La caja
Justin y Carla abrieron la puerta de la casa y entraron con la emoción marcada en el rostro.
Sus movimientos apresurados mientras metían con cuidado la caja en el interior de su hogar.
La joven pareja a diferencia de otras veces no venía sola, pues en su tradicional paseo vespertino se habian alejado un poco del camino que siempre recorrían, y apartados del centro de la ciudad se toparon con una caja de buen tamaño y pintada en negro dentro de la cual Carla había escuchado a tres pequeños gatitos maullando por atención. Esto hizo que se acercara, arrastrando consigo a su novio.
—Mira amor, pobrecitos —había dicho Carla soltándose de la mano de Justin y agachándose para ver mejor la caja desde cuyo interior los tres pequeños gatos de pelaje erizado la miraban atentamente.
—Los abandonaron, pobres gatitos —agregó Justin aunque sin acercarse. Los animales no le gustaban mucho y en todo caso prefería a los perros. Además, aunque no se lo comentó en ese momento a su novia, había algo que no le gustaba en el lugar.
Como si también él fuera un gato erizandose ante algo desconocido, sentía una intranquilidad inexplicable cada ves que miraba el interior de la caja.
La misma era de color completamente negro y aunque ahora se veía como de cartón pintado, al principio y desde lejos él estaba seguro de haber visto un material mucho más sólido y resistente, como si aquella fuera una especie de caja metálica de gran valor aunque ahora parecia similar a cualquier otra. ¿Acaso había sido un efecto óptico por la distancia?
Incluso dio un paso más y se acercó a su novia solo para asegurarse de que en su interior efectivamente hubieran tres gatos pues estaba totalmente convencido de haber escuchado, mientras se acercaba a la caja, el aullido de pequeños perros.
—No los podemos dejar acá —dijo Carla —Son hermosos —agregó y estuvo a punto de levantar uno del interior de la caja cuando su novio la detuvo.
—Esperá, no estamos seguros de que sean abandonados. —Justin miró a su alrededor. De repente se sentía más intranquilo. Los gatos parecian muy cuidados, bien alimentados, y mientras más los observaba le resultaban demasiado valiosos como para dejarlos abandonados. Eran de raza además, parecian Himalayos con su pelaje blancuzco y las caras y orejas negras. Justin sabía que nadie abandona porque sí a tres gatos de raza.
—¿Y de quien van a ser? Si acá no hay nadie. Además ¿quien va a andar con una caja con gatos adentro?
—El dueño por ejemplo. —respondió Justin quien a pesar de no ver a nadie en los alrededores, seguía sintiendo algo extraño, como si allí hubiera otra presencia que no lograba divisar del todo entre los edificios altos y los contenedores de basura. Como si algo en el ambiente no le diera confianza de permanecer en ese lugar, y el hecho de que estuviera atardeciendo no hacia que la sensación disminuyera.
Carla se apartó un poco de la caja y lo miró a él de forma un tanto extraña. Sus ojos se desviaron por un segundo a la caja y sonrió como si estuviera viendo un tesoro. Así de rápido como hizo ese movimiento reemplazo el gesto por seriedad y volvió a mirar a su novio. Sin embargo de nuevo sus ojos parecieron desviarse hacia la caja y sonrió aunque esta ves con igual rapidez su gesto y mirada regresaron al rostro de Justin.
—Por favor —dijo de repente y pareció como si estuviera haciendo algún esfuerzo para no volver a mirar fijamente la caja y sacar de su interior a los gatos que maullaban sonoramente. —Por favor, ¿los podemos llevar? —los gatos hicieron un repentino silencio.
Justin sintió nacer la negativa con más fuerza en su interior. Él no quería mascotas. Pero su novia lo miraba con los ojos suplicantes y el gesto apenado que tan bien le funcionaba para convencerlo de hacer cosas de las que no estaba seguro. Insultó internamente a esas "armas de mujer" como su padre solía llamarlas y tras lanzar un suspiro en el que daba a entender que su debate interior había terminado, dijo:
—Ok, ok, está bien. Pero no nos vamos a quedar con los tres. Y apenas lleguemos les damos un baño y los cambiamos de lugar. Tiramos esta caja y mañana sin falta los llevamos al veterinario.
—¡Si! —celebró Carla abrazandolo por el cuello dado que ella era más baja, y besándolo rápidamente. —Gracias, gracias, gracias —
—Y... vos te... vas a hacer... cargo del gato que conservemos —intentó decir Justin entre los besos de su novia que le aseguró se iba a encargar de todo y cuidaría al gato sin que este molestara en lo más mínimo.
Ya la noche estaba comenzando y rápidamente los dos jóvenes tomaron la caja uno de cada lado y la llevaron consigo mientras en su interior los gatos permanecían en un total silencio que nos les llamó la atención.
Así habian llegado hasta la casa y tras la caminata que pareció más larga de lo normal dejaron la caja en la habitacion de huespedes.
—Pesaba más de lo que parecia —comentó Justin recuperando el aire. Por momentos la caja, a pesar de solo contener tres gatos pequeños. Al pensar en eso una vocecita en su mente le respondió que no se debía tanto al peso sino más bien a que la misma le generaba cierta repulsión. No le dio mucha cabida a ese pensamiento al responderse que se debía a que la caja estaba en medio de la calle e inconscientemente la asociaba con algo sucio.
—Hola gatitos —dijo Carla sonriéndole a los felinos y saludándolos con su mano. Los tres animalitos saltaron un poco y estiraron sus patas hacia ella al tiempo que daban largos y sonoros maullidos. Era como ver a un bebé que pide ser levantado del suelo pensó Justin.
Carla estiró un poco su mano incluso pero entonces este la detuvo.
—No los vamos a tocar sin guantes hasta que no estén bien bañados y limpios, —le dijo —pero sobretodo los que tenemos que limpiarnos somos nosotros. Venimos agarrando esta caja todo el camino. Vamos, vamos —la apresuró mientras la alejaba de la caja y se dirigían juntos hasta el baño.
Carla fue rápida en lavarse las manos y mientras cerraba la canilla escucharon el maullido de los gatos que llegaba con claridad hasta el baño.
La habitación de huéspedes que en ese momento solo tenia un sofa cama, quedaba justo al lado del baño y la caja con los gatos la habian dejado recostada contra la pared más lejana.
—¿Van a estar así toda la madrugada? —preguntó Justin, sarcástico.
—Seguro deben de tener hambre. Voy a darles un poco de leche. Vos prepará las cosas para poder darles un baño así ya los podemos tocar sin miedo a que nos contagien esas terribles enfermedades que según vos tienen.
—Ha-ha, me lo vas a agradecer cuando no tengas que arrancarte pulgas crecidas de la cabeza —se burló Justin y continuó lavando sus manos mientras que Carla se dirigía tarareando una melodía por lo bajo hasta la cocina en busca de comida para los pequeños.
Justin no se demoró mucho tiempo. Corrió la cortina del baño, colocó en la bañadera un gran latón de plástico que comenzó a llenar con agua caliente y luego fue por unos guantes de goma, shampoo y jabón. No dejó que el latón se llenara mucho recordando que los gatos odian el agua y cuando consideró que esta tenía la tibieza suficiente llamó a su novia.
—Listo el baño Cari. Traelos para acá —gritó desde y mientras aguardaba se colocó los guantes de goma con esfuerzo.
Carla sin embargo no llegó.
—Cari, ya está el baño —insistió, pero no obtuvo respuesta. La sala de huespedes era la habitacion más cercana al baño, por lo que aquello era extraño. ¿Se encontraría todavía en la cocina preparando la comida de los gatos? Solo por si acaso se concentró, pero la melodía que su novia cantaba ya no se escuchaba.
—¿Cari? —llamó Justin saliendo del baño sin apagar la luz y dirigiéndose a la cocina. Pasó por la sala de huéspedes y no vio rastros de su novia, si bien le llamó la atención que los gatos estuvieran en total silencio. Solo por si acaso se detuvo y entró a la habitacion.
La caja negra estaba allí donde la habian dejado, contra la pared de la pequeña habitacion, y vista desde ese lugar parecia nuevamente no estar hecha de débil cartón pintado sino más bien de un material mucho más resistente, como cuatro paredes de metal oscuro unidas las unas a las otras.
De repente Justin volvió a sentirse incómodo. En la habitacion estaba él... y la caja, y por muy tonto que sonara, podia sentir que mientras la observaba esta le devolvía la mirada, de alguna forma.
—Ca...Carla —volvió a decir, solo porque el silencio sepulcral del lugar lo hacia sentirse aún más incómodo. Sin embargo su voz se apagó rápidamente y con ella todo sonido que pudiera haber en la habitacion. Extrañado, salió y fue hacia la cocina.
—¿Amor, donde estas? —dijo ya con urgencia en su voz y obteniendo la misma respuesta que antes. Absoluto y total silencio.
La situación estaba empezando a pasar de extraña e incomoda a preocupante. La luz de la cocina encendida y la jarra de leche fuera de la heladera le decía que Carla había estado allí pero... "pero ya no está" le susurró la molesta voz de su mente.
Con rapidez fue a revisar la puerta de entrada repitiéndose que seguramente ella había salido, pero al comprobar que está permanecía cerrada como la habian dejado al entrar el pánico comenzó a nublarle la razón.
Solo por si acaso la abrió y lanzó una mirada hacia el exterior pero el barrio estaba tranquilo y en la calle solo se veían los coches circulando. De Carla, ni rastro.
Como por reflejo fue por su celular pero no llegó a usarlo porque apenas lo tomó en sus manos descubrió que el de su novia estaba a su lado, sobre la mesa.
¿Donde mierda se había metido? pensó sintiendo los apresurados latidos de su corazón.
¿Que se hacia en esos casos? ¿Llamar a la policía era demasiado exagerado? ¿Era muy pronto?
Además, la luz de la cocina, la leche sobre la mesada, eran pruebas de que ella no podia estar muy lejos. Si él apenas había tardado unos minutos preparando el baño de los gatos, Carla apenas hubiera tenido tiempo de alimentar a los animales.
¿Porqué no contesta entonces? le preguntó esa voz en su cabeza, mientras él iba a las demás habitaciones y las revisaba una por una.
—Carla, ¿donde estas? —preguntaba cada ves que encendía una nueva luz pero las encontraba tan vacías y silenciosas como lo estaba la casa ahora mismo.
O no.
Justin se detuvo. Escuchó. Era... algo. Como un sonido repetido de forma monótona. Como si alguien estuviera... tarareando. Se fue moviendo dejando que el sonido lo guiará, con pasos lentos y un miedo que nacía desde la boca de su estómago y se expandia por todo su cuerpo. Como si de repente su casa ya no fuera ese hogar tranquilo de siempre sino más bien una cueva oscura y terrible en la que él se había adentrado sin saberlo lo que acechaba en sus profundidades. La voz burlona de su mente se lo estaba susurrando ahora mismo, mientras él caminaba y avanzaba por el pasillo intentando localizar el sonido. "Lo sabes" le decía pero él no quería escucharla. "Lo sabes, lo supiste desde que la encontraron" y entonces la voz ya no parecia tan burlona mientras él se acercaba por el pasillo iluminado hasta esa habitacion desde la que sin duda provenía el sonido.
"Lo... lo sabes. No. No. Dios, no." se lamentó la voz en el momento en que Justin puso un pie en la ya no tan silenciosa habitación de huéspedes. La voz, que no era otra que sus pensamientos incontrolables, tenía miedo y dejó de hacerse escuchar en el preciso instante en que él centró los ojos en la caja negra recostada contra la pared y desde cuyo interior llegaba no el maullido de tiernos gatos sino una lenta y copiosa melodía intermitente que sólo podía producir el tono de voz de una mujer.
—Car...la —llamó pero la voz se le quebró a medio camino. —Carla —volvió a decir ahora con más ímpetu.
—Por favor —dijo la voz de su novia, desde el interior de la caja negra. —Ayudame, mi amor, mi amor ayudame. —La voz sonaba lejana, como si estuviera en el fondo de un pozo oscuro y no de una pequeña caja de cartón, y entonces Justin se dio cuenta de que nuevamente la estaba viendo como las otras veces. Alta y grande, del color de la noche más oscura, parecia no una pequeña cajita desechable sino la jaula totalmente cerrada de las peores pesadillas.
—¡AMOR! —la voz desesperada de Carla rasgó el silencio cortando con la inmovilización de Justin que se apresuró contra la caja sintiendo una repentina adrenalina recorrerle el cuerpo empapado por el sudor fruto del miedo.
—Dame la mano —rogó él mientras observaba que de forma imposible, en el interior de la caja los tres gatos habian desaparecido y desde un piso del color del barro mojado surgía la mano delgada y temblorosa de Carla. De repente su cara asomaba por entre el barro, como un niño haciendo esfuerzo para no ahogarse, pero este volvia a cubrirla.
Justin sujetó la mano de su novia con desesperación, lanzando un grito de puro miedo y locura. Sintió que apenas un poco parecía poder levantar a Carla desde algún suelo imposible, pero entonces un fuerte dolor le recorrió el brazo.
La mano de Carla sujetaba la suya con una fuerza tal que empezó a sentir sus dedos quebrarse y los tendones rasgarse ante el apretón repentino. Justin grito de dolor y desesperación intentando ahora safarce pero la sangre que goteaba de su mano destrozada cayó en el interior de la caja y el apretón pareció intensificarse. Cayó de rodillas suplicando por ayuda y sólo entonces sintió el verdadero terror pues pudo sentir como era levantado del suelo, atraído por una fuerza irresistible hacia el interior de la caja.
Con la desesperación de un animal acorralado intentó sujetarse de donde fuera pero no tenía nada cerca de el. Sus manos rasguñaron el suelo y sus pies se apoyaron en la misma caja mientras el brazo de Carlacontinuaba tirando del suyo propio sin detenerse.
Justin no podia parar de gritar por ayuda pero entonces sus ojos se posaron otra ves en el interior de la caja. De entre el barro negro y extraño que era el fondo surgió nuevamente el rostro de Carla, solo que esta ves no era asustado y rogando por ayuda, sino enseñando unos dientes pequeños y muy delgados como agujas de hueso, y unos ojos amarillentos que le hicieron helarse la sangre. El terror que le provocó ver eso fue tal que Justin sintió su corazón estallarle en el pecho y ese momentáneo miedo lo paralizó haciendo que de un solo tirón la mitad de su cuerpo fuera tragada por la caja, que silenció sus gritos desesperados de último momento al tiempo que una lluvia de sangre roja como suave rocío surgía de su interior empapando el suelo.
Poco a poco la cintura de Justin fue desapareciendo, seguida de sus piernas y pies, que todavía se resistian dando bruscos movimientos al aire. Pronto todo su cuerpo hubo desaparecido y las manchas de sangre que se habian acumulado formando pequeños charcos comenzaron a moverse como atraídas hacia la caja, que las absorbió como una esponja puede absorber gotas de agua. La habitacion quedó tan silenciosa como antes.
Apenas unos segundos después se escuchó un sonido en la puerta de entrada.
—Amor, fui corriendo hasta el super de la esquina. La leche que teníamos estaba vencida —dijo Carla, cerrando la puerta tras de sí y encaminandose hasta la cocina.
—¿Jus? —dijo mientras colocaba la nueva leche sobre la mesada y hacia para un costado la otra. El único sonido que obtuvo por respuesta fue el maullido de los pequeños gatitos. ¿Dónde se habrá metido? pensó mientras llenaba con leche dos viejas latas de atún.
—Ya va, ya va —comentó a los pequeños animales al sentir que su maullido aumentaba de intensidad. Se acercó a la caja y los observó allí, ronroneando ahora que podían ver el alimento que ella les traia. —A ver gatitos, ahora si que no van a tener hambre —dijo Carla, mientras dejaba la lata de atún en el fondo de la caja.
Un segundo después, una mano firme surgió del barro en que este se había convertido.
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