Freddy, el sonámbulo

El primero en llegar a la pensión había sido Freddy, que tras ser expulsado del hogar donde residía desde el abandono de sus padres y enfrentando al hecho de que ahora la dureza de la vida en la calle le tocaba de cerca, decidió enderezarse y tras un tiempo difícil logró conseguir trabajo en la intendencia municipal.
La suerte era algo extraño en Freddy. No parecía tenerla durante gran parte de su vida, hasta que comenzaba a hundirse y entonces, cuando estaba por tocar fondo, salía a flote de pura casualidad.
Su reciente sueldo le permitió alquilar un cuarto en la pequeña pensión ubicada en la calle María Fernández y Roxlo. Estando a pocas cuadras del centro y tras hacer una rápida pero sólida amistad con los dueños del lugar, sintió que por fin se encontraba en un periodo de estabilidad después de haber pasado por difíciles momentos de incertidumbre.
Yo lo sabía pues desde el momento en que lo expulsaron del Hogar de los Santos Mayores había recibido uno que otro mensaje de su parte. En más de una ocasión nos encontramos por las tardes a charlar sobre cómo iban nuestras vidas... y como habían llegado hasta allí. Nuestra amistad a pesar de todo permanecía firme.
Muchos supervisores y hasta nuestros antiguos compañeros de cuartos me decían que Freddy estaba mal, hundiéndose en su propia irresponsabilidad, y pretendía arrastrarme con él antes de desaparecer del todo. Muchos afirmaban que estaba en la droga y no faltó algún que otro comentario de que ya estaba muerto.
Juntos, él y yo, nos reíamos de todos esos habladores mientras imaginábamos una vida diferente pero posible y cercana.
La verdad era que el trabajo sentaba bien a Freddy y no tener que vivir bajo la dura mano de hierro de los religiosos le había cambiado hasta el semblante.
Aquel Freddy expulsado por pelear contra un profesor, asustado y rencoroso, se había convertido en un nuevo joven, ya con facciones de hombre. La barba crecida y el cabello siempre despeinado le daban un toque aún mayor y el nuevo par de lentes que le vi en nuestro último encuentro lo hacían lucir como un intelectual.
Su ropa no era de la mejor calidad pero cualquier prenda hubiera sido mejor que los remiendos que nos obligaban a vestir en el hogar.
Aquella vez Freddy me dijo que me fuera con él. Que había un lugar en el cuarto que estaba alquilando. Lo dijo medio en broma, pero entendí que era una propuesta sólida.
"Es tranquilo, callado. Queda cerca del centro y de la playa. Tienes todo ahí, y no vas a tener que preocuparte más por todo seguir al pie de la letra cada cosa que esos te digan". Por <<esos>> se refería claro a los supervisores del hogar. Me ahorré decirle que justo antes de ir a su encuentro uno de esos supervisores me había advertido de lo tonto que sería si fuera a juntarme con él.
Amablemente rechace la invitación. Era verdad que el hogar parecía por momentos una cárcel más que una casa, pero era la única que conocía desde la muerte de mis padres y además no tenía trabajo o forma alguna de sustentar un alquiler mensual más la comida y gastos personales.
"Seguro te hablan mal de mi" dijo y yo no respondí. "Es obvio. Tienen miedo, saben que por mucho que hablen yo estoy bien, hago la mía. No quieren que otros puedan hacer lo mismo. Igual no te insisto más. Yo te conozco, no vas a aguantar mucho más ahí. Es cosa de tiempo."
Cambiamos el tema de la conversación como si nada y así estuvimos hasta que cayó el sol y nos alejamos de la plaza, Freddy rumbo a su pensión y yo con dirección al viejo hogar.
En ese momento no pude darme cuenta de la razón que mi amigo tenía al decir aquellas palabras. Una semana después estaba escapando del hogar, harto de su miseria y su tiranía. Asustado pero seguro de que iba a poder salir adelante, de que de mí dependía.
Llamé entonces a Freddy, y él acudió.
Nos "mudamos" ese mismo día. Los dueños de la pensión, un matrimonio de ancianos simpáticos, me recibieron sin problemas y lógicamente contentos de tener un nuevo ingreso mensual. La señora Selva y el señor Rodrigué me ayudaron a ubicarme bien y la mujer dejó deslizar que estaba feliz de tener a alguien más durmiendo junto a Freddy. No llegó a hablarme mal de él, pero era claro que desaprobaba sus hábitos nocturnos. Supuse que eso era algo común entre ancianos y jóvenes por lo que no le preste mayor atención. "Por fin va a tener compañero de cuarto" dijo la señora Selva. "Ahora si va a tener que dormir. Se las pasa caminando toda la madrugada de arriba para abajo".
"Como hámster en su rueda" bromeó el señor Rodrigué, mientras terminaba de vaciar la vieja mochila en que traia mi ropa.
Mis pocas pertenencias entraron en el cuarto de Freddy que ahora debíamos compartir. Era una habitación pequeña y modesta de pisos de madera y techo alto. Una lámpara colgaba de allí balanceándose por efecto del viento que entraba por la ventana abierta. Había un ropero de apariencia humilde y tres camas. La de Freddy contra la ventana y la mía, una cama doble, más cerca de la puerta. Elegí la cama de arriba de forma inconsciente, sin darme cuenta hasta que estaba acostado en ella de que también en el hogar dormía en la de arriba.
La primera noche llegó rápido. Me era difícil conciliar el sueño. Cerraba los ojos y me daba vueltas en la cama pero no podía dormir. Aquello me sorprendió dado que me sentía cansado apenas minutos antes. Ahora sin embargo solo cerraba mis ojos y era como si el sueño se alejara.
Me sentía incómodo. Esa era la verdad. Cuando cerraba los ojos era como si una voz en mi mente me susurrara que los abriera y comprobara que todo estaba bien en la habitación, como si hubiera algo extraño alrededor, algo que no llegaba a percibir más que en el preciso momento en que intentaba dormitar. Más que una voz era una sensación.
Desde mi sitio en la cama de arriba podía observar las penumbras del cuarto. Cada tanto por la calle de afuera pasaba algún vehículo y su luz iluminaba por momentos la habitación haciendo que yo pudiera ver mejor.
Todo parecía estar en orden. La sensación remitía y hasta parecía desaparecer pero entonces volvía a cerrar los ojos y lo sentía surgir otra ves.
Solo para estar del todo seguro me incorporé y acomodé un poco mis almohadas. Moví mis sábanas. Toque el colchón con las puntas de mis dedos buscando algo que me causara incomodidad, pero supe de inmediato que aquello no estaba allí sino dentro de mi cabeza.
—Freddy —susurré y me respondió el silencio de la habitación. Miré y lo vi dormir boca abajo. Su respiración hasta podía escucharse levemente. Las sábanas rojas lo cubrían pero desde donde estaba veía su cabello castaño apoyado en la almohada.
Ya basta, me dije, ¿acaso sos un niño?
Pero la sensación no desapareció. Era algo intangible, como el aire frío que entraba en el cuarto por la ventana abierta, y al igual que este estaba allí aunque no pudiera verlo.
Me di media vuelta, quedando frente a la pared blanca contra la que estaba apoyada la cama doble. "Debe ser cosa del lugar nuevo" insistí en repetirme.
Con los ojos bien cerrados me esforcé por dormir. Entonces comencé a escucharlo.
Fue un movimiento de sábanas veloz y al principio no lo asocié a nada más que un movimiento en la cama de Freddy, pero entonces escuché como si algo cayera suavemente en el piso de madera. Aquello eran pasos. Freddy se estaba levantando.
Por algún motivo eso me causó un cosquilleo incómodo en la nuca.
Un paso.
Dos pasos.
¿Dónde está el tercero? Pensé sin poder controlarlo al no escuchar más movimiento de parte de mi amigo. Agudice el oído al tiempo que habría los ojos aún sin girarme.
Nada. Freddy no se estaba moviendo. La puerta del cuarto que en la mañana se había mostrado ruidosa no se escuchaba, por lo tanto no estaba abriéndola. No estaba cerrando las ventanas. ¿Entonces qué?
Su figura alta y delgada, parada descalza en medio de la habitación a oscuras, hizo que el cosquilleo se convirtiera en un escalofríos.
Acerqué las sábanas hacia mi como si pudiera cubrirme con ellas. Sabía que tenía que girarme pero al mismo tiempo no podía hacerlo.
Había un nuevo sonido. Pausado y suave, como la insidiosa melodía de un instrumento desafinado, pude escuchar su respiración al tiempo que la mía se detenía.
Freddy no estaba en medio de la habitación. Estaba justo detrás de mí.
Abrí los ojos aún más y en ese preciso instante un vehículo pasó deslizándose por la calle de afuera iluminando fugazmente la habitación.
Reflejada en la blanca pared estaba la inconfundible silueta de mi amigo. Su sombra se elevó por un momento, delgada y difusa alzándose por sobre la pared y la cama. Casi grito. Me giré velozmente y entonces si lancé un leve quejido de terror al comprobar que no había absolutamente nadie frente a mi.
Me refregué los ojos aferrando aún las sábanas empapadas de sudor y lancé rápidas miradas a todos lados, aunque la pequeña habitación no podía ocultar mucho más de lo que estaba a simple vista. Freddy estaba allí, sí, pero seguía en su cama con los ojos cerrados y el gesto pacífico de un durmiente indefenso. Ya no estaba boca abajo sino de costado, de forma tal que yo podía verlo a la cara y no me cabió dudas de que la distancia que había entre su cama y la mía no le permitiría nunca alejarse y taparse con las sábanas tan rápido. ¿Había sido todo mi imaginación?
El ver a Freddy acostado me calmó un poco. La mente conoce tan bien el peligro del miedo extremo que no tiene dificultades en tranquilizarse cuando todo parece estar bien. Nuevamente me acosté, esta vez sobre mi costado izquierdo, quedando frente a la ventana abierta. De ser necesario vería pasar las luces de los coches hasta conciliar el sueño que ese repentino estallido de adrenalina me había quitado del todo.
Poco a poco mis ojos fueron cerrándose. En algún momento medio despierto medio dormido, hasta olvidé el episodio que había sucedido segundos antes.
El suave susurro de unas sábanas moviéndose me lo recordó. Los pies que se apoyaban en el piso y, tap, tap...tap. Caminaban no hacia la puerta o la ventana, sino hasta la cama, mi cama. La terrible sensación, me recordó a las veces que me levantaba al baño en la noche y debía cruzar pasillos oscuros sintiendo que algo me observaba desde algún lugar.
El corazón me latía desenfrenado. ¿Qué estaba pasando? Allí estaba otra ves, el mismo pausado y quedado sonido de su respiración solo que al encontrarme yo de espaldas a la pared ahora sentía sobre mi cara el calor apenas perceptible de una respiración humana. Estaba ahí. Frente a mi. ¿Cómo? Pensé de inmediato. La cama era la de arriba, debía subir con una pequeña escalerita. Aunque alto, Freddy no debería poder llegar hasta... pero me interrumpí. Eso no era lo más importante ahora. Tenía que abrir los,ojos. Debía verlo, debía saber que sucedía.
¿Y si los abría y entonces me encontraba con que no había nada allí? ¿Qué debía hacer si me incorporaba solo para ver a mi amigo durmiendo plácidamente en su cama?
Así lo hice.
Grité. Me incorporé de un salto y grité al ver la horrenda figura de humano que se encontraba parada casi frente a mi. Era Freddy, o eso decían sus rasgos, pero la forma en que sonreía con aquella mueca abierta de par en par hacía pensar más bien en un títere tamaño humano. Tenía los dos ojos abiertos de forma tal que parecían a punto de desgarraseles. Por un momento juré que sus dientes expuestos por la macabra sonrisa estaban rechinando.
Grité aún más fuerte arrojando las sábanas en todas direcciones a patadas. Tenía que salir, tenía que escapar. Pero la cama era nueva y en el pánico del momento olvidé todo con tal de alejarme de aquella sonrisa obsesiva y frenética. Creí que me estaba sujetando de una baranda para lanzarme al piso pero no había nada de eso en esta cama. Me fui al piso si, pero de golpe y en solo un segundo mi cabeza chocó contra la cama de abajo y sentí un atroz dolor al tiempo que caía a los pies del inmóvil Freddy.
Quedé boca arriba sin poder moverme y todo se nublaba a mi alrededor.
Su sonrisa sin embargo, de ojos abiertos como platos y dientes rechinantes, me seguía observando desde arriba.
—Vas a estar bien. Te vas a recuperar —. La voz era de Freddy. No pude contestarle. Tenía un cuello ortopédico alrededor de mi nuca y mi cuello que inmovilizaba mi cabeza. Por algún motivo no podía hablar y apenas lograba mover mis brazos y dedos. Mis piernas nada.
Estaba en la habitación. Era la cama de abajo esta ves. Pude ver la madera que formaba la estructura de la cama un poco sobre mi.
—Te diste un buen golpe —comentó Freddy. —Pero te vas a mejorar. Por ahora no podemos ir al mejor médico pero hablé con los dueños de acá y me dijeron que mañana más tardar viene un amigo de ellos que es doctor. Él te va a tender y te vas a poner bien —sonrió mientras se quitaba las gafas para limpiarse los ojos. Pasó el pañuelo por su cabello castaño corto y lo guardó en sus vaqueros.
No pude responderle. Moví los ojos frenéticamente, pues eso sí podía hacerlo y concentré todas mis fuerzas para gritar algo. Para pedir que por favor no me dejaran en esa habitación, para contar lo que había pasado.
—¿Quieres agua? —preguntó Freddy.
—Nmm...—logre susurrar con esfuerzo agitando los ojos.
—Tranquilo amigo, se que es difícil, pero vas a estar bien. No te preocupes por la comida eso se hace con el suero que te dieron antes de traerte a casa. Los doctores que te vieron dijeron que necesitas reposo y nada de movimientos bruscos.
"Por dios no, no. No quiero estar acá, no se que te pasa pero no puedo estar acá otra ves no así no..."
—Nmmmm, hmmm —. Freddy me puso una mano en los hombros con cuidado.
—Los doctores dijeron que era posible que en la noche te alteraras más. Pero vos tranquilo. Genes que descansar y yo voy a estar con vos. No te voy a dejar abandonado en esta, hermano —.
Suplique y grite, en mi cabeza, sin emitir más que un quejido que Freddy interpretó como de miedo o quizá inconsciente. Moví los ojos intentando hablar, pero solo recibí un poco de agua a través de una pajilla entre mis labios.
Impedido no pude hacer otra cosa que ver como el sol iba cayendo al otro lado de la ventana y el atardecer daba paso a la noche.
Freddy se acercó a su cama lanzándome una última mirada sonriente.
—¿Linda manera de empezar una nueva vida no? —dijo y apagó su luz.
No supe si era por el dolor, el golpe o los calmantes, pero me sentía cansado.
Me juré a mí mismo emitir cualquier sonido con tal de que Freddy no durmiera pero unos pocos quejidos después ya no podía hacer sonido alguno.
Mi garganta estaba seca.
Los minutos fueron pasando.
Podía ver a Freddy de reojo. Giraba y se ponía boca abajo. Volvía a girar y me daba la espalda.
Mis párpados estaban pesados pero por dentro sentía un miedo incontrolable. Sabía que lo iba a pasar si dormía. Quizá no podía despertar a Freddy pero entonces al menos podría evitar dormirme yo.
Los minutos fueron pasando.
La noche avanzaba y mis ojos acostumbrados ya a la penumbra estaba clavados en la figura inmóvil de mi amigo.
Primero fue de reojo. Escuché como las sábanas se movían levemente, deslizándose, y vi por el rabillo como una figura, la de Freddy, se incorporaba lentamente de la cama.
—Nmmmm mmmnnn—grité desesperado.
La figura cubierta por la sombra se levantó de la cama de Freddy y avanzó un paso.
"Freddy, Freddy" gritaba en mi mente. Mis piernas no respondían, mis brazos y dedos apenas se sacudían en un intento inútil de hacer cualquier cosa.
Otro paso y la sombra estaba ya sobre mi.
Cerré los ojos.
El miedo era total, no podía hacerlo, no podía volver a mirar a la cara de aquella locura, no sin arriesgar yo mismo mi propia cordura. Y entonces escuché su respiración. La sentí caliente llegar a mi rostro inmovilizado por el cuello.
Y entonces supe que no podría tener lo ojos cerrados toda la noche. Tarde o temprano iba a abrirlos. ¿Y entonces qué sería? ¿Qué vería antes de perder totalmente la cordura, sino la mueca inflexible y los desgarrados ojos abiertos de par en par que me observaban dormir de cerca?
El solo pensar en eso fue mi perdición. La tentación última, y mis ojos se abrieron.
Separe los párpados en un rápido movimiento. Los fijé en Freddy, justo a tiempo.
Este ya se estaba abalanzando sobre mi.

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