La sombra del pasillo
El trabajo surgió de repente, en un momento en que haberme negado no significaría otra cosa más que aceptar irme a la calle. La vida era dura para un hombre de treinta años sin contactos ni familia, sin más formación que algún pequeño curso en electrónica y herreria. Dos carreras que no estaban precisamente en auge en estos últimos tiempos.
El lugar en que hasta entonces vivía, una pieza húmeda, fría y vieja de un todavía más antiguo edificio Estatal en desuso no era muy diferente de estar en la calle tampoco, pero al menos era algo.
En todo caso para mi era como la antesala de ese destino miserable que a toda costa quería evitar y que por el momento no estaba logrando hacerlo.
Eran ya dos las noches en que al mirar hacia afuera por el pequeño hueco en la pared cubierto por un nylon que usaba de ventana noté la presencia de varios hombres llevando libretas y chalecos amarillos fluorescentes. Inspectores, que sin dudas en pocos días iban a vender esa propiedad o tirarla abajo sin molestarse por quienes las ocuparamos.
Ya había pasado las semanas previas en casa de unos amigos, pero me había marchado ya que nunca me gustó abusar. Uno de estos amigos, Ernesto, viejo compañero de clases, me había llamado entonces para ofrecerme el trabajo. Mejor dicho, para ponerme en contacto de aquellos que lo ofrecían.
"Es cuidar a una señora" me dijo Ernesto cuando nos reunimos, "la pobre está muy vieja y los hijos no quieren saber nada. Viste como es esto, prefieren pagar y listo".
Yo acepté sin dudar, a pesar de que no me entusiasmaba mucho ese tipo de tareas, era lo suficientemente realista como para saber que no me quedaban opciones.
"Te dan una pieza para vos, así podes quedarte y cuidar a la doña, y también tenes acceso a la cocina, baño, básicamente todo el resto de la casa". Me dijo para terminar de convencerme, aunque mi respuesta ya era un sí seguro. Al menos para empezar, tener algunos ahorros y poder más adelante aspirar a un trabajo distinto.
Al día siguiente me traslade hasta la casa que se ubicaba en las afueras de la ciudad usando un taxi que pude pagar gracias a los últimos ahorros que me quedaban.
Era una zona despoblada que al principio no me dio buena impresión porque pensé que si ocurría algún imprevisto seria complicado salir con la señora a buscar ayuda.
El lugar parecia un palacio, tanto por lo grande como por lo protegido pues tenía altas vallas de acero negro recubiertas por plantas trepadoras y arbustos bien cuidados que no dejaban ver nada el interior de lo que supuse era su enorme patio frontal. La casa propiamente dicha se elevaba sobre sus tres pisos a unos metros más allá, siguiendo un camino de tierra amarillenta bien trazado con piedras redondeadas.
En la entrada pude ver a quien ofrecía el trabajo. Era el hijo de la señora, y allí me entrevisté con él. Ernesto era nuestro amigo en común y le había dado buenas referencias de mi. El muchacho de nombre Baltazar, tendría mi edad y se mostró atento y simpático. Estaba claro que más allá de las referencias le interesaba comprobar por sí mismo si el candidato al puesto podría cumplirlo. Quería mucho a su madre según me dijo, pero su trabajo en una importante empresa ubicaba de una zona alejaba de allí le impedia poder ocuparse de aquella mujer que le había dado la vida. Estela, la madre, contaba en ese entonces con 89 años pero aún conservaba una gran lucidez y movilidad por lo que me explicó mientras caminábamos rumbo a la enorme casa. "Le gusta pasearse por la casa a todas horas, siempre haciendo o buscando algo para hacer. Eso si, no es muy habladora con desconocidos. Como todo viejo, tiene sus mañas. Jamás le pudimos proponer que venga una mujer a cuidarla y acepta hombres solo porque dice que son más útiles y que las mujeres de hoy solo saben parir pero no cuidar".
Esa fue la descripción general que obtuve de aquel hombre que tras intercambiar un poco más de información, acabó contratándome para el puesto, tras repetir la información que ya me habian comentado. Tendría una pieza frente al cuarto de Estela y mis obligaciones consistían básicamente en estar atento a cada pedido que la mujer me hiciera, "pero bajo ningún concepto podes entrar al cuarto", me dijo, y cuando pregunté acerca de eso agregó que la señora tenía reglas bastantes estrictas sobre privacidad y decoro y por sobre todo se negaba rotundamente a que la ayudarán en tareas que durante toda su vida había realizado por sí sola.
Yo lo sabía bien después de haber cuidado a mi madre vieja y enferma. Cuando llegaban a esa edad se comportaban como niños caprichosos y parecian rebelarse contra las limitaciones del cuerpo y el tiempo. La única diferencia era que mientras los niños juraban ser más grandes, los viejos afirmaban ser todavía más jóvenes.
La comida, ropa, y cualquier otro elemento que la señora Estela pudiera querer o necesitar yo debía suministrarselo solo cuando ella me lo pidiera y nunca por propia iniciativa. Rápidamente entendí que en esencia debía de ser como la herramienta de la mujer y la clave para que todo marchara sobre ruedas era que mi presencia se notara lo menos posible. Mientras recorria la casa, sus pisos de madera y sus estrechos y fríos pasillos, pensaba que si lograba hacer todo bien, tendría allí las verdaderas chances de encauzar mi vida hacia un rumbo más firme del que estaba siguiendo en los últimos tiempos.
Tras un breve recorrido en el que Baltazar me enseñó la casa, acabamos en el pasillo de entrada cuyas paredes eran de un celeste apagado, y él se dispuso a presentarme a su madre.
Abrió la puerta y al principio no pude verla bien, pues la oscuridad era casi total con las ventanas cerradas. Entrecerrando los ojos observé el bulto entre las mantas, justo sobre una cama al fondo rodeada por algunas rencillas de luz que entraban por las persianas bajas.
-Este hombre es... -me presentó -y va a estar trabajando para nosotros desde ahora. Si lo necesitas lo tenes que llamar o hacer sonar la campana -dijo y me percaté como él había dicho "trabajando" y no "cuidando". La mujer murmuró algo por lo bajo, si es que en verdad llegó a responder y el joven cerró la puerta para terminar de mostrarme el lugar. Exactamente frente al cuarto de la señora estaba la puerta que conducía a la habitacion de huespedes. Allí seria donde yo me quedaría a pasar las noches y Baltazar me recomendó dejar la puerta abierta para escuchar mejor los pedidos de su madre.
El cuarto no era la gran cosa, se notaba que hacia mucho no tenía huéspedes allí. Había un ropero viejo y una cama doble de la que elegí dormir en la parte de abajo depositando allí mi pequeño bolso con algunas pocas pertenencias.
Luego charlamos un poco más con Baltazar para terminar de ajustar todo.
—Yo voy a estar trabajando en la oficina, en la ciudad. Regreso de noche o a veces de madrugada. Siempre aviso. Te dejo una copia de la llave —dijo mientras me la entregaba —Vas a ver que ella es muy tranquila. Casi ni se hace sentir. Cualquier cosa que necesites tener un teléfono en el living con todos los números importantes, incluido el mío —. Tras despedirse atravesó el pasillo y se marchó, rumbo a su trabajo.
Me quedé solo por primera vez en aquella silenciosa casa y por fin senti todo su enorme tamaño y lo vacío de sus habitaciones, salvo claro está, por dos. Mi nuevo cuarto, y el que se hallaba frente a este, el cuarto de la señora Estela.
La casa, como dije, era enorme. En casi todas las paredes podían verse cuadros viejos, o espejos de algún tipo, y sus pasillos estrechos y largos ayudaban a que el frío se hiciera sentir sin importar que afuera hubiera sol o viento. Pulcras escaleras conectaban los tres pisos que tenía, aunque yo solo trabajaba en el primero, pues era allí donde se encontraba el cuarto de la señora y el mio. Así mismo también cocina, biblioteca y living (en mis mejores tiempos había frecuentado pensiones cuyas habitaciones eran poco más pequeñas que ese living) ocupaban ese piso haciendo que recorrerlo fuera agotador aun sin tener que subir y bajar escaleras.
En mi primer día aproveché para familiarizarme con el lugar lo mejor posible, sorprendido por el hecho de que la señora Estela no solicitára en ningún momento mi presencia. Finalmente opté por seguir el consejo de su hijo y preparé su comida, entregandosela en bandejas que dejaba sobre una mesa de luz cercana a la puerta. Cada vez que lo hacia, mediodía, media tarde y noche, debía golpear la puerta y tras escuchar su aprobación daba unos tres pasos en el cuarto siempre oscuro para dejar la bandeja sobre la mesa de luz y luego retirarme. A pesar de que esa era la primera vez que lo hacia, debo decir que estar en ese cuarto me causaba una sensación algo molesta, desagradable, y agradecia en secreto poder salir rápido de allí.
Finalmente opte por mirar algo de televisión para luego irme a dormir, estrenando mi nueva cama en el cuarto de huéspedes, frente al de la mujer. Como me lo habian encargado, dejé mi puerta abierta por si la señora llamaba.
A los pocos minutos comencé a bostezar y de repente me encontré en un sopor que me hacia pesar los párpados. En un momento, desorientado, desperté de improviso. —¿Que —dije a la alta figura que se encontraba en la puerta del cuarto. De inmediato pestañee y me percaté de que no había nadie y mi cerebro medio dormido me había jugado una mala pasada haciéndome creer lo contrario. Me levanté con pesadez, muy agotado, y cerré la puerta más por reflejo que otra cosa. Eran las 2 am, ¿seria esa la hora en que regresaba el hijo? No lo recordaba, no quería pensar, solo dormir por lo que regresé a la cama. Un sonido tras mi puerta me indicó que alguien estaba caminando por el pasillo. El hijo, pensé adormilado y me esforcé en abrir los ojos para encontrarme con aquella puerta cerrada, a través de cuyos vidrios refulgentes pude ver una silueta oscura. A simple vista no me impresionó, recuerdo haberme dicho que se trataba del hijo. Había algo, sin embargo, que no me dejaba cerrar los ojos nuevamente y seguir durmiendo. Aquella... sombra, como recortada en base a la figura humana sobre un fondo poco llamativo, insidiosa como un pensamiento terrible, negra cuál oscuridad sin límites. La observé. ¿Era el hijo? De repente, como un animal salvaje, la silueta desapareció alejándose. Yo volví a cerrar los ojos, pero no pude conciliar un buen sueño. En parte debido a la figura del pasillo, pero sobretodo a los sonidos que en sueños creí escuchar en la puerta de entrada y que indicaban la llegada del hijo, lo cual claro está, no podia ser, pues el había llegado mucho antes.
El siguiente día fue similar al anterior. Baltazar se había acercado a mí para ver cómo había estado el trabajo y charlamos un poco sin hablar de nada en profundidad. A media tarde se marchó a su oficina y me quedé realizando mis actividades. Por algún motivo, sin importar lo que estuviera haciendo, me sentía extraño. Era como una opresión en el pecho y un cosquilleo en la espalda cada vez que pasaba cerca del cuarto de la señora Estela y hasta puedo jurar que más de una vez escuché, o creí hacerlo, un murmullo proveniente del mismo al punto de que me acercaba con intención de ver si necesitaba algo y al abrir la puerta me encontraba con el mismo bulto entre las cobijas de siempre. Frente a mis preguntas de si todo estaba bien asentía rápidamente sin moverse mucho y luego volvia a quedar en total silencio, inmóvil, y rodeada por la oscuridad.
Y eso, aunque me dejaba profundamente alterado, no era lo peor, no. Aún más difícil era para mí responder a sus llamados repentinos, cuando sonaba su campana, pues me pedía cosas que me costaba obtener o que no sabía para qué podia necesitarlas. Con voz quebrada solicitaba, siempre desde el fondo de su habitacion y recostada en su cama, cosas tan extrañas como gallinas de su gallinero, ciertas plantas del jardín, prendas de ropa del hijo o granos de café y copas o vasos de vidrio. Yo cumplia con entregar cada uno de estos pedidos, abriendo la puerta y dejándolos siempre en la mesa de luz, misma mesa de luz en la que recogía las bandejas después de que la señora comiera y donde volvia a depositarlas una vez repletas de su comida.
Abría la puerta y el silencio de la habitacion me rodeaba. Daba mis dos pasos tradicionales hasta la mesa de luz, dejaba en ella la bandeja, y sentía en todo momento un escalofrío que no me abandonaba hasta que no salia del lugar. Más de una vez pensé que si la puerta llegaba a cerrarse, quedaría a solas con la señora en el cuarto oscuro, y por algún motivo esa imagen me calaba hondo en lo más profundo de mis miedos.
Comencé a sentir que la casa ya no era mi hogar. Cuando le pedì a Ernesto si sabia de algun otro trabajo recuerdo que me pregunto porque y no llegue a responderle.
La verdad es que ni yo lo sabía. Visto desde afuera me imagino que el trabajo podría parecer bueno, no tenía un jefe que estuviera arriba mio todo el tiempo, lo más sacrificado que debía hacer era limpiar algunos muebles en la casa, llevar los extraños pedidos de la señora y preparar la comida. El resto del tiempo solo debía estar atento por si en algún momento solicitaba mis servicios.
Y ahí estaba el problema. Visto desde afuera, podía parecer todo muy bueno. Vivido desde adentro, pasando los días pero sobretodo las noches, en el interior de esa casa, las cosas cambiaban. Era algo del ambiente, cuando el sol caía y todo el exterior quedaba envuelto en sombras. En la casa no habia una television y las luces de las distintas habitaciones podían funcionar como no hacerlo, y en ese caso la única opción era regresar al cuarto y quedarme allí, esperando por dormirme, siempre atento a los llamados de la señora E que nunca se producían en la noche, solo durante el día.
Fue quizás por eso, por tener mis sentidos puestos en el cuarto de enfrente, que lo escuchè por primera vez. Al principio creí que era por efecto de mi estado semi-despierto. Entonces volví a escucharlo. Me incorpore esta vez con esfuerzo y esforzándome por pensar, por despertarme, escuche con atención.
No se trataba de la campana, de eso estaba seguro. Sin embargo, era un sonido que parecia venir desde el cuarto de la mujer. Mientras lo escuchaba se iban formando en mi cabeza posibles orígenes para el mismo. Parecia en verdad como el sonido que produce una escoba que barrè con frenesí aunque por momentos disminuia su intensidad y se oía como si alguien estuviera escribiendo sobre una hoja con suavidad. Ascendente y descendente, asi me lo imaginè mientras me acercaba a la puerta sin tener del todo seguro qué hacer. Si la señora E me necesitaba para algo habría hecho sonar la campana, y si me metia en su cuarto de repente podía terminar ocasionando un problema de la nada, puesto que en cierta forma ella jamas habia visto mi rostro ni me conocía.
Sin embargo ¿qué era ese sonido? ¿le habría ocurrido algo?
Optè por lo más lógico, golpeando con suavidad la puerta, pregunté si estaba todo en orden.
No hubo respuesta, pero en lo que me centrè, aquello que me dejo sintiendo una presion en el cuello y en la boca del estomago, fue que tambien el ruido se detuvo de inmediato.
No se cuanto tiempo habré estado parado frente a esa puerta, meditando si debía entrar o no, si debía arriesgar mi trabajo para comprobar que todo estuviera en orden, si debía quedarme allí hasta que el sonido comenzara de nuevo para entonces tener un motivo de peso para entrar.
Finalmente, sin que el sonido regresara, volví a mi cuarto y decidí aguardar e intentar conciliar el sueño.
Como sea, no pude dormir. No se si se debía a la ansiedad o el hecho de que no podía dejar de pensar en la casa, pero fui sintiendo como las horas pasaban mientras yo estaba acostado mirando al techo.
De repente, una idea surgió en mi mente.
Bajé la vista del techo a la puerta, y allí estaba.
No lo había escuchado llegar. Se trataba del hijo de la señora, aunque no podía verle el rostro. Mejor dicho era solo una silueta recortada contra el marco de la puerta abierta y que las luces del pasillo en vez de iluminar claramente, apenas dejaban ver pues lo cubrían de sombras.
Al verlo, me sentí incómodo. No pude evitar pensar que si él hijo me buscaba para algo, habría hablado conmigo. En cambio, se quedaba allí, parado sin moverse o decir nada, pero transmitiendo una sensación extraña. ¿Por qué solo me observaba?
Tosí un poco antes de preguntar:
—¿Pasa algo señor?
No respondió. Comencé a incorporarme para verlo de cerca pero con una velocidad inesperada se alejó hacia la izquierda, rumbo al lugar donde estaría la puerta.
Me quedé allí, congelado. Intentando saber si debía ir a buscarlo o no.
Entonces llegó mi respuesta. El sonido de las llaves y la reja abriéndose en la puerta de entrada, y luego el zaguán moviéndose en señal de que alguien estaba entrando. De repente comencé a pensar ¿había escuchado la puerta abrirse antes? ¿El hijo de la señora entró en un momento en que me hallaba dormitando?
Me levanté y fui hasta la puerta. El hijo venía entrando, efectivamente. Cargado con su mochila y algunos papeles en la mano. Cuando me vio me saludo con un buenas noches, pero se detuvo en seco observándome.
—¿Pasó algo? —preguntó está vez él a mi.
Yo no sabía cómo responder, de qué forma ordenar los pensamientos para decirle que una silueta, que alguien, me había estado observando desde la puerta sin que yo lo supiera. Que yo creía que era el. Que la había visto doblar por el pasillo y alejarse antes de poder ver de quien se trataba. Alejarse rumbo a la puerta, esa misma desde la que él estaba entrando.
—¿No vio a nadie? —dije finalmente intentando controlar los nervios.
—¿Tuviste alguna pesadilla? —fue su respuesta inmediata. —Estás muy pálido, parece que hubieras visto un fantasma.
Le expliqué lo mejor que pude lo que había sucedido.
—Yo acabo de llegar —dijo mientras dejaba las cosas en el suelo y usando las luces del exterior observaba toda la zona. —¿Estás seguro que la viste irse para este lado?
—Si, fue casi al momento en que abrió la puerta, no se como no la vio.
—¿Y estas seguro de que no fue producto de tu imaginación?
—Si, nunca me dormí. Recuerdo que estaba acostado, escuché un ruido que venía desde el cuarto...—me interrumpí.
—¿Desde que cuarto? —preguntó de inmediato.
—El cuarto... de la señora. —con la cabeza lo señalé. —Fue un ruido raro, no la quise molestar. No pensé que fuera gran cosa. Llamé y nadie respondió.
El muchacho ya estaba golpeando la puerta de la habitación. Del otro lado no obtuvo respuestas. Me dedicó una mirada de preocupación, y entonces abrió la puerta y se lanzó al interior de la habitación. Yo lo seguí, pero me detuve de inmediato mientras él tropezaba. Retrocedí, a pesar de que tendría que haberlo ayudado. No pude, no al ver lo que se encontraba en el piso, a escasos centímetros de la puerta.
Un cuerpo. El cuerpo de la señora Estela, aún vestido con su camisón de noche, estaba boca abajo como si fuera alguna animal raro al que habían pasado por arriba. Las piernas delgadas cubiertas de arrugas y venas se abrían como si estuviera por saltar y las manos estaban crispadas hacia adelante con todas las uñas de sus dedos cubiertas de sangre.
La suya al intentar arañar la puerta, entendí en ese momento mientras salía corriendo de la casa.
Estaba muerta.
Lo siguiente fue llamar a una ambulancia. Esperar, no saber qué hacer o decir. El dolor del hijo, el miedo que me carcomía por dentro. Fue quizá esa combinación de cosas lo que hizo que el tiempo pasara muy rapido pues la ambulancia llegó a lugar sumamente rápido a pesar de lo alejado que se encontraba. Cargaron el cuerpo muerto de la señora, tras realizarle algunos rapidos analisis. Con el hijo no pudieron hablar nada, pues el dolor de la pérdida le causó un shock muy profundo y necesito asistencia de los propios enfermeros.
Conmigo en cambio, sí se acercó la doctora de cabecera a intercambiar unas palabras. Me preguntó cómo había sido todo, que le comentara lo que supiera acerca de la señora y su hijo. Algunas de sus preguntas se me hacían extrañas por lo que quise saber qué pasaba.
Lo que me respondió entonces me lo llevaré a la tumba, y fui incapaz de decirselo al hijo en el momento, y probablemente jamás lo haré.
La señora Estela llevaba muerta varios días, como mínimo.
Comencé a respirar con dificultad y ya no pude mantener conversación alguna sobre el tema.
Recordando los extraños pedidos, las respuestas y movimientos al otro lado del cuarto, las obvias interacciones con aquella... mujer.
La joven doctora creyó que se debía a lo terrible de la situación, más yo ya había estado antes en presencia de la muerte y me había sabido sobreponer. No. No fue, en sí, por ver que una señora a la cual ni siquiera había conocido se encontraba muerta a pocos metros de su cama.
Fue una imagen, una pregunta, que hasta el día de hoy no puedo, ni quiero responder.
¿De quién era, y qué quería, aquella sombra que me observaba, en el pasillo? Y ¿Si la señora llevaba muerta varios días, con quién pasaba las noches en aquella enorme casa, el hijo? ¿Con quién o qué, las pasaba yo?
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