Capítulo 4

Eijirou abrió con pereza sus ojos, sintiendo unas voces profundas calarse en sus oídos, como si estuviesen exigiéndole el despertar de una vez por todas, pero lo que no creyó que fuese a sucederle era que, de forma repentina, un gran montón de agua cayera sobre su rostro, empapando su cabello oscuro y haciendo que su cuerpo diese un respingo de sorpresa ante aquella sensación de frío por todo su cuerpo, y de forma inconsciente, soltó un agudo grito que probablemente asustó a quienes estaban intentando despertarlo y provocando una reacción instantánea en su organismo y levantándose, cayendo de la cama en la que había estado descansando todo el día.

—¡¿Qué diablos?! —preguntó exaltado mientras sobaba su cabeza con dolor, dirigiendo su mirada hacia las dos personas que habían frente a él, haciéndose preguntar si él de verdad merecía esa crueldad matutina—. ¡¿Qué se os ha metido en la cabeza?! —preguntó exaltado mientras distinguía las siluetas de Katsuki y Momo frente a él, aunque el único que estaba riendo a carcajadas era el príncipe, quien parecía bastante divertido por la reacción que había tenido el pelinegro ante aquel método para hacerlo despertar.

—¡Deberías haber visto tu cara! —exclamó divertido el príncipe, sujetando su barriga por culpa de las carcajadas, y cuando Eijirou pudo deshacerse del enfado, se dedicó a contemplar el rostro alegre de Katsuki, suponiendo que ya no estaba tan enfadado con él y sintiendo la felicidad creciendo en su corazón al darse cuenta de la expresión contenta que presentaba el rubio.

—¡No es justo que te burles de mí por esto! —se quejó en tono burlesco mientras secaba parte del agua de su rostro con sus manos, algo fastidiado por el repentino frío que cruzó su cuerpo—. Y una pregunta, ¿no era más sencillo haberme despertado de otra manera que no requiriese empaparme completamente?

—Lo intentamos —murmuró Momo apenada mientras le ofrecía una toalla para que limpiara su rostro—, pero no había manera de que despertaras, así que Katsuki decidió usar un método más brusco para hacerte despertar. Lo siento, no pude evitarlo.

—Tampoco hiciste tanto esfuerzo para poder despertarlo, así que no digas nada —reprochó Katsuki mientras salía de la habitación—. Venga, levántate idiota, es hora de ir a explorar Alejandría.

Aquella noche, tanto Katsuki como Eijirou habían dormido en el mismo cuarto de invitados, puesto que era el único a parte del de Momo, quien se disculpó con Eijirou por no poderle ofrecer mejores condiciones a la hora de reposar, pero el pelinegro se mantuvo diciendo que no había problema, que a él no le importaba el tener que compartir habitación con alguien (no por nada en su hogar había tenido que dormir varias veces en el mismo cuarto que sus padres). Lo único que le provocó algo de preocupación fue el saber que en cualquier momento podría molestar a Katsuki y provocar la furia en él si lo llegaba a despertar, por ello fue que procuró el no hacer ningún gesto brusco en ningún momento.

Lo que de verdad llamó la atención a Eijirou fue que nada más había entrado en la habitación el día anterior, el príncipe pareció dar un salto en su cama, como si estuviese ocultándole el hecho de que seguía despierto, pero decidió no hacer ninguna pregunta e ir directamente a dormir, cansado por todos los eventos que había vivido en un solo día. Cualquiera en su situación incluso pensaría que había pasado más de una semana desde que había llegado al palacio de los Bakugou, pero no. Solo llevaba un día al lado de ese peculiar faraón y sentía como si ya lo conociese desde hacía años. Pero, ¿estaría bien tomarse tantas libertades con Katsuki?

Según lo que le había dicho Momo, debería intentar hacer todo lo posible para salvar a Katsuki, para protegerlo tanto de la gente que deseara hacerle daño como de sí mismo, pero si no lograba empatizar con él, aquello sería simplemente imposible, así que haría todo lo posible para poder aprovechar la excursión de aquel día por la ciudad para intentar conocer algo mejor a Katsuki por cuenta propia, pues, ¿de qué le servía el escuchar lo buena persona que en verdad era el príncipe si no podía averiguarlo por cuenta propia?

—Venga, no tenemos todo el día. Debemos reponer las provisiones de Momo y enseñarte lo básico de Alejandría, no vaya a ser que te pierdas la próxima vez que nos fuguemos —exclamó con molestia Katsuki, volviendo a peinar su cabello en la misma coleta que el día anterior, solo que esta vez no alisó su cabello, sino que mantuvo parte de sus mechones desarreglados, algo más típico de los campesinos.

—¿Momo estará bien? —preguntó preocupado por la chica, quien asintió con una dulce sonrisa. Al parecer, a esa muchacha no le importaba estar sola durante tanto tiempo seguido, quizá ya acostumbrada a su actual vida. ¿No extrañaría el poder salir a la calle y disfrutar de la libertad que tenía antes de ser enviada a Katsuki?

—Claro que estará bien, ella es fuerte y sabe cuidarse por cuenta propia —intervino el príncipe mientras hacía un ademán con la mano—. Además, si necesita ayuda, no necesita nada más que comunicarse con ese inútil. Estoy seguro de que él no tendrá problema alguno en desobedecer mis órdenes para ir a ayudarla.

—Deja de ser tan cruel con él, Katsuki —susurró la pelinegra mientras caminaba con nerviosismo hacia los dos chicos—. Y quienes deben cuidarse, sois vosotros. No podéis permitir que os identifiquen en ningún momento, o sino Eijirou cargará con la culpa de que hayas huido del palacio, y sabes que tus padres no dudarán en matarlo si se presenta la ocasión. Ellos no tienen reparos, mucho menos en personas a quien consideran tan insignificantes como los sirvientes.

—Lo sé, no hace falta que me lo repitas una y otra vez. Además, sé algunas zonas por las cuales podemos ir sin que nadie se fije en nosotros, así que deja de preocuparte —le dijo con voz calmada—. No es la primera vez que hago esto, así que no hay necesidad de que temas por nuestra seguridad, cuidaré tanto de mí como de él —afirmó con una mirada soberbia.

—Lo sé, Katsuki, pero sabes que es inevitable no pensar en lo peor cada vez que los Midoriya vienen de visita. Algún día harán algo terrible y yo no podré evitarlo, es por eso que tengo miedo —murmuró la chica mientras les daba unas capas de lino—. Con estas capas os podréis cubrir si os veis en peligro, así que no dudéis en utilizarlas, ¿de acuerdo? No dejéis que nadie os descubra, no quiero enterarme que por mi culpa os ha sucedido algo.

—No dudaremos —aceptó Eijirou mientras tomaba la capa que le pertenecía, cubriéndose con ella y sonriendo enormemente agradecido—. Supongo que nos veremos más tarde, Yaoyorozu —dijo el pelinegro mientras daba una reverencia ante la muchacha, la cual pareció algo nerviosa ante esa señal de respeto.

—No hace falta que me trates con tanta educación, soy solo una fugitiva —negó la chica con una sonrisa ladina, bajando la mirada—. Y sí, supongo que nos veremos más tarde, si todo va bien.

—Dejad de hablar como si fuésemos a morir hoy mismo —replicó Katsuki mientras se dirigía a la puerta principal del edificio—. No va a pasarnos nada, así que deja de ser tan pesimista, Momo. Y si me llegan a descubrir, no dudaré en hacerles callar con mis propias manos, nadie me llevará de vuelta al palacio, por mucho que lo intenten a la fuerza.

—No estábamos hablando como si fuésemos a morir hoy —refunfuñó Eijirou mientras corría hacia él, dirigiendo una última mirada hacia la pelinegra, despidiéndose con una gran sonrisa—. ¡Nos vemos, Momo, cuídate hasta que regresemos!

—Venga, deja de despedirte como si nunca más fueras a verla y continua andando —exigió Katsuki mientras tomaba con algo de brusquedad el brazo del pelinegro, haciéndole soltar un quejido de dolor al chico ante ese gesto repentino—. ¿Tan fuerte eres que te duele que agarre tu brazo? —preguntó burlón.

—¡Estoy cansado! —exclamó Eijirou, dirigiendo una mirada suplicante al príncipe—. ¿No podríamos haber salido algo más tarde? Llevo días sin descansar correctamente, y si pudiese tener un día de descanso yo...

—Tsk, cállate. Yo decido cuándo tienes derecho a descansar o no, así que ahora no te quejes y sígueme. Iremos al mercado para poder desayunar algo antes de que te mueras de hambre.

Eijirou asintió con la cabeza, siguiendo al príncipe en silencio. Primero creyó que quizás este había perdido su enfado, pero al parecer todavía seguía algo rencoroso por la disputa del día de ayer, por lo que no tenía más remedio que permanecer en silencio hasta que Katsuki quisiera iniciar una conversación con él, si es que eso llegaba a suceder, cosa que dudaba desde lo más hondo de su corazón a juzgar por la expresión de Katsuki, quien parecía mucho más serio que el día anterior pero sin llegar a fruncir por completo su ceño, así que continuó el recorrido en completo silencio, con la mirada entristecida y los dedos de sus manos jugando con nerviosismo, sin saber muy bien cómo actuar ante la presencia intimidatoria del príncipe frente a él.

Pero la realidad era mucho más distinta, ya que Katsuki se sentía nervioso al tener que pasar todo el día completo con aquel chico que había jurado que lo protegería tanto como fuese necesario. No era sorpresa para él el escuchar a algunas personas preocupándose por él, cosa que le disgustaba en gran cantidad (ya que hería su orgullo, según sus propias palabras), personas como Momo o el inútil, quienes desde hacía tiempo intentaban hacer que viese el mundo desde otro punto de vista, que disfrutara mientras estuviese vivo, que no tendría ninguna otra oportunidad de poder descubrir las maravillas de la vida , pero otra cosa era que alguien casi desconocido jurase el mejorar su vida, en que alguien a quien había tratado tan mal confiase en él.

Y dolía saber que él jamás sería capaz de poder corresponder esos sentimientos de amistad que Eijirou deseaba tener con él, ya que estaba seguro de que si intentaba volverse algo más cercano a ese pelinegro, este acabaría muerto sin que él lo pudiese evitar, y estaba harto de pensar en aquella lúgubre visión del futuro. Por lo que, si quería proteger a su sirviente, debería continuar tratándolo de igual manera y deseando que cumpliese lo más rápido posible la condición para recuperar su libertad, incluso si eso conllevaba a dejarse vencer a propósito. Porque no dejaría que se perdiera otra vida por su culpa, no lo permitiría, y mucho menos la de alguien que tenía tanto por poder experimentar todavía, alguien tan optimista y sonriente como lo era Eijirou, siendo que la mayoría de personas de su reino solían olvidar sus propias emociones para trabajar, derrochando sus vidas, tirándolas por las bordas sin disfrutar lo necesario. Pero, ¿no estaba haciendo él lo mismo?

—¿Tienes alguna comida preferida en específico? —Finalmente, Katsuki rompió el silencio, haciendo que Eijirou le observara con sorpresa durante unos segundos y que negara con la cabeza.

—No, no tengo comida preferida. Siempre me han enseñado a contentarme con cualquier cosa que tenga la posibilidad de comer —contestó con timidez el pelinegro, creyendo que quizás esa no era la respuesta que el príncipe deseaba escuchar.

—Entonces, no importa lo que consiga, ¿verdad? —cuestionó el rubio mientras se dirigía hacia un pequeño puesto de comidas variadas que parecía estar a cargo de una chica de cabello castaño corto y liso, ojos exageradamente grandes, facciones redondeadas y mejillas sonrosadas de manera adorable—. Cara redonda, dame todos los dátiles y pan que tengas, pagaré lo que sea. Y si es posible, también algunas legumbres y lechuga. Ah, y también ajos, si es posible.

—¡Por supuesto! —exclamó la chica en respuesta, comenzando a darle los alimentos requeridos a la par que el príncipe le dejaba con brusquedad una bolsa llena de dinero, y Eijirou supuso que Katsuki ya debería conocer a esa chica teniendo en cuenta que había empleado un apodo con ella sin reparos y ella no se había quejado.

—¿Necesitas más dinero? —preguntó con voz tosca el rubio, tomando la comida mientras le pasaba la mayoría de legumbres a Eijirou—. Venga, no te quedes quieto, ayúdame. A menos que quieras quedarte sin comer.

—¡No, no! ¡Ahora mismo te ayudo! —contestó el chico algo alarmado mientras cargaba con los sacos de legumbres, sintiendo su estómago rugir ante el hambre y la ansia de poder consumir algo después del simple pan que la noche anterior Yaoyorozu le había ofrecido.

—¿Quién eres tú? —preguntó la muchacha castaña mientras tomaba el saco de monedas con una pequeña sonrisa, dirigiendo una mirada pacífica al pelinegro—. Katsuki nunca te había llevado con él.

—Eso es porque ayer llegó a mi servicio, cara redonda. Y será mejor que no hagas preguntas que no te conciernen —espetó con tono amenazador el príncipe, reafirmando a Kirishima de que esa joven, que probablemente tendría su misma edad, y Katsuki se conocían, y probablemente se llevaban conociendo desde hacía tiempo, pero no se atrevió a preguntar nada al respeto.

—Al menos, déjame conocerlo. No será la única vez que lo veré, así que lo mejor será presentarnos, ¿no crees? —cuestionó dirigiéndose hacia el pelinegro, quien parecía estar de acuerdo con la joven castaña—. Mi nombre es Ochaco Uraraka, espero que nos llevemos bien.

Eijirou acercó su boca hacia la mano de Ochaco con el objetivo de presentarse formalmente, pero a su lado Katsuki carraspeó, visiblemente molesto ante la cercanía que "cara redonda" estaba tomándose con el pelinegro, obligando con un gesto brusco y repentino a que Eijirou se alejara de ella, haciendo que tuviese que limitarse a decir su nombre, confundido ante la actitud brusca e irritada del príncipe.

—Mi nombre es Eijirou Kirishima, encantado de conocerte —dijo con la misma amabilidad que la chica, dándole una pequeña sonrisa en señal de respeto, preguntándose el de dónde conocía esa joven a Katsuki, dándose cuenta de que este conocía a más personas en la ciudad de lo que sospechaba, aunque suponía que era normal, teniendo en cuenta de que era el futuro faraón.

—Bueno, cara redonda, ¿vas a responder mi pregunta o puedo marcharme ya? —habló, refiriéndose a sí quería más dinero o no, y pronto se comenzó a impacientar, dando pequeños golpes en el suelo con el objetivo de demostrar que en cualquier momento se marcharía de allí sin tener en cuenta la opinión de Eijirou u Ochaco, logrando que finalmente la chica le hiciera caso después de tanto tiempo siendo ignorado.

—¡No es necesario! Con este dinero, seré capaz de mantener a mi familia por un par de meses, así que no hay necesidad de que me des más de lo justo —negó la castaña mientras alzaba las manos, posiblemente indispuesta a dejar que el rubio le diese más dinero del necesario a cambio de esos alimentos, como si eso fuese un delito que la llevaría a la muerte—. Además, no quiero ser ninguna molestia para ti.

—¿Estás segura, cara redonda? —insistió Katsuki mientras volvía a golpear el suelo con su pie, irritándose poco a poco más—. Sabes que no regresaré hasta dentro de un par de meses como mínimo, así que si te quedas sin recursos, deberás ingeniártelas por cuenta propia.

—No soy una inútil, así que no te preocupes por mí y márchate de aquí antes de que alguien te vea —le dijo la chica con un pequeño destello de preocupación en sus grandes ojos, dirigiéndose hacia la vivienda que había tras el pequeño puesto de comida, sin percatarse de que Katsuki se dirigía sobre la mesa libre de la tienda para depositar un saco más de monedas, comenzando a marcharse antes de que la joven se diera cuenta de aquello.

Pero, quien sí que se dio cuenta, fue Eijirou, quien observó con el corazón encogido a Katsuki, sintiendo la emoción rozando su pecho de forma casi dolorosa, feliz de ver que no se había equivocado al darse a sí mismo una oportunidad para conocer al príncipe, pues al contrario de todos los rumores del reino, este era demasiado gentil y amable con las personas a su alrededor (a su manera, cabe recalcar), incapaz de decir que no cuando se trataba de proteger a alguna de sus conocidas, y eso se pudo ver cuando dejó aquel saco de monedas incluso a pesar de que Ochaco se negara.

—Dulce... —susurró de forma casi inaudible el pelinegro, sonriendo de forma ladina mientras se apresuraba a llegar hasta Katsuki, quien le observó de mala gana al haberle escuchado decir algo indescifrable.

—¿Qué dijiste, idiota? —masculló el rubio mientras le dirigía una espontánea mirada, pero había algo tanto en su voz como en sus ojos que se veía distinto, diferente al día anterior.

Era como si su timbre se hubiese endulzado para dirigirse a él de manera suave, y su mirada, aunque intentaba ser dura y segura, parecía tener un brillo especial que llegó a preocupar a Eijirou. Parecía como si el punto de vista de Katsuki por él hubiese cambiado completamente pero no lo quisiera admitir, intentando ocultarlo verbalmente pero siendo delatado por sus gestos y acciones corporales. Y ahora, el pelinegro no podía pensar en nada más que el comprender por qué el príncipe había cambiado tan repentinamente su actitud respecto a él, sin encontrar una razón lo suficientemente lógica, aunque existía la posibilidad de que la actitud del día anterior hubiese sido un fachada para evitar que él se metiera demasiado en sus asuntos. Era la única opción plausible que cruzaba por su cabeza en esos momentos.

—Responde, ¿qué demonios has murmurado? —insistió Katsuki mientras dirigía otro intento de mirada amenazadora a Eijirou, fallando en el intento y haciendo que este tuviese que reprimir una sonrisa repleta de ternura. Al parecer, fuera de aquella apariencia amenazadora, había alguien que realmente se preocupaba por sus seres cercanos incondicionalmente.

—No he dicho nada, príncipe —contestó intentando mantener su compostura, sin lograrlo completamente y sintiendo cómo la comisura de su labio se alzaba levemente, deseando poder sonreír del todo—. ¿De qué conoces a Ochaco? Parecías estar acostumbrado a hablar con ella. Al parecer tienes bastantes amistades femeninas, ¿verdad? —inquirió con tono burlesco.

—¡¿Qué demonios estás pensando, idiota?! —exclamó furibundo ante las palabras del pelinegro, tal como si este creyese que él tenía tantas chicas en su círculo social por algún motivo más íntimo—. ¡Solamente son mis amigas, no pienses mal!

Eijirou finalmente dejó que una sonrisa cruzara su rostro, soltando una limpia carcajada que llamó la atención de Katsuki, quien empezó a pensar cómo podía existir una persona que, a pesar de estar viviendo aquella situación, continuaba bromeando, sonriendo e incluso riendo a carcajadas, intentando relacionarse con él como si se tratasen de amigos de toda la vida. Era incluso un sueño saber que gente como el pelinegro continuaba existiendo, que las personas positivas no se habían extinguido aun del todo y que continuaba habiendo esperanza para la sociedad futura que habitaría sus tierras, y pensó incluso en mantener a ese chico a su lado para ese entonces, pero pronto ese pensamiento desapareció de su mente.

No quería convertirse en los mismo seres despreciables que eran sus padres y muchos otros faraones que gobernaban Egipto, manteniendo por gusto propio a alguien, reteniendo a Eijirou en contra de su voluntad. Aquello solamente lograría reafirmar las sospechas de la gente y hacer que esta continuase hablando de su, por ahora, falsa crueldad, además de que ya le había prometido a ese idiota de que, si lograba vencerlo en un duelo, lo dejaría marchar hacia sus tierras con total libertad.

Y estaba claro que no tardaría nada en conseguirlo, después de todo, él mismo había visto el potencial que había dentro de Eijirou, en su cuerpo y en sus capacidades físicas, por lo que otro de los motivos por los cuales no quería apegarse mucho a él era el porque pronto tendría que despedirse de él, y se rehusaba a tener que sufrir por la partida de algún ser cercano, incluso si sabía que Eijirou no moriría, sino que volvería a la alegría de su hogar.

—¿Ves? ¡Realmente las consideras tus amigas, por más que lo niegues! —exclamó con diversión el pelinegro mientras ladeaba la cabeza—. No debes por qué temer el aceptar que alguien es tu amigo. Es algo que no se debe evitar, algo natural en la vida de cualquier ser humano. ¡Por más solitario que quieras ser, siempre habrá alguien que calará profundo en tu corazón y colapsará tus pensamientos!

—Idiota, ¿de verdad eres un simple campesino? Pareces más un escriba o algo por el estilo —refunfuñó Katsuki mientras desviaba el rostro ante aquellas palabras, pensando más detenidamente en ellas y dándose cuenta de que eran ciertas, que por más que evitara la compañía de los demás, sus conocidos siempre acababan iluminando sus días, atándolo a la vida, logrando que sus días tuviesen más sentido que tener que hacer ejercicio e ignorar a sus padres todo el tiempo posible.

—Supongo que nunca me planteé el salir de los cultivos —respondió con una pequeña sonrisa—. Pero ni siquiera sé escribir, así que por mejor manejo que tenga de las palabras, no podría ganarme la vida de ello.

—Podrías contar historias a los demás sirvientes del palacio —propuso el príncipe mientras su rostro comenzaba a relajarse, tal como si el pensar en el bienestar de la gente a su servicio le pudiese relajar de cierto modo—. Así alegrarías su aburrida existencia y harías que dejaran de parecer muertos vivientes.

—Tampoco exageres tanto, Katsuki. Podrían vivir en peores situaciones. Aquí, por lo menos, cuentan con un techo bajo el que poder dormir, se encuentran protegidos de los problemas que puedan haber en el exterior —comenzó a decir Eijirou mientras disminuía su rapidez al caminar, como si hubiese algo que le afectara en lo más profundo de su corazón—. Hay personas que mueren de manera injusta solo porque no tienen los recursos necesarios para poder cultivar, es por eso que estoy agradecido de poder vivir aquí, en el palacio, porque aunque sea tratado como un objeto, por lo menos estaré a salvo.

—¿Qué estás diciendo? Yo no te trataré como algún objeto, así que deja de pensar en cosas tristes y sonríe —ordenó Katsuki mientras dejaba de caminar, quedándose quieto para esperar a que los labios de Eijirou se alzaran en su característica sonrisa—. Venga, sonríe, idiota, ¿no es eso lo que mejor sabes hacer?

Las pupilas de Eijirou se dilataron mientras una fina capa de lágrimas comenzaba a formarse en sus ojos, dándose cuenta de que acababa de ser despreciado por el príncipe, como si él realmente no sirviera para nada.

Con prisas, forzó una sonrisa gigantesca en su rostro, limpiando como pudo las recientes lágrimas y así no llamar la atención del rubio, continuando con el camino a pesar de que Katsuki todavía no hubiese retomado la marcha, pero no podía dejar que esas palabras le afectaran tanto, porque eran ciertas. Por más que en su pueblo se había esforzado para poder lograr los mejores cultivos de la población, siempre acababa arruinando todo y logrando que sus padres tuviesen que cargar con la humillación de tener a un hijo que era incapaz de cuidar con unos simples campos de cultivo.

Quiso responder a Katsuki, pero se tragó sus palabras, siendo consciente de que si llegaba a continuar con aquella disputa acabaría perdiendo y llegaría a arruinar más su posible amistad con Katsuki. No era una sorpresa que él se hubiese enfadado con él, después de todo estaba abusando de la posible libertad que le estaba otorgando, e incluso quizás estaba exagerando las cosas y el príncipe no le había dicho eso con mala intención. Incluso, tal vez, lo había hecho porque no le gustaba ver triste, así que finalmente logró esbozar una sonrisa algo más real, intentando pensar en la parte positiva de poder pasar todo el día junto al príncipe —o al menos ese era el tiempo que había previsto que pasarían rondando por las calles de Alejandría hasta que la dinastía Midoriya partiese hacia su respectivo reino—, creyendo que con duro esfuerzo podría conseguir que Katsuki le hablase un poco más acerca de dónde conocía a Ochaco y el por qué parecían tan cercanos.

—¿Lo ves, idiota? —dijo Katsuki mientras reanudaba el paso, llegando a su lado y mirando fijamente su rostro—. Te ves mucho mejor cuando sonríes, así que no te dejes afectar por tonterías.

En ese momento, Eijirou casi dejó caer todos los sacos de alimentos que sujetaba con fuerza entre sus brazos, nervioso ante la repentina cercanía que tomó Katsuki respecto a él y notando su corazón bombeando fuertemente, siendo que nunca antes había alabado su sonrisa, pues la mayoría de personas de su pueblo temían a sus dientes puntiagudos, monstruosos según algunos de los más ancianos de la población, y que ahora el mismísimo heredero de Alejandría le dijese que sonriendo se veía mejor había hecho que todos los colores subiesen hacia su rostro, sin saber muy bien cómo tomar aquel cumplido.

—¿D-De verdad? ¡No creo que sea así, faraón! Digo, ¡príncipe! —se corrigió a sí mismo, nervioso, apartando su mirada de la cara de Katsuki, intentando controlar los latidos de su corazón—. ¿A dónde iremos? Tengo hambre, ¿podríamos ir a comer alguna de esta comida? ¡Si no podemos no hay problema, no es necesario que escuches mis palabrerías, su alteza!

Katsuki alzó una ceja, confuso ante los repentinos nervios que Eijirou presentó, por lo que supuso que el pelinegro no estaba muy acostumbrado a que alagasen su físico, en especial su sonrisa, algo que le pareció bastante extraño teniendo en cuenta la apariencia atractiva y madura que presentaba el joven a tan temprana edad, por eso se extrañó ante esa capacidad nula de recibir cumplidos que el pelinegro mostró frente a él, llegando a rodear su rostro de un profundo carmesí que le hizo soltar otra risa. Era divertido saber cómo reaccionaría de ahora en adelante su siervo cada vez que le alabara por alguna cosa, así que siempre que pudiera haría todo lo posible para avergonzarlo. Así, podría entretenerse a su costa sin llegar a hacerle un daño mayor.

—Claro que podemos ir a comer, pero antes... —Katsuki dejó lentamente las bolsas de comida en el suelo, acercando sus dedos a las comisuras de los labios de Eijirou, alzándolas lentamente, enfadado por ver que a causa de la vergüenza el chico no mantenía una expresión fija—. Sonríe, idiota.

Eijirou no tuvo más remedio que obedecer, sintiendo esta vez hasta sus orejas ahogarse en un profundo calor, mucho mayor que el que había vivido los días de viaje hacia Alejandría y su corazón completamente desbocado ante la suave textura de los dedos de Katsuki en sus belfos, sin llegar a entender muy bien esas emociones que nunca antes había experimentado.

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