Ni muerta

Trabajando en la morgue me había acostumbrado a lidiar con esa parte de la existencia humana que a muchos puede parecer desagradable o terrible. La muerte, que con su inesperado acontecer y sus desconocidos motivos que se vislumbran sólo inconscientemente, genera miedo de forma instintiva, tal y como una terrible novedad inevitable o el cambio más brusco y repentino en una cómoda y aparente estabilidad.
También fascinación, respeto, y tantas otras reacciones humanas son las que surgen cuando estamos en su presencia, aunque al poder verla de cerca cada día, desarrollé la firme convicción de que en verdad todas ellas no son más que secundarias al miedo primordial de esa <<no existencia>>, de ese "dejar de ser", que es la muerte.
Todos buscamos protegernos de ella, de una manera u otra, pero cuando tu tarea diaria consiste en recibir cadáveres en bolsas, fríos, destrozados algunos de ellos, aprendes que la tragedia no está tan alejada de lo que parece. ¿Cuántos de estos hombres, mujeres y niños, no habrán pensado alguna vez en la muerta? ¿Cuántos de ellos lograron evitarla? En la morgue no hay contador de días sin accidentes, porque son precisamente estos los que hacen que muchas veces se necesite una morgue.
Sin lugar a dudas no cualquiera podía ocupar un puesto en un sitio como este y yo lo sabía. Podía verlo incluso con solo mirar a mi compañero Norman.
Aquel hombre de cabello graso y dedos obesos, era una de esas personas que con su sola presencia, y sin quererlo, generaba rechazo. No me sorprendía que hubiera dado en un trabajo como aquel, pues estaba más que claro que en ningún otro puesto donde tuviera que interactuar con personas lo habrían elegido.
No se si existen los puestos exactos para cada uno de nosotros o si es algo que vamos construyendo a lo largo de la vida, pero no me cabe duda de que Norman se había construido como un hombre solitario, de modales bruscos y una personalidad muy poco atractiva. Las charlas con él se reducían a escuchar un "si" y un "no" entremezclados con rápidas miradas al piso y su mano de buen tamaño yendo desde el pelo engominado hasta el cuello y la papada. No se trataba de que Norman fuera feo, que yo tampoco soy muy agraciado, sino de que lo desagradable emanaba de su interior generando el rechazo de aquello que no queremos tener a nuestro alrededor.
La morgue, que es un lugar totalmente aséptico, donde la higiene se coloca en el lugar de las tres cosas más importantes (las otras dos son el silencio y la profesionalidad), se cubría incluso de un olor extraño en los lugares donde él se encontraba.
Por esto cuando Norman comenzó a lanzar sus miradas extrañas, que rápidamente iban hacia el suelo, a la enfermera Laura Lornis, supuse que nada bueno iba a salir de aquello. Laura trabajaba con nosotros desde hacía años, era el enlace directo del hospital con la morge y por lo general quien brindaba la información sobre el fallecimiento de las personas. Pisaba los treinta años y era una mujer delgada y alta, de ojos verdes destellantes y un largo cabello castaño que siempre destacaba por ser perfectamente lacio. Solía llevar unas gafas para ver de lejos y ninguno de nosotros la había visto más allá de los veinte o treinta minutos en que realizaba sus actividades laborales a nuestra par. Es decir, que jamás nos la encontramos con otra vestimenta que no fuera la blanca bata médica y los pantalones alisados de igual color.
Era, fuera de todo eso, la única otra persona con vida que rondaba el lugar, donde Norman y yo cubríamos el turno de la tarde y noche.
Las miradas, como digo, fueron lo que me hicieron sospechar, al igual que el hecho de que Norman siempre se esforzara por estar allí cuando Laura venía, aunque fuera por solo unos minutos para una consulta puntual. Sus ojos achinados que no te miraban durante una conversación, recorrían el cuerpo de la enfermera de arriba a abajo mientras en la cara regordeta de Norman se iba formando una sonrisa que a veces disimulaba pero generalmente no se esforzaba por ocultar. Parecía ser entonces que se había enamorado, y me cuesta decir eso dado que asocio el amor a una emoción pura y bella, dos palabras que bajo ningún concepto pueden ir de la mano de un hombre como Norman. Quizá atraído, o tal vez algo más fuerte, como obsesionado.
Fuera lo que fuera no me cabían dudas de que algo le sucedía con Laura, que muy posiblemente no le ocurría con ningún otra persona y quizá no le hubiera pasado nunca. Mis sospechas se acabaron confirmando un frío viernes por la tarde en que me encontraba acondicionando el armario con todo lo necesario para la jornada laboral, y sin quererlo, escuché como la enfermera llegaba y entraba a la sala contigua en la que solo se encontraba Norman.
Debo admitir que no quería hacerlo, pero él silencio sepulcral de la morgue y el hecho de que la sala estuviera literalmente pegada al armario de paredes más delgadas que el resto de la estructura hicieron imposible no oír la conversación.
—Buenas —dijo Laura tan profesional como siempre. —¿Está Miguel? —el hecho de que preguntara por mí no se me escapó como lo que era, una forma de hacer visible la incomodidad que también a ella le causaba Norman.
—No. Pero yo estoy para lo que necesites Laura—respondió este, riendo con esa característica forma gutural que tenía.
—Mañana van a estar llegando dos cuerpos, víctimas de un incendio, quería saber si tenían como acondicionarlos, la idea es realizar el velatorio ese mismo día.
—Muy bien, muy bien. Espacio es lo que sobra —dijo Norman y me lo imaginé abriendo sus brazos cortos y grandes mientras reía como si hubiera dicho algo en verdad gracioso.
—A las ocho y veinte más o menos llegan, ¿habrá alguien para recibirlos? —hasta desde donde yo estaba podía notarse el tono apresurado, serio, de su voz. Laura no quería seguir allí e imaginé el porqué. La mirada lasciva de Norman recorriendo su cuerpo, sin disimulo alguno, mientras movía los dedos o los pies de forma nerviosa, quizá rascándose la cabeza, quizá lamiéndose los labios.
—Sin problemas. Yo mismo me puedo encargar. Pero después me devolves el favor eh —otra vez la sonrisa gutural. —Espera, no te vayas —escuché entonces y supuse que Laura se estaría marchando ya.
—¿Que? —preguntó ya más alejada. Para ese entonces debo decir que ya había abandonado toda mi actividad y muy atentamente escuchaba la conversación y cómo se desarrollaba.
—Ya que hablamos del después... ¿qué te parece si después de acá nos vamos a tomar algo a casa? —Por fin lo había hecho pensé
—No gracias, tengo trabajo y mañana hay que madrugar. Quizá otro día. —Fue la rápida pero dentro de todo amable contestación.
—No, espera —el tono de Norman se notaba algo más alterado. —Te llevo al trabajo desde casa. Podes dormir allá —dijo, como si de la nada en su conversación aquella relación laboral hubiera pasado a ser la de dos amantes que se veían ocasionalmente.
—No gracias. —cortó secamente Laura y escuché el sonido de su calzado de goma rechinar contra el piso de mármol. Y entonces otra palabra. Al principio no estuve seguro, pero después supe que si yo la había escuchado entonces Laura tendría que haberlo hecho también.
—Puta —
—Mirá estúpido, salgo de acá inmediatamente a hablar con tu jefe. Y que no se te ocurra volver a faltarme el respeto. Me das asco. ¿No te das cuenta de que sos un asco? Desagradable. ¿Salir con vos? ¿Ir a tu casa? —y tras lo que a mí me pareció una pausa agregó —Ni muerta estaría contigo.
Lo siguiente fue el sonido de la puerta de la sala cerrándose con más fuerza de la necesaria y la incomodidad de haber escuchado la conversación y su desafortunado pero lógico desenlace.
Ilógico, sin embargo, aunque también terriblemente desafortunado, fue lo que sucedió exactamente al día siguiente, cuando desde el hospital se pusieron en contacto con nosotros para hacernos llegar los cuerpos, pues no se trató de dos como lo habían arreglado, sino de tres.
Un cadáver reciente, víctima de un infarto repentino. Laura Lornis había muerto, y ahora quien tanto tiempo trabajó con nosotros, llegaba dentro de una bolsa negra, lista para que trabajáramos con ella por última vez.

Pusimos su cuerpo sobre la mesa de acero a la que tantas veces antes ella había enviado alguno para examinar o acondicionar. Estaba pálida como es lógico, y su cabello antes tan lacio ahora caía alrededor de su cuello y hombros como las hojas de una flor muerta. Confieso que verla allí, con los ojos cerrados y su rostro serio me hizo pensar que en cualquier momento abriría los ojos para preguntarnos qué sucedía.
Es verdad, nunca llegué a conocerla más que en los momentos de trabajo conjunto, pero eso no significaba que me importara poco pues estaba seguro de que en algún lugar había padres, amigos, hermanos o tíos que lamentaban profundamente esta pérdida.
Solo treinta años había durado esa vida que en un solo momento se apagó víctima de un infarto.
Recuerdo sin embargo otra cosa además de la pena. Ver de reojo como Norman observaba su cuerpo frío y desnudó sobre la mesa y en su rostro grasoso se formaba una leve sonrisa de suficiencia. Fue solo por respeto, y por que nuestro jefe estaba allí con nosotros que no dije nada, pero entendí que aquel hombre estaba simplemente contento con lo que había pasado. E incluso tuve la corazonada de algo más impensable, mucho más horrendo para mi que la muerte misma. Estuve seguro de que Norman estaba en ese preciso momento excitado. Como por casualidad, se llevó la mano a la entrepierna sin mucho disimulo y pude ver un bulto justo allí donde, por ese contexto, no debería haber nada.
Nuestro jefe, que había decidido supervisar personalmente el acondicionamiento del cuerpo para el funeral, nos había dicho que era por la implicación personal que teníamos en el caso y ahora lo agradecí por dentro.
Finalmente nos pusimos manos a la obra ante su atenta mirada y al menos de mi parte con sumo respeto y cuidado.
La tarea fue más dura de lo que pensaba pues a mi mente venía siempre algún recuerdo, alguna imagen de Laura en vida y parecía como si en mi cabeza su voz no parase de resonar diciendo que tenían más cuerpos para enviar a la morgue. Por momentos la voz se tornaba extraña. <<¿Hay espacio?>> <<Lo hay para ti>> <<Tengo víctimas de incendios, accidentes y homicidios. De infartos también pero creo que mejor me adueño de esa categoría>> <<Ni muerta>>
Por algún motivo esa última frase me sacó de mi concentración. Mire a Norman y lo vi en su mirada. Estaba, de alguna forma, disfrutando aquello. Para él era como degustar un buen pollo o admirar algo que le encantaba.
El cuerpo muerto y desnudo de Laura sobre la mesa era su objeto. Podía jurar que incluso un hilillo de saliva le escurrió entre los labios gruesos mientras sus ojos recorrían lascivamente cada parte de ese cuerpo al que debíamos dejar presentable para el próximo velatorio. ¿Acaso aquel hombre no tenía límites en cuan desagradable podía llegar a ser?
Me percaté de que mi jefe estaba hablándome. Pedía que fuera a la otra habitación en busca de más alcohol y otros productos que había comprobado faltaban entre los necesarios. Lancé una mirada de él a Norman, encargado de traer esos productos en primer lugar, que seguía teniendo en el rostro esa mueca absurda, y desde él al cuerpo de Laura. Dejarla sola con aquel tipo no me pareció adecuado, pero siendo que el jefe permanecería allí no me hice mayor problema y obedecí.
Jabón, formol, y unos desodorantes fueron lo necesario. Se encontraban en el lugar de siempre, en la sala contigua y tras ponerlos en su caja me dispuse a salir. Llegue al umbral de la puerta y desde allí al pasillo, pero me detuve.
Me di media vuelta y volví a mirar en la sala. Sentía que algo no estaba bien, como si en el orden natural de las cosas que allí se encontraban se hubiera alterado alguna de forma apenas perceptible. En cierta forma todo estaba ahí, pero al mismo tiempo parecía movido o cambiado de sitio. Recorrí con la mirada desde el pulcro suelo hasta los armarios con material. Desde la ventana de vidrio acanalado a mi derecha hasta las dos camas de acero extra que teníamos allí.
Al principio no me había percatado pero ahora lo veía bien. Había un cuerpo sobre una de esas camas, envuelto en una bolsa negra cerrada. ¿Qué hacia allí? Pensé de inmediato, sin recordar ahora el momento en que lo habíamos traído. En cualquier caso, ¿por qué estaba ahí y no en donde correspondía? Deje la caja en el suelo y me acerqué. Estaba ya estirando mi mano para comprobar quién era cuando frente a mis ojos la bolsa, o mejor dicho lo que contenía en su interior, se sacudió. Me paralice en el acto sin estar muy seguro de lo que había visto pues frente a mis ojos atentos no percibía más movimiento. Quizá un efecto visual pensé mientras me acercaba más, pero entonces la sacudida fue muy clara y tan repentina que mis nervios ya alterados se dispararon y yo retrocedí dos pasos en vez de acercarme.
Frente a mi sucedió entonces lo más aterrador y terrible que alguna vez hubiera visto, y he trabajado años en un lugar donde lo aterrador y terrible era moneda corriente.
La bolsa comenzó a moverse de forma tal que una parte se levantó tal y como si él cadáver en su interior se estuviera incorporando hasta quedar sentado. El sonido del plástico moviéndose me envió una descarga de miedo hasta lo más profundo y entonces, ante mis ojos desencajados por el terror, comprobé como una mano de largos dedos rasgaba el nylon desde adentro hacia afuera saliendo y arrancando partes de la bolsa mientras dejaba al descubierto una piel pálida y crispada. Cerré los ojos ante el terror y solo fue la aún más terrible sensación de entonces lo que me hizo abrirlos otra vez. Frente a mí, con sorpresa, me encontré con la misma mesa de acero pero absolutamente vacía. Temblando lancé un suspiro y me di media vuelta para huir.
Entonces la vi. Estaba justo frente a mi. Laura, con su cuerpo desnudo y un hueco del tamaño de una mano justo en el lado izquierdo del pecho.
"Shhh" dijo llevándose el dedo índice a sus labios muertos y es todo lo que recuerdo porque me desmayé.

Me despertaron bruscas sacudidas y un fuerte olor dulzón. Cuando abrí los ojos me encontré con mi jefe arrodillado a mi lado, que sostenía un pañuelo empapado en lo que supuse era alcohol o algún producto de allí.
—¿Se puede saber qué pasó? Vine a buscarlo porque no volvía más y me lo encuentro acá tirado en el piso —dijo con mirada de preocupación.
—Norman. ¿La dejaron sola con Norman? —fue mi pregunta instintiva y el jefe me observó confundido. Con su ayuda me fui incorporando.
—¿Se refiere al cuerpo? Vine precisamente porque sabía que se trataba de una vieja conocida. No pensé que fuera a afectarlo de esta manera.
—No, no, lo que quiero decir es que Norman... —consideré que explicar todo seria demasiado complicado, puesto que en si mismo ni siquiera yo lo entendía. Lo que sí sentía era que dejar al cuerpo muerto de Laura en manos de aquel hombre no era una buena idea. Como un mal presagio que me presionaba contra el corazón susurrando que cosas que no entendíamos sucedían a nuestro alrededor. Cosas grandes y terribles.
—Es mejor que él no trabaje solo con ella. Vamos a ayudarlo. Me siento mejor, fue solo una recaída —argumenté y el jefe, aunque desconfiado, pareció estar de acuerdo conmigo y me ayudó a caminar hacia la puerta.
Entonces esta, como si una fuerte corriente de aire repentino hubiera soplado, se estampó contra sí misma cerrándose en el acto.
Nos miramos con el gesto ceñudo. Mi jefe se adelantó e intentó abrirla pero no pudo moverla ni un solo centímetro.
—Dame una mano acá, parece que se trancó —me dijo pero a mi me llegaron otros sonidos. Muy lejanos, pero constantes, como el murmullo en una capilla.
Esas palabras captaron toda mi atención y caminé hacia su origen, acercándome a la pared y pegando mi oreja lo más que podía a ella. Escuché entonces atentamente y al principio no entendía de qué se trataba.
"No... No, imposible" decía una voz, desde el otro lado. Voz que distinguí de inmediato como la de Norman. Su voz nasal y molesta que sin embargo ahora sonaba temblorosa.
¿Qué sucedía? Norman se encontraba solo en la otra sala. "Solo no" pensé, "también está Laura" me dije, como una oscura respuesta. "Déjame, aléjate" repetía Norman de forma apenas audible. Pegué lo más que pude la oreja contra la pared. De repente se escuchó el repiquetear de los instrumentos de trabajo contra el suelo y enseguida el sonido de lo que creía era una bandeja de plata al caer. Y algo más. "Tú" susurró una voz que por su tono, por su cadencia delicada a la par que cruel, no podía pertenecer a Norman. "Tu no vas a profanarme" rugió esa voz femenina y el eco cruzó desde esa habitación hasta la mía erizándome todos los vellos del cuerpo. "Ayuda" gritó entonces Norman y vi de reojo que mi jefe cesaba en sus inútiles intentos por abrir la puerta y se giraba hacia mi dirección. "Qué pasa" susurró la insidiosa voz "¿acaso ya no te gusto?" y entonces un grito animal rasgo ese por demás normal silencio en la morgue. Retrocedí atemorizado hasta caer al suelo y escuché que mi jefe se preguntaba sobre el origen de aquello, pero entonces la puerta con un sonido de "click" se abrió y sin pensarlo dos veces la empujamos y salimos de la habitación casi corriendo. Entramos en la sala donde Norman había estado con el cuerpo de Laura. Y allí los encontramos. Ella, tan blanca y pálida como antes. Tan muerta y serena. Caído a sus pies, con los pantalones abajo y las gordas rodillas tocando el piso pulido, se encontraba Norman. La cabeza apoyada contra una de las patas de la mesa de autopsia, estaba tan muerto como el cuerpo con el que minutos antes había estado... "trabajando". Una posterior autopsia demostraría infarto y el caso no iría más lejos de allí. Yo por mi parte, no olvidaré jamás aquella charla. Laura jurando que ni muerta estaría con él y Norman intentando forzar algo creyendo que con un cuerpo muerto seria más sencillo, solo para descubrir que no está muerto lo que yace. Y con los actos terribles de los hombres, hasta la muerte puede retroceder para dar paso a las terrible, la más abominable, de todas las venganzas. 

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