Capítulo 2

«No pienses que voy a ser tu amigo o algo así». Esas palabras sonaban una y otra vez en su mente, y ni siquiera comprendía el por qué si estaba claro que alguien como un faraón no tendría tiempo para hacerse amigo de una persona tan insignificante como Eijirou, mucho menos si su función en aquel magistral palacio era el simplemente servir al futuro heredero de Alejandría. Pero, al haber pasado ese extrañamente agradable rato junto al príncipe en aquel relajante jardín, no pudo evitar confiarse en que quizás tenía una mínima posibilidad de caerle bien, pero este se había encargado de romper cada una de sus ilusiones de forma tanto involuntaria como cruel por igual. Aunque estaba claro que no era culpa del príncipe, sino suya por no ser realista y objetivo con las cosas más racionales, haciéndose ilusiones de forma boba e irremediable.

Era por eso que ahora caminaba cabizbajo por los pasillos del palacio, siguiendo a la persona que debería de servir hasta que consiguiera vencerlo en un combate. De primeras, parecía una condición realmente sencilla de cumplir, después de todo tampoco es que él fuese tan débil como para no poder ni siquiera golpear de regreso al príncipe, pero si este le había dado esa condición debía ser por algún motivo, y le daba miedo averiguarlo, temiendo que Katsuki tuviese un as bajo la manga que lo anclase a esa vida de esclavo para toda la eternidad, pero por ahora, no le quedaba más remedio que esforzarse para poderlo rebasar en algún momento y así lograr la dulce libertad que se le había sido prometida.

No conocía bien las costumbres de los faraones, era por aquello que dudaba acerca sobre si las palabras del príncipe habían sido verdaderas o simplemente se habían producido para lograr un ambiente mucho más competitivo entre ellos dos, pero no tenía más remedio que confiar en el futuro faraón y esperar que no fuese alguien deshonesto como muchos gobernadores de la época habían demostrado ser gracias a sus acciones sanguinarias hacia los esclavos. Pero había algo en Katsuki que le hacía creer que era distinto, que no era un faraón común como los que había escuchado hablar a lo largo de su vida, sino de que sería una excepción nunca antes vista. Tal vez era la manera de hablar que tenía, o quizá era su forma de comportarse, rebelde y más que arrogante con las personas que se dirigían a él. Incluso si no comprendía muy bien sus propias sospechas, deseaba que estas fuesen ciertas, pues no habría nada más interesante que poder compartir parte de su vida con un faraón tan atípico y especial.

—¿A qué estás esperando? Es la hora de la comida, no te quedes ahí parado —masculló con impaciencia el príncipe mientras observaba cómo su sirviente había dejado de caminar de golpe con posado pensativo—. Aunque tú no vayas a comer con nosotros, no quiero que te alejes, a saber las cosas que puedes hacer si te dejo campar a tus anchas por el palacio. Así que ahora deja tus tonterías para otro momento y sígueme.

Eijirou asintió con la cabeza, sin atreverse a contestar en voz alta incluso si eso hacía que se arriesgara a ganarse la ira del príncipe, pero siendo honesto, prefería permanecer en silencio, a salvo y sin llegar a faltar el respeto a su superior, pues aunque este insistiera en que lo tratara como una persona más del mundo, sabía que si los faraones se enteraban de esa falta de respeto hacia el futuro príncipe, mandarían a cortar todas sus extremidades para ser lanzado al río Nilo, probablemente. Así que, sumido en un profundo silencio, continuó siguiendo a Katsuki hasta que llegaron al comedor, o al menos eso asumió el pelinegro al sentir un suave aroma a pan recién hecho y muchos otras esencias que no lograba distinguir por estar acostumbrado a las comidas más pobres que sus padres podían permitirse con sus escasos recursos, y mientras veía a Katsuki dirigirse hacia la mesa donde los faraones ya habían tomado asiento, su estómago gruñó levemente, producto del tiempo que llevaba sin consumir alimentos en buenas condiciones y por la falta de energías que tenía en ese momento.

—Katsuki, ¿dónde te has hecho esa herida? —la faraona señaló el pequeño tajo ya levemente cicatrizado en la mejilla del heredero al trono, quien simplemente chistó mientras tomaba asiento y observaba la comida de aquel día—. No habrá sido tu sirviente, ¿verdad? Sabes que si te hace algo puedes mandarlo a asesinar, después de todo no nos costaría nada encontrar un reemplazo para que te sirva mejor —dijo la mujer mientras fruncía levemente el ceño, observando de manera disgustada al pelinegro que contemplaba la escena con el corazón encogido, temeroso de que el príncipe dijese la verdad y la faraona cumpliese con su palabra sin titubear.

—Por supuesto que no ha sido él, madre. No soy débil, sabes que no permitiría que nadie me hiciese daño.

Por algún motivo, el príncipe Katsuki mintió a la faraona, la cual asintió con la cabeza para continuar con su comida, consistente mayoritariamente en legumbres y verduras. El rubio cenizo parecía estar a gusto con la compañía de Eijirou, de otra manera, no habría tenido ningún motivo para ocultar a la mujer la falta de respeto que había cometido el pelinegro al golpear su mejilla de aquella manera, y lágrimas amenazaron con caer de los ojos del sirviente, quien se sintió extremadamente agradecido por el hecho de que el príncipe lo hubiese salvado de un inminente castigo, y al parecer este se sintió complacido al ver la gratitud pintada en los ojos rubíes del más joven, pues esbozó una soberbia sonrisa mirando hacia su dirección, y Eijirou no pudo hacer nada más que susurrar por lo bajo un "gracias" ininteligible que al parecer el príncipe pareció comprender.

—Katsuki, mañana vendrá de visita la dinastía Midoriya. Sabes que debes ser respetuoso con el príncipe, a menos que quieras que su familia corte nuestro trato con ellos. Y sabes que eso significaría la ruina del reino, ¿cierto? —habló de golpe el faraón Masaru con una mirada compasiva, observando al príncipe que de golpe se levantó en su lugar, remugando y diciendo mil y una cosas incomprensibles mientras fruncía el ceño.

—¡Creí haber dejado claro que no quería ver a Izuku nunca más! ¡Por su culpa empezaron los rumores en mi contra! —exclamó con enfado Katsuki mientras alzaba las manos de forma brusca, logrando tirar la comida que se le había sido servida minutos atrás. Sus padres le miraron con reproche, molestos por la falta de comportamiento de su hijo, pero a este le daba igual, pues continuó con su pataleta—. ¡¿Saben qué?! ¡Mañana no pienso ni acercarme al salón, paso de tener que verle la cara a ese inútil!

Eijirou había escuchado hablar de la dinastía Midoriya bastantes veces, bastante conocida por la gran amabilidad que poseían todos los integrantes de tal familia, sobre todo el heredero al poder, Izuku Midoriya, un príncipe gentil y amable que se había ganado el afecto por parte de todos los habitantes de su pueblo, además de que sus territorios poseían tierras fértiles y rodeadas de aguas que ayudaban a la cosecha en gran medida, siendo uno de los pocos reinos de Egipto que lograban salir adelante sin la simple necesidad de un solo esclavo a su servicio. Pero, al igual que habían cosas positivas, también estaba el hecho de que el territorio que abarcaba la dinastía Midoriya era increíblemente diminuto, y con la escasa población que poseían era casi imposible que aumentaran todavía más su poder. Era por ello que tal dinastía había hecho un trato con la familia Bakugou, ofreciéndoles una gran cantidad de productos mensuales a cambio de una pequeña porción de territorio perteneciente a la dinastía Bakugou.

Por supuesto que eso era lo que había escuchado a lo largo de su vida, por lo que no estaba realmente seguro sobre si aquel era verdaderamente el trato que habían hecho los Midoriya con los Bakugou, pero suponía que si de verdad estos iban a visitar el palacio el día siguiente podría llegar a entender mucho mejor aquella relación entre ambas dinastías egipcias. Pero acerca del odio que el príncipe Katsuki parecía expresar por el príncipe Izuku no tenía la menor idea de a qué se debía, y mucho menos entendía el por qué este había dicho que los rumores que circulaban acerca de él se debían al tan venerado próximo faraón Izuku, quien por como era descrito, sería incapaz de hacerle algún mal a alguien. Eijirou decidió que nada más pudiese, extraería toda la información posible acerca de aquella historia que había entre ambos jóvenes príncipes.

—¡Katsuki, compórtate! ¡Sabes que él no lo hizo a propósito, y fue tu culpa el extender los rumores con tu actitud! ¡¿Crees que el pueblo aclamará tu actitud?! ¡Debes aprender a portarte como un verdadero faraón! —exclamó la faraona mientras alzaba el tono de voz, mostrando una repentina actitud agresiva hacia su propio hijo, quien dio un golpe con el puño a la mesa, desperdigando así mucha más comida por el suelo y aumentando el enfado de la mujer, la cual pareció arrepentirse por unos momentos de su elección de palabras.

—¡Yo no quiero comportarme, así que jódete, madre! —gritó el príncipe mientras comenzaba a dirigirse hacia la puerta del salón, siendo observado atentamente por los faraones y por Eijirou, quien parecía realmente asombrado ante la actitud violenta del príncipe, quien salió de allí dando un portazo y haciendo que el pelinegro no tuviese más remedio que seguirlo a través de los pasillos, apresurando su ritmo para no perderle de vista.

Eijirou observó los pasos de Katsuki. Parecía realmente enfurruñado por un motivo incomprensible, y su barbilla se mostraba erguida, como si hubiese una molestia carcomiendo su corazón pero no deseara mostrarlo en su expresión, aunque sus gestos decían lo contrario. El pelinegro no podría conocerlo bien, pero estaba claro que el príncipe era el tipo de persona al que no le agradaba mostrar sus emociones a los demás, llegando a ocultarlas bajo la fachada de una falsa ira, o por lo menos eso era lo que parecía ser si analizaba bien sus reacciones y su forma de actuar. Tal vez se estaba equivocando, pero no había duda de que el príncipe era realmente orgulloso y odiaba que le llevaran la contraria, así que si deseaba permanecer con vida, debería cumplir cada uno de sus caprichos sin siquiera replicar una sola palabra. Por lo menos, aquella parecía ser la manera más sensata de poder mantener satisfecho a Katsuki hasta poder llegar a vencerlo en un duelo.

Por unos instantes, Eijirou perdió de vista a Katsuki nada más este dobló su dirección en mitad de los pasillos del palacio, cosa que confundió bastante al pelinegro, quien al no conocer aun cada rincón del palacio tuvo que ingeniárselas para encontrarlo, hasta lograr verlo de nuevo en el jardín, sentado en el mismo lugar que antes, con la mirada perdida en el agua que manaba la fuente con lentitud, sumido en sus pensamientos, tal como si no se hubiese percatado de que Eijirou había llegado a su espacio personal y se había sentado a su lado, esperando hasta que este decidiera hablar o decirle el por qué de su odio hacia el príncipe Izuku, e incluso si podía, le gustaría poder comprender más la historia que rondaba acerca de ellos dos y por qué la faraona le había dicho todas aquellas agrias palabras a su propio hijo. ¿Tan importante era mantener el trato entre las dinastías hasta el punto de llegar a humillar al príncipe Katsuki en mitad de la comida? Por más que le daba vueltas en su mente, no lograba comprender nada de lo que estaba sucediendo.

Al contrario de lo que creyó, el rostro del príncipe se mantuvo impasible, sereno, con sus ojos rubíes entrecerrados, tal como si estuviese disfrutando de la tranquilidad del lugar lo máximo posible. Su expresión era irreconocible, relajada, al contrario del enojo permanente que parecía haber estado llevando a lo largo de aquel día, y francamente Eijirou creyó que Katsuki se habría comportado de forma más inmadura, tal vez continuando su berrinche en ese lugar ahora que estaban a solas, pero todo había resultado al revés. Incluso los ojos del príncipe ahora parecían brillar mostrando una sabiduría de la cual antes no se había dado cuenta, una inteligencia superior a la que había llegado a ver en los ojos de la faraona o del mismísimo faraón, como si estuviese planeando algo con lo que lograr escapar de la reunión del día siguiente. Parecía como si no fuese el mismo príncipe del que tanto se hablaba de forma negativa, como si se hubiese transformado en una persona distinta. Pero, ¿en qué estaba pensando?

Probablemente, si ambos tuviesen más confianza, le podría preguntar acerca de lo que estaba sucediendo, pero llevaban conociéndose menos de un día, él era el futuro faraón y él un simple campesino que debería servirlo hasta lograr cumplir con el requisito que le había impuesto, pero aun así permaneció a su lado, observando su rostro calmado y su mirada pacifica por horas, y por más que estaba cansado de no hacer absolutamente nada y sus músculos se habían adormilado por la incómoda posición que había tomado, no podía abandonar al príncipe en ningún momento. Era su objetivo como sirviente cuidarlo y protegerlo, o por lo menos aquel era el objetivo con el cual la faraona se había fijado en él, así que haría todo su mayor esfuerzo para satisfacer aquellas órdenes, incluso si aquello conllevaba a tener que desperdiciar tiempo de entrenamiento con el cual poder llegar a vencer al príncipe.

—¿Conoces Alejandría? —De golpe, el príncipe rompió el silencio, dirigiendo una mirada de soslayo a su sirviente, quien negó con la cabeza, completamente confundido ante la repentina pregunta del rubio, quien torció los labios ante la negativa del contrario—. ¿Ni tan solo un poco? ¿Jamás has explorado la gran ciudad? —volvió a preguntar con la esperanza de obtener una respuesta positiva, pero Eijirou volvió a negar—. Estaba pensando en que mañana podríamos pasear por Alejandría, a ver si así me puedo liberar de ver al inútil de Izuku.

—Eso no es algo que yo pueda decidir —respondió Eijirou mientras sonreía de forma nerviosa, aun no acostumbrado a tratar con una figura de tanta importancia como lo era Katsuki—. Si tú deseas, podemos ir a la ciudad, pero, ¿no tendrás ningún problema con los faraones? Es decir, la faraona Mitsuki parecía bastante enfadada contigo por quererla desobedecer —intentó aconsejar el pelinegro, viendo cómo los ojos de Katsuki tomaban un pequeño brillo enfadado que le hicieron sobresaltarse y arrepentirse por su selección de palabras.

—No te atrevas a meter a mis padres en esta conversación —espetó con algo de furia el príncipe, cruzándose de brazos mientras suspiraba con fuerza—. Ellos no tienen el menor derecho en mandarme. Yo no quiero volver a ver a Izuku, así que no lo haré. Simple, ¿cierto? Pero ellos no me comprenden y creen que solo porque mantienen un estúpido trato con su dinastía yo debo llevarme bien con el príncipe, pero no es así —expresó con repudio, manteniendo cierta distancia de Eijirou a la hora de hablar.

—No pareces estimar mucho al príncipe Izuku —comentó de forma obvia Eijirou mientras rascaba su codo, notando cómo Katsuki abría la boca de forma enfadada, como si aquel simple comentario le hubiese afectado más de lo que pretendía Eijirou—. Es decir, no tengo idea de lo que él te ha hecho, así que no tengo derecho a juzgar, lo siento... —intentó disculparse al ver la mirada furibunda del príncipe.

—Jamás odié a alguien tanto como odio a Izuku —masculló mientras apretaba sus manos, cerrándolas en forma de puños. Parecía como si en cualquier momento fuese a perder el control—. Es por eso que mañana, nada más amanezca, nos camuflaremos entre la ciudad hasta que los Midoriya se marchen del palacio.

—¿Estás seguro de esto? —preguntó con preocupación Eijirou. Realmente el príncipe Katsuki parecía odiar con todo su interior al heredero de la dinastía Midoriya, y a aquel paso sería ese rencor el que llevaría a la dinastía Bakugou a la ruina, y si él era capaz de evitarlo, lo detendría a toda costa.Al darse cuenta de sus pensamientos, quiso darse una bofetada para poder reaccionar.

Él no le pertenecía a los Bakugou, y si estaba sirviendo al futuro faraón era en contra de su voluntad para así lograr mantener a salvo a Kaminari, así que no tenía ningún sentido el sentir el deber de proteger de aquella manera tan fuerte a aquella familia de arrogantes faraones cuyos rumores eran absolutamente terroríficos, y cabía recalcar que todos los bulos sobre Mitsuki eran completamente ciertos. Ella había demostrado ser la faraona cruel, sanguinaria y dominante de la que todos hablaban, y lo había podido comprobar nada más había escuchado esas dolorosas palabras dirigidas al príncipe Katsuki, y dudaba que este las hubiese olvidado. Es más, por cómo se había referido al príncipe Izuku, parecía incluso mucho más resentido que a la hora de la comida, por lo que probablemente estaría culpando al heredero de los Midoriya por lo sucedido entre él y su madre.

—¿Tienes planes? Es decir, ¿dónde iremos durante todo el día? —cuestionó Eijirou, manteniendo en todo momento un tono respetuoso pero sin llegar a la completa formalidad, intentando no llegar a enfadar todavía más a Katsuki por sus involuntarias palabras—. Desearía ser yo quien planease el escape de mañana, pero por desgracia no cuento con los medios necesarios para organizarlo mejor.

—Ya tengo todo planeado, así que mañana, nada más despiertes, quiero que vayas a buscarme a mi habitación. No regresaremos hasta el anochecer, así que asegúrate de dormir bien —ordenó el príncipe con voz tosca.

—Lo haré —asintió con una pequeña sonrisa, feliz de notar que Katsuki había relajado un poco sus expresiones faciales y ahora lo contemplaba con la misma calma que al inicio de la charla—. Habrá que marcharnos pronto, ¿verdad? Sino, correremos el riesgo de que nos descubran los faraones... —masculló.

—Por supuesto que nos iremos temprano, idiota —refunfuñó el príncipe mientras entrecerraba los ojos—. No pienso correr el riesgo de que mis estúpidos padres me obliguen a pasar todo el día en compañía de ese inútil.

—Pero príncipe, nada más salgamos del palacio, te reconocerán. Quizás yo pase desapercibido, pero usted... Es bastante llamativo —susurró Eijirou mientras apretaba sus manos contra su propio pecho, desviando la mirada por temor a lo que fuese a decirle Katsuki como respuesta—. ¡No es como si fuese algo malo, al contrario! Probablemente es el príncipe más interesante que he llegado a ver jamás.

—No hay problema, tengo preparado todo para mañana. Muchas veces me he escabullido de Izuku, así que esto de huir a la ciudad no me supondrá ningún problema, e incluso teniéndote ahora como ayudante se me hará mucho más fácil —respondió con altivez el príncipe, relamiendo sus resecos labios—. Y una sola palabra de esto a mis padres, y estás muerto, ¿lo entiendes? No quiero enterarme que me has traicionado el primer día que te tengo a mi servicio —espetó mientras se levantaba de su puesto, dirigiendo una mirada asesina hacia Eijirou.

—Confía en mí. Quizás esté sirviéndote en contra de mi voluntad, y es lógico que no tengas confianza en mí, después de todo he llegado justamente hoy a tu servicio —comenzó a hablar con una sonrisa solemne—, pero no voy a traicionarte, después de todo, no ganaría nada haciéndolo.

—Eso espero. —Katsuki comenzó a caminar hacia el interior del palacio, dejando a Eijirou todavía sentado en la fuente del jardín—. Voy a continuar haciendo ejercicio en mi habitación, pero no estás autorizado para ir conmigo. Simplemente dedícate a vigilar que mis padres no quieran entrar en mi habitación, es lo único que te pido por hoy.

Eijirou asintió y siguió al príncipe hasta su habitación, donde este se encerró sin decirle una palabra más al pelinegro, quien al saber que no podría irse a su cuarto designado hasta que la noche se cerniera sobre todo Egipto, decidió apoyarse contra la puerta a la par que se sentaba, divirtiéndose ante la idea de que prácticamente se había convertido en el perro guardián del futuro faraón, pero francamente, era mucho más sencillo aquello que tener que pasar todo el día frente al campo, trabajando arduamente durante todo el día para conseguir los recursos necesarios para sobrevivir. Ahora, en cambio, solamente debería obedecer todos los deseos del príncipe, cosa que no se le dificultaría tanto, y al parecer la mayoría de los recados serían sencillos, a excepción del deseo que se le había sido expresado para el día siguiente, uno que quizás podría llegar a ser bastante peligroso si les llegaban a descubrir. Tal vez Katsuki estaba libre de peligro, pero nadie dudaría en ejecutarlo si sabían que ayudaría al príncipe a fugarse por un día.

Suspiró mientras cerraba levemente los ojos, pensando por primera vez en los últimos tres días en su familia, preguntándose cómo estarían estos ante su pérdida. Sabía que ellos estaban al tanto de que si era lo suficientemente diligente estaría a salvo, pero debían estar preocupados por él, pues jamás habían estado tanto tiempo los unos alejados de los otros. Eran sencillamente una familia inseparable, y que ahora por aquel desliz hubiesen sido separados había sido un muy mal trago tanto para Eijirou como para sus padres, y agradecía enormemente que estos no se hubiesen resistido ante su captura. De otro modo, podrían haberse expuesto al peligro, y el pelinegro prefería ser él el único en problemas antes que saber que sus seres más cercanos podrían estar a punto de morir por su culpa.

La primera media hora pasó de forma relativamente normal, solo interrumpida por el sonido de otros de los sirvientes o personal de los faraones que pasaban por allí, pero lo que realmente no esperaba era que, en mitad de su vigilia por velar por la seguridad de Katsuki, se escuchase un gran revuelo en el salón donde había sido recibido aquella misma mañana, por lo que decidió ir a investigar para comprobar si los faraones estaban bien o no, creyendo que no sucedería nada por abandonar su vigilancia por unos simples minutos, y guiándose por sus instintos pronto se encontró frente al gran portón del gran salón de eventos del palacio, pero la puerta estaba abierta de par en par, y aunque no hubiese ningún guardia vigilando, decidió ser sigiloso y observar detrás de la pared el interior del lugar para corroborar si todo estaba yendo bien.

Sus ojos vagaron por cada rincón de la sala, pero entonces sus pupilas pararon sobre tres misteriosas figuras que no había visto hasta ahora, las tres ornamentadas completamente, repletas de joyas, objetos valiosos y telas increíblemente costosas y de apariencia elegante. Fue entonces que supo que esas tres personas no podían tratarse ni más ni menos de la dinastía Midoriya, y sus sospechas se rompieron nada más notó una cabellera rizada oscura con reflejos verdosos que se encontraba arrodillado ante los faraones de Alejandría, posiblemente rindiéndoles tributo y demostrando su gran educación. Esa figura joven no podía pertenecer a nadie más que el príncipe Izuku, y entonces cayó en la cuenta de que habían llegado más temprano de lo previsto, por lo que a la mañana siguiente no podrían fugarse de ninguna manera, pues Katsuki sería descubierto casi al instante contando con la gran cantidad de soldados que parecían comenzar a hacer vigilancia alrededor del palacio. ¿Sería que los faraones ya eran conscientes del plan de fuga de su hijo y por ello mandaron a revisar cada rincón para evitar que este se escapara del palacio?

Cerró los ojos con fuerza, sin saber muy bien lo que debía hacer a continuación, y entonces decidió tomar una arriesgada decisión ante aquella inesperada visita por parte de los Midoriya, y comenzando a caminar de forma apresurada hacia la habitación del príncipe Katsuki repasó mentalmente los pasos que deberían seguir para poder salir del palacio sin ser descubiertos por los soldados. El sudor comenzó a resbalar por su frente, no acostumbrado a tener que pensar en estrategias de escape, acostumbrado a su vida normal y corriente frente a los cultivos. Pero, si quería servir correctamente al futuro faraón, debería comenzar a hacerse a la idea de tener que idear distintos planes si es que situaciones como aquellas volvían a desarrollarse o incluso para poder vencer al príncipe en la futura pelea que le diese la libertad.

Porque la fuerza no lo era todo, y eso lo tuvo más que claro al notar los inteligentes movimientos del príncipe en su duelo. Parecía realmente experimentado en todo el asunto de batalla, tanto física como mentalmente, como si idease cada uno de sus los movimientos antes de ejecutarlos con increíble maestría, y parecía incluso mucho más profesional que los guardias que custodiaban el palacio en esos mismos momentos. ¿Cuánto le costaría a Katsuki el poder vencer a uno de los generales de las legiones que luchaban por su reino? Probablemente escasos minutos, y eso volvía a Katsuki un faraón incluso más interesante de lo que ya parecía.

—¡Príncipe Katsuki! —exclamó Eijirou mientras llamaba la puerta de la habitación del príncipe repetidas veces, golpeando con gran fuerza la madera para así interrumpir la rutina de ejercicio que estuviese ejecutando el rubio cenizo en el interior.

Este, no tardó mucho en abrir la puerta con el ceño fruncido, el cabello pegado a su frente por culpa del reciente sudor y su rostro rojo por la ira sentida ante la repentina interrupción del pelinegro, pero nada más observó atentamente la expresión de pánico de Eijirou, supo que algo muy malo estaba sucediendo y decidió que solo por aquella vez escucharía lo que su sirviente tuviese que contarle, por más ira que estuviese sintiendo en ese mismo instante por su repentina interrupción.

—¿Qué sucede? —cuestionó con frialdad mientras limpiaba el sudor de su frente, y entonces fue cuando Eijirou finalmente terminó con sus dudas.

—El príncipe Izuku ya está en el palacio, su alteza —se apresuró a decir, nervioso—. Hay que fugarnos ahora mismo.

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