La herida que crece

Solía tomar paseos nocturnos todas las noches después del accidente. En verdad jamás me lo pregunté, pues no tenía que hacerlo para saber que el hecho de casi haberme quedado paralítico después de ser embestido por un auto a toda velocidad todavía pesaba en mi mente de forma quizá inconsciente y me hacía ver la vida, o mejor dicho, mi vida como ser caminante, de una forma que nunca antes lo había hecho.
Como fuera, las caminantes eran constantes después de aquel lejano día y la dolorosa y aún más lejana recuperación. La noche por supuesto era el momento del día predilecto, el elegido por encima de todos los demás pues me ofrecía la posibilidad de recorrer esa otra faceta de la ciudad. Su cara nocturna, la que para muchos era sinónimo de peligro, amenaza o violencia yo la veía como mucho más real. En todo caso pensaba que el peligro acechaba también durante el día ya fuera en la forma de las frases pronunciadas con voz baja y por la espalda, o de la violencia más terrible e inesperada, cual vehículo que te golpeaba de repente. Al menos la noche no fingía eso, no aparentaba ser el pacífico lugar ideal, sino que por el contrario, se hacía cargo de su fiereza y hasta lanzaba por momentos un desafío.
>>Aquí recorranme los más atrevidos, los valientes, los dispuestos. Seamos pues, precavidos. Pero si miras en este abismo no esperes que la mirada no te sea devuelta.
Y yo, como tantos otros, acepte su desafío. Una y otra ves, noche tras noche la recorrí calladamente como la araña que camina sobre un durmiente. Y es también así como hoy estoy dispuesto a recorrerla una ves más.
El destino elegido es por supuesto la rambla, con su mar agitado por el viento que sopla afuera y con más fuerzas en esa zona de la ciudad. Las grandes baldosas construyen el camino a cuyo costado izquierdo transcurre la siempre transitada carretera de asfalto.
El doble carril nunca se deja estar y el movimiento de los que vienen y van es acompañado por los juegos de luces, las sirenas a lo lejos y la música estridente que sale desde algún vehículo qué pasa veloz y ya se aleja. En la noche no hay semáforos.
El camino lo conozco casi de memoria por lo tanto me gusta agregar de tanto en tanto alguna modificación. Ir más lejos de lo normal, cambiarme al carril contrario y caminar sin mirar al oscuro mar que transcurre ruidoso a mi lado, bajar a la playa y completar mi recorrido con una caminata en la arena, todo puede ser.
Finalmente me decido por esta última opción. Silenciosa, la playa por la noche es solitaria como el más ardiente desierto en pleno día. A lo lejos ya la distingo, así como también la escalera de piedra que me permite bajar hacia ella. El recorrido es de mis preferidos pues no se trata de un camino muy largo pero tampoco es corto. Permite cansarse y permite disfrutarse.
Admirar las olas chocar sin detenerse bajo la luz de la luna es una actividad que cautiva al observador solitario, y yo me dejo atrapar sin siquiera haber llegado todavía hasta el lugar.
Tras unos minutos me encuentro apoyando mis pies sobre la arena.
"Splash...splash..." el mar nocturno es muy bello y su sonido no me causa más que cierta calma y cierta paz, y digo cierta por qué el cielo oscuro cubierto de espesas nubes no me transmite una buena sensación. A lo lejos incluso creo ver el destello de los relámpagos. ¿Será mi imaginación? No recordaba que dieran lluvias para esos días.
De repente la posibilidad de que fuera a desatarse una tormenta de la que ni siquiera nos habían anunciado se me hizo peligrosa. Ya no me sentía seguro a la orilla en la que mis pies se hundían.
Incluso la niebla que poco a poco se acercaba me resultaba un tanto incómoda. Tétrica, a decir verdad, pues me parecía escuchar de repente un sonido mezclado con el de las olas moviéndose. Pero, ¿qué era aquel sonido conocido? Parecía el silbido potente de un animal... ¡eso es! Un aullido, pensé, y de inmediato me arrepentí.
Los perros solían bajar a la playa a pesar de las leyes que lo prohibían, pero no recordaba haber visto nunca antes uno en la noche.
La niebla sin embargo se movía velozmente por encima del agua fría y ya había llegado hasta donde me encontraba, trayendo consigo ese "Aouuu" que me ponía los pelos de punta. Retrocedí asustado, buscando con mis ojos la escalera para subir nuevamente a la rambla pero creo que subestime la espesura de aquella niebla extraña.
Así como también mi valentía, pues apenas había dado unos pasos en la arena alejándome del lugar cuando escuché el inconfundible sonido de unas pisadas justo a mi lado y me quedé paralizado en el lugar.
Giré de improviso, más por reflejo que por querer encarará lo que pudiera haber estado acechando desde la niebla. No pude ver nada por su espesor pero no necesitaba hacerlo para que mi cabeza me dijera que no estaba solo.
Por si fuera necesario confirmación el aullido se escuchó mucho más cerca y atravesó la espesa niebla de la misma forma que atravesó mis oídos poniéndome la piel de gallina en el proceso. Pensé en gritar, pensé en correr, y apenas allí me percaté de que ya lo estaba haciendo. Rogaba que la escalera estuviera donde creía, por un segundo me imaginé corriendo en dirección contraria rumbo al agua y juré que en cualquier momento sentiría que mis piernas se hundían de repente para hacerme caer y dejarme a merced de lo que estuviera conmigo en aquel lugar.
Esto no sucedió sin embargo y yo estuve a punto de alcanzar la escalera que ahora podía ver con cierta dificultad. Entonces sentí un impacto muy fuerte, seguido de una su súbita sensación de calor que me recorrió todo el cuerpo y se originaba en mi pierna derecha. Grité presa del terror más puro y lancé manotazos hacia el aire pero solo atravesé niebla y de repente me fui al suelo. Toque arena al caer pero también sólida roca y vi que estaba sobre los primeros escalones de la que entonces fue mi salvación.
Los recorrí en un solo salto a pesar del tremendo dolor que sentía en mi pierna. Un dolor atroz que me quemaba como fuego dentro de las venas y me hacía apretar los dientes al mismo tiempo que lanzaba quejidos adoloridos.
Pero lo logré. Lo hice, pude subir por la escalera y ya la niebla se hallaba más despejada en la parte alta de la rambla. Por precaución me aleje un poco más. Comprobando mi pierna izquierda y sorprendiéndome de que mi pantalón no estuviera rasgado ni diera señal alguna de haber sido roto por lo que yo creía eran los filosos dientes de algún perro callejero y salvaje. Solo para estar seguro me palpé el lugar donde creía que estaba la herida, justo a la altura del muslo derecho, y no sentí la sangre caliente que esperaba sino el frío de mi piel erizada por el reciente episodio terrible.
Aquello era muy extraño, inexplicable y las preguntas se me amontonaron en la cabeza mientras retrocedía aún más alejándome de la niebla. Me sorprendió sobremanera el hecho de que la misma permaneciera allí, en el bajo, cubriendo la arena y el mar como el vapor de una gran cascada pero sin expandirse y abarcarlo todo como me indicaba el más lógico sentido común que debería hacer. Incluso el aullido inconfundible que antes me había aterrorizado ahora parecía lejano y difuso, me hacía preguntarme si de verdad había escuchado algo. Tocando otra ves mi pierna estaba claro que al menos la parte de una mordida era irreal, pues de lo contrario la herida tendría que estar allí mismo.
Asustado y confuso elegí regresar a mi hogar tras lanzar varias miradas a mi alrededor intentando buscar a algún otro caminante con quien compartir mi aterradora experiencia pero sin éxito. Algunas de las miradas si, fueron dirigidas hacia la niebla desde la que esperaba que e cualquier momento surgiera un feroz perro de pelaje oscuro como la noche y ojos rojos inyectados de sangre.
Aquello sin embargo nunca pasó y tras unos minutos sentí que todo había sido un extraño episodio de sugestión fruto de lo solitario del lugar y lo extraño de aquella noche. En verdad no era nada... y entonces lo sentí. O mejor dicho, me percaté.
Estaba caminando rengo. Mi mano de hecho acariciaba con cierta insistencia rítmica la zona de mi música,o derecho por encima del pantalón y cuando me percaté me detuve de inmediato. No había dado sin embargo tres pasos cuando una quemazón dolorosa y repentina me recorrió todo el cuerpo como si me hubiera bebido de repente un vaso de agua hirviendo. Casi caí al suelo y cuando el dolor pasó mi mano otra ves se encontraba sobando aquella zona en mi muslo. Mire mi pantalón de nuevo, luego la palma de mi mano, pero ni el primero se hallaba roto o rasgado ni la segunda tenía sangre en ella.
Me quedé allí, parado en medio de la rambla solitaria (a excepción de los coches que seguían circulando ajenos a mi existencia) y no supe qué hacer. De forma inesperada un pequeño... vaho o vapor blancuzco me llamó la atención. Lo desprendía mi pantalón, más específicamente se elevaba cual pequeña columna de humo desde mi muslo derecho retorciéndose en espiral y difuminándose hasta ser invisible como la exhalación de un fumador. Investigue mi bolsillos y cada centímetro de la tela del pantalón, y nada. No había ninguna cosa que pudiera estar provocándolo.
Un tanto nervioso retomé la marcha, sobándome la pierna ahora de forma ya consciente, sin poder explicarme mucho de lo que estaba sucediendo y observando atentamente mi propia ropa en busca del capo neblinoso que pudiera surgir de cualquier otro sitio. No halle nada sin embargo y a los pocos minutos lo estaba ignorando completamente cuando un dolor atroz me hizo retorcerme y caer de rodillas al suelo sujetando mi pierna derecha. Grité en plena noche y estoy seguro de que algún conductor me debió haber escuchado. De cualquier forma nadie se detuvo.
Ya mis dudas habían dejado paso al miedo más primitivo, el que nos generaba lo desconocido y la terrible certeza de no tener el control. Tenía que hacer algo y no me importaba lo que pudieran pensar quienes me vieran. Me quite en un solo movimiento los zapatos deportivos y baje mis pantalones azules quedándome solo con mis boxers grises. Me levanté del suelo y a la luz de los faroles contemplé sorprendido algo que no podía creer. El vapor de color blancuzco y neblinoso seguía estando allí y se elevaba ya no desde mi ropa que ahora descansaba a mis pies uno calzado y el otro no, sino que nacía directamente desde dos pequeñas heridas en mi muslo derecho. Como dos huecos en un globo inflado con humo, así también aquel vaho inexplicable estaba allí como si mi interior fuera de niebla y alguien me hubiera pinchado.
Ver aquello fue demasiado, ya el miedo estaba instalado y sentía mis músculos tensos al mismo tiempo que el corazón me comenzó a latir mucho más rápido. Estuve mareado por un segundo mientras buscaba con la mirada desencajada ahora si a algún otro transeúnte. Necesitaba un médico, ayuda de algún tipo. Alguien a quien decirle lo que había sucedido y sobretodo lo que estaba pasando ahora mismo.
El aullido que antes había escuchado volvió a hacerse oír y junto a él la suave caricia en mi nuca de un cosquilleo fatal. Me giré y comprobé con horror que la niebla se había expandido por la arena y el agua y ahora se encontraba a pocos metros como una pared de humo. <<Aooouuu>> escuché aterrado que surgía desde alguna parte. En vano entrecerré los ojos intentando distinguir cualquier cosa.
El miedo ganó terreno a la razón, me lancé a la carretera agitando los brazos intentando que alguien se detuviera a prestarme ayuda, un auto rojo de modelo antiguo me esquivo tras tocarme bocina y mientras se alejaba el conductor me lanzó una serie de insultos.
Por un segundo me vi tal y como estaba, sin pantalones y agitando mis manos mientras gritaba de terror intentando que alguien se detuviera, estaba claro que no lo iba a conseguir.
Regrese a la rambla cuando la bocina de un camión me trajo de nuevo a la realidad un segundo antes de pasar a toda velocidad por donde apenas un momento antes yo había estado. El terrible recuerdo de mi accidente destello por un momento  en mi mente. Aquello era una pesadilla, pensé mientras caía al suelo otra vez sacudida por el terrible dolor. Agarrarme la herida no servía de nada y cuando lo hice solo comprobé que mis dedos, mis propios dedos, se hundían en mi carne como si estuviera atravesando una pequeña pantalla de humo.., o de niebla. Lo mire y por un segundo vi como la herida que antes era pequeña se había expandido y ahora consista en dos huecos en los que podía meter, y de hecho había metido, mi dedo índice hasta el fondo.
Grité aterrado sacándolos de allí y corriendo desesperado. El dolor era terrible a cada paso pero la locura me hacía no detenerme. Mi casa no podía encontrarse muy lejos, o alguien que pudiera ayudarme. Un doctor, o una hospital. Una farmacia aunque fuera donde poder curarme.
Lo vi, a lo lejos corriendo distraído, un corredor nocturno como yo, se alejaba rápidamente. Tenía que alcanzarlo me dije. Aumente el paso. La velocidad. Ya sentía que el dolor se expandía no por mi muslo sino por toda mi pierna. Corrí desesperado haciendo acopio de toda mi fuerza, saltando por momentos en mi pierna izquierda y ya sin sentir la derecha cuando la apoyaba. Era como caminar sobre humo, o nubes.
El sudor me corría la frente y se evaporaba de inmediato pues podía ver como frente a mis ojos surgían delgadas columnas de niebla. Grité desesperado al corredor lejano pero llevaba los malditos auriculares y por mucho que agité mis brazos no me escuchaba. Era ligero, estaba corriendo veloz, pero la desesperación que me guiaba me daba más fuerzas y me le acerqué cada vez más... cincuenta metros... treinta... el disminuyó el paso y yo ya no sentía las piernas... el vaho neblinoso nublaba ahora mis ojos como si la niebla me rodeara a pesar de que no era así... veinte... diez metros... casi estaba ahí, grité pero de mi garganta no surgió más que una exhalación espectral como el aullido de un perro salvaje, la sentí deshacerse de mí como el humo que se aleja del cigarro. Cinco metro... estiré el brazo en una súplica aterrada para buscar su ayuda y entonces lo vi, frente a mis ojos que apenas podía sentir. Mis dedos se difuminaban y deshacían en columnas de blanco vaho y de hecho todo mi brazo parecía temblar como el viento que se arremolina en un lugar para luego desaparecer.
Estaba tan cerca... en un último intento me lancé contra aquel hombre sin preocuparme porque mi cuerpo se lastimara al impactar contra el suyo pues necesitaba si o si de su ayuda. Entonces todo se volvió blanco.

Una rápida ráfaga de espesa niebla cubrió por un momento la espalda del corredor. Este se volteó por un segundo, quitándose los auriculares pues estaba seguro de haber escuchado algo. Lo único que pudo ver fue un gran banco de niebla que se arremolinaba bajo la playa. No le causó buena impresión, por lo que colocó los aparatos de nuevo y continuó con su recorrido aumentando un poco la velocidad.
En la noche, un poco de niebla que se agitaba sobre la rambla, se fue alejando como llevada por el viento y se unió al gran banco de pesado blanco que se acumulaba en la playa. A lo lejos, se escuchó un aullido, como el lamento de la noche que termina.

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