Una puerta en el ropero

No toda la conversación con mi amigo se me había quedado en la mente, pero si la parte final, justo antes de la despedida. Noté algo en su tono de voz, en el gesto de su cara y en esa mirada suya que iba del suelo hasta mis ojos y luego se desviaba hacia su espalda como si tuviera miedo de que alguien lo estuviera siguiendo. Hasta el momento la charla no era nada para recordar, un intercambio de anécdotas pasadas sin pena ni gloria. Los típicos temas repetitivos. Pero entonces comenzó a hablar sobre brujerías, maldiciones, sueños extraños. Me nombró "la hora del diablo", a las 3:33 de la mañana, según aseguró, los espíritus podían acercarse más que nunca a nuestro mundo. Me habló de cosas que no podía entender y nombres que sonaban incomprensibles a mis oídos. Sin que lo interrumpiera siguió narrando sucesos de los que parecían haberse informado mucho o al menos con gran interés pues daba detalles, fechas, nombres y lugares como si yo le estuviera tomando examen. Experimentos rusos del sueño, posesiones en viejas aldeas Haitianas, la costumbre Europea de cubrir los espejos con sábanas o trapos cuando había un cadáver en la habitación porque según decían el espíritu quedaría atrapado en ellos si no lo hacían...
No lo interrumpí. Dejé que ese manantial de locuras y terrores surgieran de su boca mientras caminábamos por las calles soleadas del centro sentí que aquello era un descargo de algo que necesitaba sacarse de su interior, como arrancando la cáscara de una herida. Como amigo, escuché. Presentía algo en su forma de contar. Y como al buen pescador, la espera me fue reconfortada cuando su charla decantó en un tema en particular, sobre el que dio pocos detalles pero muy particulares.
-Creo que algo vive en mi ropero -dijo dubitativo.
-¿Algo? ¿Que cosa? -pregunté.
-Siempre escuché algún que otro ruido raro viniendo de ahí. Intenté no prestarle atención. Me decía que eran ideas mías, pero anteayer me puse a revisar entre las cosas, y encontré una puerta.

-Como en Narnia -le dije pero el solo me miró fijamente, como si mi interrupción lo hubiera molestado, y prosiguió.
-Estaba ahí, contra el fondo de la madera y me quedé helado cuando la vi. Imagínate. Ese ropero era de mi abuela, yo mismo lo había llevado para la casa cuando nos mudamos y estaba seguro de que no tenía ninguna clase de puerta adentro.
-¿La abriste? -le pregunté sin mucho interés en la respuesta. El estado mental de mi amigo comenzaba a preocuparme pero también el hecho de que a fin de cuentas era yo quien debía hacer algo. No podía dejarlo que en medio de esos delirios se fuera a su casa tranquilamente.
-Alguien golpeó del otro lado -respondió mi amigo, ignorando en parte mi pregunta. Miraba hacia adelante y estuve convencido de que si yo dejaba de caminar el seguiría.
-Tengo miedo -dijo y en efecto, me detuve para intentar decirle que parara el también, pero no lo hizo. Estiré mi mano pero a paso ligero seguía alejándose. Dobló en la esquina y cuando intenté hablar, ya era tarde y él estaba lejos. Tal vez así lo quise, francamente no lo se. Lidiar con la locura no es tarea fácil pensaba en ese entonces. Es como intentar abrir la mente de un artista, algún pintor famoso o tal vez un poeta, y observar la roja sangre que se escabulle entre los pliegues de su cerebro y pretender adivinar cómo crea su obra en cada nuevo latido de aquel órgano enigmático. Así me sentí frente a los cuentos de mi amigo. Como si un enigma hubiera comenzado a desarrollarse frente a mí y yo tuviera que resolverlo. Un enigma de los que no pides, y de los que sabes en el fondo que jamás encontrarás respuesta, como el de vivir, por ejemplo.
Deje que ese enigma se fuera andando entonces, tal y como había llegado. ¿Y no es así como hacen todos en cierta forma?

Las llamadas habían sido casi simultaneas. Por un lado el hospital donde una enfermera hablando lento y pausado, con un tono de abuela cariñosa, me dijo que en una de sus camas en estado de coma se encontraba mi amigo. Desconocía lo que le sucedía y me habían llamado porque el único numero de su celular era el mio. Aquello me extrañó, pero no tanto como enterarme de esa situación. La última charla que habíamos tenido era aquella donde el acabó yéndose mientras el delirio lo atrapaba aunque una parte de mí se preguntó en ese momento si el se fue o yo dejé que lo hiciera.
Había sido una pésima decisión, en cualquier caso.
Pero entonces otra llamada interrumpió a la comprensible enfermera. Se trataba de un abogado, a diferencia de la mujer él hablaba rápidamente y en pocos segundos me había nombrado un montón de nombres y números de leyes que desconocía. Entre un "esperemos que su amigo se recupere pronto" mezclaba un "Según lo dispuesto en un documento encontrado en su habitación pide expresamente su presencia en la dependencia bajo la dirección Avenida 18 de Julio y Obes para..."
Cuando se despidió de mí y pude retomar la charla con la enfermera solo me había quedado claro una cosa. La casa de mi amigo estaba por algún motivo a mi nombre al igual que varias de sus pertenencias. El abogado las había nombrado y me había pedido expresamente que fuera hasta la casa para comprobarlas por mi mismo. Mencionó una cama, una cómoda, prendas de vestir, pero solo hubo un objeto que se quedó merodeando en mi mente mientras la enfermera hablaba sobre los horarios de visita y preguntaba si conocía a familiares cercanos de mi amigo. El ropero. El ropero ahora me pertenencia.

Con el abogado llegamos a la casa. De algún modo tenía llaves y me las obsequió. Recorrimos el lugar que por lo demás era una casa pequeña para dos personas si acaso, con pasillos estrechos y algo húmedos. Un baño desde el que surgía un terrible mal olor y dos habitaciones pequeñas que habían sido amuebladas una como living y otra como cuarto. No habían espejos en ningún lado, lo cual me llamó la atención, ni tampoco cuadros, y cuando quise descorrer alguna cortina me encontré con que la tela estaba por algún motivo clavada la pared.
El abogado no lucía particularmente impresionado, supuse que habría visto casas mucho mas extrañas, o que en última instancia tenia mas trabajo por delante y poco le importaba el descuidado estado de un sitio que él no iba a limpiar ni ordenar. Más bien lució una débil sonrisa cuando me entregó la llave y se marchó, sabiendo que se quitaba un problema de encima y seguramente pensando en qué gastaría el dinero que mi amigo había pagado de antemano para aquella transacción.

Al principio no supe bien qué hacer. Me quedé solo, recorriendo lo poco que podía sin tocar mucho las cosas que no sentía como mías, en una casa que claramente no era mía sin importar lo que dijeran los papeles. Por acá y por allá seguía viendo desorden y falta de limpieza. Platos sucios, pisos sin barrer y sin lavar desde quien sabe cuanto, papeles arrugados en el suelo, prendas usadas. La cantidad de papeles me sorprendió, tomé uno entre mis manos y lo abrí para ver que contenía pero solo me encontré con un dibujo hecho a lápiz, bastante bueno he de admitir, de lo que parecía una enorme puerta de piedra decorada con símbolos un tanto extraños de bordes confusos y ennegrecidos. La puerta estaba cerrada pero de su interior parecían surgir los vestigios incoloros de unas llamaradas. Del otro lado también había un dibujo, un símbolo redondeado que no me sonaba conocido de ningún lado. Por casualidad puse la hoja contra la luz y me sorprendió ver que el símbolo estaba dibujado justo sobre la puerta al punto de que vistos de esa forma parecían encajar perfectamente el uno con el otro.
Dejando esas cosas donde las había encontrado continué mi recorrido y pude ver que los pocos libros que habían desparramados por aquí y por allá eran sobre brujería y ocultismo, así como también sobre conspiraciones y temas afines.

Abrí uno para mirarlo por encima. Parecían contener dibujos de seres muy extraños, inhumanos pero a la vez similares a los que uno podría soñar en terribles pesadillas. Sobre la letra de los libros, que nombraba a esos seres con nombres que no pude ni pronunciar, alguien, tal vez mi amigo, había escrito cosas. "Sugestión" decía. La frase "el convencimiento del sacrificio tiene que ser total" se encontraba subrayada.
"Uno por uno" estaba escrito a continuación sobre dicha hoja.
Dejé aquel libro absurdo junto al resto.
¿Por qué aquellos asuntos cautivarían tanto a las personas? ¿Qué habría de interesante en ellos? Pensé que quizá las preguntas, las grandes preguntas, que nos hacemos las personas estaban como divididas por una línea invisible. De un lado de la línea estaba todo de color blanco. El destino de la humanidad, el origen de la vida, el valor de la existencia, no era que en ese lado estuvieran las preguntas, sino que estaban las respuestas. Las buenas respuestas, las respuestas puras, estaba el Dios bondadoso y todopoderoso, el destino justo que a todos daba lo que merecían y guiaba con mano invisible hacia el bien, el otro mundo que ofrecería sus placeres de una inmortalidad preciada.
Y entonces estaba ese otro lado de la línea. Tampoco allí estaban las preguntas, solo las respuestas. Pero estas eran oscuras maquinaciones surgidas desde esa noche tenebrosa que por mucho que brille el sol, acaba llegando. La nada de la existencia humana frente a un vasto universo incomprensible. La poca importancia de las acciones para un mundo enorme, que era poco más que un grano de arena en el todo cósmico. Los terribles susurros de la oscuridad que podía rodearnos, si, pero anidaba en el interior de cada uno de nosotros. La muerte, la violencia, la guerra. El inminente final de ojos cerrados. Los rostros en las sombras, los pasos en la escalera. Un destino, quizá, se servidumbre y explotación a manos de "ellos".
En las sombra de las preguntas sobre el hombre no son los dioses quienes ofrecen respuestas, sino "Ellos", los terribles "ellos", los que acechan.

Abrí el ropero por supuesto. Lo revisé con cierta desgana. No esperaba encontrar nada y así fue. No había puerta alguna del otro lado, solo la madera hueca que toqué mientras movía alguna que otra prenda para revisar mejor. Mientras hacia esto noté una extraña marca en la esquina superior izquierda, como tallada contra la madera. Parecía alguna clase de símbolo de geometrías retorcidas, sin sentido para mí, pero entonces los papeles de antes me vinieron a la mente. Aquel dibujo era igual, o al menos muy parecido, al que estaba sobre aquel papel arrugado. Fuera de eso, todo era normal. Un ropero común y corriente, como el que usaba para guardar mis cosas y en ese momento descansaba en mi casa, en mi habitación. Recordé hasta qué punto conocía a mi amigo, los buenos momentos del pasado.Me pregunté qué clase de cosas tienen que pasarle a uno para que pierda la cabeza de esa manera. ¿Tendría que ver su actual estado de coma con aquellos delirios extraños y terribles que me narró en nuestro último encuentro? No sabía la respuesta pero tampoco lo dudaba. "Hay una puerta en el ropero" había dicho y le tembló la voz. Claramente la única puerta estaba en su mente, y parecía que ahora de alguna forma se había abierto de par en par y él había salido volando por ella. La noche llegó finalmente. No pretendía quedarme en la casa ni mucho menos. De hecho no tenía grandes ideas, lo primero que quería hacer al otro día era ir al hospital y comprobar el estado de salud de mi amigo. Mirando el reloj di una rápida recorrida por la casa. Pasé por el baño cuya puerta dejé cerrada en un intento de evitar el olor que surgía desde allí. Fui apagando las luces mientras me aseguraba de que todo estuviera más o menos como lo había encontrado. Mañana, después de ir al hospital, regresaría y vería que se podía hacer. Apagué la luz del living. Solo quedaba la del pasillo, el cuarto de mi amigo, y entonces estaría fuera de aquella carga repentina. Caminé por el pasillo, rumbo a la salida, cuando todo quedó apagado.
"Toc". Me detuve. ¿Se había caído algo? El sonido se escuchó como un golpe hueco, repentino y fuerte. Miré alrededor en la repentina oscuridad de la casa de cortinas cerradas y luces apagadas. Nada captó mi atención. Mis ojos sin embargo, se estaban moviendo incontrolables hacia la izquierda, en dirección al cuarto de mi amigo. Estaba en penumbras, pero pude jurar un destello de movimiento. Algo que me aceleró el corazón al tiempo que me hizo observar como hipnotizado hacia esa... esa figura que parecía desaparecer entre la puerta del ropero mientras la cerraba rápidamente tras de sí. Corrí a encender la luz de la habitación y clavé mis ojos en el ropero, de puerta cerrada. O casi. ¿Yo la había dejado entreabierta? Intente calmarme y respirar, tarea que de repente me estaba resultando bastante complicada. ¿Había visto algo de verdad? pensé de inmediato ahora que las luces inundaban aquel cuarto. El ropero seguía allí. De madera algo grisácea, parecía uno de esos modelos antiguos aunque a mi juicio todos lucían así con un par de meses de uso. Las patas sobre las que se sostenía eran cuatro grandes pedazos de madera pulida y las puertas dos grandes y aparentemente bien cuidadas piezas de madera del mismo color, con un picaporte redondeado de estilo medieval. Bajo la luz parecía emitir un cierto brillo apagado, como un papel al sol. No todo, claro está, pues en esa pequeña rendija entreabierta en la puerta mal cerrada no había brillo alguno, ni tampoco luz. Solo una fina línea oscura que no debería estar allí si la puerta había quedado bien cerrada, y yo estaba seguro de eso. Me encaminé de nuevo hacia el ropero, dubitativo. De repente imaginé que aquello podía ser una trampa. La carnada para atraerme. Era ilógico pensar así. Digo, ¿quién podía estar escondiéndose dentro de un ropero? Además yo mismo lo había revisado y comprobado que no había nada extraño en él. Ninguna puerta, ninguna nada. Y sin embargo, dudé. Me acerque lento, con los puños apretados, listo a correr a la primera sensación de que algo fuera mal. Sin querer mirar por ese oscuro abismo que era la rendija, cerré la puerta empujándola con fuerza para asegurarme de que permaneciera así. Me di media vuelta entonces dispuesto a regresar por donde había venido. Allí apareció otra vez. No era el golpe seco de antes, pero era algo tal vez peor. Un sonido siseante, que penetró en mis oídos y me fue dejando paralizado en el lugar. Un sonido... pausado. Pesado. Una respiración lenta. Y provenía de un solo lugar. Me giré en redondo al tiempo que retrocedía. Clavé la mirada en el ropero de puerta ahora cerrada. Estaba seguro de que el sonido provenía de allí. Comencé a alejarme cada vez más rápidamente. Mi celular sonó cuando estaba casi fuera del cuarto. Un acto reflejo me llevó a tomarlo y atender.
-Hola -dije con la voz pasmosa. De repente parecía que no hubiera hablado en meses.
-Señor Mirnez. Lo llamamos desde el hospital Galeno -dijeron del otro lado para luego agregar que mi amigo había sufrido un episodio extraño. Había despertado, dijo la voz de quien supuse era un enfermero. Pero se encontraba nuevamente en coma. Solo había permanecido despierto unos segundos, cuando alguien del personal intentó lavarlo. Yo escuchaba todo eso mientras que mis ojos estaban clavados en el ropero cuya puerta permanecía cerra... cuya... cuya puerta estaba abriéndose apenas, como empujada por un viento suave. Cuya puerta, dios me proteja, se estaba abriendo. Del otro lado siguieron hablando, llegué a escuchar algo así como que mi amigo había dicho al despertar "todavía lo oigo, todavía oigo los golpes" pero entonces el golpe se escuchó a mis pies cuando el celular cayó de mis manos al piso. Allí estaba él. Se encontraba asomándose apenas por entre un saco y una camisa vieja colgada de la percha. Sus ojos brillaban en la oscuridad, como una lágrima de puro terror. Su rostro sonriente no ocultaba una sola pizca de la locura que antes le había visto. Mi amigo, si, mi amigo estaba allí, claramente dibujado en el interior de aquel ropero, mirándome fijo y sonriendo. Estiró su mano entonces y con un largo dedo me hizo señas para que me acercara. Yo no entendía nada, no comprendía nada. Pensé en correr de inmediato, y se que quizá hubiera sido eso lo más lógico, pero no fue así. Quizá pensé "no esta vez", pero como fuera, me acerqué.
-Me atrapó -dijo sin que yo pudiera articular palabra alguna. -Me atrapó finalmente. Y no me dejará salir hasta que tu abras la puerta -la voz de mi amigo sonaba ronca y verlo allí acurrucado y desnudo entre las prendas de ropa, al fondo del ropero, era una visión aterradora.
-¿Que quiere decir eso? -pregunté totalmente desorientado.
-Por eso te dejé la casa a ti. El único que puede abrir la puerta. Tienes que abrir la puerta -pero entonces una mano surgió de algún lado que no pude ver y sujeto a mi amigo por la muñeca. La mano era demasiado grande para ser de un hombre y sus dedos aferrados parecían quemar la piel de mi amigo. -Tienes que abrir la puerta, con la marca, abre la puerta -comenzó a gritar este mientras yo retrocedía por el horror y la locura de todo aquello, retrocedía al tiempo que esa mano arrastraba a mi amigo al interior del ropero sin que este dejara de gritarme que yo debía abrir la puerta.

Desperté en medio de un titilante haz de luz. Creí que era el amanecer pero sólo entonces comprendí que era la luz del cuarto que prendía y apagaba. Los recuerdos llegaron a mi mente como un destello de esa misma luz, potente, rápido, me incorporé de un salto y atiné a correr hacia la puerta antes de pensar en nada. Solo me detuve una vez que estuve fuera del cuarto y entonces tomando aire, observé aquel ropero. Su puerta cerrada, sus colores tales y como los recordaba, era sencillamente el mismo objeto de antes, sin rastro de nadie en su interior. Al menos no habían sonidos, ni algo parecido. Quizá fuera una nueva fuerza del reciente despertar, pero algo me impulsó a correr hacia aquel objeto y abrir en par en par sus puertas viejas. Allí estaban los pantalones colgados. Las camisas. Algún calzado y cajas sin contenido visible. La pared de madera al fondo con la marca en la parte superior izquierda, y, claro está, nada más que eso. ¿Había sido todo un sueño? ¿El estrés jugándome una mala pasada? Solo por si acaso pasé mis dedos por la madera del fondo. Sólida, firme. La golpee. Hueca. Volví a darle un golpe, esta vez un poco más fuerte. Como guiado por un repentino impulso saqué toda la ropa que pude de las perchas para tener más espacio y entonces, envolviendo mi mano en una camisa, lancé un golpe con todas mis fuerzas contra la madera del fondo. Esta crujió y aunque no llegó a despedazarse, si se partió con la suficiente facilidad lo que me guió a dar un par de golpes más que acabaron por tirarla. Mi curiosidad había sido recompensada. Era aquella una pared falsa. Una madera puesta por otra persona, seguramente por mi amigo en un intento de ocultar aquello que mostraba la verdadera pared del ropero. Tampoco se trataba de una puerta, eso es verdad. Era más bien una silueta, una mancha quemada contra la madera, que semejaba el alto y ancho de una puerta común e incluso su picaporte. "Abre la puerta" había dicho mi amigo. Algo lo tenía, y yo debía abrir la puerta. Intente golpearla de la misma forma pero está vez no sirvió de nada. La madera parecía mucho más sólida y además me di cuenta de que, aunque golpeara y rompiera la madera, ¿de que serviría? Mi amigo había dicho que la abriera, no que la destrozara, y en todo caso si hacia eso solo llegaría al otro lado de la pared contra la que el ropero estaba apoyado.Entonces recordé la marca. El dibujo y la marca. "Úsala" había dicho antes de desaparecer. Busqué entre los pedazos de la madera falsa. Allí estaba aquella marca que antes se veía contra el extremo superior izquierdo. Corriendo fui hasta la cocina y traje un cuchillo. Sin saber bien qué sucedería, pero sin esperar porque sabía que mi amigo me necesitaba, comencé a trazar los símbolos contra aquella silueta de puerta. Lo hice de la manera más parecida, tomando en cuenta los nervios y el miedo que sentía con cada nuevo movimiento del cuchillo sobre la madera y el pulso que no paraba de temblarme. Acabé. Y lo supe porque justo en ese preciso momento la silueta de la puerta comenzó a emitir una luz extraña, como de fuego espontáneo y el ambiente se cubrió todo de un olor a quemado muy potente al tiempo que una figura salió volando hacia mi de repente y ante mis ojos sorprendidos me atravesó de lado a lado como una corriente de aire.
-Gracias -dijo mi amigo, a quien vi allí parado, al girarme, justo detrás de mí, tan desnudo como antes. -Sabia que si alguien podía hacerlo eras vos -. Se lo veía sonriente, firme, en cierta forma más alto, mas fornido, sano, mejor. Intenté abrazarlo pero entonces algo me detuvo. Clavé mis ojos en aquella mano, que sujetaba ahora mi muñeca. Una mano enorme que apretaba como grilletes ardiendo y surgía del interior de aquella silueta que semejaba una puerta. Intenté articular un grito pero no pude.
-En cierto momento no pensé que fuera a funcionar -escuché que dijo mi amigo. -Pero ahora lo entiendo. Me siento fuerte, como nunca antes. Ahora solo tengo que volver a mi cuerpo y listo. El ritual estará completo. ¿Lo entiendes verdad? Que no es personal. Pero se necesitaba un sacrificio. Uno por uno. Así son estas cosas. Y el tiempo que vivas ahí adentro viviré yo aquí afuera y tu salud que se apaga será la mía que se fortalece. Pero no te preocupes. Esta casa quedará en desuso, así que seguramente alguien vendrá a ella eventualmente. Y ahí solo vas a tener que pedirles que abran la puerta, como hiciste conmigo.
Y entonces se dio media vuelta, alejándose a paso tranquilo.
Yo intenté soltarme mientras lo llamaba a gritos pero ahora eran dos las manos que me sostenían y mi carne se quemaba con el contacto. De repente otra mano surgió de la silueta chamuscada de aquella puerta para sujetarme por el hombro. Y otra. Y mi cuerpo se vio levantado en el aire con una fuerza que no pude resistir y solo atiné a gritar con desesperación mientras me tiraban hacia el interior de aquel ropero y la luz del cuarto era engullida por las puertas que se cerraban de par en par.

Oscuridad y fuego. Miedo, y desesperación. No había luz en las tinieblas, solo gritos de miseria. ¿Seria acaso producto de mi desgarrada garganta? ¿Cuanto tiempo habría pasado? Pero entonces escuché un sonido familiar. Una voz y una leve, apenas perceptible luz, que se filtraba por algún lado.
-¿Señor Mirnez? Soy el abogado -dijo la voz de un hombre que me sonaba familiar. -Olvidé pedirle la firma en unos papeles importantes. ¿Se encuentra todavía aquí? Como no responde su celular... -y entonces pareció quedarse en silencio. Escuché sin embargo el tintinear de las llaves y me lo imaginé entrando a la casa.
-¿Señor Mirnez? -volvió a preguntar, sin que nadie respondiera. Y lo entendí. Cerrando mi puño con todas las fuerzas de las que era capaz, lancé un golpe contra esa pared que había frente a mi. Me figuré la impresión que aquello causaría, incluso escuché como el abogado preguntaba si era yo, mientras se acercaba. Pero de inmediato me respondí, que si uno quiere que le abran la puerta, lo único que puede hacer es golpear, golpear y esperar, porque tarde o temprano todas las puertas se abren, incluso las de los roperos.

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