El eterno pasajero
Algo extraño estaba sucediendo, mi instinto me lo decía. En parte recordar las cosas era difícil, si me concentraba mucho un nombre y algunas caras afloraban pero nada más. Mamá, mi hermana, el abuelo. "Marcos" ese era el nombre, pero no sabia de quien.
Esa falta de memoria como digo fue la primera cosa que me llamó la atención. Algo estaba sucediendo y no sabía bien que era. Ahí en la cárcel siempre me había costado recordar, no quería o que se yo. Pero esto era más que una dificultad, era como un vacío que no dejaba paso a nada y se lo tragaba todo. Me sentí menos hombre que el resto, menos humano y más piedra o robot, como en un cuerpo que no era el mío con una consciencia que no me respondía.
Estaba en la camioneta para transportar a los prisioneros y no recordaba siquiera haber llegado hasta ahí. Miré a mi alrededor. Todos los asientos estaban ocupados. Habia un montón de otros presos todos sentados y todos igual de esposados. Intenté reconocer a alguno pero no pude hacerlo. Incluso ver a los más cercanos ya era difícil porque estábamos pasando por un túnel y por tanto la única luz que teníamos allí era la que producía el propio vehículo avanzando.
La segunda cosa que me resultó extraña ocurrió mientras intentaba recordar lo que fuera. A mi alrededor vi una inexplicable sacudida de todo lo que me rodeaba, como si la camioneta hubiera dado con un pozo muy hondo de repente. La sacudida, pues no tuve mejores palabras para describirla, fue sin embargo mucho mayor a la que se produciría por efecto de un mero pozo. Yo salté de mi asiento al igual que mis compañeros, pero al mirar por el rabillo del ojo pude ver que sus ropas saltaban por un lado como queriendo despegarse de sus cuerpos. La camisa blanca y los pantalones azules. Entonces me figuré que también los colores estaban saltando. El blanco de las camisas saltaba alejándose y el azul de los pantalones lo hacia por su lado. Y no solo era eso. Los vidrios de las ventanas herméticamente cerradas se sacudían, se sacudían los asientos y hasta el piso. Pero mucho más terrible que el movimiento de los objetos y las cosas, era el que pude ver con claridad en todos los demás acompañantes, tanto guardias como prisioneros.
La piel, como una fina capa de papel atravesada por el aire, se sacudía de los cuerpos como queriendo escapar. Intenté gritar pero el sonido escapó de mi garganta como todo lo demás y se perdió en ese infierno momentáneo al tiempo que mis ojos abiertos de par en par por la sorpresa y el miedo también se daban fuga con la oscuridad que me rodeaba y los pude sentir como lentamente, casi fruto de un desliz, se sacudían de mis órbitas y flotaban allí, cada uno por su lado.
Tan pronto como empezó se detuvo el inexplicable y terrible fenómeno. Tragué una bocanada de aire porque de repente pensé que podría sacudirse de mi y por tanto yo me asfixiaría, pero nada pasó. Miré a mi alrededor y todo parecía normal. Algún interno dormía con la cabeza recostada contra la ventana. Alguno golpeaba con lentitud sus rodillas o los asientos delanteros. Otros estaban tan inmóviles que parecían ni siquiera precisar de esposas. En cualquier forma todos ellos parecían estar en una pieza.
Por los nervios mordía mis uñas sin poder controlarme. Afortunadamente viajaba del lado de la ventana así que giré la cabeza para distraerme con lo que pudiera. No había paisaje claro, pues todavía estábamos en ese túnel enorme y cruelmente oscuro que no parecía tener fin. Las paredes eran... pero entonces centré mi atención en ellas. ¿Donde estaban las paredes? Por mucho que me esforcé no podía verlas con claridad. De morder mis uñas pasé a mis dedos porque mientras más intentaba ver algo en esa oscuridad absoluta más parecía que entre las sombras estaban moviéndose cosas que no deberían estar allí. Sentí deslizarse algo, reptar y correr, a pesar de que la camioneta estaba en marcha y su motor ronroneaba monótono, los sonidos de un afuera peligroso se imponían con saña como el veneno sin antídoto a un cuerpo sano y fuerte. Creí ver reflejos de manos humanas largas hasta lo imposible, sin piel en los brazos. Gruñidos, rugidos y gritos de piedad entremezclados con sonrisas enfermas. Un rostro pareció asomarse en la penumbra, era una cara de grandes ojos y una enorme nariz, pero donde debía estar la piel no había nada más que un chamuscado color negro. El rostro me miró, sonrió y desapareció cuando la camioneta lo dejó atrás.
—Hay algo afuera. Pasan cosas afuera —comencé a repetir mientras daba codazos a mi compañero. Este al principio me ignoró pero cuando mi insistencia aumentó se giró hacia mi lugar.
—Déjalos en paz. Mientras menos los mires menos se interesaran en ti —me respondió con un acento que no pude reconocer.
—¿Quienes son? —pregunté asustado.
—Estamos en un túnel oscuro. Todos saben que los túneles oscuros están llenitos de almas de muertos viejos, y algunos nuevos. Los que no pasan el túnel, así los llamo yo.
Su explicación me sirvió de poco, pienso que como toda explicación frente a lo desconocido. Me daba igual saber quienes o qué eran esas cosas del exterior, porque me importaba mucho más en ese momento saber que algún día yo no seria parte de ellos. Y si me daba un infarto allí mismo? Y si por haberlos visto aunque fuera una vez me reconocían al morir y venían por mi? Imaginé de repente mi último suspiro y encontrarme de nuevo rodeado de oscuridad, la putrefacta y total oscuridad de ese túnel sin luz en el que habían cosas que se arrastraban y otras que corrían. Llantos, gritos, risas y macabras caras repentinas en las sombras. Seguía mirando incrédulo el espectáculo, escuchando allí donde otros no parecían ver nada.
De entre las penumbras percibí el inconfundible sonido de pasos a toda carrera por un suelo que parecía arena y tierra al mismo tiempo. De repente un hombre desnudo y muy alto, completamente carente de pelo en su cuerpo, apareció desde el exterior y se lanzó contra la ventana con una sonrisa desviada en su rostro y la mirada desencajada. Su lengua de perro impactó contra la ventana mientras yo me cubría los ojos y la cara con las manos y gritaba arrinconándome contra mi compañero. ¿Qué estaba pasando? ¿Dónde estábamos yendo? pensé casi llorando.
Mi compañero me separó antes de que los guardias lo hicieran.
—¿Qué pasa hombre? Déjese de tanta mariconada. Si le dan miedo los fantasmas no los mire y ya —dijo con una naturalidad que me sonó absurda.
—Donde... —me aclaré la garganta —¿donde nos llevan? —pregunté necesitando entender, buscar respuestas.
—Todos vamos a distintos lugares aunque el camino es el mismo —estirando su mano señaló hacia la ventana delantera —Algunos van a salir de este túnel y se irán para la luz. Otros se van a ir a un lugar que es mucho peor que este, pero también queda saliendo de acá. Y otros —dijo mirándome fijamente —bueno, la camioneta se va a detener un poco antes de salir y los guardias van a abrir las puertas esperando. Entonces los de afuera van a entrar y se llevarán a los que sean necesarios. Podríamos decir que algunos de ustedes se van a quedar acá, para siempre.
—¿Nosotros? ¿Y vos porque no? —
—Yo soy especial —respondió secamente. Me lo quedé viendo fijamente sin entender que decía, cómo sabía aquellas cosas. Era mi compañero de viaje pero por mucho que lo intentaba no podía recordar en que momento lo había visto en la cárcel. Podía ser que si, podía ser que no.
Viendo que lo observaba se acercó a mí, y con su aliento rancio susurró en mi oído:
—Voy directo a ese lugar que algunos llaman infierno. Tengo un puesto que ocupar ahí.
Me aparté del hombre que sonriente se removió en su asiento y cerró los ojos.
Saber hacia dónde íbamos no me sirvió de nada. Mis nervios estaban en un estado incontrolable. Intenté pensar en lo que debería hacer a continuación pero nada se me ocurría. ¿Escapar? ¿Gritar? No podía mirar por las ventanas pero no era necesario para ver que el túnel todavía seguía. Y de todas formas, si lo que decía aquel hombre era verdad, cuando finalizara el trayecto, nos esperaría algo mucho peor. Pensé por momentos en ese otro lugar bueno al que había hecho referencia, pero una voz susurró con certeza en mi cabeza que no habría forma de llegar a el. Ninguno de los que estábamos en esa camioneta lo haríamos, el peso frío de las esposas en mis manos me lo dijeron.
Los del exterior ya me habían visto, cuando la camioneta se detuviera las puertas se abrirían y me llevarían con ellos. Me quedaría para siempre en ese túnel oscuro rodeado por esas apariciones y pesadillas reales, hasta que yo mismo me convirtiera en una de ellas.
Temí entonces mi destino, la infinita penitencia que me aguardaba. El saber que habían por allí prisioneros como yo, hombres culpables pero no malvados, que habíamos cometido errores o habíamos fallado en algo y ahora estábamos camino al más absoluto terror. Mis recuerdos se distorsionaban aún más por los nervios, a mi alrededor parecía que otra vez hubiéramos tomado un pozo y nos estuviéramos sacudiendo porque todo se desencajaba ante mis ojos deformándose en el aire en una mezcla alucinante de colores, formas, rostros, miembros y abstracciones que escapaban a mi comprensión. Segundos duró aquel fenómeno pero yo sabía que era solo un anuncio. Que la puerta se abriría en breve, que la camioneta estaba por detenerse. La luz del túnel ya estaba más cerca. Desee entonces que no me llevaran, si tenía que ser un pasajero eterno en esa camioneta lo seria, y una terrible idea estalló entonces en mi mente.
¿Y si siempre había estado allí? ¿Y si mis recuerdos y mi memoria estaban afectados no por causas desconocidas sino por el hecho de que había pasado tanto tiempo dentro de aquel vehículo, repitiendo una y otra vez el mismo trayecto, que ya no podía recordar las cosas con claridad? La posibilidad fue terrible, me desesperé, grité y golpeé a mi alrededor enloquecido pero solo fui ignorado tanto por mi compañero como por los guardias. Nadie me prestaba atención y las cadenas en mis pies me impedían levantarme, las esposas me restringían poco más. La oscuridad lo envolvía todo.
¿Qué decisión tenía que tomar? ¿Seguir aferrándome a esa camioneta y vivir encerrado detrás de sus ventanas mientras el terrible mundo de pesadilla se desarrollaba a mi alrededor? ¿O esperar a que la puerta se abriera y voluntariamente salir, como única forma de romper con ese ciclo maldito en el que estaba atrapado?
La luz del túnel estaba cerca. Otra vez la sacudida. El sonido del exterior, de los que viven en las sombras, me llamaba. Querían convencerme, querían tenerme. Me resistí, pero no estaba seguro de vencer. Tal vez era la mejor opción, ¿Un sufrimiento desconocido o un sufrimiento repetido? No había elección allí. La camioneta aminoraba su marcha. Comencé a gritar. Del interior de mi cabeza surgía un sonido insoportable, desde el exterior venía otro igual, todo se nublaba, todo esa luz y oscuridad y la sonrisa de mi compañero diciendo que el tenia un puesto en otro sitio peor que ese. La puerta se abría. El sonido aumentaba, el llamado era para mi por sobre todos los demás, era insistente, sabía que lo había rechazado antes. Me aferré, me aferré con todas mis fuerzas de eterno pasajero hasta que mis nudillos se pusieron blancos y mis ojos comenzaron a lagrimear.
Lo pude lograr. La camioneta retomó su camino y la luz del final del túnel me recibió con su bendición que apartaba las sombras a nuestro alrededor. Comencé a reír victorioso y mis lágrimas de esfuerzo y terror se convirtieron en celebración.
Por esta vez había triunfado, solo por esta vez seguiría siendo un pasajero a seguro resguardo entre las esposas y las ventanas de cierre hermético que no era lo mejor, pero al menos no era la terrible noche exterior de peligros y miedos.
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La camioneta disminuyó su marcha a los pocos metros del túnel que habían dejado atrás. Doblando a mano derecha se internó en un camino de tierra que llevaba hasta un gran edificio antecedido por una enorme entrada en forma de gran portón metálico. El mismo se movía para darle paso a la camioneta. Así el hospital "Germanía", para pacientes mentales peligrosos abrió sus puertas y recibió a sus nuevos internos.
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