Siguiendo el grito
—Amigo, eh, amigo. ¿Me deja' hacer una llamadita? —
Me giré para mirar a quien me hablaba, sorprendido y repentinamente tenso. Se trataba de un joven bajo y delgado, que vestía ropa deportiva y llevaba unos zapatos azul chillón de suela alta. Estaba parado casi a mi lado, me observaba fijamente y sonreía de forma tranquila.
—Eh... ¿precisas hacer una llamada? —pregunté intentando hacer tiempo. Era obvio que no le prestaría mi teléfono a un desconocido.
—Se me quedó sin batería el mio y necesito llamar. Te paso el numero ahí y vo' llamá si quere' —dijo el hombre sin dejar de sonreír. Por su vestimenta ya la forma que tenía de expresarse parecía ser de esos grupos que se llamaban planchas o ñeris. Esos mismos que en la televisión solían aparecer cuando las noticias trataban sobre robos o actos de violencia. En la opinión pública se los reflejaba de una sola manera, por lo que atribuí mi repentina tensión a ese hecho, si todo lo que conoces sobre una persona son sus peores errores y fallos es difícil poder mirarla con buenos ojos.
Intenté acallar la voz de mis prejuicios mientras pensaba en alguna escusa para negarme porque a pesar de mis reflexiones me negaba a dejar que un extraño tuviera mi celular en sus manos, de la misma forma que no me hubiera gustado que otra persona me viera desnudo.
Porque estaba utilizándolo, lo traía en la mano por lo que decirle que no lo tenía conmigo era inviable.
—Por favor —pidió el extraño —Tengo el número, llamas y si contesta le decís que estoy acá, que me vengan a buscar. —Noté un cierto ruego en su mirada de ojos azules bajo unas cejas que parecían depiladas de lo delgadas que eran. Pensé que todos teníamos derecho a tener un día malo, sobretodo aquellos que normalmente
—Si dale, decime —contesté mientras desbloqueaba mi teléfono y lo sujetaba con fuerza, por si acaso aquel hombre pretendía en verdad robármelo.
—cero cero cero, tres tres tres, seis, seis, seis, ocho, dos, cuatro —dijo recitando lentamente. Yo escribía los números sin evitar pensar en que aquel orden no tenía ninguna lógica y sabiendo que no existían celulares o teléfonos fijos que comenzaran con esas característica.
—¿De donde es este número? —pregunté extrañado.
—Es como... yo solo llamo y listo ¿entende'? —respondió acercándose. ¿Era un número al que debía llamar para reportarse? No llegué a comprender del todo lo que me decía pero en cualquier caso presioné llamar para que no siguiera haciéndome perder más tiempo.
Me llevé el celular a la oreja y aguardé. El joven me observaba fijamente. El tono de llamada sonó tres veces. Lentos y alejados "Biiiip" que se perdían en el sonido del tráfico a mi alrededor. 18 de Julio estaba transitada como pocas veces, incluso en la vereda donde personas iban y venían apurados en sus vidas exigentes.
Finalmente alguien contestó o al menos eso pensé porque el "Bip" dejó de escucharse. Sin embargo del otro lado de la línea nadie mencionó ningún "Hola".
—Contestaron —dije alcanzándole el teléfono a aquel extraño sin embargo este no lo tomó. Por el contrario, comenzó a retroceder.
—Gracia' ñe —dijo dando dos rápidos pasos hacia atrás. Se dio media vuelta y entonces me miró —Perdona —agregó y se fue prácticamente corriendo por entre la gente que lo miraba desconfiando.
No entendí nada de lo que estaba sucediendo. Observé la pantalla del teléfono fijamente y vi que la llamada estaba conectada. Quien estuviera del otro lado había contestado.
Me llevé el teléfono al oído.
—¿Hola? —pregunté todavía embotado por lo que acaba de suceder, pero del otro lado nadie respondió. —¿Hola? —insistí pero un silencio pesado se tragó mis palabras y del otro lado no llegó respuesta alguna. ¿Qué sucedía? Decidí cortar la llamada antes de que me quedara sin saldo y porque además aquella extraña situación me tenía asombrado.
Finalmente continué con mi camino pensando en tan extraño personaje. Al poco tiempo lo había olvidado, hasta que cayó la noche y me encontré en mi cuarto. Entonces lo recordé porque mi teléfono celular comenzó a sonar.
Me estaban llamando. Era el número que me había dado aquel joven.
Lo reconocí con cierta dificultad porque al no tenerlo agendado mi primer instinto fue observarlo por un rato antes de contestar. La estructura del número era demasiado particular. No tenía el 424 que era característico de todos los teléfonos de línea de Montevideo, y también la forma en que los números se ordenaban era llamativa. Los tres, los seis, había algo en esos números que me alteraba a un nivel profundo, tanto que el lenguaje no podía llegar hasta ahí para describir lo que sentía realmente.Mirar la disposición de esos números me transmitía la misma sensación que mirar un profundo y oscuro túnel hacia el que me dirigía. Decidí atender porque quizá la persona a la que antes había llamado recién ahora podía ver que tenia una llamada de mi parte. A fin de cuentas, aunque habían atendido, nadie respondía del otro lado en la tarde.
—¿Hola? —dije acercando el celular a mi oído. Del otro lado se hizo un gran silencio, un silencio pesado. De repente los ruidos de la calle algo transitada y de la noche en la ciudad se hicieron presentes con mayor intensidad.
—¿Hola? —insistí creyendo que de nuevo nadie estaba respondiendo del otro lado. Sin embargo aunque era apenas un eco estaba escuchando algo. Un murmullo apenas audible pero real, como el viento lento en un cálido día de verano. Escuchar eso me hizo pensar en algo que ya no pude sacar de mi cabeza. ¿Desde cuando ese sonido estaba siendo audible? ¿Comenzaba de repente o siempre estaba allí pero al principio me costaba distinguirlo del total silencio?
—Bueno,¿quien habla? —pregunté ya molesto sin dejar de caminar por el cuarto.
Noté que cuando hablaba el murmullo se hacia totalmente imperceptible por el mero ruido de mi voz, pero apenas me callaba regresó con esa tenue fuerza de tierra soplada por el viento. Era como la caricia sobre la ropa de una mano vieja, que podía tocar pero no apretar, que podía estar ahí pero no trascender ese límite entre el contacto mínimo indispensable y la certeza de la existencia. De repente el vacío de la distancia entre quien llamaba y yo se me hizo patente, como un negro azabache que se devoraba las luces y me dejaba a oscuras en medio de un lúgubre silencio que no era tal, una imitación, como el cuadro falso y vulgar que busca humillar al verdadero arte. Un murmullo, o dos, decenas de murmullos tal vez en medio de esa total oscuridad que rodeaba mi persona mientras sostenía el teléfono aun contra mi oreja. Se deslizaban, las palabras se deslizaban suavemente cual canción de cuna, ¿quien podía estar del otro lado? pensé y aparté el teléfono de mi rostro muy perturbado. Corté sin dudarlo y me quedé allí en medio de la habitación, con las luces encendidas, y plenamente consciente de que existían "clases" de silencios. El de fuera de mi ventana, ese extraño ruido nocturno que por momentos se detiene hasta no ser nada y por momentos aumenta y explota con una frenada repentina o la sonrisa chillona de algún borracho casual, y el otro, el silencio que surgía del otro lado del auricular cuyas implicaciones escapaban a lo que podía pensar o decir. Era como el silencio del médico ante la pregunta importante. Como ese momento de nada que equivalía a pararse frente al abismo y mirar hacia abajo sólo para encontrarse con la aterradora posibilidad de que puede uno saltar. De que a veces solo se necesita un empujoncito y muchas veces menos que eso. Un susurro, una caricia en el miedo de las entrañas, en ese miedo que da saber que todos podemos matarnos si lo quisiéramos y... Me interrumpí.
¿Por qué estaba pensando en aquellas locuras? Me parecía sencillamente absurdo.
Mi cabeza estaba algo nublada y decidí ir hasta la cocina por un vaso de agua, luego al baño y finalmente a la cama. Ya era tarde y mañana debía madrugar.
Si alguien quería divertirse conmigo haciéndome llamadas tontas solo pondría el teléfono en silencio y de ser necesario radicaría una denuncia policial.
Y así, molesto por esa gente que le hace a uno perder el tiempo y se aprovecha de su amabilidad, salí de la habitación pensando en que a veces el sentido del humor de algunos era una cosa muy desagradable.
El sonido me despertó en medio de sueños desagradables que se perdían como el humo en el vendaval, a medida que la consciencia asomaba. Estiré mi mano para tomar el teléfono que no paraba de sonar y mientras mi cerebro comenzaba a ponerse en marcha actúe por instinto.
Alguien me estaba llamando, y yo atendí.
—Hola... —balbucie medio dormido mientras me incorporaba en el colchon.
Del otro lado no llegó nada. O quizás... un sonido apenas audible trepó desde el sitio en que me llamaban hasta mi oído, y en mi mente imaginé las patas peludas de miles de insectos que se movían corriendo a toda velocidad. Ese sonido era una constante tan desagradable como enigmática. A pesar de que me había incorporado comencé a dejarme caer en el colchón. Miré la pantalla del celular. Ahí estaba ese número extraño de antes.
Lancé un insulto a la soledad de la habitacion y corté. Puse el celular en silencio y lo dejé donde estaba mientras me daba vueltas en la cama, agotado y molesto. No habian pasado ni cinco minutos cuando el sonido de la llamada me obligó a abrir mis ojos de par en par. Me giré y tomé el celular incrédulo. Estaba silenciado, pero a pesar de eso la llamada podia escucharse sonando con toda claridad.
—Escuchame, si me seguis jodiendo voy a llamar a la policía —rugí furioso al atender. Del otro lado no me llegó ni un una sola respuesta. Ni siquiera un insulto o el asomo de una sonrisa que pudiera indicar que alguien se estaba divirtiendo con mi insomnio.
—¿Te gusta molestar a la gente que trabaja? —pregunté y opté por apagar el celular, pero entonces me detuve. Una idea repentina se formó en mi mente. Una idea divertida. Si alguien me estaba llamando gastaría de su saldo, o de donde fuera, porque nada es gratis en esta vida. Y si nadie iba a hablar del otro lado, entonces, ¿por qué no seguirles el juego?
Sonriendo, dejé el celular con la llamada conectada al lado de mi cama y opté por seguir durmiendo sintiéndose victorioso. El sueño tardó en llegar. A pesar de que un segundo antes me encontraba descansando profundamente, ahora mismo con aquella llamada silenciosa era un poco difícil hacerlo. Ideas me rondaban la mente a medio camino entre la consciencia y el sueño. Una llamada, era un pedido, era un gesto más que nada. El querer hablar con alguien, o transmitir algún mensaje. Ninguna llamada era silenciosa, pensaba, pero no todos los mensajes tienen porque llevar palabras en ellos. Además, como la musica proveniente de lejanos auriculares, aquellas voces que murmuraban bajito estaban conmigo en la noche haciendo que su ritmo acompasara el de mi sueño al tiempo que ideas cada vez más extrañas se iban forma en mi cabeza. Pensé entonces en lo que las palabras eran capaces de evocar y me di cuenta con cierta pena de sus límites. Con palabras podia hacerse mucho, o poco, pero todo tenía un límite. Sin embargo había algo que era capaz de mover esos límites. Era el contexto. Lo que acompaña a la palabra dicha, o en este caso, murmurada. Con los ojos firmemente cerrados y en la oscuridad de mi cuarto, en la silenciosa madrugada, mis sentidos se aguzaron y las palabras de quien estaba del otro lado de la línea me llegaron cada vez con mayor intensidad. Era tal el poder de un susurro en medio de la noche y de su cadencia constante que le daba a las palabras aquello que de otra forma no tendrian. Ese toque, el necesario para convertirse en una experiencia que me paralizaba en medio de mi estado de durmiente, porque de repente entendí que aquellos susurros no provenían desde mi celular sino desde alguien... algo, a mi alrededor. Los susurrantes. Entendí que no importaba la palabra, o las frases que se estuvieran diciendo, sino sencillamente el contexto que las dotaba de aquel poder como una guerra puede dotar a la espada de gloria, muerte, violencia o pura tontería. Y así aquellas elucubraciones estaba dotadas del más puro espanto, que en la noche pudiera imaginarse, pues el susurro aumentaba de intensidad y yo no podia moverme. Quería apagar el celular. Sabía que aquello había sido una pésima idea, pero no podia más que permanecer inmóvil mientras el sonido me atrapaba y crecía en intensidad y volumen.Sudaba y el temblor de mi cuerpo parecia la catatonia de un enfermo mental. Mis dedos se aferraban a las sabanas y con todas mis fuerzas intentaba recuperar el control de mi cuerpo, moverme de alguna manera.
Así fue como se detuvo repentinamente, junto con mi respiración agitada.
Y entonces llegó el grito.
Un grito gutural, fugaz y bestial como el de una muerte inesperada.
Una puñalada sonora en la noche oscura, el trueno que se anunciaba con la tormenta y caía repentino. Me incorporé desesperado con aquella explosión repentina retumbando en medios de mi cabeza, como si fuera lo unico que podia escuchar. Sabia de donde venía, incluso en medio de la oscuridad, y no pude hacer más que salir corriendo de la habitacion tal y como me encontraba, para encaminarme hasta la puerta de entrada y salir al frío exterior, vestido con una camisa y mis boxer. Lo unico que podia escuchar fuera era aquel grito atronador, aquel rugir que arañaba mis tímpanos con la efectividad de las uñas contra el pizarrón de tiza.
Corrí como desesperado sin fijarme en nada ni nadie. Las calles solitarias me vieron pasar en una y otra dirección, mientras sacudía mi cabeza en un intento vano por dejar de escuchar la desesperada griteria.
Llegué hasta un edificio abandonado, cuyas puertas y ventanas estaban cerradas por tablas de madera pero en una de las cuales había una abertura por la que pude entrar. La oscuridad era total pero el grito se escuchaba aún con más fuerza, dándome la pista de que fuera de donde fuera que venía, se encontraba allí. Y en efecto, ahí estaba. Llegué a tiempo de verlo caer, antes de quedarse en total silencio. Era el mismo joven que me había pedido el celular antes para hacer una llamada, en la calle. Se encontraba subido a un viejo cajón de madera y unos cables como de teléfono le colgaban del cuello, los brazos y el pecho. El joven cayó como muerto del cajón directo al piso y con este movimiento los cables se desconectaron de su cuerpo. Frente a el habian una pantalla de computadora muy extraña, con más similitud al cajero automático de un banco que a una computadora. Junto a ella un micrófono aguardaba. Caminé lentamente, pues sabía lo que tenía que hacer. A mi alrededor habian decenas de otras personas en las mismas condiciones, subidos a sus cajones de madera o plástico, conectados con cables y murmurando constantemente sobre aquellos micrófonos palabras inentendibles. Con calma me dejé caer sobre el cajón que ahora había quedado vacío, guiado por los murmullos suaves que me arrullaban y me daban guia.
Porque el lugar había quedado vacío y alguien debía reemplazarlo.
Porque la llamada me había elegido.
Porque pueden pasar muchas cosas, y el tiempo seguir con su indescifrable camino, pero siempre ha de haber un espacio para los susurros en la noche, esos, que nos sacan de nuestros plácidos sueños y nos sumergen en el mundo de los gritos y las voces que tarde o temprano todos hemos de escuchar.
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