cocina, desde la cual se sentía un delicioso aroma que hizo aumentar el apetito de Kirishima, indicándoles que ya podían pasar.
Fue ahí cuando el pelinegro probó por primera vez las habilidades culinarias de Katsuki, quien había aliñado y preparado una combinación de verduras y pescado que tanto Momo como él agradecieron con la boca hecha agua, deleitándose ante el sabor de la comida y sin poder evitar alabar al príncipe, quien rechistó con vergüenza y con las mejillas levemente pintadas en un tono carmesí que hizo reír tanto al azabache como a la pelinegra.
—Tampoco es para tanto, no hace falta que exageres —replicó el príncipe tras haber sido halagado, llenando sus mejillas de la comida que había preparado e intentando evitar por todos los medios el mirar al rostro al pelinegro, quien continuaba riendo encantado de poder sentirse tan a gusto junto a ese interesante rubio.
—No exagero, solo es que la comida está espectacular —sonrió el pelinegro mientras acababa de devorar la porción que se le había sido proporcionada, relamiéndose y sintiéndose como en casa.
—Eijirou, acabas de lograr avergonzar a Katsuki —rió Momo con suavidad, y cuando Kirishima observó el rostro del príncipe pareció darse cuenta de un destello de felicidad en sus ojos.
—¡Aquí nadie se ha avergonzado, maldición! —exclamó el rubio mientras devoraba con furia su propia comida, dirigiendo una mirada molesta a la pelinegra.
—Claro que lo has hecho. No estás acostumbrado a que la gente reaccione con tanta efusividad al probar tu comida —bromeó la chica mientras continuaba riendo, provocando que Kirishima hiciera lo mismo.
Era maravilloso el finalmente poder compartir un ambiente tan hermoso en compañía de Katsuki y de Momo, y él encantado se hubiese quedado más tiempo en aquella pequeña pero acogedora casa, de no ser porque el príncipe pertenecía al palacio, y tarde o temprano lo comenzarían a buscar para llevarlo de nuevo a donde realmente vivía. Así que, por desgracia, tuvo que contentarse con disfrutar de aquella noche y de la comida que había preparado Katsuki con toda su buena voluntad.
Aquella noche también tuvieron que dormir en la habitación de invitados, como la había descrito Katsuki, con la única diferencia de que pasaron la mayoría del tiempo conversando, charlando sobre cómo serían los siguientes días en el palacio y el cómo Eijirou debería hacer su trabajo de sirviente, siendo que el príncipe le dio bastantes consejos acerca de cómo comportarse ante la presencia de los faraones, pero poco a poco el tema de conversación fue evolucionando, abandonando lo laboral y pasando a hablar sobre los gustos y aficiones del príncipe, quien no tuvo reparos en comentarle acerca de su gusto en la cocina y cuándo comenzó a desarrollarlo, diciendo que de pequeño siempre fue muy quisquilloso con la comida que preparaban los sirvientes, y luego explicándole que, a veces, se imaginaba el cómo sería escalar algunas de las tantas pirámides que habían en mitad del desierto o el poder viajar a otra parte del mundo fuera de Egipto.
—Me gustaría descubrir otras zonas. Estoy harto del desierto, de solo poder ver arena por todos lados. Me gustaría saber cómo son las otras partes del mundo, cómo vive la gente fuera de aquí, si viven en mejores o en peores condiciones —murmuró con tono soñador el príncipe, estirando sus brazos en la cama donde estaba tumbado, haciendo que su mirada viajara hacia el rostro adormilado de Eijirou.
—No debes rendirte, quizás algún día puedas viajar, salir de Egipto y descubrir nuevos lugares hasta que te canses —le animó el pelinegro mientras sonreía hacia el príncipe, quien soltó un gran suspiro de agobio.
—Por desgracia, no creo que eso sea posible. Después de todo, mis padres no me dejarían marchar ni de los territorios de Alejandría, por lo que mucho menos me dejarán salir a explorar el mundo —murmuró con la voz fría el rubio, observando la prominente oscuridad de la habitación—. Pero, si algún día tengo la oportunidad, no me importaría abandonar mis actuales lujos para poder cumplir mi sueño.
—Yo podría ayudarte —sugirió el pelinegro mientras bostezaba, aun con las heridas escociendo cada vez que hacía un movimiento algo brusco—. Es decir, soy tu sirviente, ¿cierto? No me importaría ayudarte a lograr algo que te haría feliz. Porque te haría feliz, ¿no?
—Claro que lo haría —respondió Katsuki girándose en su cama, notando su corazón latir de forma rápida al darse cuenta de lo servicial que había resultado ser aquel curioso pelinegro.
—No suenas muy convencido, Katsuki. —Eijirou esbozó una suave y pequeña sonrisa, intentando distinguir al príncipe entre las tinieblas de la noche—. ¿Pasa algo?
—No, no te preocupes, Eijirou. Es solo que... —El príncipe interrumpió su frase, esperando que su voz no hubiese sonado demasiado emocionada—. Nunca creí que alguien pudiese estar de mi lado.
—¿Por qué no? —Alzó una ceja, confuso, tapándose todavía más con las finas mantas. A pesar de que durante el día en Alejandría hacía más calor del soportable, durante la noche todo cambiaba, convirtiéndose en lo opuesto y helando a cualquier ser que se atreviera a salir durante aquellas horas nocturnas, y a menos que quisiera congelarse, no tenía más remedio que cubrirse con toda la ropa posible.
—Bueno, todos creen que es una tontería explorar el mundo fuera de Egipto. Incluso Momo lo cree.
—No les hagas caso. No porque ella o el resto de personas vean de distinta manera las cosas significa que tú estés errado —le dijo con voz calmada—. Así que no dejes que ellos decidan de forma indirecta lo que tú quieras o no hacer.
—Eres demasiado amable —se quejó Katsuki, intentando imitar una arcada—. Es irritante.
—¿De verdad? No parecías irritado esta tarde —rió Eijirou mientras hacía que Katsuki soltara también una risa, contagiado por el espíritu positivo del pelinegro y su particular sonrisa.
—Tal vez no seas tan irritante después de todo —acabó por aceptar el rubio—. ¿De verdad estarías dispuesto a partir conmigo a un lugar desconocido para ambos?
—Claro que lo estoy. Además, explorar nuevos lugares debe ser entretenido, sobre todo si es en compañía de alguien —explicó el muchacho mientras ensanchaba su sonrisa—. Y nunca tendré una oportunidad así de nuevo.
—Entonces confía en mí, te prometo que saldremos de Alejandría —prometió con seguridad el rubio mientras iba cerrando lentamente sus ojos.
Todas las emociones vividas aquel día habían terminado por agotarlo, entre ellas la sensación de preocupación por Eijirou al ver en su cuerpo todas aquellas profundas heridas provocadas por los mismísimos soldados que trabajaban a su servicio.
Anteriormente había escuchado bastante sobre los abusos hacia los sirvientes por parte de los demás habitantes con poder del palacio, entre ellos sus padres, o el constante maltrato de los campesinos por parte de sus superiores, y por más que había intentado pararlos, siempre sus padres habían terminado por evitar su intento de justicia idiota (por lo menos así la llamaban ellos), pero que ahora también estuviesen los soldados Reales en su contra solamente lograba que su furia y sus ganas por marcharse de aquel injusto lugar aumentaran de forma irremediable.
—Confío en ti, no hace falta que me pidas que lo haga —masculló en voz baja el pelinegro, comenzándose a sentir a gusto junto a aquel príncipe incluso si días antes había creído que su estancia en el palacio sería el mismísimo infierno. Pero, todo había resultado al revés, siendo que Katsuki parecía seguro de cada una de las decisiones que tomaba y de todas las palabras que decía con su orgullo y burla característicos.
—No entiendo por qué confías en mí, en cualquier momento podría hacerte daño y tú no tendrías derecho a quejarte o incluso a defenderte —susurró Katsuki, removiéndose de forma inquieta, deseando que eso jamás llegara a suceder.
Prefería morir antes que sucumbir al poder y maltratar a quienes estuviesen a su servicio por pura diversión.
—No veo el por qué no debería confiar en ti, así que no digas nada —reprochó Eijirou mientras suspiraba, algo irritado por los intentos del rubio por hacer que él dejara de querer su amigo. Porque estaba claro que ese era el motivo por el cual no paraba de molestarlo diciendo tantas tonterías sin pies ni cabeza—. Y ni se te ocurra responder que tampoco tengo motivos para confiar en ti, porque los tengo.
—¿Ah sí? —murmuró el príncipe con la voz ronca por el sueño—. ¿Qué tipo de motivos?
—Tus acciones demuestran que eres buena persona. Además, Momo y Ochaco te quieren bastante, así que me inspiras confianza —masculló en voz baja el chico, intentando mantenerse despierto. Odiaba tener ganas de dormirse de una vez ahora que podía mantener una conversación normal y cotidiana con Katsuki, pero el cansancio de todo aquel día había arremetido contra él y le impedía el poder mantener levantados sus párpados por más de dos segundos seguidos.
—No importa qué motivos tengas. No quiero que te encariñes conmigo, porque yo no lo haré. —Katsuki quiso decirle que no lo haría porque eso le traería problemas a ambos, pero simplemente se limitó a responder de forma escueta, notando cómo Eijirou se quedaba en silencio ante esas palabras, como si no supiera qué decir ante esas algo crueles palabras—. Tampoco me refiero a que te odie, solo que no creo que sea buena idea ser mejor amigos o una bobada por el estilo, ¿de acuerdo? —masculló molesto al notar el silencio del pelinegro.
—De acuerdo, no te preocupes, intentaré no ser ninguna molestia para ti —contestó, pero no recibió respuesta, siendo que Katsuki se había quedado dormido sin advertencia alguna, por lo que Eijirou no tuvo más remedio que cerrar los ojos de una vez por todas, dejando que el sueño lo envolviera, finalmente durmiéndose.
Ninguno de ambos chicos despertó hasta que Momo pareció comenzar a hacer un gran ruido al intentar preparar un desayuno decente para los dos jóvenes, puesto que ellos deberían regresar aquel día al palacio y quería despedirse de ellos de la mejor manera posible, pero eso solo logró causar un gran bullicio que terminó por despertar a Katsuki, y consigo, a Eijirou, quien confundido no recordó dónde estaba hasta que observó el rostro furioso del príncipe dirigiendo una mirada asesina al pasillo de la casa, maldiciendo por lo bajo y haciendo saber al pelinegro que al príncipe no le agradaba en lo absoluto que le despertaran tan temprano y con tanta brusquedad.
O al menos, eso era lo que daba a entender el matutino enfado de Katsuki, quien pronto terminó por ceder ante el olor de la comida y se dirigió hacia la cocina sin siquiera esperar a Eijirou, quien todavía seguía con su rostro hundido entre las mantas, desorientado y sin la menor intención de levantarse, además de estar sufriendo una gran presión en su pecho al darse cuenta de que Katsuki ni siquiera le había saludado. Simplemente se había marchado sin decir nada, sin percatarse del dolor que estaba sintiendo el pelinegro por haber sido ignorado.
—¡Eijirou, ¿vienes?! ¡Ya está el desayuno preparado! —le llamó Momo mientras se asomaba por el marco de la puerta, sujetando una jarra de agua con una pequeña sonrisa en su rostro—. Y buenos días. ¿Has descansado bien? Si quieres, puedes continuar durmiendo hasta cuando tú desees.
—Buenos días, Momo —saludó de igual manera Eijirou, forzando a su cuerpo a levantarse de la cómoda cama—. Y no, no te preocupes, no necesito dormir más. Ahora mismo voy. Espérenme en la cocina, quiero estirarme un poco.
—De acuerdo, pero no tardes mucho o Katsuki se terminará toda la comida —bromeó la chica manteniendo la pequeña sonrisa, pero pronto notó algo malo en el rostro de Eijirou. Este, no parecía igual de alegre que siempre, y al parecer, había algo de tristeza en sus ojos, por lo que dejando la jarra en el suelo, se dirigió hacia él—. ¿Katsuki te ha dicho algo?
—¿Cómo lo sabes? —preguntó confuso Eijirou, alzando poco a poco su rostro para ver a Yaoyorozu a su lado izquierdo—. Al parecer él no quiere volverse mi amigo... —murmuró con tristeza—. Y no quiero que me vea como una molestia, ¿sabes? Ayer él se volvió en mi pilar emocional, y realmente agradezco eso, así que no quiero que las cosas se tuerzan tan rápido.
—No te preocupes, Eijirou. Katsuki tiene sus motivos para no querer hacerse tu amigo, pero tú no tienes la culpa de nada. Te lo digo yo que sé el motivo por el cual sus padres le han prohibido la mayoría de su vida el tener un sirviente personal.
—¿Cuál es? Él me dijo que no había matado a nadie jamás, así que no entiendo por qué los faraones no querrían entregarle algo que la resta de príncipes tienen —pidió Eijirou mientras observaba con amargura a la pelinegra.
Esta sonrió con melancolía, abriendo la boca para comenzar a explicar lo que fuese que debía explicar. —Bueno, él, cuando tenía cinco años tenía una...
—¡Momo, idiota! ¡¿Piensan venir o se quedarán todo el día hablando de lo que sea que estáis hablando? —irrumpió de golpe Katsuki, gritando desde la cocina con molestia, obligando a Yaoyorozu a levantarse de la cama donde había tomado asiento.
—Lo siento, debemos ir antes de que Katsuki se enfade. Otro día te lo explicaré, o mejor aun, que te lo diga el príncipe desde su propia boca. De esa manera, no violaré su privacidad —dijo la chica con cordialidad, volviendo a tomar la jarra de agua y yendo a la cocina, dejando a Eijirou confuso, sin saber muy bien qué hacer y levantándose de su lugar casi sin ganas.
A decir verdad, se había quedado con la intriga de saber mejor la historia de Katsuki, el por qué este jamás había recibido un sirviente a su disposición y por qué sus padres le hablaban de manera tan arisca cada vez que el príncipe tocaba el tema de los esclavos a su servicio, como si estos no desearan escuchar nada por parte del rubio cenizo que tuviese que ver con ese tema en específico.
Cuando llegó a la cocina, fue recibido por una sonrisa sincera por parte de Yaoyorozu y una mueca de disgusto por parte del rubio, y su corazón volvió a dar un vuelco, sintiendo un terrible vacío al darse cuenta de que probablemente todo el tiempo que pasara al lado del futuro faraón sería de aquella manera: mantendrían un día de fuerte amistad y al día siguiente serían como simples desconocidos que jamás habían cruzado una palabra entre ellos, y esa visión de ese posible futuro había hecho que sus ojos se recubrieran de una fina capa de lágrimas que limpió casi al instante para evitar que la pelinegra se preocupara por él.
—Así que, ¿hoy regresaréis al palacio? ¿Estás seguro de que los Midoriya ya se han marchado, Katsuki? —preguntó Momo al darse cuenta del incómodo silencio que se había formado, intentando sacar una buena conversación a partir de ese simple tema.
—No tengo ni idea, pero como ese inútil siga en el palacio juro que lo sacaré a puñetazos de mi hogar. Sabes que no me importaría matar a ese estúpido farsante —masculló con rabia en su voz el príncipe, apretando sus puños mientras daba un mordisco agresivo a su desayuno, haciendo estremecer a Eijirou, quien ya no sabía si tomarse las amenazas hacia las otras personas como verdaderas o falsas, pues era terriblemente confuso.
—Katsuki, no seas así. Sabes que te meterías en muchos más problemas si llegas a asesinarlo. Probablemente, tus propios padres te envenenarían por haber arruinado su trato con ellos —murmuró preocupada Momo por las palabras de Katsuki, temiendo que este se atreviera a cumplirlas.
—Dudo mucho de eso, después de todo, si me matan, no tendrán futuro heredero al trono, y yo los llevaría a la muerte conmigo —dijo sonriendo de forma aterradora, entrecerrando sus ojos rubíes y rascando su sien.
—¿A qué te refieres con que el príncipe Izuku es un farsante, Katsuki? —preguntó Eijirou de golpe, haciendo que el rubio le mirara de reojo, sin dignarse a responder su duda y continuando su desayuno como si nada. De nuevo, el dolor de pecho se hizo presente. ¿Por qué no paraba de arruinar su relación con Katsuki?
—Katsuki, no seas tan duro con Eijirou. Él está solamente confuso, todavía no se acostumbra a tu rivalidad con Izuku —le reclamó la pelinegra mientras dirigía una mirada de disculpa a Kirishima, quien rascó su codo con nerviosismo, sintiendo las ganas de llorar de nuevo atravesando completamente su cuerpo, como si no supiera resolver sus problemas de ninguna otra manera.
—Tsk, no lo entenderías, Eijirou, así que ahora come y calla. Debemos estar en el palacio lo antes posible o mis padres comenzarán a buscarnos por todo el reino, y prefiero no convertirme en un verdadero fugitivo.
—No soy tonto, príncipe —espetó con molestia Eijirou, sabiendo a lo que se refería el príncipe con esas palabras, y su ceño se frunció levemente—. Podría entenderlo perfectamente, así que no me trates de ignorante.
—¿Disculpa? —Katsuki rompió con creciente ira el trozo de pan que sujetaba, dejando que una de las dos mitades cayera al suelo, ensuciando todo de migajas—. No te estoy llamando ignorante, eres tú el que está malinterpretando las cosas, ¿y qué te dije sobre llamarme príncipe?
—Yo le llamo como debería llamarle, además, usted mismo has sido el que ha dicho que no quiere simpatizar conmigo, así que no se queje —replicó con molestia el pelinegro, notando cómo su apetito comenzaba a decrecer con rapidez, notando una acidez instalándose en su garganta ante unas inminentes náuseas.
—¡Deja de hablarme así, maldición! —gritó el príncipe mientras se levantaba de su silla de forma repentina, tambaleando la mesa y logrando que la jarra de agua se partiera en miles de pedazos, haciendo que Momo soltara una exclamación mientras intentaba calmar a los dos chicos que habían comenzado a dirigirse palabras venenosas y crueles entre ellos sin objetivo realmente claro.
—¡Eres el futuro príncipe, ¿por qué no debería tenerle respeto?! —exclamó Kirishima, también levantándose de su lugar y empapando sus pies del agua que la jarra, ahora rota y desperdigada por el suelo, clavándose uno de los trozos de arcilla entre sus dedos, pero por más que el dolor le quiso hacer soltar un grito de dolor, se mantuvo firme, mirando en todo momento los ojos carmesíes del príncipe.
—¡Porque ya quedamos en que no me hablarías de esta manera! ¡Que seas mi jodido sirviente no significa que debas venerar mi figura como la de un Dios! ¡Yo nunca seré algo así, por lo que no te atrevas de nuevo a dirigirte a mí de esta maldita forma! —bramó Katsuki mientras daba un paso hacia Eijirou, quien arrugó la nariz mientras intentaba caminar, pero la arcilla entre su pie le impidió hacer cualquier movimiento.
—¡Chicos, ya está bien! —Momo desgañitó su voz, interponiéndose entre el príncipe y el pelinegro para que dejaran aquel berrinche de una vez por todas—. ¡Eijirou, por favor, trata a Katsuki como cualquier persona! ¡Katsuki, por favor, deja de tratar de esta forma a Eijirou solo porque quiere saber el por qué odias a Izuku!
—¡No te metas, Momo! —voceó Katsuki, dirigiendo una mirada furtiva a la pelinegra, pero esta permaneció entre ellos dos, sin la intención de moverse un solo centímetro—. Joder, ¿por qué debes ser tan amable, Yaoyorozu? Es imposible mantener una discusión cuando tú estás en frente.
—Y tú eres imposible de entender, Katsuki. Ayer estabas increíblemente preocupado por Eijirou y hoy te da absolutamente igual que se haya cortado el pie por tu culpa —murmuró en desacuerdo Momo mientras se cruzaba de brazos, yendo a buscar material para poder sanar el corte de Eijirou en su pie.
—¿Eh? ¿Qué corte? —Katsuki dirigió su mirada hacia el lugar donde Kirishima estaba de pie, notando cómo, entre el agua que lo inundaba, comenzaba a esparcirse una gran marcha de sangre, extendiéndose por toda la superficie del líquido—. Joder, mira, idiota, lo siento. Sé que ofendí tu orgullo, y me arrepiento de eso, pero no soporto que me traten como si yo mereciera respeta.
Kirishima relajó su expresión ante las palabras de Katsuki, sintiéndose algo más relajado y con su rostro volviendo a su color natural, siendo que durante toda la discusión su cara se había vuelto roja como un tomate maduro, y decidiendo que no valía la pena continuar con esa boba discusión, por lo que le extendió la mano mientras sonreía de manera honesta y alegre. El príncipe miró su mano por unos instantes antes de tomarla, manteniendo en todo momento contacto visual con el pelinegro, quien supo que, aunque probablemente todos sus días serían de aquel calibre, podría llegar a afrontarlos y superarlos si eso conllevaba el poder hacerse amigo lentamente de Katsuki.
—Disculpas aceptadas, Katsuki. Aunque entiendo que yo también tengo parte de la culpa, así que no te preocupes. No volveré a preguntar acerca de tu relación con Izuku si es lo que tú deseas.
—Mira —murmuró Katsuki sin soltar la mano de Eijirou—. Ahora es demasiado pronto para que te lo cuente. Entrarías en pánico y no podrías evitar el contárselo a toda la gente. No es que desconfíe de ti, solo que sé que tú querrás hacer lo correcto. Y lo correcto sería contárselo a los faraones, pero no puedo permitirte que hagas eso.
—Pero, Katsuki, prometo que no se lo contaré a nadie. Por favor, cuéntamelo —insistió Eijirou, apretando con algo más de fuerza la áspera mano de Katsuki—. Por lo menos, si no me lo cuentas ahora, quiero que cuando lo encuentres necesario, me lo cuentes. Soy un hombre de palabra, y juro que de mis labios no saldrá absolutamente nada.
—Lo sé, Eijirou. Pero no puedo estar totalmente seguro de tus palabras, no si solo te conozco desde hace dos días y las únicas personas que conocen el secreto de los Midoriya son solamente cuatro.
—¿Cuatro personas? ¿Incluyéndote a ti y a Momo? —preguntó Eijirou, notando cómo Momo aparecía por el marco de la puerta sujetando unas vendas y acercándose a él con el objetivo de curarlo.
—Solamente lo sabemos Katsuki, Ochaco, yo y otra persona que no podemos decirte —intervino Momo, comenzando a vendar el pie del pelinegro con delicadeza—. Pero no te preocupes, pronto tú también lo sabrás. Es inevitable que llegues a saber la verdad que oculta la familia Midoriya y su relación con Katsuki.
—Momo, no hacía falta que dijeras que Ochaco también lo sabe. ¿Y si ahora ella se lo cuenta? —replicó Katsuki mientras se aguantaba las ganas de darse una bofetada a sí mismo, algo molesto por cómo las cosas se estaban volviendo, temiendo que en cualquier momento Eijirou se enterara de lo que por tanto tiempo había estado ocultando junto a sus únicas amigas.
—Ella no dirá nada, la conozco bien —dijo en voz baja Momo, segura de sus propias palabras.
—Así que, ¿tú también eres amiga de Ochaco? —preguntó Eijirou, soltando un suspiro ahogado de dolor al notar la tela rozar el corte entre los dedos de su pie, a lo que Momo asintió.
Tras eso, ninguno de los tres habló, y una vez el pie de Eijirou fue vendado y los pedazos de arcilla removidos de su lugar, empezaron a preparar todo para regresar al palacio, despidiéndose con una pequeña sonrisa de Momo, prometiendo a la pelinegra que pronto volverían a visitarla, tanto a ella como a Ochaco, y fue así como retomaron su camino hacia el palacio, hablando entre ellos de temas triviales y sintiéndose algo incómodos por la corta pero intensa disputa que habían mantenido minutos atrás. Era por esa discusión que ahora ninguno de los dos reía o sonreía como habían hecho el día anterior, manteniendo sus rostros inexpresivos mientras veían cómo en la lejanía se alzaban los muros del palacio.
—Hey, ¿de verdad me has perdonado? —Katsuki rompió el silencio, dirigiendo una mirada algo intranquila a Eijirou, tal como si temiera que este ya no se sintiera igual de a gusto a su lado por culpa de sus crueles palabras.
—Claro que sí, Katsuki, ¿por qué no debería haberlo hecho? Ya me has mostrado tu arrepentimiento, sería una tontería guardarte rencor.
—Me alegro. —Katsuki sonrió de lado, pero entonces un par de brazos firmes y fuertes lo rodearon. No le habría supuesto ningún problema el haberse librado de quien fuese que le estaba sujetando, pero frente a él, Kirishima también estaba siendo sujetado, con la única diferencia de que a centímetros de su cuello había un sable, tal como advirtiendo al príncipe de que no hiciera ningún movimiento brusco o la cabeza de Eijirou rodaría por el suelo.
—Así que finalmente te has atrevido a dar la cara, príncipe Katsuki —murmuró una de aquellas personas, la cual pertenecía a la guardia Real del palacio y a quienes probablemente habían enviado a buscar al rubio—. Atrévete a inmovilizar a uno de nosotros y tu querido sirviente será decapitado al instante.
Eijirou tragó saliva, y Katsuki pareció percatarse de ello, pues dejó de forcejear para pasar a tranquilizar su rostro, sabiendo que lo único que debía hacer era dejarse escoltar hacia sus padres. —Llevadme con mis padres, allí podremos discutir esto con más tranquilidad.
—Andando —gruñó el guardia, empujando a Katsuki para que se dirigiera por cuenta propia a la sala principal del palacio, pero este se mantuvo junto a Eijirou, sabiendo que cuanto más cerca del pelinegro estuviese, menos peligro correría el chico—. ¡Más rápido, no tenemos todo el día!
—¡Atrévete a darnos órdenes y serás despedido al instante! —se quejó Katsuki, escupiendo a un costado del guardia, fallando a propósito—. ¡Y atrévete a tocar un solo pelo a Kirishima y serás degollado por mis propias manos!
Al parecer, esas palabras bastaron para hacer que el guardia dejara de hablar, al igual que los otros dos que se habían encargado de inmovilizar y amenazar al pelinegro, y pronto estuvieron en el interior del palacio, siendo guiados hacia la sala principal. Eijirou intentó mantenerse firme, seguro de sí mismo, pero el miedo de lo que le pudiese llegar a suceder comenzó a surgir en su mente, creyendo que aquel sería su último día como ser viviente. Estaba completamente seguro de que, los faraones, mandarían a matarlo por haber sido cómplice del plan del faraón para huir del palacio, pero aun así, no se arrepentía de haberlo hecho, pues al menos, si ahora moría, podría conservar un par de buenos recuerdos vividos junto a Katsuki.
—Así que continuas con tu reproche infantil, ¿verdad, Katsuki? —habló con molestia la faraona una vez vio al pelinegro y a su hijo entrar en la sala—. Sabes que Izuku no parará de insistir hasta que te vea, y a este paso los Midoriya romperán nuestro trato con ellos.
—¿A mí qué mierda me importa vuestro trato con esos imbéciles? —espetó con repugnancia Katsuki, mirando con ojos cargados de furia a su madre—. Por mí como si mueren ahora mismo.
—¡Deja de ser tan infantil, Katsuki! ¡A este paso jamás serás un faraón! —gritó esta vez su padre, alzando la voz más de lo necesario.
—¡Lo sé, joder! ¡¿Y sabéis qué?! —voceó el príncipe con rabia—. ¡No me importa una mierda! ¡Por mí como si hubiese nacido campesino! ¡No quiero reinar un lugar que me odia y que no confía en mis capacidades!
—Entonces, no podrás hacer nada para evitar que tu sirviente sea ejecutado —murmuró con acidez la faraona, haciendo un ademán con la mano y logrando que todos los soldados rodearan al pelinegro—. Él ha sido parte de tu traición para el reino, y no hizo nada para evitar que te fueras del palacio, así que el castigo más misericordioso que le podemos dar sería la muerte.
—¡¿Qué?! —gritaron Katsuki y Eijirou al instante, comenzando a entrar en pánico, en especial el pelinegro, quien intentaba pensar en lo que podría hacer para poder escapar de allí, indispuesto a morir de esa manera, pero Katsuki por su parte también había palidecido, permaneciendo en su lugar, inmóvil y sin saber muy bien cómo reaccionar.
—Has sido partícipe de una traición hacia el reino, Eijirou Kirishima, por lo que ya no podemos confiar en ti —dijo el faraón mientras dirigía una mirada sombría a los soldados—. ¡Acabad con él!
—¡No, espera! —gritó desesperado Katsuki, corriendo hacia Eijirou y separando a todos los soldados de su alrededor, cubriendo al tembloroso pelinegro con sus brazos, actuando de barrera humana—. ¡Él en ningún momento quiso traicionar al reino, yo le obligué a acompañarme y a callar sobre mi huida, así que no lo matéis! ¡Él no ha tenido la culpa de nada!
—¿Por qué insistes tanto en salvarlo? ¿Nos estás mintiendo, Katsuki? —murmuró la reina con algo de ira en su voz—. Dinos, Eijirou, ¿lo que cuenta el príncipe es cierto?
—Di que sí, idiota —susurró el rubio lo suficientemente bajo como para que nadie más le escuchara—. Así el castigo será solamente para mí.
—S-Sí, mi majestad. Desde el primer momento quise frenarle, pero me obligó a callar. De lo contrario, me habría matado con sus propias manos —explicó Eijirou, intentando mantener su mirada sobre los ojos de la faraona, siendo que aquello daría respaldo y más veracidad a sus palabras.
—Podéis dejar en paz al sirviente —acabó por ceder el faraón, dirigiendo ahora su mirada a los ojos de Katsuki—. Y tú estarás de ahora en adelante encerrado en el palacio, solamente podrás salir con nuestro consentimiento. No podemos dejar que te relaciones con los ciudadanos, ellos solo lograrían ensuciar más tus futuras costumbres de faraón.
—Me importa una mierda —respondió Katsuki, tomando del brazo a Eijirou y saliendo de la sala ante la mirada atenta de sus padres, y una vez estuvieron en el jardín, comenzó a acariciar los cabellos del pelinegro, quien todavía estaba afectado por saber que podría haber muerto en ese mismo momento—. Tranquilo, idiota, ya estás a salvo.
—¿Por qué me has salvado? —preguntó Eijirou con la voz rota, intentando equilibrar su respiración. No habría ninguna sensación que pudiese superar al pánico que había experimentado al sentir el filo del sable rozando contra su yugular y los brazos de los guardias impidiéndole el huir. Pero, por suerte, Katsuki se mantuvo a su lado, mintiendo a sus padres para así salvar su vida, pero la pregunta ahora era el por qué lo había hecho.
—¿No es obvio? —preguntó Katsuki soltando un suspiro de molestia, dejando de acariciar los cabellos de Kirishima para proceder a alzar su rostro con algo de brusquedad, obligando al pelinegro a que lo observara.
—No... —contestó Eijirou, sintiendo un escalofrío recorrer su espalda al notar una mirada increíblemente compasiva en los ojos de Katsuki.
—Prometí que te protegería y que no dejaría que te sucediera nada. —Katsuki cerró los ojos, acercando a Eijirou todavía más a su cuerpo—. Además, si dejo que mueras, ¿quién me acompañará fuera de Alejandría?
Eijirou sonrió con lágrimas de felicidad recorriendo sus pómulos y, tomando la iniciativa, abrazó a Katsuki, pero, entonces, notó cómo un líquido caía sobre su frente, y cuando alzó la mirada, notó los ojos del príncipe negados de lágrimas, de transparentes y finas lágrimas que Kirishima limpió con sus dedos, sin comprender muy bien el motivo por el cual Katsuki parecía tan desolado, tan solitario y ahogado en una profunda tristeza que no parecía tener un origen claro.
—No llores, Katsuki. —Volvió a abrazarlo, sintiendo su respiración tranquilizarse—. No me ha pasado nada, aun sigo aquí, contigo. Y no me iré hasta que tú mismo desees que yo me marche.
Lo siento por tardar tanto en publicar este capítulo ;-; Y de verdad, perdón si su calidad no ha sido tan buena, prometo que trabajaré para compensarlo en los siguientes capítulos :'c
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top