La caspa

El hombre entró en la tienda de homeopatía y se quedó parado observando un montón de frascos transparentes que contenían líquidos de colores varios. Las etiquetas además de anunciar nombres confusos contenía entre paréntesis o en cursivas el uso que podía dársele a estos productos.
Acidez, estrés, artrosis, memoria, etcétera. Parecía que todo podía curarse o mejorarse allí pensó el hombre.
—Buenos días —saludó una mujer mayor que apareció de repente. El hombre se giró hacia el mostrador con expresión seria. "El momento de la verdad"
—¿Que? —preguntó mirando nervioso a su alrededor. La dueña lo observo extrañada.
—Buenos... días —repitió con lentitud.
—Buen día —contestó automáticamente el hombre. "Ja..." creyó escuchar que alguien reía por lo bajo. —Caspa. ¿Tiene algo para la caspa?— agregó entonces, paseando la mirada de la mujer a la pared detrás de ella donde podían verse otro montón de productos en frascos y bolsas de plástico.
—Claro. Lo más recomendado suelen ser estos shampoos —la señora se dio la vuelta con parsimonia y colocó sobre el mostrador una serie de frascos blancos y azules. "Pero miren nada más, si son mis viejos amigos". Ahí estaba otra vez. El hombre silencio la voz. "¿Ya te cansaste de escucharme Paco? Ja..."
—Ya los probé. No me sirvió ninguno. —Pablo (Paco, como la voz lo llamaba) paseo la mirada agotada de los frascos a la mujer.  —Necesito algo más fuerte —.
—La caspa suele ser producto de los nervios —comentó de repente la mujer. —¿Usted es muy nervioso? Parece —se respondió automáticamente, con una leve sonrisa.
Pablo de repente se vio a sí mismo parado frente al mostrador. Alto y flaco, torpe. Casi temblando mientras lanzaba miradas rápidas a los alrededores, si parecía un poco nervioso. Bastante de hecho.
—Vengo de allí —dijo el hombre señalando la puerta de vidrio, apuntando con su largo índice hacia la calle. —Como para no estar nervioso.
—¿Muy movida la ciudad?
—No se puede ni andar. Casi una hora para cruzar diez cuadras. Esta colapsada. Esta ciudad está colapsada. —. La mujer rió por lo bajo. "Bien Paco, haces nuevos amigos".
—El problema con la caspa es que se trata en realidad de un hongo. Nace en las partes del cuerpo que tengan algún vello y se expande hasta esas zonas. Entonces si usted se lava muy bien la cabeza y logra exterminar la caspa que nace en ella, tiene que asegurarse de que no tenga también en las cejas o detrás de las orejas. O en la nuca —la mujer regordeta sonrió mientras daba aquella larga explicación. Pablo se la imaginó como una persona feliz en su trabajo.
—¿Que me recomienda usted? —preguntó entonces.
—Matar al hongo no es difícil. El problema es limpiar su cuerpo totalmente —respondió pensativa la mujer. Su mirada lo examinó de arriba a abajo rápidamente, y Pablo sintió de repente que aquellos ojos eran capaces de detectar cada punto en que el hongo de la caspa existía.
—Usted parece un exterminador de ratas —dijo bromeando pero la mujer frunció el ceño y lo miró con extrañeza. "Tonto" le reprochó la voz. "Tonto, tonto, tonto. Dile algo bueno a esta rata gorda que te atiende, antes de que sospeche".
—¿Que sospeche que? —preguntó Pablo en voz alta.
La mujer se aclaró la garganta y retrocedió un poco mientras colocaba ambas manos por debajo del mostrador.
—Bueno señor, estos son todos los productos que tengo y son de lo mejor. Si quiere terminar con la caspa se los recomiendo —dijo visiblemente tensa.
Pablo la observó, momentáneamente había olvidado incluso que hacia allí.
—Eh... si, si, gracias. Está caspa me está matando. A veces pareciera que me habla —comentó por lo bajo mientras buscaba la billetera en su pantalón vaquero.
Cuando la mujer vio que sacaba dinero pareció tranquilizarse.
—¿Se imagina que en nuestra cabeza crecen hongos? Como para no enloquecerse uno —agregó Pablo mientras extendía un billete de mil. Pretendía llevarse todos los productos a su casa y usarlos apenas llegara. "Eso no va a funcionar, lira lira liraaa" canturreó la voz en el interior mismo de su mente.
—Estoy segura de que con esto será suficiente. Si llega a necesitar algo más puede volver, estamos abiertos incluso fines de semana. Allá atrás está Dalira —y señaló la parte trasera de la tienda, aunque Pablo solo vió un pasillito mal iluminado y una puerta de madera —ella se encarga de los pedidos y conoce mucho de hierbas y cosas que le pueden ayudar. Pero seguro que no la necesita —la mujer metió los productos en una bolsa y luego entregó el cambió a Pablo.
—Eso espero —comentó el joven sonriendo y sujetando sus compras. Se dio media vuelta y se marchó.

Pablo vivía solo. Su piso era una habitación con baño que alquilaba con menos de diez mil y en la que antes había vivido con su pareja, Natalia. Tras discusiones fuertes y peleas ella se había marchado. La madre de Natalia a la que Pablo jamás había conocido no lo quería para nada, y eso fue el detonante de muchas de aquellas grandes peleas. A veces el joven la extrañaba, pero desde que la caspa se había convertido en un problema serio, ya casi no tenía tiempo de pensar en otra cosa que en como deshacerse de ella.
"Amigo. Paco. No va a funcionar, créeme, yo se lo que te digo" comentaba la caspa por lo bajo mientras el joven colocaba todos los productos sobre el lavamanos.
Pablo intentó acallar la voz. Pensar en otra cosa, no responder, pero sabía que era imposible resistirse. Aquella voz burlona que a veces se divertía haciendo de eco a sus pensamientos, sabía donde tocar.
"Pacooooo" dijo en su cabeza y eso trajo los recuerdos de su etapa escolar y universitaria. Paco, así era como sus compañeros de escuela lo llamaban mientras lo insultaban y golpeaban. Así era además como algunos de sus profesores lo llamaban cada tanto, creyendo que era ese su verdadero nombre. Por algún motivo cada vez que intentaba corregirlos se le iba la voz y varios de esos profesores acabaron creyendo que su nombre en verdad era Paco.
—Ya vas a ver —dijo calentando el agua de la bañera. Era vieja y estaba oxidada, pero serviría para sus propósitos. Ya se había quitado la camisa y con el torso descubierto esperó a que el agua la llenara.
"Amigo hablemos de esto. Tu sabes que no servirá de nada. Te lo está diciendo tu propia voz interior. No tenemos que llegar a estos extremos" insistió la voz, el tono sonaba con esa mezcla de burla y apremio que siempre usaba.
—Hoy será distinto. Hoy vas a desaparecer —dijo Pablo caminando de un lado para el otro del baño. —La mujer me lo aseguró —
"¡Esa exterminadora! dijo que soy un hongo, ¿puedes creerlo?"
—Vives en mi cabeza, te comes mi cabello y mi piel muerta. Claramente eres un hongo, sin mi no vivirías —
"Requiero de otros para vivir, ¿y tu eres muy distinto de eso? Recuerdame ¿como fue que viniste a este mundo?" la voz insidiosa adoraba aquellos debates, se sentía ganadora y poderosa cuando sucedían y Pablo lo sabía muy bien porque él se sentía pequeño y desgraciado cada vez que terminaban.
—Una abominación. Antinatural. Te voy a destruir —le juró a la caspa. El agua de la tina seguía subiendo. Se rascó la cabeza con insistencia. —¿Me escuchaste? —dijo.
"Siempre te escucho Paco. Siempre escucho a Paco, mi buen amigo. El no me haría daño, ¿verdad?"
—¡Yo no soy Paco! —gritó Pablo mirándose al espejo que ya se empañaba por el vapor del agua caliente. 
"De la boca para afuera, no. Pero aquí dentro... aquí dentro sí que lo eres" siseó la voz.
Pablo observó la bañera. Tenía agua suficiente. Tomó el primer frasco y tras abrirlo -"No, no"- decía la voz lo esparció por su cabeza. Era como un shampoo cualquiera, pero de consistencia más espeso y un olor como a pino.
—Ya veras —afirmó y metió la cabeza de lleno en la bañera. "Nooo" gritó la voz con desesperación. El agua que había calentado, sin ningún toque de agua fría, estaba muy caliente y le quemaba la cabeza. También Pablo comenzó a gritar de dolor pero no se apartó. Se esforzó en quedarse allí aferrado a los bordes de la bañadera mientras con una mano que también se quemaba rascaba con fiereza su cabeza castaño.
"Piedad, piedad" rogaba la voz torturada.
Pablo no la tuvo. Apenas el producto se había desprendido totalmente de su cabello, estiró la mano sin siquiera sacar la cabeza del agua hasta tomar otro de los frascos y lo abrió como pudo para echárselo en el pelo.
La voz gritó de dolor, con un atronador eco que no podía soportar, como si alguien hubiera puesto un parlante en medio de su cerebro y lo estuviera haciendo sonar a todo volumen. La orquesta de gritos era terrible, y el tono de la voz cruzaba por todos los tonos posibles como un camaleón mudando de piel. Era su madre y su padre enfurecidos, era sus compañeros gritándole, sus profesores retándolo, su novia diciéndole que era inmaduro y que su madre tenía razón sobre él, era la voz inhumana y chillona de un hongo mutante que clamaba por piedad y rugía de dolor retorciéndose sin brazos ni piernas. Era Pablo, Paco, que gritaba al mismo tiempo que la voz mientras el calor en su cabeza ya no surgía al contacto con el agua sino en su interior salvaje y torturado.
Pablo se incorporó de repente, incapaz ya de tolerar tanto y se miró en el espejo.
En este, aún empañado, lo vió.
Era una masa carnosa de colores pútridos, grises y verdes oscuros, que surgía de su cabello y se elevaba como una segunda cabeza. Está no tenia ojos o nariz, pero si capaz de piel rugosa con algunos agujeros de los que goteaba agua y sangre. El hongo de la caspa estaba prendido con unos tentáculos diminutos pero firmes a su nuca, cejas y cabello, tan negros como la noche. Aquella visión llenó de horror y asco a Pablo quien siguió gritando mientras sujetaba aquella cosa e intentaba arrancárselo. El hongo gritaba con furia mientras él tiraba con fuerza. Gotas de agua comenzaron a cegarlo, al poco tiempo sangre se sumó a estas gotas mientras el cuero cabelludo comenzaba a desprendersele por el esfuerzo y Pablo ya no pudo seguir viendo la masa amorfa que vivía en su cabeza.
Calló al piso, agotado y se quedó allí, incapaz de saber si el hongo había salido totalmente pero feliz porque la voz se hubiera acallado aunque fuera un poco. En las manos tenia un montón de cabello.

Era sábado por la mañana. Pablo abrió la puerta de la tienda homeopática y aguardó. Como la vez anterior no había nadie. Ni clientes, ni gente atendiendo.
"Este lugar no me trae buenos recuerdos ¿sabes? ¿Dónde iremos después? ¿A tu escuela?" la voz había regresado. En realidad, jamás se había marchado. Lo atormentaba día y noche, fuera donde fuera e hiciera lo que hiciera. A veces, cada vez menos, guardaba silencio como si dejara paso a la tenue esperanza de haber desaparecido para siempre, pero era solo cuestión de tiempo a que Pablo sintiera la irresistible necesidad de rascarse la cabeza, y entonces como un tigre agazapado, la voz volvía a interrumpir su vida.
—¿Buenas? —Preguntó intentando atraer a alguien.
"Oh, ¿vamos a hablarnos en público? Ya es un avance señor" rió la voz. "Dígame, ¿hace cuanto no visita a sus abuelos?".
—Hola —dijo saliendo desde el fondo una mujer, distinta a la primera que lo había atendido. Está era mucho mas vieja, y caminaba algo encorvada, aunque en sus ojos negruzcos tenía todavía la mirada de una cierta fuerza juvenil. El cabello gris lo traía recogido y un collar extraño refulgía en su cuello.
"Hola hola" dijo la voz animada. El eco se expandió por la mente de Pablo como un grito en la noche.
—Buenas. Yo estuve acá el otro día. Buscaba algo para la caspa, pero no me dió resultado —dijo Pablo, quitándose entonces la capucha que cubría su cabeza, ahora pelada. Se había hecho cortar el cabello y el mismo se había rasurado las cejas y cualquier rastro de vello en su cuerpo en un vano intento por detener la voz.
La mujer vieja lo examinó como lo había hecho la anterior, solo que a diferencia de ella, está no le quitó la vista de encima.
"¿Me ves a mi? ¿Te gusto?" preguntó la voz cuando la mujer no se movió ni dijo nada. Pablo la observaba. Sus facciones se le hicieron de repente conocidas, pensó con mucho esfuerzo pero no pudo saber de donde la ubicaba. Aquella mujer lucía como alguien conocida pero más vieja. Natalia, pensó, su ex. Pero... no, a la vez no. Era ella, y no lo era. "Dalira" dijo la voz de la caspa y el joven recordó súbitamente el nombre que la otra dueña le había dado. Aquella mujer que no dejaba de mirarlo debía ser Dalira.
De repente, como satisfecha, la anciana sonrió.
—Mijo, si eso no le sirvió poco se puede hacer —dijo señalando la cabeza ahora calva de Pablo. —Es cuestión de esperar y lavarse bien. Dos veces por día si fuera necesario. Pero en poco tiempo la caspa debería desaparecer.
"No lo creo señora" respondió la caspa. "No estoy aquí para desaparecer. Más bien quiero comer y comer hasta devorarlo todo".
—Pero me va devorar la cabeza —dijo Pablo aterrado. La sola idea de pensar que aquel hongo se alimentaba cada día de él era insoportable y por eso la evitaba, pero ahora le decían que solo debía dejarlo morir de hambre.
"Eso jamás sucederá. Primero me comeré este jugoso cerebro que tienes acá" advirtió la voz.
—Muchacho, creo que usted le está dando mucha importancia a una caspa. Mi hija siempre tenía desde muy chica, y con plantas yo se la pude sacar. Pero le aseguro que no es peligroso.
—Eso —dijo Pablo, repentinamente inspirado. —¿Que plantas? —preguntó.
—Oh, no, no. Esas son de cosecha personal. No están a la venta. Además, si ya probó todos nuestros productos...
—¿Cuanto? —interrumpió Pablo.
—Lo que usted me pida yo se lo doy —insistió. La mujer lo observó de nuevo. "No me agrada esta señora" dijo la voz, ignorada con esfuerzo por Pablo. Al poco tiempo, sonrió. —Francamente no se lo voy a cobrar. No podría. Pero... lo que sí quisiera pedirle si no es mucha molestia, es ese cinturón que usted tiene puesto. Parece bastante trabajado y yo los colecciono. Es una afición de vieja. "De vieja pervertida" pensó la voz. Pablo no lo dudó y se quitó el cinturón rápidamente dejándolo sobre el mostrador.
—Espéreme aquí que ya vuelvo. Tengo algunas atrás —dijo Dalira y fue hasta el fondo de la tienda. Regresó a los pocos minutos con unas plantas de hojas pequeñas y puntiagudas. "Al menos no puede ser tan terrible como la última vez. Ya no tienes más pelo que arrancarte, ¿eh Paco?"
—Una ducha a cuerpo completo con varias de estas y estará hecho —comentó mientras se las entregaba al joven.
—Muchas gracias —dijo este, agradecido y se marchó de la tienda llevándose sus plantas.

Cuando se hubo alejado, Dalira tomó el cinturón entre sus arrugadas manos sonriente. Se encaminó hasta la parte de atrás de la tienda y allí ocupó su lugar en un banco de madera que tenía. De entre sus ropas sacó entonces una foto que llevaba siempre consigo y la dejó sobre la mesa. Era una foto de Pablo, sonriendo mientras abrazaba a alguien más, aunque la otra mitad de la foto había desaparecido arrancada. La foto estaba atada con hilo de seda negro y sobre la cabeza de Pablo habían pintarrajones de todos colores. Dalira, la madre de Nicole, aquella mujer que había sido por un tiempo novia de Pablo, colocó el cinturón del joven alrededor de la foto y juntando las manos comenzó a rezar en palabras extrañas mientras daba suaves grititos ocasionales. Todo estaba saliendo bien. Sabía que solo era cuestión de esperar y entonces aquel hombre malnacido seria consumido por la ira de Plankut, El Hongo, invocado por la furia de esa mujer que jamás permitiría que su hija perdiera el tiempo con semejante desperdicio.

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