Capítulo 1
¿Miedo? Por supuesto que tenía miedo, no había sensación mayor que aquella dominando su cuerpo en ese mismo momento mientras temblaba trastornado por cada uno de los cuidados que estaban otorgándole algunas de las criadas más fieles de la reina-faraón Mitsuki, acicalando su cabello pelinegro hasta lograr que sus más rebeldes mechones permanecieran en una posición fija, alisando completamente su pelo hasta conseguir el objetivo que estaban persiguiendo: hacerlo ver algo más presentable y que así pudiese sentirse algo más instalado y seguro en su futura vida en el palacio, pero él, desde lo más profundo de su corazón, sabía que aquello no sería posible. Cuanto menos, intentaría poderse instalar en esas majestuosas y lujosas habitaciones que había logrado ver a lo largo de las pocas horas que llevaba allí, no tenía más remedio. Incluso con los pensamientos más positivos, tenía miedo de lo que le pudiese suceder allí si no continuaba con su fachada de falsa seguridad hasta el final, pues el príncipe no parecía ser alguien que aguantara a las débiles.
O al menos, eso demostraba la apariencia de Katsuki, y no había manera de que Eijirou lograra olvidar esos ojos rubíes, perspicaces y llenos de una sabiduría que no lograba comprender a la perfección. Era una mirada segura de sí misma, como si no dudara de ninguna de sus palabras y cada una de sus oraciones, o por lo menos las pocas que había logrado escuchar siendo pronunciadas por esos finos labios, eran firmes, imperturbables, como si cada una de estas fuese pensada correctamente antes de ser dichas en voz alta, y de alguna manera aquello acabó por llenar de curiosidad a Eijirou, quien a pesar de haber escuchado tantos malos rumores acerca del príncipe, sabía que no todos eran reales y que no podía ser tan malvado como lo pintaban las malas lenguas que rondaban por los pueblos del reino.
—Mira, niño. El príncipe Katsuki es una persona bastante complicada de tratar, ni siquiera sus propios padres saben muy bien cómo controlarlo y hacerle asumir el poder de la dinastía Bakugou, por lo que te recomiendo de todo corazón que no lo contradigas si no quieres morir. Él no titubeará en mandarte a ser alimento para sus mascotas. —Un hombre de largo cabello azabache oscuro recogido en una coleta baja se dirigió hacia el joven que estaba aun siendo vestido de forma adecuada para su convivencia en el palacio—. ¿Lo entiendes? El príncipe siempre ha sido la autoridad aquí, inclusive ha llegado a controlar al mismísimo faraón para conseguir sus más impuros objetivos, pero no dejes que eso te intimide. Si hay algo que el príncipe no soporta, es la gente cobarde, así que continúa fingiendo si quieres conservar tu vida en este palacio —aconsejó el hombre.
—Lo entiendo —titubeó en respuesta el pelinegro mientras alzaba su espalda en una posición segura y erguida, dejando soltar un bufido que entremezclaba tanto el temor de tener que convivir con una persona descrita así tanto la curiosidad que le daba el saber cuánto tiempo podría aguantar con vida en el interior de las majestuosas paredes de aquel palacio, comprometiéndose a esforzarse todo lo posible para saldar su deuda y salir de allí con vida.
No pensaba morir asesinado por cometer una falla, mucho menos si aun le quedaba mucha vida por delante y tenía aun sueños que cumplir, como el poder encontrar el amor de su vida y formar una familia llena de felicidad a la cual poder sacar adelante por sus propios medios, sin la necesidad de ayuda por parte de un tercero, aunque sabía que eso sería bastante complicado, pues en su día a día poquísimas personas lograban vivir el hermoso romance con sus almas gemelas que tantos deseaban, siendo la mayoría de matrimonios de su pueblo personas que en el momento de su unión matrimonial no se amaban y jamás llegarían a amarse, unidos en aquel pacto de por vida a causa de sus padres, quienes deseaban sacar algún beneficio por parte de ese casamiento, la mayoría de veces haciendo trueques por las vidas de sus hijas. Para su mayor lamento, sus mismos padres habían sido forzados a casarse, aunque con el paso del tiempo se comprometieron a conocerse lo mejor posible y hoy en día habían logrado formar un gran lazo sentimental del que pocas personas podían disfrutar, cosa que había hecho creer a Eijirou que el verdadero amor no era una tontería con la que poder jugar las veces que desearas, sino que era algo mucho más profundo que traspasaba toda barrera que hubiese en frente.
—Entonces debes saber también que el príncipe Katsuki no tiene muy buen temperamento, así que deberás aguantar sus reproches durante mucho tiempo, así que te aconsejo que te vayas haciendo a la idea de tener que soportar sus regaños a todas horas —volvió a aconsejar el hombre, quien parecía haber estado al servicio de la dinastía Bakugou desde hacía muchos años, probablemente desde el nacimiento del primer y único hijo de los actuales faraones—. Y pobre de ti si llegas a quejarte cuando se enfade contigo. Como mínimo, mandará a que le hagan una túnica con tu piel, la cual probablemente arrancaría de cuajo de tu cuerpo.
—Haré mi mejor esfuerzo para poder servir al príncipe, lo juro —titubeó el pelinegro mientras una fina capa de sudor bañaba su rostro, pasando por la fina línea de maquillaje oscuro que cubría sus ojos y que tanta molestia le estaba provocando—. Aguantaré cada uno de sus enfados si eso llega a hacer feliz a su majestad —afirmó con una sonrisa nerviosa, bajando la cabeza para mostrar respeto hacia aquel hombre, quien hizo un gesto afirmativo con la cabeza, satisfecho por la respuesta del más novedoso sirviente del palacio.
—Puedes marchar hacia los aposentos del príncipe, allí, él te dará todas las indicaciones y órdenes que debas seguir al pie de la letra. Si es necesario, un escriba puede apuntarte la lista de leyes que se deben respetar en el interior del palacio, así procurarás mantener a salvo tu vida de forma más segura y precavida posible.
—No es necesario, tengo buena memoria —le dijo el muchacho de ojos rubíes mientras comenzaba a caminar hacia los aposentos del príncipe, curioso ante el sonido que producía la suela de sus sandalias, proporcionadas directamente hacia él por parte de la reina-faraón, a cada paso que daba contra aquel pulido suelo, dándose cuenta de las grandes diferencias que habían entre un lugar de tanta importancia con su sencillo hogar y sintiendo una pequeña brizna de envidia en lo más profundo de su corazón, pensando en lo mucho que desearía poder vivir en un lugar así en completa libertad.
Cuando llegó frente a la puerta que según las palabras de las demás sirvientas del palacio se trataba de la entrada a la habitación del príncipe, el chico retrocedió con una mirada de sorpresa y admiración al darse cuenta de que en esta habían pintadas unos cuantos jeroglíficos. Él era capaz de comprender algunas palabras e interpretar algunos de aquellos característicos signos gracias al escaso aprendizaje que había aprendido en su villa, y nada más echó un vistazo a los caracteres que decoraban la puerta de entrada a la habitación del príncipe, supo que se trataba del jeroglífico anj, cuyo significado era "vida".
Si bien recordaba, en las demás puertas que había podido mirar del palacio, no había ningún jeroglífico en su superficie, por lo que no comprendía el por qué justamente en el cuarto del príncipe estaba escrito aquel símbolo, aunque no tenía motivo alguno para reprochar los deseos de su majestad, así que dejó de observar y dio unos cuantos toques sobre la superficie para poder hacerle saber a su dueño que ya estaba preparado para comenzar con su nueva vida de esclavo, pero no se esperaba que cuando el príncipe Katsuki le abriera el acceso a sus aposentos, este se hubiese deshecho de todas sus lujosas prendas y extraído su fina capa de maquillaje de los ojos, habiéndose vestido con una simple pieza de ropa de lino, parecida a la que los campesinos utilizaban a la hora de trabajar, y que sus cabellos estuviesen pegados a su frente y a los músculos de sus brazos, como si hubiese estado haciendo ejercicio durante un buen tiempo, cosa que lo extrañó en demasía y que hizo que desviara el rostro por respeto al príncipe, quien lo escudriñó de arriba a abajo con una mirada algo confundida, como si no comprendiera el por qué estaba vestido de una forma tan formal.
—¿Quién dijo que necesitabas estar presentable para servirme, idiota? —habló con reproche el príncipe, pasando su mano por su frente para sacar la transpiración que comenzaba a evaporarse debido al calor—. No es necesario que respondas ni que entres a mi dormitorio, vamos a ir a un mejor lugar, sígueme —ordenó el rubio cenizo mientras cerraba la puerta tras él y comenzaba a caminar con seguridad por los pasillos del palacio, siendo seguido por un callado Kirishima que no tenía la menor idea de lo que podía hacer para sacar algún tema de conversación, por más mínimo que fuese, pues no estaba acostumbrado a tratar con gente agresiva, y mucho menos estaba acostumbrado a tratar con gente agresiva que poseyera tanto poder como Katsuki.
Cuando menos se lo esperaba, el príncipe Katsuki giró hacia una dirección que solamente podía llevar a un lugar: el jardín del palacio, y pronto Eijirou se encontró rodeado de una cantidad exuberante de naturaleza y de verdor, todo aquello combinando una selección de árboles puramente ornamentales, al parecer ninguno de ellos podía producir algún fruto en específico, ni siquiera dátiles, y flora que a duras penas lograba reconocer, pero lo más bello de todo aquel espectáculo era una grandiosa fuente de agua que había en el centro de todo aquel majestuoso jardín y sobre la cual flotaban algunos nenúfares de dudoso origen. Alrededor de la fuente, por la cual brotaba el agua de forma tranquila y silenciosa, había una pequeña zona elevada en la cual Katsuki tomó asiento sin siquiera avisar a Kirishima, cerrando los ojos y exhalando tal como si estuviese aliviado por finalmente estar alejado de todo el personal del palacio, pues como Kirishima pudo corroborar, allí no estaban más que ellos dos, disfrutando del ambiente pacífico y relajante que todas las plantas y el suave y melifluo sonido de las aguas burbujeando lograban crear en el corazón de los dos chicos, logrando que el pelinegro olvidase por un instante todos los temores que le habían llevado hasta allí, logrando que de forma inconsciente su cuerpo se destensara y que sus pulmones tomaran oxígeno de forma pausada y relajada por primera vez en aquella semana.
El príncipe Katsuki pareció percatarse de aquel gesto de relajación por parte del pelinegro, pues le dedicó una soberbia sonrisa mientras le indicaba con un duro gesto de mano que se sentara a una distancia considerable de él, cosa que el chico no dudó en hacer, dirigiéndose hacia su superior con los labios unidos en una línea serena, aun observando con gran curiosidad la gran cantidad de plantas que lo rodeaban, siendo que jamás había tenido la oportunidad de admirar un sitio de tal calibre y belleza, acostumbrado a las áridas arenas de su pueblo y a las aburridas calles que lo conformaban, y ahora que se encontraba en aquel palacio, sabía que todas esas posibilidades que alguna vez le parecieron imposibles ahora se abrirían ante sus ojos de forma infinita. ¿Qué limitaciones tendría si llegaba a poderse hacer con una pequeña porción de confianza por parte del príncipe?
—Es hermoso, ¿verdad? —cuestionó el príncipe con una voz algo más relajada, observando cómo su sirviente respondía con un asentimiento de cabeza, maravillado por el espectacular lugar donde estaban ahora mismo—. Lo mandé a construir cuando tenía ocho años. Me encantan las plantas, en especial los árboles más grandiosos que puedan existir, y nada más pude decidí pedir expresamente a mis padres que hicieran algo con la zona más vacía del palacio. Siempre que quiero olvidarme de mis obligaciones como faraón, vengo aquí y disfruto de la calma que transmite cada rincón de este jardín —explicó. A medida que hablaba, su voz se iba tornando más suave, levemente melancólica, como si extrañase los buenos tiempos de su infancia, pero Eijirou lo comprendía a la perfección.
Él, como todo ser humano, anhelaba tener su tiempo privado, poder dejar de pensar en sus labores por un momento después de pasar todo el día trabajando para lograr que sus padres no acabasen en la ruina, pero desde que cumplió los diez años tuvo que dedicarse día y noche a los cultivos y a poder ayudar a su madre con los quehaceres del hogar, cosa que le privó de todos sus pasatiempos, los cuales alguna vez se basaron en jugar con todos sus amigos o hacer ejercicio junto a ellos, y lo volvieron una persona algo más sensible al no poder expresar de la forma más sana toda la presión que llevaba sobre los hombros, y suponía que Katsuki sentía esa misma presión y estrés sobre su cuerpo, incluso mucho peor que la suya, siendo que este era el príncipe de Alejandría y el futuro faraón. Era casi inimaginable para él pensar en la cantidad de tareas que su superior debería realizar para su ciudad y para cumplir las peticiones de sus ciudadanos de la manera más prolija y excelente posible, y tan solo pensar en aquello lograba que su cabeza comenzara a doler en gran medida. Al parecer, la vida de los faraones no debía ser tan sencilla como tanta gente ignorante la pintaba.
—Luchemos —espetó de forma repentina el príncipe mientras se levantaba de su asiento, tendiéndole de forma disgustada la mano a Eijirou para que este pudiese levantarse, y al ver la mirada confundida del más joven soltó un quejido de molestia mientras decidía explicarse mejor—, si vas a ser mi sirviente, quiero comprobar si eres lo suficientemente bueno para igualar una pequeña parte de mi fuerza, aunque lo dudo bastante, después de todo soy considerado el mejor guerrero de toda Alejandría, aunque no es como si mis demás soldados sean realmente buenos en sus tareas. Creen que por estar a mi servicio tienen derecho a hacer lo que quieran.
Los ojos de Eijirou brillaron en una confusión aun mayor, tomando la mano del príncipe con algo de cohibición y corroborando de que efectivamente la textura era realmente áspera, contrastando con la apariencia suave que presentaba su rostro sin arruga alguna, y su corazón comenzó a latir realmente rápido cuando se dio cuenta de la magnitud de las palabras de Katsuki, sin saber muy bien cómo este pretendía luchar contra él, quien jamás había combatido contra alguien por los valores éticos que se le habían sido impartidos desde muy temprana edad, creyendo que la violencia solamente se debía ejecutar cuando la situación lo necesitaba de forma obligatoria, y que ahora el príncipe le estuviese haciendo esa petición era simplemente ilógico. Si nunca había sido capaz de propinar alguna bofetada a las personas que le molestaban en su pueblo, mucho menos podría alzarle la mano a su majestad, pues, ¿qué sucedería si realmente lograba hacerle daño? Su vida peligraba en gran manera si llegaba a aceptar ese desafío de pelea, pero también peligraría si no lo obedecía. De una u otra forma, aquel podría ser su último día de vida, y le parecía enormemente triste el no haber sido capaz de poder despedirse de sus padres y de Kaminari, quien probablemente nada más se enterara de su muerte se culparía por el resto de su vida, y sabía las locuras que aquel rubio eléctrico era capaz de realizar en ese estado.
—Si estás pensando en que te mataré si me haces daño, estás muy equivocado —murmuró de forma fría el príncipe, soltando de forma rápida su mano una vez estuvo alzado—. Nunca mataría a una persona de una forma tan deshonrosa como esa, pero al parecer ni mis propios padres son capaces de comprender eso. Si quiero pelear contigo, es porque deseo poder medir mis fuerzas contra alguien cuya fisonomía sea parecida a la mía, y tú eres la persona perfecta para aquello. Además, tengo un trato que hacer contigo, pero es decisión tuya si lo quieres aceptar o no. —Katsuki entrecerró un poco los ojos al notar que Eijirou no respondía de ninguna manera—. Mierda, ¿eres mudo o algo así? Porque no te he escuchado hablar en todo lo que llevas de servicio.
—Lo siento, príncipe —masculló Eijirou, maldiciendo en su interior cuando se dio cuenta de que su disculpa había sonado demasiado temblorosa, lo que podría llevar a Katsuki a hartarse de él antes de tiempo—. Y acepto gustoso su desafío, no habría nada que me complaciese más que poder liberar un combate con usted.
—¿Ves? —masculló el príncipe mientras formaba una sonrisa repleta de orgullo y estiraba sus brazos, preparándose para el combate que estaba a punto de liberar con su sirviente—. No era tan complicado hablar, es más, incluso hablas mucho mejor que todo el resto de mis estúpidos soldados. Supongo que no ha sido tan mala decisión conservarte, aunque eso ya se verá con el paso del tiempo, ¿no?
Antes de que Eijirou pudiese responder, Katsuki se aproximó hacia él a una velocidad que abrumó por completo al pelinegro, quien recibió un limpio puñetazo en su estómago que le hizo retorcerse en su lugar, comprendiendo que Katsuki no tendría ningún tipo de piedad, por lo que él no tendría más remedio que utilizar los mismos métodos de pelea para no acabar perdiendo de forma humillante. Se había decidido a poder cumplir todas las órdenes que el príncipe le hiciese, así que debía esforzarse para darle el combate que parecía estar esperando durante tanto tiempo. Con ese pensamiento en su mente, Eijirou recuperó su compostura y esperó pacientemente a que el príncipe volviese a abalanzarse hacia él, esta vez correspondiendo con un rápido movimiento de brazo que logró alcanzar la mejilla y formar un corte en el futuro faraón, quien se quedó quieto en su lugar mientras le observaba con algo de sorpresa, tal como si quisiera decir algo. En ese momento, el pelinegro temió por su vida, pero su corazón continuó latiendo de forma tranquila cuando vio que el príncipe limpiaba la sangre que escurría de su mejilla para volver a golpearlo con fuerza en el estómago, utilizando esta vez una fuerte patada para poder hacerle incluso aun más daño.
Eijirou no se quedó de brazos cruzados, divertido por la atmósfera agresiva que comenzaba a formarse, y cuando notó que Katsuki iba a aprovecharse del dolor en su estómago para volverlo a golpear, se desvió de su trayectoria logrando así que el príncipe se tropezara, cayendo de bruces al suelo, pero esa repentina ventaja no duró ni un par de segundos, pues el rubio cenizo se repuso en su lugar y se abalanzó sobre él, tomando su brazo derecho y doblándolo con fuerza hasta que Eijirou soltó un quejido de dolor que le brindó instantáneamente la victoria al príncipe, quien soltó una limpia y profunda carcajada de orgullo, respirando de forma rápida por las fuerzas gastadas en el combate y sujetando todavía el brazo de su sirviente para evitar que este se levantara. Por su rostro, parecía satisfecho ante aquella lucha que habían librada, pero eso fue algo de lo que Eijirou no pudo percatarse por estar obligado a mirar el suelo por la posición incómoda y dolorosa en la que habían quedado tras que el rubio se alzara con la victoria.
—Príncipe Katsuki, ¿podría liberarme, por favor? —preguntó el joven pelinegro mientras tragaba saliva e intentaba regular su respiración, sintiéndose de alguna manera mucho mejor al haber combatido contra su majestad, tal como si hubiese podido liberar toda la rabia que llevaba acumulando en su interior en cada uno de los golpes que le había propinado al contrario, y si este le preguntara por volver a pelear, no dudaría ni un segundo en decir que sí.
—No está mal... —murmuró el rubio cenizo mientras volvía a pasar su mano libre por su mejilla sangrante, sonriendo con arrogancia ante su sirviente e ignorando sus palabras—. Voy a proponerte algo, escucha bien: el día en el que me puedas vencer en un duelo, serás libre de marcharte a tu hogar. ¿Aceptas o prefieres servirme por el resto de tu vida? Porque yo no tengo problema con tener un sirviente hasta el final de mis días.
—¿Solo eso? —preguntó asombrado el pelinegro mientras comenzaba a notar que el agarre de Katsuki sobre su brazo comenzaba a aflojarse, feliz por esos pocos requisitos que le harían falta para poder marcharse del palacio y recuperar su libertad como ciudadano. Con algo de práctica y duro entrenamiento, no tardaría mucho en igualar en fuerza al príncipe, o incluso en llegar a superarlo por mucho, así que no podía negarse a aquel trato que le estaba proponiendo—. Por supuesto que acepto, mi majestad.
—Muy bien, tienes un espíritu fuerte —dijo maravillado Katsuki, preguntándose dónde había estado viviendo ese chico toda su vida. Con alguien como él, su ejército estaría incluso más completo, pues a parte de que con el entrenamiento justo lograría ser realmente fuerte, parecía ser una persona mucho más justa que el resto de soldados que habían estado a su servicio, pero por desgracia no podía quedarse sin sirviente, así que aquello quedaría como una simple idea que pronto olvidaría y que nunca más cruzaría su mente—. Levántate, debo explicarte las reglas del palacio —espetó, cambiando su voz a una algo más dura de golpe, dirigiéndose hacia el lugar en el que antes habían permanecido sentados, siendo seguido de un adolorido Eijirou que secaba el sudor de su cuerpo con la respiración todavía agitada.
—¿Cuáles serán las reglas que deberé obedecer, mi majestad? —preguntó con suavidad el pelinegro mientras dirigía una mirada escueta al príncipe, cruzando miradas y chocando sus orbes rubíes en un incómodo contacto visual que le hizo preguntar a Eijirou cuántas cosas sobre el príncipe serían ciertas y cuáles serían falsas.
—Primero que todo —empezó a hablar el príncipe mientras alzaba su cabeza con superioridad—. Deja de hablarme con tanta formalidad. Comprendo que lo hagas cuando hay más personas, pero me incomoda ser tratado de esa forma en privado. ¿Entendido? —Eijirou asintió con la cabeza, nervioso por la dureza en las palabras de Katsuki, las cuales le hicieron preguntarse el por qué a alguien de tanta grandeza no le gustaba que le recordaran el gran poder que poseía en sus manos—. Segundo: no hará falta que vistas con prendas que no te hagan sentir cómodo. Has sido un campesino toda tu vida, así que supongo que la ropa lujosa te hace sentir fuera de lugar. Tercero: no podrás revelar ninguna de la información que se te dada por mí a menos que yo lo exija, porque sabes muy bien lo que sucederá si llegas a revelar alguno de mis secretos, ¿verdad?
—No, Katsuki —respondió haciendo su mayor esfuerzo para hablar de forma informal, comenzando a respirar de forma nerviosa al ver que el príncipe comenzaba a acercarse hacia él, tomándolo por sus cabellos y obligando a Eijirou a conectar sus miradas de manera forzada—. ¿Q...Qué sucederá? —preguntó temeroso.
—Si llego a enterarme que has revelado uno de mis secretos, mandaré a que envenenen tu cuerpo de la forma más lenta y dolorosa posible a la par que eres devorado por los buitres que poseo a mi merced, obligándote a disculparte hasta que todo rastro de vida se disipe entre tus labios y confieses todos los errores que hayas cometido a mi servicio, ¿lo entiendes? —habló con frialdad el príncipe. Eijirou sintió un escalofrío recorrer su espalda, y no supo qué era lo que más temor daba, si el rostro inexpresivo con el que Katsuki habló o las palabras que había empleado para describir la muerte que le esperaba si llegaba a desobedecer sus órdenes.
—Lo entiendo, juro que jamás incumpliré una de aquellas tres normas —respondió de forma nerviosa Eijirou, notando con alivio cómo Katsuki dejaba ir sus cabellos y se alejaba de su rostro, relajando su expresión.
—Lo siento, pero debo mantener mis secretos a salvo, y aunque no me gustan las muertes injustas, no tendría más remedio que matarte —se explicó Katsuki, bajando su tono de voz y cerrando los ojos para disfrutar de la suave brisa que golpeaba su cara con delicadeza—. Y otra cosa más, no pienses que voy a ser tu amigo o algo así, nuestra relación será puramente de sirviente a faraón, así que no malinterpretes mis acciones cuando te trate bien. Eso es todo.
El príncipe Katsuki, tras decir todo aquello, se levantó de su puesto y comenzó a caminar hacia el interior del palacio, forzando a Eijirou a seguirlo a menos que quisiera perderse en mitad de los gigantescos pasillos del palacio, entrecerrando sus ojos algo pensativo. A pesar de que Katsuki lo había amenazado de tal manera, sentía que este realmente no había querido decirle tan crueles palabras, y no sabía si dudaba por el hecho de que su rostro parecía demasiado calmado al momento de amenazarlo o porque su voz parecía algo insegura ante esas palabras. Pero si sus deseos eran aquellos, Eijirou no tenía más remedio que cumplirlos, no tenía más opción que hacer caso a las palabras de su faraón.
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